14.1.18 ¡Habla, Señor, que tu siervo escucha! Un tiempo de relevo
2º Dom. Tiempo ordinario B. Pasamos de la Navidad y Bautismo de Jesús a la “llamada de Dios”, que la liturgia desarrolla con dos ejemplos poderosos, distintos y convergentes:
1. Primera llamada de Jesús a sus discípulos según el evangelio de Juan (1, 34-42), con el paso que lleva de Juan Bautista a Jesús y de Jesús a sus primeros discípulos, que le preguntan ¿dónde vives? y él responde: Venid y veréis. Dejamos este tema para la postal de mañana.
2. Llamada de Dios a Samuel, que responde: Habla, Señor, que tu siervo escucha (1 Sam 3, 1-13). Ese pasaje nos sitúa ante un tiempo de relevo poderoso como el nuestro (año 2018), en el paso entre un tipo de sacerdocio que puede parecer envejecido (ha pactado con el mundo) y una profecía nueva, capaz de poner en marcha un estilo de vida distinto, un mesianismo dispuesto a renovar el mundo.
Como he dicho, prefiero comentar hoy la primera lectura que nos sitúa en el momento clave del paso del viejo sacerdocio de Elí, Mi-Dios, (que oficia en el templo de Silo) a la profecía creadora de Samuel, que acompaña al sacerdote, pero escucha de un modo directo la voz del Dios que le llama de un modo especial para realizar su obra en el mundo.
Dejando a ahora a un lado la llamadas “autobiográficas” de los grandes profetas (Isaías, Jeremías), ésta es la historia de vocación más honda del AT, que puede y debe compararse con las de Abrahán (Gen 12) y Moisés (Ex 3). Ésta es una llamada personal y “social”:
— Esta llamada marca un relevo generacional (Samuel en vez de Elí), con un traspaso de funciones: el profeta ocupará el lugar del sacerdote. Hay cambio fuerte, pero no violencia externa. El anciano liturgo (Heli) aceptara su “derrota”: Su tiempo ha terminado, empieza un tiempo de profetas.
— Esta es una “llamada personal”. La Biblia nos pone ante un hombre (un adolescente) que es capaz de escuchar y acoger la voz de Dios, marcando así para Israel una visión nueva y más honda de futuro (en la línea de este niño-Samuel pueden situarse, en una perspectiva muy distintas, las “revelaciones” modernas de los niños/niñas de Lourdes y Fátima, por poner un ejemplo.La de Samuel es muchísimo más poderosa y actual.
He desarrollado el tema en un libro antiguo: Dios judío, Dios cristianos, Estella 1996, 156-160. Mañana presentaré la llamada de Jesús a sus cuatro primeros discípulos según el Evangelio de Juan.
Necesitamos hoy “adolescentes samueles”, que escuchen a Dios desde el fondo de su vida, para superar un tipo de religión y santuario como el de Siló, envejecido, vendido quizá a los poderes del mundo y del dinero (como aquel de Siló…). Pero lea cada uno el texto y sienta, viva. La renovación tiene que venir desde abajo, de un adolescente como Samuel.
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1. Texto de vocación
Samuel aparece en la historia de Israel como el primero de los grandes mediadores de Dios, después de Moisés: Un hombre que escucha y transmite la Palabra de Dios, para anunciar al pueblo un juicio destructor que, paradójicamente, acabará teniendo forma salvadora, pues lleva a coronación de David como rey y al establecimiento del templo de Salomón.
Ésta vocación de Samuel, que ahora presentamos, explica de forma insuperable el proceso de escucha, educación y palabra del profeta. Estos son los protagonistas: Elí, sacerdote de Silo, Samuel, un muchacho, y Yahvé Dios. Así dice el texto, la primera lectura de este domingo.
El joven Samuel servía a Yahvé bajo el cuidado de Elí. En aquellos días la palabra de Yahvé era rara y no eran frecuentes las visiones. Un día estaba Elí acostado en su habitación; se le iba apagando la vista y casi no podía ver. Aún ardía la lámpara de Dios y Samuel estaba acostado en el templo de Yahvé donde estaba el Arca de Dios.
