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10.12.17. Adviento 2, Juan Bautista. Quien tenga dos túnicas dé una…

Domingo, 10 de diciembre de 2017

c5980732-a23f-4765-9f9f-f7efc4b3df6aDel blog de Xabier Pikaza:

Dom 2 Adviento. Ciclo b. Mc 1, 1-8 La primera candela fue el pueblo judío, el camino de los profetas. La segunda es Juan, el último mayor de los profetas, testigo y promotor supremo del Adviento y mensaje de Jesús.

Conforme a Lc 1, Juan era de familia sacerdotal, del entorno de Jerusalén, pero dejó el sacerdocio del templo y se educó en el “desierto”, como los esenios de Qumrán (aunque quizá no con ellos).

Era levita, preocupado por el pecado y pureza del pueblo, pero abandonó su posible servicio sagrado, para actuar como profeta.

No aceptó el dominio de la ciudad sobre el campo, ni de los sacerdotes sobre el pueblo, y por eso volvió a los principios de Israel, en el desierto, para denunciar la injusticia imperante,esperando el juicio cercano de Dios, con un mensaje que, según el evangelio de Lucas, se condensa en tres mandamientos de Adviento:

‒ Economía universal: El que tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene ninguna, y el que tenga comida haga lo mismo.

‒ Economía para políticos y administradores. No exijáis nada fuera de lo establecido”

‒ Economía militar: Dijo a los soldados –No uséis la violencia, no hagáis extorsión a nadie, y contentaos con vuestra paga (3, 14).

Buen domingo a todos, con esta segunda “vela”, de velar (estar atentos), con Juan, el último profeta.

Texto base:

Surgió en el desierto Juan el Bautista, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados. Toda la región de Judea y todos los habitantes de Jerusalén acudían a él y, después de reconocer sus pecados, Juan los bautizaba en el río Jordán… Esto era lo que proclamaba: “Detrás de mí viene el que es Más Fuerte que yo. Yo no soy digno ni de postrarme ante él para desatar la correa de sus sandalias. Yo os bautizo con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo (Mc 1, 1.5.7-8).

Al optar por el desierto, Juan rechaza el modo de vida y las instituciones sacrales de la tierra de Canaán, volviendo al principio de la historia israelita (de Ex a Dt), reuniendo a sus seguidores en la zona de frontera, junto al río, para preparar el juicio de Dios y pasar a la tierra prometida. Mc 1, 6 afirma que él y sus discípulos comían saltamontes y miel silvestre, evocando un ideal de vuelta a la naturaleza, antes que los hebreos entraran en la tierra prometida. De esa forma instaura una comunidad contra-cultural (contra-económica): No compra en el mercado, ni adora en el templo, no acata las normas de pureza de fariseos y qumramitas.

Ese rechazo de Juan y su grupo (no comprar en mercado, no acudir al templo) culmina y se expresa en el bautismo del Jordán, que es un gesto de muerte y nuevo nacimiento: Los liberados del juicio podrán entrar de manera salvadora en la tierra prometida. El texto acentúa su función (¡yo os bautizo…!: Mc 1, 8) y su fuerte personalidad: ha convocado un grupo de seguidores, llevándoles al desierto y bautizándoles en el río de las promesas antiguas, con la certeza de que viene el Más Fuerte, el mismo Dios o su delegado final, en línea mesiánica .

Mensajero del juicio de Dios.

Juan es el profeta del otro lado, ante la gran frontera, pero sin atreverse a pasarla, hasta que Dios abra el río, para que los liberados pasen y tomen la tierra prometida. En el fondo de su gesto late el signo de Josué, la señal de que las aguas han de abrirse, cuando Dios decida, para que el pueblo entre en la tierra (Jos 5). Sólo Dios o su delegado mesiánico (el Más Fuerte) dividirá las aguas, a fin de que los elegidos crucen de la orilla del desierto a la tierra.

Juan creó, según eso, una agrupación de liberados contra-culturales, opuestos al mercado de alimentos
(¡no se compran ni venden, se comparten!), portadores de una esperanza de juicio, que se cumplirá cuando Dios abra el río para entrar en la tierra. Entre los que se situaron así, a la orilla del Jordán, dispuestos a escuchar la voz de Dios y pasar al otro lado, estuvo por un tiempo Jesús Galileo, que era quizá ya portador de una esperanza distinta. Pero las aguas no se abrieron y Jesús vino a Galilea, para iniciar un nuevo camino .

((Juan no fue el único en ponerse junto al río, esperando el juicio de Dios y la entrada en la tierra. Unos años más tarde, hacia el 44-45 d.C., se apostó también junto al río otro profeta apocalíptico:

“Siendo Fado procurador de Judea, un impostor de nombre Teudas persuadió a un gran número de personas que, llevando consigo sus bienes, lo siguieran hasta el río Jordán. Afirmaba que era profeta y que a su mando se abrirían las aguas del río y el tránsito les resultaría fácil. Con estas palabras engañó a muchos. Pero Fado no permitió que se llevara a cabo esta insensatez; envió una tropa de a caballo que los atacó de improvisto, mató a muchos y a otros muchos hizo prisioneros. Teudas fue también capturado y, habiéndole cortado la cabeza, la llevaron a Jerusalén” (F. Josefo, Ant XX, 97-98. Cf. Hech 5, 35-36).

