“Segundo Domingo de Navidad”. Ciclo B. 31 Diciembre, 2017
“Una profetisa, Ana, se presentó en ese mismo momento y daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban que Jerusalén sería liberada.”
En el evangelio de hoy nos encontramos a Jesús todavía como un bebé. A sus pocas semanas aún no puede explicar quién es, pero ya hay quienes lo reconocen.
En la escena, María y José suben al templo de Jerusalén para presentar a su hijo al Señor. Están cumpliendo con la Ley judía y con la costumbre. Pero lo que podría haber sido un simple trámito se convierte en una fiesta de alabanza a Dios. En la entrada del templo se encuentran con Simeón, “un hombre justo y piadoso”, y con Ana, una profetisa. Las dos son personas mayores y mantienen una relación muy cercana con Dios: Simeón “tenía el don del Espíritu Santo”, y Ana “daba culto a Dios noche y día”.
Donde la mayoría solo verían a una familia más, Ana y Simeón reconocen al Mesías, quien liberaría a su pueblo. Si son capaces de verlo en un bebé, su mirada tiene que ser necesariamente especial: miran desde sus esperanzas más antiguas y profundas, desde la gratuidad, con unos ojos limpios de expectativas y pretensiones. Reconocen porque su corazón está lleno de Dios. Así, no dudan ni por un momento de quién es ese niño. Bendicen y dan gracias a Dios llenos de alegría y con naturalidad: la experiencia de su larga vida les dice que Dios está especialmente en lo humilde, por eso no se extrañan ante tal Mesías.
Ana y Simeón reconocen la maravilla delante de ellos, el tesoro que Dios les regala y pone en sus manos, y lo aceptan dando gracias y bendiciendo.
Oración
“Enséñanos, Trinidad Santa, a reconocerte en los acontecimientos más sencillos. Concédenos una mirada capaz de asombrarse ante la maravilla. Y que no nos olvidemos nunca de alabarte y agradecerte.”
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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa
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