(Primera y segunda llamada) Y Yahvé llamó a Samuel y él le respondió: ¡Aquí estoy! Y corrió a donde estaba Elí y le dijo: ¡Aquí estoy! (Vengo) porque me has llamado. Y le respondió: No te he llamado. Vuelve, acuéstate. Y se acostó. Y Yahvé volvió a llamar otra vez a Samuel; y Samuel se levantó y fue a adonde estaba Elí y le dijo: ¡Aquí estoy! (Vengo) porque me has llamado. Y le respondió: ¡No te he llamado, hijo mío! Vuelve, acuéstate.Y Samuel no conocía aún a Yahvé, pues no se le había revelado la palabra de Yahvé.
(Tercera llamada) Y por tercera vez llamó Yahvé a Samuel y se levantó y fue a donde estaba Elí y le dijo: ¡Aquí estoy! (Vengo) porque me has llamado. Y comprendió Elí que era Yahvé quien llamaba al joven. Y dijo Elí a Samuel: Vete, acuéstate. Y si alguien te llama responde: Habla, Yahvé, que tu siervo escucha!
(Llamada definitiva) Y vino Yahvé y haciéndose presente le llamó como las otras veces, diciendo: ¡Samuel, Samuel! Y Samuel respondió: ¡Habla, que tu siervo escucha! Y dijo Yahvé a Samuel: Mira, yo voy a hacer en Israel una cosa (= palabra) que a todos los que la oigan les retumbarán los oídos. Aquel día haré que venga contra Elí y contra su familia todo lo que he dicho sin que falte nada. Comunícale que yo condeno a su familia para siempre…(1 Sam 3, 1-13)
Esta escena se ha popularizado, y así aparece en cuadros y narraciones espirituales de vocación con el título de el niño (o pequeño) Samuel. Pero el texto no le presenta como niño sino como joven (na’ar: 3,1), alguien que ha entrado en la adolescencia, sin alcanzar aún la madurez (puede tener unos 12 años).
El texto dice que sirve (mesaret) a Yahvé, como criado o ministro del sacerdote en las tareas del culto: duerme en el templo (hekal: 3,3) y cuida la lámpara hasta entrada la noche, y a la mañana abre sus puertas (6,15). Evidentemente vela por el orden de la Casa.
Así viven los dos en el templo de Silo: Elí, el anciano sacerdote, liturgo de una vieja dinastía corrompida de levitas (cf 1 Sam 2,11-36), casi ciego, y Samuel, el joven servidor que aprende a escuchar la voz de Dios educándose en el templo (3,2. 7). Ellos son los protagonistas.
La Biblia sigue diciendo que “era rara la palabra (dabar) y la visión (hazon) de Yahvé”. Silencio y oscuridad dominaban el entorno del anciano sacerdote ciego del templo de Silo, donde una antigua dinastía de levitas vivía de su oficio sagrado (aprovechándose del culto de los fieles), sin ponerse al servicio del verdadero Templo de Dios y de la justicia entre los hombres. Es como si la lámpara de Dios fuera a extinguirse y todo el pueblo terminara a oscuras con Elí ya retirado en sus habitaciones.
El texto nos sitúa ante una escena de hondo dramatismo. Avanza la noche se extingue la lámpara (ner), se apagan los ojos de Elí, y como faltan las visiones proféticas el pueblo acabará destruyéndose en un silencio ciego. Pero todo nos permite suponer que algo va a pasar: hay un joven en el templo, y duerme junto a Dios. Algo debe revelarse, superando la ceguera y la sordera antigua. Hablará Yahvé en la noche, hablará al joven Samuel: se apagará la vieja lámpara; morirá el anciano, pero un nuevo profeta abrirá un camino de vida para el pueblo, encendiendo la verdadera lámpara de Dios en Israel.
2. Tres llamadas (1 Sam 3,4-9).
Seguimos en el templo con los dos personajes (Elí y Samuel) que permanecen en la noche. En ese momento aparece uno nuevo, un tercero, que el redactor de la visión (y el oyente israelita) conoce bien: Yahvé, el Dios en cuyo honor se ha edificado y se mantiene el santuario. Por Is 6 sabremos que Dios se manifiesta desde el templo, como figura excelsa, entre serafines angélicos de fuego que vuelan y dicen. ¡Santo, Santo, Santo!
