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Dom 26.12.17. Cristo Rey, Dios encarnado. Un examen de conciencia (1)

Domingo, 26 de noviembre de 2017

23755124_889165477927312_4790226567752676245_nDel blog de Xabier Pikaza:

Fiesta de Cristo Rey, termina el curso/año litúrgico 2017, y es hora de sentarse a “juzgar” (quizá mejor, a discernir), el sentido y marcha de la vida,a partir de la conciencia de humanidad que llevamos dentro.

El evangelio de este domingo de juicio/discernimiento y salvación, es Mt 25, 31-46, el “retablo” o parábola del juicio, que, como indicaré en la próxima postal, es un auto-retrato de Dios. Ciertamente, este pasaje pone a los hombres ante su más honda conciencia. Pero,al mismo tiempo, ofrece un retrato-robot del Dios de Cristo, que se encarna en los hambrientos y oprimidos de la historia.

Sólo desde el fondo del Dios encarnado puede hablarse de un “juicio de la historia de los hombres”, que no es pura comedia, ni simple tragedia, sino un drama fuerte de vida, una aventura increíble de apertura al misterio de la libertad, el drama gozoso y fuerte del Dios de la Vida, que se sitúa ante sí mismo al situarse ante la historia invertida de los hombres.

— El juicio es ante todo un don gracia: el mismo Dios que es Rey viviendo, amando y animando en los oprimidos y expulsados (los sufrientes) de la historia,no desde arriba, sino dentro de ella.

— El juicio es un camino de los hombres en Dios. Viviendo y animando en nuestra propia vida, el Dios de Cristo nos anima a ser como él, dando de comer y beber, acogiendo y ofreciendo dignidad, cuidando a enfermos y encarcelados.

Entendido así, el juicio es un reto de los hombres, pero en especial un reto de Dios, que camina con nosotros como sabe el evangelio al llamarle “emmanuel”. Desde ese fondo quiero ofrecer como texto base de mi visión de Mt 25, 31-45 el trabajo que envié al Encuentro mundial de Pastoral Penitenciaria Católica, que se celebró en Panamá,del 7 al 10 de Febrero de este año, bajo el patrocinio del CELAM.

Por diversas razones no pude acudir al encuentro, pero envié mi estudio bíblico, que ahora, al final del 2017,ofrezco a mis lectores,en un momento cristianamente luminoso y difícil, cuando gran parte de la población (incluso la cristiana) parece ir en contra de lo que dice este pasaje, empezando por los hambrientos y terminando por los encarcelados

Aprovecho esta ocasión para agradecer la invitación de los promotores de aquel encuentro y vuelvo a publicar en dos postales los elementos centrales de mi ponencia, dedicada al estudio de Mt 25, 31-46, desde la perspectiva de los encarcelados, que aparecen en el juicio como signo de los últimos del mundo, los juzgados y condenados de la historia

.A la luz de esos juzgados/condenados del mundo actal quiero ofrecer mi comentario (examen de conciencia) del juicio (¿condena?) de la historia de Dios, perspectiva de la parábola final del Evangelio de Mateo, que hemos venido estudiando este año.

Retomo para ello también las claves de lectura de mi Comentario de Mateo, que se ocupa de un modo especial de este pasaje, con otros trabajos que he dedicado al tema. Buen domingo a todos.

1. Un texto clave (25, 31-46)

En esta parábola, que constituye el final y compendio de las enseñanzas de Jesús, según el evangelio de Mateo, culminan los diversos aspectos del discurso escatológico de Mt 23-25 y de todo el evangelio, desde una perspectiva de revelación de Dios y juicio de los hombres. Algunos rasgos de la revelación y juicio de ese texto pueden encontrarse no sólo en Israel, sino en otras naciones y culturas cercanas y lejanas (de Mesopotamia a Grecia, de Egipto a China…). Pero en su conjunto, este pasaje ofrece un mensaje que es único en la historia de la humanidad y ha marcado no sólo la visión del cristianismo, sino de toda la cultura de occidente (y del mundo) .

