Domingo V del Tiempo Ordinario. 04 de febrero, 2018
“Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simeón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: -Todo el mundo te busca.”
Seguimos como la semana pasada en Cafarnaún. Es decir, en la “Aldea del Consuelo”.
Y este domingo Jesús primero se hace consuelo en casa. En lo íntimo y con los suyos sana la fiebre de la suegra de Pedro. En el evangelio no dice que los vecinos se enterasen del suceso. Solo dice que Jesús “la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.”
¿Cómo se enteraron los vecinos? No lo sabemos. Pero al anochecer le llevaron todos los enfermos y poseídos. Y así Jesús se hace consuelo para toda la aldea: “la población entera se agolpaba a la puerta”.
Pero estos baños de masas siempre provocan la misma reacción en Jesús: “se marchó al descampado y allí se puso a orar”. Soledad y oración. Encuentro con su Dios Abba, fuente de todo consuelo. El encuentro necesita silencio y soledad; necesita intimidad.
Todas las personas necesitamos de ese encuentro, y de manera especial cuando recibimos de Dios grandes dones o beneficios. Cuando las cosas nos van bien y saboreamos el dulce sabor del éxito. Ahí necesitamos más que nunca el Encuentro profundo con Dios pues corremos el grave peligro de quedarnos con los dones de Dios y alejarnos de Él (Cfr. Lc 15: “Dame la parte de la herencia que me corresponde…”). Corremos el dramático y original peligro de querer ocupar el lugar de Dios; podemos recordar lo que les sucede a Adán y Eva.
Por eso nos viene bien no perder de vista este ejemplo de Jesús. Esta manera de actuar tan suya. Tras el éxito se retira a orar. También lo hace en el fracaso.
Oración
Danos, Trinidad Santa, el acierto necesario para volver siempre a Ti, tanto al oír el clamor de los aplausos como al escuchar las murmuraciones y las críticas. Amén.
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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa
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