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“Cuando el fin no justifica los medios”, por Julio A. Ruiz.

Martes, 16 de enero de 2018

dia-mundial-de-la-justicia-social-leA partir de 1891 la aplicación del Evangelio a las realidades sociales se ha organizado en la, así llamada, enseñanza social de la Iglesia. Sin embargo, esta enseñanza no constituye un apéndice al mensaje de Jesús, sino que es parte esencial del Evangelio, entre otras razones porque el hombre que Dios creó es un ser social.

Por otro lado, la división de la vida del hombre en distintos compartimientos contradice la naturaleza de un ser creado a imagen y semejanza de un Dios Uno y Trino, donde la diversidad no implica división y mucho menos exclusión.

El Evangelio tiene mucho para decir, si lo queremos escuchar, sobre todas las decisiones políticas, sobre toda la vida de la humanidad. Una ética basada en el Evangelio pone límites dentro de los cuales son posible muchas alternativas; la tarea de la política es elegir entre esas muchas alternativas.

Dios en su intención de compartir la historia con el hombre, nunca deja disponible una sola opción dentro de la ética. Dios le dona la libertad al hombre para que sea también semejante a Él, en consecuencia, siempre le ofrece un menú de opciones dentro de la ética que Él propone; en un cierto sentido, Dios crea al hombre y lo hace capaz de ser co-creador con Él.

La ideología que propone “hacer lo correcto” cae en el engaño de que existe siempre una única opción correcta y reduce la libertad del hombre a sólo elegir entre el bien y el mal. En la visión cristiana, Dios es el Bien, y Dios es infinito. Por lo tanto, nunca existe una única opción correcta; es más, como imagen y semejanza de Dios Creador, el hombre puede agregar opciones al menú de alternativas que están dentro de una ética con centro en el hombre y su innegable dignidad.

Por eso es que, como ha dicho San Juan Pablo II, la enseñanza social de la Iglesia no es una ideología sino que “se sitúa en el cruce de la vida y de la conciencia cristiana con las situaciones del mundo y se manifiesta en los esfuerzos que realizan los individuos, las familias, cooperadores culturales y sociales, políticos y hombres de Estado, para darles forma y aplicación en la historia”.

En este sentido, una reflexión basada en el Evangelio no puede decir cuál es la mejor entre las soluciones del menú de alternativas que están dentro de la ética. Esta selección es tarea de la política, y es una selección que excede el marco de los argumentos meramente técnicos. Pero una reflexión basada en el Evangelio sí, puede y debe señalar las opciones que se oponen a la Caridad Social y a una ética que tiene en su centro al hombre-imagen y semejanza de su Creador.

Como señala Benedicto XVI, “la economía tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; no de una ética cualquiera, sino de una ética amiga de la persona”. Esta reflexión también puede y debe proponer criterios para construir y evaluar las alternativas que se le presentan a la humanidad.

En el presente contexto histórico es válido interrogar desde el Evangelio el paquete de reformas laboral-previsional-fiscal que propone el Gobierno de Argentina. Pero no se trata de un análisis principista, pues a partir de que Dios es Amor, el mal es aquello que nos hace daño como humanidad, en consecuencia, el tema no se cierra con una votación (cualquiera sea el resultado).

Un primer principio moral que resulta vulnerado en muchas argumentaciones es aquel que afirma que “el fin no justifica los medios”. Antes de debatir sobre la realidad de los beneficios de las medidas propuestas, deberíamos analizar la legitimidad moral de los medios propuestos. ¿Por qué? Porque debatir sobre los beneficios, es debatir sobre los efectos, es decir sobre los fines, y si no se analiza la moralidad de los medios, damos por sentado que el fin justifica los medios.

Los medios propuestos son la reducción de haberes y de los derechos de trabajadores activos y pasivos. Este tipo de medios pueden ser moralmente válidos sólo en el caso de que se trate de medidas transitorias en un contexto de una grave dificultad del conjunto de la sociedad.

Aún en ese contexto, sigue siendo una condición necesaria la justa distribución de los esfuerzos entre todos los habitantes de la Nación. En consecuencia, conviene preguntarse cuál es el “esfuerzo extraordinario” que hacen los miembros de otros sectores económicos. La solidaridad, como virtud social, exige la reciprocidad; en consecuencia, es oportuno interrogarse cuál es la respuesta de los otros sectores a la postergación de ingresos y derechos que se pide a quienes viven de su salario o su jubilación.