[Parábola] 25 31 Pues cuando venga el Hijo del Hombre en su gloria, y todos los ángeles con Él, entonces se sentará en el trono de su gloria; 32 y serán reunidas delante de Él todas las naciones; y separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras. 33 Y colocará las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda.
[Salvación] 34 Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. 35 Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui extranjero y me acogisteis; 36 estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. 37 Entonces los justos le responderán, diciendo: Señor, ¿cuando te vimos hambriento y te alimentamos, o sediento y te dimos de beber? 38 ¿y cuándo te vimos extranjero y te acogimos o desnudo, y te vestimos? 39 Y cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, vinimos a ti? 40 Respondiendo el Rey, les dirá: En verdad os digo: cada vez que lo hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí lo hicisteis.
[Condena] 41 Entonces dirá también a los de su izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno que ha sido preparado para el Diablo y sus ángeles. 42 Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed y no me disteis de beber; 43 fui extranjero y no me acogisteis; estaba desnudo y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis. 44 Entonces ellos también responderán, diciendo: Señor, cuando te vimos hambriento o sediento, o extranjero o desnudo o enfermo, o en la cárcel, y no te servimos? 45 El entonces les responderá, diciendo: En verdad os digo: cada vez que no lo hicisteis a uno de esto más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis.
[Conclusión] 46 E irán estos al castigo eterno, pero los justos a la vida eterna .

1. Un texto mesiánico central
Mt 25, 31-46 es un texto de revelación suprema de Dios y de juicio humano, elaborado por la Iglesia desde una perspectiva israelita de pacto, condensando de esa forma el mensaje de Jesús, en línea de apertura universal (revelación de Dios) y de compromiso creyente, identificando a Dios (a su representante) con los necesitados, en un camino que va del hambre a la cárcel :

‒ Este pasaje responde al mensaje de Jesús, que había vinculado su Reino con el juicio que ha de aplicarse a todos los hombres, partiendo de la misericordia de Dios, la curación de los enfermos y la salvación de los pecadores. En esa línea, el mismo Jesús o sus seguidores inmediatos han podido afirmar que Dios se identifica con los pequeños y los pobres, con quienes sufre y a quienes ofrece salvación .

‒ Este pasaje responde al mensaje de Mateo, y contiene aspectos (elementos) des “derecho escatológico” (Lc 12, 8-9; Mc 8, 38), expresado en la figura del Hijo del hombre, que, por un lado, comparte la suerte de los pobres (con quienes se identifica) y, por otro, juzga a los pueblos según la manera que ellos han tenido de tratarles. En esa línea podemos afirmar que ha sido formulado en su sentido actual por una iglesia judeocristiana como la de Mateo .

El texto de Mt 25, 31-46 se encuentra poderosamente influido por la teología israelita del pacto de Dios con los hombres, tal como ha sido reformulada por Jesús en su anuncio del Reino de Dios, con su forma de servir a los necesitados y con su muerte mesiánica. Éstos son sus rasgos principales:

‒Todos los pueblos. Por una parte, el mismo Jesús aparece como Mesías que muere por los hombres (es decir, como Hijo del Hombre) y así viene a revelarse al fin como juez y/o sentido de la historia humana, recibiendo ante su tribunal a todos los pueblos, sin distinción de superioridad de unos sobre otros. Se trata de un juicio “civil”, sin referencia al pueblo de Israel, ni a la Iglesia en cuanto tal, ni a los signos estrictamente religiosos.

‒ Juicio a cada individuo. El juez final se identifica con los necesitados concretos, que ya no aparecen como “pueblos” (¡no hay uno buenos y otros malos, pueblos salvados y otros condenados!), sino como personas, esto es, como individuos concretos, y juzga a cada hombre o mujer en concreto, cada uno con su responsabilidad ante los otros hombres o mujeres en cuanto necesitados, por encima de su pertenencia a un pueblo a otros.