En ese contexto puede situarse el milagro de la piscina probática (de ovejas, Jn 5, 1-15), donde se dice que Jesús no necesita un ángel de Dios para mover (dividir) el agua o río, pues él mismo lo hizo, precisamente en Sábado, superando así un tipo de sacralidad ritual israelita)).

La tradición sinóptica ha vinculado la muerte de Juan con su forma de criticar el nuevo matrimonio de Herodes (cf. Mc 6, 14-29). Insistiendo en un rasgo algo distinto, Flavio Josefo (que por otro lado le presenta como un profeta moralista) afirma que fue asesinado porque su mensaje escatológico (y su forma de vivir) podía provocar un levantamiento popular

Juan, de sobrenombre Bautista… era un hombre bueno que recomendaba a los judíos que practicaran las virtudes y se comportaran justamente en las relaciones entre ellos y piadosamente con Dios y que, cumplidas esas condicione, acudieran a bautizarse…, dando por sentado que su alma estaba ya purificada de antemano con la práctica de la justicia. Y como el resto de las gentes se unieran a él (pues sentían un placer exultante al escuchar sus palabras), Herodes, por temor a que esa enorme capacidad de persuasión que el Bautista tenía sobre las personas le ocasionara algún levantamiento popular (puesto que las gentes daban la impresión de que harían cualquier cosa si él se lo pedía), optó por matarlo, anticipándose así a la posibilidad de que se produjera una rebelión… Entonces, Juan, tras ser trasladado a la fortaleza de Maqueronte, fue matado en ella» (Ant XVIII, 116-119).

Josefo le hace así un moralista, parecido a los estoicos y cínicos de su entorno, un predicador de la virtud (cumplir la ley y contentarse cada uno con lo suyo), como supone de manera convergente Lc 3, 10-14. Pero de esa forma no se explicaría su condena, pues todo nos lleva a pensar que Herodes mandó matar a Juan porque tuvo miedo de su protesta social y de su anuncio del Más Fuerte:

Yo os bautizo en agua para conversión. Detrás de mí llega uno Más Fuerte que yo… Tiene el hacha levantada sobre la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado al fuego. Él os bautizará en Espíritu Santo y Fuego. Lleva en su mano el bieldo y limpiará su era: y reunirá su trigo en el granero; pero quemará la paja en fuego que jamás se apaga (Mt 3, 9-12; cf. Lc 3, 3-9).

Con su gesto (bautismo) y su anuncio, Juan proclama su amenaza final, preparando la llegada del juicio, que es Hacha que corta los árboles sin fruto, Huracán que limpia la era y Fuego que quema la leña inútil y la paja. En esa línea, su bautismo evoca por un lado la muerte (¡todo será destruido!), y, por otro, abre una esperanza de salvación para aquellos que lo reciben, dejando que Juan les introduzca en el río, para renacer de esa forma a la vida que se acerca:

‒ Juan se opone al poder socio-religioso del Templo de Jerusalén, que ha tomado el monopolio de la religión judía. Por eso se distancia del templo y sus ritos, volviendo a la ribera oriental del Jordán, para anunciar e iniciar la nueva entrada en la tierra, en contra de un orden ritual que expulsa a publicanos y prostitutas, a quienes él acoge, como hará Jesús (cf. Mt 21, 31).

Juan rechaza orden socio-económico simbolizada de un modo especial en las comidas, pero no en una línea de pureza ritual, pues la miel silvestre (no bien refinada) es impura, lo mismo que el pelo de camello, sino en el sentido económico-comercial. A su juicio es impura la comida del mercado, vinculada a la injusticia social que impide que todos coman .

Interpretación de Lucas. Juan Bautista y el dinero

Lucas ha reinterpretado ese juicio escatológico de Juan en forma de enseñanza ética, convirtiéndole en un moralista. Ciertamente, Lc 3, 7-9 le presenta como intérprete del juicio profético (ya está cayendo el hacha contra la raíz del árbol…), en un contexto de gran importancia económica, comparable al Magníficat (Lc 1, 45-56).

Pero más adelante, en Lc 3, 10-14, él ha traducido esa denuncia de juicio (fin de este mundo) en un mensaje de “organización ética de este mundo”, en la línea de una doctrina posterior de la Iglesia, que aparece en la glosa de Rom 17, 1-7, en 1 Pedro y en las Pastorales. Este es un Juan cristianizado, en la línea tardía del tiempo de Lucas (90-100 d.C.), un moralista de la justicia y equilibrio universal:

‒ Economía universal. “La gente le preguntaba: – ¿Qué tenemos que hacer? Y les contestaba: El que tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene ninguna, y el que tenga comida que haga lo mismo” (Lc 3, 10-11). Comida y vestido, que no ha de ser objeto de compra-venta, sino de comunicación y así deben compartirse. Quien atesore dos túnicas (casas, comida, monedas…), mientras otros no tienen ninguna, destruye el principio central de la justicia. Ésta es la base de la moral, dirigida a todos, no sólo a sacerdotes o gobernantes. Los objetos básicos de la vida (vestido, comida) ha de ponerse al servicio de todos, en línea de comunicación, no de compraventa. No se trata por ahora de creer en Jesús, ni de aceptar dogmas o caminos especiales… La única verdad moral consiste en compartir la vida, en contra de un sistema capitalista que amontona dinero (Mammón) mientras sigue habiendo gente sin comida o vestido.

