A partir de 1891 la aplicación del Evangelio a las realidades sociales se ha organizado en la, así llamada, enseñanza social de la Iglesia. Sin embargo, esta enseñanza no constituye un apéndice al mensaje de Jesús, sino que es parte esencial del Evangelio, entre otras razones porque el hombre que Dios creó es un ser social.
Por otro lado, la división de la vida del hombre en distintos compartimientos contradice la naturaleza de un ser creado a imagen y semejanza de un Dios Uno y Trino, donde la diversidad no implica división y mucho menos exclusión.
El Evangelio tiene mucho para decir, si lo queremos escuchar, sobre todas las decisiones políticas, sobre toda la vida de la humanidad. Una ética basada en el Evangelio pone límites dentro de los cuales son posible muchas alternativas; la tarea de la política es elegir entre esas muchas alternativas.
Dios en su intención de compartir la historia con el hombre, nunca deja disponible una sola opción dentro de la ética. Dios le dona la libertad al hombre para que sea también semejante a Él, en consecuencia, siempre le ofrece un menú de opciones dentro de la ética que Él propone; en un cierto sentido, Dios crea al hombre y lo hace capaz de ser co-creador con Él.
La ideología que propone “hacer lo correcto” cae en el engaño de que existe siempre una única opción correcta y reduce la libertad del hombre a sólo elegir entre el bien y el mal. En la visión cristiana, Dios es el Bien, y Dios es infinito. Por lo tanto, nunca existe una única opción correcta; es más, como imagen y semejanza de Dios Creador, el hombre puede agregar opciones al menú de alternativas que están dentro de una ética con centro en el hombre y su innegable dignidad.
Por eso es que, como ha dicho San Juan Pablo II, la enseñanza social de la Iglesia no es una ideología sino que “se sitúa en el cruce de la vida y de la conciencia cristiana con las situaciones del mundo y se manifiesta en los esfuerzos que realizan los individuos, las familias, cooperadores culturales y sociales, políticos y hombres de Estado, para darles forma y aplicación en la historia”.
En este sentido, una reflexión basada en el Evangelio no puede decir cuál es la mejor entre las soluciones del menú de alternativas que están dentro de la ética. Esta selección es tarea de la política, y es una selección que excede el marco de los argumentos meramente técnicos. Pero una reflexión basada en el Evangelio sí, puede y debe señalar las opciones que se oponen a la Caridad Social y a una ética que tiene en su centro al hombre-imagen y semejanza de su Creador.
Como señala Benedicto XVI, “la economía tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; no de una ética cualquiera, sino de una ética amiga de la persona”. Esta reflexión también puede y debe proponer criterios para construir y evaluar las alternativas que se le presentan a la humanidad.
En el presente contexto histórico es válido interrogar desde el Evangelio el paquete de reformas laboral-previsional-fiscal que propone el Gobierno de Argentina. Pero no se trata de un análisis principista, pues a partir de que Dios es Amor, el mal es aquello que nos hace daño como humanidad, en consecuencia, el tema no se cierra con una votación (cualquiera sea el resultado).
Un primer principio moral que resulta vulnerado en muchas argumentaciones es aquel que afirma que “el fin no justifica los medios”. Antes de debatir sobre la realidad de los beneficios de las medidas propuestas, deberíamos analizar la legitimidad moral de los medios propuestos. ¿Por qué? Porque debatir sobre los beneficios, es debatir sobre los efectos, es decir sobre los fines, y si no se analiza la moralidad de los medios, damos por sentado que el fin justifica los medios.
Los medios propuestos son la reducción de haberes y de los derechos de trabajadores activos y pasivos. Este tipo de medios pueden ser moralmente válidos sólo en el caso de que se trate de medidas transitorias en un contexto de una grave dificultad del conjunto de la sociedad.
Aún en ese contexto, sigue siendo una condición necesaria la justa distribución de los esfuerzos entre todos los habitantes de la Nación. En consecuencia, conviene preguntarse cuál es el “esfuerzo extraordinario” que hacen los miembros de otros sectores económicos. La solidaridad, como virtud social, exige la reciprocidad; en consecuencia, es oportuno interrogarse cuál es la respuesta de los otros sectores a la postergación de ingresos y derechos que se pide a quienes viven de su salario o su jubilación.
Por ejemplo, en el “milagro alemán” los trabajadores ofrecieron dos horas de trabajo sin cobrar, mientras -en reciprocidad- las empresas no recuperaban sus costos fijos mientras durara la emergencia. Aún sin la gravedad del caso alemán, cuando el Gobierno de España le otorgó tarifas más altas a su empresa de telefonía nacional, esta empresa se comprometió a no distribuir dividendos y a capitalizar todas sus ganancias. Incluso, en un ejemplo más cercano, las grandes empresas de energía con actividad en Argentina, analizaron sólo recuperar sus costos marginales, es decir no recuperar sus costos fijos por uno o dos años, ante la crisis del 2001.
Entonces, ¿cuál es la cesión de derechos e ingresos que hacen los sectores exportadores, financieros y de las grandes empresas, en reciprocidad con las personas que viven de su salario o jubilación? Si no existe respuesta, entonces no hay justicia en los medios propuestos y estos resultan inmorales. Es necesario tener presente que, a la promesa abstracta de futuras inversiones, en estricta justicia, corresponde la promesa abstracta de hacer más esfuerzo.
La validez moral de los medios propuestos si se los quiere aplicar en forma permanente, requiere analizar los fundamentos que se dan en su defensa. La tesis central que pretende justificar estas reformas se refiere al desequilibrio y falta de competitividad de la economía argentina, donde el exceso en el nivel de los salarios y derechos laborales sería la causa del exceso de gasto, que a su vez, que sería la causa de la falta de crecimiento y de las crisis de Argentina.
Un análisis fundado en el Evangelio, no puede detenerse en categorías agregadas ni genéricas: debe ver siempre a las personas que están detrás de esas categorías. Para poner las personas en el centro deben considerarse al menos: el fin de la actividad económica de la Nación como comunidad de personas, y el perfil distributivo sobre el que operan las categorías agregadas. Como nos recuerda Caritas in Veritate (36): “El sector económico no es ni éticamente neutro ni inhumano o antisocial por naturaleza. Es una actividad del hombre y, precisamente porque es humana, debe ser articulada e institucionalizada éticamente”.
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