‒ “Justicia” mesiánica. Esa justicia, que es la paz de Dios (la reconciliación final) viene a revelarse por medio de Jesús, el Emmanuel, Dios con nosotros (1, 23), que, por un lado, aparece como el pobre por excelencia (hambriento, extranjero, desnudo, enfermo, encarcelado) y, por otro, vine a presentarse, como aquel que ayuda a los pobres (hambrientos, enfermos, hambrientos, encarcelados). Dios mismo viene a revelarse por lo tanto como el necesitado (¡plano místico!) y como aquel que se expresa en la ayuda a los necesitados (¡plano de redención activa!).

2. Juez final, necesidades humanas

Éste es un texto paradójico en varios sentidos, pues recoge de forma universal la novedad del mensaje judío y cristiano de Jesús y de la Iglesia primitiva, sin que aparezcan expresamente sus rasgos confesionales, de manera que puede y debe entenderse como expresión del sentido de la humanidad en su conjunto:

‒ Por un lado, esta palabra proviene de la historia de Israel, y así recoge el mensaje central de la Ley y los profetas. Pero lo hace de un modo abierto a todos, pues no contiene nada exclusivamente judío, ni en su formulación (no habla del Dios Yahvé, ni del templo…), de manera puede aplicarse y se aplica por igual a todos pueblos, que vienen ante el Gran Juez con los mismos derechos y deberes, como si la pertenencia israelita no contara (y no cuenta en ese plano). El juez final aparece como Hijo del Hombres, es decir, como humanidad universal, como eso que pudiéramos llamar el principio divino de la humanidad.

‒ Es un texto cristiano y eclesial, y, sin embargo, no contiene ninguna referencia a la Iglesia, ni a Jesús, entendido de un modo confesional, pues el juez final no aparece como fundador de una religión especial, ni siquiera como el Cristo cristiano, sino simplemente como Hijo del Hombre, esto es, como principio divino de la humanidad y signo (portador) de las necesidades humanas . Ciertamente, el cristiano puede afirmar que ese juez final es el mismo Jesús de Nazaret, cuya historia está contando el evangelio de Mateo, pero ello no se dice expresamente. El texto en sí sólo supone y afirma el Dios del juicio se identifica con las mismas necesidades humanas (o, mejor dicho, con los necesitados).

Desde ese fondo han de entenderse la necesidades de los hombres, que el texto sitúa, de forma esquemática, en tres niveles: material (hambre y sed), social (exilio y desnudez), radical (enfermedad y cárcel). Esas necesidades expresan y condensan los males más corrientes de los hombres y mujeres, bien conocidos en la historia de los pueblos.

Ciertamente, no existe, que sepamos, ningún texto judío o pagano (egipcio, mesopotamio, chino…) que haya sistematizado las necesidades humanas de esa forma y las haya entendido como efecto de una falta de justicia unos hombres que no ayudan a los otros y como expresión del sufrimiento de Dios, que padece en los necesitados. Más aún, leído dentro del evangelio, este pasaje supone que los sufrimientos de los hombres se identifican con el dolor de Jesús, que los ha compartido con ellos (que ha muerto por ellos). Pero el texto en sí no lo dice, de manera que esas necesidades pueden entenderse de forma universal, sin tener que apelar a Jesús para entenderlas.

Este pasaje no discute la causa radical de esos males, aunque sabe que están vinculados con la injusticia humana (unos hombres no ayuda a los otros)… y sabe también que en ellos se expresa de un modo misterioso el mismo ser divino. El texto no razona sobre el origen del hambre o de la cárcel, sino que supone su existencia y busca una forma de solucionarlos, no en clave de imposición legal, sino de llamada a la conversión (transformación) humana, en una línea gratuidad, desde la experiencia del Dios que se hace presente en las necesidades de los hombres, y les pide que sean solidarios unos con los otros, en perspectiva de juicio final .

Como he dicho, el texto en sí no es cristiano (no contiene nada que sea específicamente confesional, propio de la Iglesia), pero los cristiano pueden y deben entenderlo desde la perspectiva de Jesús, a quien ellos identifican con el Hijo del Hombre que se sentará sobre el trono de su Gloria, para recibir al fin a todas las naciones. Según eso, la sentencia final de esta parábola la dicta Jesús, como Hijo del Hombre (=Hombre universal) y Gran Rey-Mesías de Dios, y él puede hacerlo así porque ha realizado su obra mesiánica en gesto de entrega de la vida (desde Mt 16, 21), incluyendo en su “yo” necesitado (y al fin asesinado) la opresión, sufrimiento y muerte de todos los humanos.