Pero aquí Dios no aparece externamente, no se desvela su figura: no hay visión, ni imágenes ni rasgos materiales (trono, manto, fuego, vuelo de serafines que entonan el trisagio). Todo es más sencillo: el simple susurro de una voz, rumor imperceptible de palabras en medio de la noche.
No hace falta mucha fantasía para revivir la escena. En la habitación reservada y principal del edificio del templo procura dormir el sacerdote, a quien el sueño se le escapa, por su misma ancianidad, por el pecado de sus hijos. Un joven e inexperto servidor está en la habitación contigua, abierto el oído a la voz de Dios, junto al lugar sagrado. Dios se encuentra cerca y habla, pero él joven no sabe aún discernir: piensa que le llama Elí y viene corriendo por tres veces, como criado solícito, dispuesto, atento a cualquier voz de su amo.
Habla Yahvé en el templo, en medio de la noche (tiempo de sueños sagrados, momento propicio a la “incubatio”: dejar que Dios hable cuando el hombre duerme junto al templo), pero al principio Samuel no comprende. Ésta es la trama de un gesto tres veces repetido, en un relato que nos puede parecer monótono (cf. 2 Sam 3, 4-5; 3, 6-7; 3, 8-9).
Dios llama, y Samuel escucha y responde diciendo ¡aquí estoy!, mientras corre hasta el lecho de Elí que le atiende y sin reproche alguno le dice que no él quien le llama, que vuelva de nuevo a su lecho. El relator (y el lector) saben de antemano lo que pasa. Pero Samuel y Elías no lo saben, deben aprenderlo, a lo largo de tres llamadas:
‒ La primera llamada es la más clara de todas, siguiendo un esquema bien preciso, que consta de tres partes: (a) voz de Dios que llama en la noche: (b) interpretación equivocada de Samuel que piensa que es Elí quien le llama: (c) negación tranquilizante de Elí, que le responde diciéndole que vuelva al lecho donde duerme (3, 4-5).
‒ La segunda (3, 6-7) acentúa el cariño de Elí. No se limita a decirle a Samuel ¡yo no he sido! sino que le llama beni ¡hijo mío! Es como si Samuel fuera el hijo bueno que Eli hubiera querido tener y no tiene, porque sus hijos sacerdotes están pervertidos. Como a hijo le trata, en medio de la noche, diciéndole que se acueste. Por su parte, el redactor del texto corta por un momento el hilo de la trama y, en paréntesis aclaratorio, disculpa a Samuel diciendo que ¡no conocía aún a Yahvé…! No sabía distinguir su voz de otras voces (3, 7).
‒ La tercera llamada (3, 8-9) transmite una visión más alta, vinculada paradójicamente con Elí. El sacerdote es débil y será condenado por la conducta de sus hijos, a quienes no ha educado en el “temor” sagrado (cf. 3, 11-14). No ha logrado ver el pecado que sus hijos cometen en el santuario, pero ha sido hombre de Dios, y descubre que es el mismo Dios el que llama a Samuel, y por eso le enseña a responder: ¡habla, Yahvé, que tu siervo escucha!
3. Vocación definitiva. Yahvé llama a Samuel por su nombre (1 Sam 3, 10-14)
Hay algo conmovedor en esta escena. El viejo sacerdote no conoce a Dios: ¡hace tiempo que no acoge sus palabras, empeñado como está en los simples cultos exteriores de su templo, pervertido por sus hijos! Pero reconoce y quiere que otros puedan escucharle. Por eso instruye al joven ofreciéndole una intensa lección de profecía y enseñándole a mantenerse en la presencia de Yahvé sin escapar; le educa para abrir sus oídos a la voz más alta.
Elí no dice a Samuel lo que tiene que escuchar, no le da lecciones de ortodoxia o teología, sino simplemente: ¡Atiende! ¡Dios mismo te dirá lo que él estime conveniente! En medio de sus culpas, precisamente en el momento en que su vida está acabándose, Elí conserva lucidez y dice a Samuel: ¡Escucha! ¡Acoge la palabra!
