Lo que pido es que me salves.
No te pido que me cures:
sería ofensiva la demanda
que no puedes escuchar.
Lo que pido es que me salves,
que no me dejes para siempre
sometido a esta
muerte cotidiana.
Pido que la Nada no venza
y no vuelva yo a necesitar
encenderme de deseos,
y viva infeliz allí
como ahora aquí,
solo y alejado.
Tú sabes lo que me cuestas en remordimientos
y lo que yo te cuesto a ti por gracia:
que no se interrumpa la competición.
Yo, arrepintiéndome,
y tú, teniendo piedad de mí,
pues es necesidad para mí fallar
y para ti continuar perdiendo.
Así te pienso: un Dios
siempre expuesto a locuras,
a contentarse por cómo somos,
a perder siempre:
oh Luz incandescente
y piadosa.
*
D. M. Turoldo,
Canil ultimi, Milán 1991
***
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