Jesús vincula así su camino de cruz con la necesidad y sufrimiento de los hombres y con la revelación de Dios, en una línea que puede situarse en la línea de Flp 2, 6-11, esto es, del himno pre-paulino donde se habla del Salvador de Dios que se ha encarnado en la debilidad y opresión de los hombres, para así caminar con ellos y liberarles de la esclavitud de nuestra historia concreta. Otras religiones han podido hablar en general del sufrimiento de Dios (que hace propios los sufrimientos de los hombres, sus amigos) y de un modo especial lo han destacado los mismos israelitas, pero sólo el cristianismo, y en especial el evangelio de Mateo lo ha expresado de esa forma sintética, en forma de juicio final .

3. Obras mesiánica: Justicia y Servicio, Acogida y Episcopado...

Los seis dolores mesiánicos del texto, que el Hijo del Hombre ha compartido (hambre-sed, exilio-desnudez, enfermedad-cárcel), se identifican con los sufrimientos reales de miles y millones de personas, no tienen nada de específico cristianos, como seguiré indicando. Pues bien, frente a ellos eleva nuestro texto las obras de ayuda que los hombres (los juzgados) deberían haber realizado para superarlos (dar de comer y beber, acoger y vestir, visitar y ayudar a los necesitados), a fin de que la historia humana fuera lugar y presencia de Dios.

La tradición cristiana posterior, al menos desde la Edad Media, les ha llamado “obras de misericordia”, añadiendo una obra más (enterrar a los muertos) y creando así una terminología específica, que ha definido la conciencia posterior de la Iglesia, tendiendo a decir que estas siete obras de misericordia son fundamentales para salvarse, distinguiéndose así de las “obras de justicia”, que serían necesarias par organizar este mundo, pero no para alcanzar la salvación final. De esa manera se han podido devaluar tanto las obras de misericordia (no servirían para organizar este mundo), como las de justicia (no servirían para la vida eterna). Pues bien, en contra de eso, el mismo texto afirma que estas son obras de justicia, servicio y acogida/episcopado:

‒ Son obras de obras de justicia, como dice expresamente el texto, pues aquellos que las cumplen se llaman justos: “Entonces responderán los justos (dikaioi)”, es decir los de la derecha (25, 37), es decir, los que han dado de comer y beber a los necesitados. Al utilizar este lenguaje, el texto asume no sólo toda la tradición de la justicia del Antiguo Testamento (la Tsedaqa: ayuda a los necesitados), sino todo el mensaje de Jesús en el evangelio de Mateo, a quien podemos llamar el evangelio de la justicia (cf. Mt 5, 20 hasta 23, 23).

Por eso, en sentido estricto, las obras de Mt 25, 31-46 no son de “misericordia”, esto es, de algo que puede o no hacerse (como algo que queda a discreción de los hombres), sino expresión de la justicia de Dios, que se expresa en la vida de los hombres. Eso significa que esos dolores no remediados provienen de la injusticia de los hombres, de manera que el sufrimiento de los encarcelados, en el que culminan los seis males de la humanidad, puede y debe entenderse como signo de máxima injusticia.

‒ Son obras de servicio, es decir, de diakonía, como dice expresamente la pregunta de los “condenados”: ¿Cuándo te vimos hambriento, sediento… y no te servimos” (kai ou diêkonêsamen soi?; 25, 44). No se trata pues de unas obras de misericordia más o menos discrecional, sino de servicio humano, en el sentido radical de la palabra, que todo el Nuevo Testamento ha situado en el centro del mensaje de Jesús de la tarea de la Iglesia. En un sentido extenso, el Nuevo Testamento distingue entre el doulos o esclavo, que sirve por necesidad, es decir, por condición social, el diakonos o siervo, que es un hombre libre, que sirve a otros por su propia voluntad., aunque a veces los matices se solapan. Sea como fuere, Jesús aparece en el Nuevo Testamento como el el gran servidos o diakonos, aquel que ha venido a servir a los demás, regalándoles la vida (cf. Mt 20, 28).