Sabemos que Israel conoce el nombre de Dios (Yahvé) y sabe pronunciarlo rectamente, pero lo que importa no es que el pueblo conozca el nombre de Yahvé, sino que Dios conozca el nombre del joven ayudante del templo, y sepa pronunciarlo, y le llame por tres veces de manera personal. Este es el centro y sentido de la profecía.
Dios ha llamado a Samuel por tres veces, pero Samuel no ha escuchado su nombre (cf. 3,4-9).
Sólo al final, cuando escucha que le llaman por su nombre (¡Samuel, Samuel!), el joven ayudante del templo puede elevarse y actuar en verdad como profeta. Samuel no ve serafines ni siente fuego en los labios (como en el caso de Isaías: Is 6), ni ve la gloria del carro de Yahvé (como en Ez 1), pero escucha la llamada con su nombre, y eso basta, pues el mismo Dios le hace profeta.
Este es un relato instituyente. Los reyes reciben el poder a través de una ceremonia de entronización, en medio del templo, siendo allí ungidos. Los sacerdotes reciben también su autoridad por un gesto de unción (cf. Lev 9) y por los dones sagrados que “llenan su mano” (el sacerdote oficiante pone en manos del nuevo sacerdotes los vasos del culto y las víctimas que ha de sacrificar u ofrecer). El profeta, en cambio, sólo puede apoyarse en la palabra que él escucha en privado, en medio del silencio de la noche, cuando sabe que Dios le llama por su nombre.
No existe un ceremonia de verdadera “ordenación” o nombramiento público para los profetas, sino una vocación o llamada personal de Dios. Ciertamente, el sacerdote Elí le aconseja (¡mantente firme, escucha!), pero en el momento decisivo no puede acompañarle. El joven Samuel tiene que acoger la voz a solas. La única garantía de la llamada profética es su experiencia de encuentro con Dios que le dice ¡Samuel, Samuel!
Como he dicho, este relato comenzaba diciendo que no había por entonces visión ni palabra (3, 1) como signos de la profecía, y así lo volverán a destacar algunos profetas y apocalípticos posteriores (Ezequiel y Zacarías; Daniel y Henoc). Pero aquí no hay visión sino sólo palabra de llamada personal, como dice el Deuteronomio:
¡Mucho cuidado! Cuando Yahvé, vuestro Dios,
os habló en el Horeb, desde el fuego,
no visteis figura alguna…
Yahvé os hablaba desde el fuego:
oíais palabras sin ver figura alguna (Dt 4,15. 12).
En sintonía total con esa norma, el redactor de 1 Sam 3 ha prescindido de visiones e imágenes. La presencia/acción de Dios se entiende en forma de palabra y se traduce a modo de juicio contra los sacerdotes corrompidos, que son aquí los hijos de Elí. Lo que Is 6 anunciaba al pueblo (¡han de morir los israelitas perversos!) lo aplica 1 Sam 3 a la casa de Elí: Dios viene a castigar a su familia sacerdotal, matando a su descendencia, destruyendo su templo.
Es evidente que el redactor de 1Sam 3 ha pensado en la historia posterior de los hijos de Elí (los elidas), que pierden su derecho sagrado, y quedan sin herencia sacral, sin Arca de Dios, sin santuario sobre el pueblo (cf 1 Sam 4 ss). Pero en el contexto del camino israelita, ese juicio y muerte de los hijos de Elí cumple una función salvadora, pues la providencia de Dios irá guiando las cosas, por la mano de Samuel, de tal manera que la destrucción del santuario de Silo (y la muerte de los sacerdotes antiguos) desembocará en la construcción del templo de Jerusalén, con sus nuevos sacerdotes, bajo la protección mesiánica de los descendientes de David.
4. Diálogo con Elí y conclusión (3, 15-20).
En este momento final, después que Dios ha revelado su palabra al joven Elí, vuelven a encontrarse los protagonistas de la escena: el anciano sacerdote que declina, el nuevo profeta a quien Dios confía su tarea de recrear al pueblo.