Por ejemplo, en el “milagro alemán” los trabajadores ofrecieron dos horas de trabajo sin cobrar, mientras -en reciprocidad- las empresas no recuperaban sus costos fijos mientras durara la emergencia. Aún sin la gravedad del caso alemán, cuando el Gobierno de España le otorgó tarifas más altas a su empresa de telefonía nacional, esta empresa se comprometió a no distribuir dividendos y a capitalizar todas sus ganancias. Incluso, en un ejemplo más cercano, las grandes empresas de energía con actividad en Argentina, analizaron sólo recuperar sus costos marginales, es decir no recuperar sus costos fijos por uno o dos años, ante la crisis del 2001.

Entonces, ¿cuál es la cesión de derechos e ingresos que hacen los sectores exportadores, financieros y de las grandes empresas, en reciprocidad con las personas que viven de su salario o jubilación? Si no existe respuesta, entonces no hay justicia en los medios propuestos y estos resultan inmorales. Es necesario tener presente que, a la promesa abstracta de futuras inversiones, en estricta justicia, corresponde la promesa abstracta de hacer más esfuerzo.

La validez moral de los medios propuestos si se los quiere aplicar en forma permanente, requiere analizar los fundamentos que se dan en su defensa. La tesis central que pretende justificar estas reformas se refiere al desequilibrio y falta de competitividad de la economía argentina, donde el exceso en el nivel de los salarios y derechos laborales sería la causa del exceso de gasto, que a su vez, que sería la causa de la falta de crecimiento y de las crisis de Argentina.

Un análisis fundado en el Evangelio, no puede detenerse en categorías agregadas ni genéricas: debe ver siempre a las personas que están detrás de esas categorías. Para poner las personas en el centro deben considerarse al menos: el fin de la actividad económica de la Nación como comunidad de personas, y el perfil distributivo sobre el que operan las categorías agregadas. Como nos recuerda Caritas in Veritate (36): “El sector económico no es ni éticamente neutro ni inhumano o antisocial por naturaleza. Es una actividad del hombre y, precisamente porque es humana, debe ser articulada e institucionalizada éticamente”.

Respecto del primer punto es oportuno preguntar: ¿Considerar al salario un costo para la economía en su conjunto, es consistente con la dignidad de la Persona? Los salarios son considerados un costo en la contabilidad de las empresas porque uno de sus fines es generar ganancias, y entonces todo dinero que la empresa debe pagar se considera -a la corta o a la larga- un costo. Pero desde el punto de vista del consumidor, la ganancia del empresario forma parte de los precios que paga, por lo tanto, son un costo para él…

Desde el punto de vista de la nación como comunidad de personas, la actividad económica está orientada, en primer lugar, a producir bienes y servicios para las personas que forman parte de dicha comunidad. La riqueza así generada se llama Valor Agregado, y ese valor agregado se distribuye en Salarios, Beneficios (Ganancias), Intereses y Renta de los Recursos Naturales.

En consecuencia, si a nivel agregado los salarios se consideran un costo, es porque no se considera a quienes cobran un salario como destinatarios de la actividad económica, sino simplemente como “recurso humano”: un medio para obtener otros fines. Esta consideración de las personas es contraria al concepto de persona y la ética cristianas. Pero no es una cuestión de fe, porque tal consideración se opone a cualquier ética humanista, que proponga al hombre como centro de la actividad.

Respecto del segundo punto, la gran concentración del ingreso -fenómeno mundial- nos lleva a interrogarnos acerca de cuál gasto es el que desequilibra la economía en el caso argentino. ¿El gasto del 70% más pobre que recibe un 40% de los ingresos generados, o el gasto del 30% más rico que recibe el 60% de los ingresos generados?

Además, sólo un 50% del Valor Agregado se distribuye como salarios (donde se replican las desigualdades mencionadas); mientras el 10% corresponde a unidades productivas familiares o pymes y el 40% a Beneficios, Rentas e Intereses de grandes empresas. Entonces, no parece justo ni razonable modificar las condiciones de vida de jubilados y asalariados que, en su mayoría no están en el extremo de la escala distributiva, ni reciben la mayor parte del ingreso generado por la Nación.