Aquí se expresa la gran revelación de este pasaje: El hombre está hecho para “servir a Dios”, sirviendo a los necesitados (en esa lista que va del hambriento al encarcelado). Servir es dar o, mejor dicho, darse para que el otro viva. Este descubrimiento de la solidaridad universal y del servicio concreto a los demás, como expresión y presencia de Dios (plenitud del hombre) constituye el mensaje central del evangelio. El hombre es el viviente cuya realidad se expresa en forma de amor activo a los demás, en línea de servicio. Ésta es la verdad y el contenido de la justicia, el servicio interhumano.

‒ Son obras de solidaridad y comunión humana, en el doble sentido de entrega activa (de ir donde los necesitados: los enfermos y los encarcelados) y de acogida (de recibir, synagogein, a los extranjeros…). En este contexto evoca el evangelio la palabra clave de la tradición judeo-cristiana de su tiempo, que es la de acoger y crear espacios de diálogo y convivencia, tal como se realiza especialmente a través de las “sinagogas”. A diferencia de la tradición judía, la cristiana ha puesto más de relieve la palabra “iglesia”, entendida en sentido más confesional, como asamblea en la que se reúnen los “convocados” y celebran el misterio de Jesús (cf. Mt 16,18 y 18,17). Pero en Mateo (y en la iglesia primitiva) sigue siendo fundamental la experiencia de la “acogida” humana, tal como se expresa por la palabra synagogein, sinagoga.

No se trata, pues, de ayudar simplemente desde fuera (como podría suceder en el caso de dar de comer y de beber), sino de acoger en el propio grupo, formando así comunión humana, un espacio de diálogo integral, superando las divisiones que se van estableciendo entre grupos y grupos. Así lo ha destacado 25, 35. 38. 43, poniendo de relieve la importancia de la “acogida”, como creación de un espacio de convivencia humana

‒ Son finalmente obras de episcopado, en el sentido también radical de la palabra. Como estamos viendo, los representantes del sentido más profundo de la humanidad de Dios son los que sufren, los necesitados (de los hambrientos-sedientos a los enfermos-encarcelados). Pues bien, en esa línea los representantes del Dios salvador son los que hacen justicia, sirviendo a los otros y acogiéndoles. En ese contexto ha proclamado Jesús la palabra central del “episcopado”, tanto en referencia a los enfermos (me cuidasteis: 25, 35), como en referencia a los enfermos y encarcelados (25, 43), utilizando en ambos casos el verbo episkeptomai (tener cuidado de, ayudar), del que viene el sustantivo episcopos, obispo, que es una especie de “superintendente”, encargado del servicio mutuo en la comunidad.

La iglesia posterior reservará el nombre y función de episcopos, obispo, a unos ministros especiales de la comunidad, que están al servicio de ella, en una línea que terminará siendo básicamente ritual y sagrada. Pero en este pasaje todos los seguidores de Jesús están llamados a ser obispos, responsables del cuidado de los demás (de los hambrientos, exilados, desnudos…), y en especial, de los enfermos y encarcelados sabiendo. Así culmina el sentido de estas obras que la iglesia posterior ha llamado de “misericordia”, obras que son mesiánicas y humanas (divinas) en el sentido radical de la palabra, pues expresan la presencia activa de Dios en el mundo.

4. Salvación mesiánica: Venid, benditos de mi Padre.

La trama del sufrimiento humano pide una respuesta que ha de darse en la historia, pero que la desborda, pues se expresa y ratifica en la culminación del tiempo (con la venida o manifestación del Hijo del Hombre). De esa manera, desde ese fin se entiende la acción en favor de los expulsados del conjunto social (hambrientos, exilados, enfermos, encarcelados…), una acción que no se ejerce en línea de antítesis violenta (lucha de pobres contra ricos, de libres contra encarcelados), sino de solidaridad transformadora entre todos los hombres y mujeres, de manera que el reino de Dios se identifica con el amor gratuito que unos ofrecen entre sí, sabiendo que los necesitados son el signo supremo de Dios y que los justos (los servidores, los que acogen y cuidan a los otros) son la expresión de su presencia en la historia.