Elí sigue siendo una figura venerable. Sabe que Dios mismo ha hablado al joven servidor y le pregunta en la mañana. Es un anciano sacerdote desbordado por el paso de la vida, por la injusticia de sus hijos, pero sabe que el oráculo le atañe y quiere conocerlo, poniéndose a la escucha del joven servidor, a quien el mismo Dios ha elegido como profeta.
En medio de su infortunio, Elí actúa con inmensa dignidad. No amenaza a Samuel, no le reprocha ni le exige a la fuerza una respuesta. Simplemente quiere saber y, cuando escucha la palabra y sabe, acepta el veredicto: ¡Ha sido Dios! Este sacerdote venerable no es un perseguido del destino, ni una figura de tragedia griega. Es sólo un pobre servidor que ha cumplido mal su tarea: no ha sabido o podido educar a su familia. Lo reconoce así y acepta su final de muerte, en manos del Dios a quien no ha respondido de forma adecuada. El texto nos sitúa así ante un triple relevo:
‒ Hay un relevo generacional: el joven Samuel que ha escuchado a Yahvé en el templo ocupará el lugar del anciano de Elí. Éste es un cambio que, en algún sentido, va en contra de la línea de una religión tradicional, que valora a los ancianos (presbíteros) por encima de los jóvenes. Pero es un cambio que aparece de nuevo en el evangelio, cuando Jesús critica a los presbíteros legalistas como representantes de un tipo de religión que ellos han pervertido.
‒ Éste es también un traspaso de funciones: el joven profeta ocupará el lugar del anciano sacerdote, mostrando así que el centro de identidad de la historia israelita pasa de los sacerdotes a los profetas. Éste es un cambio fuerte, pero sin violencia externa. El anciano liturgo acepta su derrota. De esa forma, la palabra de condena contra su familia puede convertirse en promesa de vida para el pueblo.
‒ Éste es, finalmente, en otro plano, un traspaso de santuarios, que se va cumpliendo a lo largo de la historia de los libros de Samuel (1 y 2 Sam) y de los Reyes (1 y 2 Rey) como relevo de los antiguos santuarios (Betel y Siquem, Dan y Siló, Hebrón y Berseba…), a favor del nuevo santuario de Jerusalén.
A partir de aquí, toda la historia posterior de Israel, que se va explicando en los libros de Samuel se encuentra dirigida hacia el surgimiento de la nueva dinastía (centrada en David) y del nuevo templo universal judío (que será Jerusalén). Ese cambio marca la novedad de la historia de los judíos (pero no de los samaritanos, que terminarán poniendo de relieve la santidad del Templo de Garizím, sobre Samaría).
Sobre el cumplimiento de la profecía de Samuel, con la destrucción del templo de Silo, cf. 1 Sam 4-8 (muerte de Elí, toma del “arca de la alianza” por los filisteos). Fue Saúl quien destruyó ese templo, que seguía en ruinas en tiempo de Jeremías (cf. Jer 7, 12-14), y la causa de su destrucción se ha contado en esta historia de la vocación de Samuel. Ciertamente, Jerusalén sucederá de esa forma a Silo… pero Jesús dirá más tarde que a Dios no se le adora ni en Jerusalén ni en el Garizím (ni en Siló), sino en espíritu y verdad (Jn 4, 21-23).
Sobre la vocación de Samuel, cf.
G. del Olmo, Vocación de líder en el antiguo Israel, Univ. Pontificia, Salamanca 1973, 135-145;
J. Briend, Dieu dans l’Écriture, LD 150, Cerf, Paris 1992, 51-68;
M. Fishbane, 1Samuel 3: Historical narrative Poetics, en K. R. R. G. Louis y J. S. Ackerman, Literary Interpretation of Biblical Narratives II, Nashville, 1982, 191-203;
U. Simon, Samuel’s Call to Prophecy: Form Criticism with Close Reading, Prooftexts 1(1981) 119-132;
J. T. Willis, Samuel versus Eli, TZ 35 (1979) 201-212.
O. G. Schley,Shiloh. A biblical City in tradition and History, JSOT SuppSer 63, Shefield 1989, 139-165 (ofrece el contexto histórico);
H. W. Hertzberg, Samuelbücher, ATD 10, Göttingen 1965;
H. J. Stoebe, 1 Samuel, KT VIII, 1, Gütersloh 1873.
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