En cambio, quienes están en ese extremo de la escala distributiva y reciben una suculenta parte del ingreso generado, han visto mejoradas significativamente las condiciones de su actividad (blanqueo, fuga de capitales, no-obligación de liquidar divisas, etc.).

Desde el punto de vista del bien común, a partir de una ética centrada en el hombre, la provisión de trabajo es un elemento esencial del Bien común. El trabajo hace a la dignidad del hombre y las condiciones de trabajo resultan esenciales. Pues un trabajo sin condiciones dignas, no dignifica sino que denigra al ser humano.

En este sentido, el planteo “empleo vs condiciones de trabajo” es simplemente una extorsión que se hace a la sociedad, contraria a la dignidad humana. Dignidad que se manifiesta en un conjunto de derechos que le son debidos al hombre por ser hombre, y no en virtud de ningún intercambio. Ésta es una de las razones por la que el trabajo no es una mercancía ni una cuasi-mercancía y el salario no es un precio ni un cuasi-precio. En consecuencia, la alternativa de negociar salarios y condiciones de trabajo vs empleo es negar la centralidad del hombre y su dignidad como tal.

Si se analiza la evolución histórica, la enseñanza social de la Iglesia como “corpus” nace denunciando la explotación del hombre por el hombre como contraria al Evangelio y culmina con San Juan Pablo II, definiendo la empresa como una comunidad de personas que tiene un fin específico que es la producción de bienes o servicios.

Por lo tanto, las reformas admisibles éticamente son aquellas que nos alejan de la explotación del hombre por el hombre y nos acercan a la realidad de comunidad productiva, de comunidad de personas. Un valor olvidado en estas reformas, que también es un principio de acción, es la solidaridad.

En el aspecto previsional la solidaridad es tanto inter-generacional como intra-generacional. Un fruto verificable de la solidaridad es que la riqueza circula desde quien tiene más hacia quién tiene menos. La circulación hacia quien más tiene, niega este principio elemental de convivencia humana.

En consecuencia, cabe preguntarse por el destino de ahorro que pretende hacer el Gobierno argentino. Siguiendo la metodología de la justicia de los esfuerzos, debería verificarse que en todos los sectores en mejores condiciones económicas también se verifica un ahorro. En la presente circunstancia, es inmoralmente perverso destinar este ahorro a la satisfacción de intereses que cobrará el sector financiero, sector por demás pudiente en Argentina y en el mundo.

La decisión de que las personas de menores ingresos carguen con el mayor costo de cualquier transformación, nunca es una necesidad técnica. Será siempre una decisión política, porque al menos hay una manera de distribuir esos costos de un modo más equitativo que la transferencia unilateral e involuntaria desde los sectores asalariados.

Por otra parte, esta última política también resulta dañina en el sentido prescriptivo, además del distributivo. Porque el mensaje que transmite a los empresarios vincula la capitalización de las empresas a la transferencia unilateral e involuntaria de recursos desde los salarios, y no a una auténtica productividad basada en la innovación y la inversión productiva genuina. Y lo hace de la peor manera, premiando a quienes especulan en contra del salario, y castigando a quienes apuestan a generar un círculo virtuoso salario-demanda-inversión-productividad-salario.

Como señala el Santo Padre Francisco, “para que siga siendo posible dar empleo, es imperioso promover una economía que favorezca la diversidad productiva y la creatividad empresarial (…) la actividad empresarial, que es una noble vocación orientada a producir riqueza y a mejorar el mundo para todos, puede ser una manera muy fecunda de promover la creación de puestos de trabajo (…) parte ineludible de su servicio al bien común”.

Reafirmando por un lado la vinculación entre la generación de puestos de trabajo y el bien común, y por otro la necesidad de una economía diversificada que permita el desarrollo de distintas capacidades y vocaciones en su seno. En una cultura de fraternidad y comunión -como la que propone el Evangelio- se comparten, además de los bienes, las necesidades y las dificultades, de forma que los miembros más débiles de la sociedad resultan protegidos. Lo contrario no es moralmente admisible.

*Doctor en Economía y Profesor investigador de la UBA. Máster en Doctrina Social de la Iglesia (U.P. de Salamanca, España). Miembro de CLAdeES Argentina (Centro Latinoamericano de Evangelización Social).

Julio A. Ruiz

Fuente Fe Adulta

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