Ciertamente, en un sentido, el texto se encuentra construido en forma de antagonismo simétrico entre ovejas y cabras, derecha a izquierda, servicio y no servicio, premio y castigo, situándose así en un plano legal, que responde de manera muy significativa al mensaje israelita y de la iglesia primitiva. Pero las dos partes de esa escena del juicio (derecha e izquierda, bien y mal) forman una especie de tablero simbólico, de tipo universal, para que en su fondo se destaque mejor lo inaudito: la preponderancia plena de la gracia de Jesús, Hijo de Hombre, que, tras contar esta “parábola”, según Mateo, seguirá caminando hacia la cruz para ofrecer su redención a muchos, es decir, a todos (cf. 20, 28; 26, 28). Sólo en ese fondo de entrega de Jesús puede entenderse este pasaje.

Este pasaje ha empezado a presentar a Jesús como Hijo del Hombre, es decir, el Hombre universal, representante de todos los hombres y mujeres, y en sentido especial de los más necesitados, con quienes él se ha identificado a través de su encarnación de su entrega a lo largo de la vida y, finalmente, de su muerte. En esa línea, le sigue presentando como el Rey (basileus: 25, 34), en el sentido bíblico del término. Rey no es aquel que se impone con poder sobre los demás, sino aquel que hace suyos los sufrimientos de todos los hombres de su reino, y en sentido especial de los más pobres.

2. Del hambre a la cárcel. El camino de los encarcelados

En ese contexto presenta y condensa este pasaje los seis sufrimientos básicos de la historia humana, que no son propios de un determinado pueblo o religión, de de un Estado concreto, de una clase social, sino de todos los seres humanos, representados de un modo especial por los más pequeños, es decir, por los que sufren.

‒ Ésta es, quizá, la primera tabla social (universal) de los derechos humanos, la más concreta e importante de todas. Éstos no son los derechos de una nación, de un Estado social, de una Iglesia… sino los derechos de la humanidad empezando por los pobres. Éstos son ante todo los derechos de los pobres (hambrientos, encarcelados), no en sentido general, como en la Revolución francesa (libertad, igualdad, fraternidad), sino en una línea concreta, que implica y exige la presencia, ayuda y asistencia del conjunto social (=dar de comer, visitar al encarcelado). Éstos son los derechos que todos los hombres y mujeres tienen a ser atendidos.

‒ Esos derechos marcan y definen el carácter divino de la vida humana, pues son los deberes y derechos del mismo Dios, que se ha encarnado en Cristo, no sólo de un modo individual (en Jesús, un hombre concreto), sino en sentido universal: en todos los hombres, y de un modo especial, en cada uno de los pobres en concreto, que son “hermanos” de Jesús, presencia de Dios. Esta encarnación de Dios (de Cristo) en los pobres-necesitados marca identidad suprema de la vida humana, como vida de Dios.

‒ Esos derechos suscitan unos deberes correspondientes, que se fundan en la gracia y compromiso básico de reconocer, acoger y ayudar al mismo Dios que está presente en los necesitados. En esa línea, el deber fundamental no es el de honrar a los poderosos, sino el de atender, acoger y cuidar a los necesitados.

Esos sufrimientos (con el deber que suscitan de ayudar a los necesitados) eran en tiempo de Jesús y siguen siendo en nuestro tiempo (2017) los sufrimientos y dolores normales de la gente, en un contexto y circunstancia de pobreza. Significativamente entre los que sufren esos males el texto no presenta de una manera expresa a los esclavos, ancianos o moribundos, ni a los huérfanos o viudas, ni a los marginados sexuales ni a los impuros religiosos, los publicanos o prostitutas…, sino que se limita a evocar seis tipos de hombres o mujeres sometidos a necesidades generales de tipo universal, que son como un compendio de todas las necesidades y opresiones de los hombres .