‒ Economía para políticos y administradores. “Vinieron también unos publicanos a bautizarse y le dijeron: Maestro, ¿qué tenemos que hacer? Él les respondió: No exijáis nada fuera de lo establecido” (diatetagmenon) (3, 12-13). Juan supone así que hay un orden (sistema) de economía, y de esa forma pide a los funcionarios que sólo exijan lo regulado, que no cobren más, ni utilicen su poder al servicio propio. Este Juan sabe que puede haber normas injustas, que deben cambiarse, pero debe mantenerse firme el principio anterior de compartir lo que se tiene. En contra del Apocalipsis, él piensa que en principio los gestores del dinero pueden cumplir un servicio (¡de manera que no los demoniza!), pero sabiendo que en la base de todo es el principio anterior de “dar aquello que nos sobra a los necesitados…”. “Reyes y publicanos” no son dueños, sino administradores de un bien para todos. Este Juan aparece así como reformador, dentro del sistema, no para destruirlo, sino para ponerlo al servicio del bien común (para compartir túnica y comida, es decir, humanidad).

‒ Una “economía” militar “También los soldados le preguntaban: – ¿Y nosotros qué debemos hacer? Juan les contestó: –No uséis la violencia, no hagáis extorsión a nadie, y contentaos con vuestra paga” (3, 14). Este Juan admite la función de los soldados del Imperio, a quienes concibe como policías al servicio bien universal. Muchos judíos de entonces querían que se aboliera el imperio y no hubiera soldados, pues su función es intrínsecamente perversa (cf. Dan 2.7 y Ap 12-13). Pero Lucas admite a los soldados, y los presenta incluso como “pioneros” evangélicos (cf. Hch 10-11, conversión de Cornelio). No es antimilitarista, no es anarquista, ni celota guerrillero. Admite a los soldados, pero cree y dice que ellos deben cambiar y por eso les pide tres cosas: (a) No emplear violencia. (b) No extorsionar a nadie. (c) Contentarse con la paga”.

Este Juan de Lucas supone que los soldados no son (no han de ser) ser portadores de violencia (no emplean la espada), sino ministros de un orden social que no puede imponerse matando, sino protegiendo a los demás, como pacifistas activos, arriesgándose al servicio de los débiles, para defenderles.

En esa línea, el Bautista utiliza una palabra plástica “me sykophantêsete”, no seáis psicofantes, no utilicéis vuestro poder para imponeros a los otros. En contra de los que utilizan las armas para matar y enriquecerse, Juan pide a los soldados que las pongan al servicio de los indefensos. Lo mismo puede y debe decirse de los funcionarios (publicanos y empleados de la administración): No han de buscar dinero, sino cumplir su función al servicio de todos, sabiendo que la norma fundamental es la ya establecida: Si tienes dos túnicas dale una a quien no tiene ninguna.

Conclusión.

El proyecto y mensaje de Jesús se sitúa en ese contexto de gran crisis de Israel que estaba descubriendo y proclamando Juan Bautista, pero, pasado un tiempo, dejó el Jordán y vino a Galilea para iniciar por sí mismo el gran cambio, pero no para implantar el orden tranquilo que Lc 3, 10-14 atribuye más tarde a Juan Bautista (un equilibrio de publicanos y soldados), sino para anunciar la gran transformación mesiánica y liberadora de los pobres, en la línea del canto de su madre (Magníficat).

En esa línea, él vendrá a ser el profeta universal de la justicia mesiánica, secular y campesina, enraizado en las tradiciones populares de liberación, desde la esperanza de los pobres. La tradición posterior intentará vincular su movimiento con la tradición letrada de escribas y rabinos (y eso puede contener un elemento positivo), pero él fue ante todo representante y testigo de la esperanza de su pueblo, desde los marginados sociales con los que había convivido. Ciertamente, aceptó algunos rasgos del mensaje de Juan, pero más que el juicio de Dios le interesará la vida de los pobres, la transformación de los campesinos, enfermos y excluidos, insistiendo así en el aspecto social del mensaje.

Fue profeta de vida, no de libro, promotor de libertad entre los pobres, de manera que más que la gloria de Israel (su pureza nacional) le importaba la suerte de los marginados, excluidos, hambrientos y oprimidos, como había proclamado su madre (Magníficat). No buscó el equilibrio ético de Juan (tal como lo interpreta Lc 3, 10-14), ni el compromiso imperial de Rom 13, 1-7, sino que quiso situarse ante la desmesura del Dios de los profetas en una línea de amor fuerte que culmina de algún modo en el Apocalipsis.

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