‒ Estas seis necesidades no son en principio de tipo religioso ni de estructura eclesial (el problema de fondo no es la falta de evangelización estricta, de buena religión o sacramentos…), sino de tipo humano, en el sentido básico del término. La iglesia cristiana, comprometida a cumplir estas “obras” (dar de comer, acoger al extranjero, visitar al encarcelado…), según el evangelio, ha de ponerse ante todo al servicio de la humanidad necesitada, por encima de un pueblo concreto (Israel, Antiguo Testamento), no para negarlo, sino para universalizar su aportación, o por encima de la misma iglesia, como institución creyente, tampoco aquí para negarla, sino para indicar mejor el sentido universal de su experiencia de Dios y su tarea de servicio humano.

‒ Son obras abiertas a todos los pueblos, es decir, a todas las unidades sociales, entendidas en forma cultural o social, cada uno de esos pueblos con su propia identidad, conforme a una visión común del Antiguo Testamento, que divide a los hombres y mujeres en lenguas y naciones (no en imperios, estados o clases sociales), para vincularlos después desde las necesidades de cada uno de los hombres. Significativamente, este pasaje deja a un lado las grandes unidades políticas (imperios, estados, reino…) que, a su entender son secundarias, para situarnos ante los pueblos, entendidos como unidades culturales y sociales de convivencia. Pero después tampoco los pueblos como tales importan, pues en contra de las grandes diatribas de los mensajes proféticos contra los estados-pueblos (cf. Ez 25-32), aquí esos estados-pueblos desaparecen inmediatamente, de manera que ante el juez final quedan sólo hombres concretos, de cualquier pueblo o nación. Esas necesidades son las que vinculan a todos los pueblos y las que suscitan una serie de “obras”.

‒ Estas obras no son todas las que deben realizarse, sino un compendio de ellas, como una indicación, un ejemplo y resumen de todas las posibles. No han de verse, por tanto, de un modo excluyente, sino inclusivo, pues en ellas se condensan todas las que pueden y deben realizarse a favor de los necesitados, hombres y mujeres sin distinción (¡aquí no hay nada exclusivo de hombres, nada de mujeres, todo se dirige a los seres humanos, incluidos varones y mujeres, grandes y niños, en la línea de Gal 3, 28).

‒ Éstas son, finalmente, unas obras in crescendo, es decir, estructuradas de un modo creciente, entre el hambre y el encarcelamiento. Es muy importante poner de relieve el orden progresivo, como si formaran una “cadena”, es decir, un proceso o progreso que va desde el hambre a la cárcel, que aparece como culminación de todos los males de la historia humana. Resulta fundamental tener en cuenta este ordenamiento, pues nos permite descubrir que la cárcel no nace de sí mismo, sino que, según Mt 25, 31-45, es la consecuencia y culminación de un tipo de males que empiezan con el hambre.

Como seguiré indicando, estas seis obras son de tipo humano integral, aunque después la Iglesia ha tendido a llamarles obras corporales, añadiendo una séptima (que sería enterrar a los muertos) y poniendo a su lado unas siete obras también importantes, que serían “espirituales” (enseñar a quien no sabe, dar buen consejo a quien lo necesita, corregir al que yerra…). Pues bien, conforme al esquema de Jesús, cuidadosamente estructurado por Mt 26, todas las obras de misericordia se condensan en estas seis, que son espirituales y corporales, que son cristianas siendo universales, que empiezan por el hambre y culminan en la cárcel, como seguiré indicando .

Por eso, según Mt 25, 31-46, no se puede visitar (liberar) a los encarcelados de verdad si es que no se empieza desde el principio, es decir, dando de comer a los hambrientos, para ir pasando desde ahí a todas las restantes (dar de beber, acoger a los exilados, vestir a los desnudos…). En ese sentido el “apostolado carcelario” (es decir, el envío de los cristianos a las cárceles del mundo) ha de entenderse como culmen y compendio de un testimonio completo de vida mesiánica, es decir, de compromiso al servicio de los necesitados.

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