Dom 29. X. 2017. Dios sólo no basta… y al prójimo amarás como a ti, pero recuerda que es otro
Dom 30, ciclo a. Mt 22, 34-40. Amarás a Dios con todo tu corazón y el prójimo como a ti mismo. Éstos son los dos primeros (y únicos) artículos del “mandamiento” o credo de Jesús, las marcas que señalan la identidad del cristiano, no para separarle de los demás, sino para unirle con todos los que se dejan amar y aman, de cualquier estado o raza que sean, varones o mujeres, judíos o romanos, de un estado político o de otro.
Dejarse amar de corazón por Dios (¡la vida!) y acompañar al prójimo en amor, esto es, en vida, no en ideología de política o de raza, esto es el evangelio, ésta es la fe de Cristo. Todo lo demás es apostilla, nota a pie de página, simple consecuencia.
Éste es el tema: Ser en amor, caminando así entre dos amantes – amados, que son el mismo (Dios “y” prójimo), inseparables ambos, siendo, al mismo tiempo, distintos en su unidad, como iré indicando, pues no basta con decir que yo amo a Dios si no amo al prójimo en concreto.
Según eso, la fe es dejarse amar por Dios (y por los otros) y amar a Dios y al prójimo en concreto, pero siempre en apertura a todos, sabiendo que en general los prójimos son distintos de tí, y que sólo en respeto a la distinción puedes amarñes, superando fronteras de religión y tendencia sexual de raza o cultura, como enseñó Jesús, pero siempre dialogando, respetando, buscando caminos de encuentro en la distinción. Aquí no basta con decir (como algunos dicen en la misa, que hay que amar “a muchos”). Muchos no basta, hay que decir de un modo universal “a todos”, siendo distintos.
No hay por una parte fe y por otra vida, sino que la misma vida de amor (el mandamiento) es fe. No hay por tanto una “ortodoxia” separada de la vida, una especie de creencia que vale aunque no se cumpla… El acto mayor de fe creer en el amor (que soy amado) y amar en concreto, con el riesgo y la gracia que eso implica
La ortodoxia es la “ortopraxia”, si vale la palabra. Creer es amar, no es otra cosa, pues en el fondo fe y amor se identifican: Creer a los demás, ser fiable para ellos. De esa forma el amor en que se unen Dios y el prójimo, según la respuesta de Jesús, es el único dogma del credo de la iglesia, de manera que todo lo demás (iglesia e instituciones eclesiales, jerarquía y dogmas, otros mandamientos) resulta secundario.
Imágenes:
1. San Serfín de Sarov y el oso. El amor al otro integrado en un sentimiento cósmico de amor sagrado
2. Cita de Machado: Ama al prójimo como a ti, pero sabiendo que es distinto y respetando su distinción, en línea personal y social, de ideas y de sentimiento.
3. Riesgo de que el prójimo sea sólo una imagen de ti mismo… no te veas sólo a ti mismo cuando le quieres… Es como tú, pero es él.
Buen día a todos, y como “ciervos de espesura” (San Juan de la Cruz) brindemos por el amor, que es siempre uno, siendo a la vez siempre doblo, como verá quien siga leyendo.
Texto. Mateo 22,34-40
En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?”
Él le dijo: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser.” Este mandamiento es el principal y primero.
El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los Profetas.”
Organizar los mandamientos
Se suele decir que este doble mandamiento recoge la experiencia más profunda de la teología israelita, que se funda en el Shema, amar a Dios con todo el corazón (Dt 6, 4-9; cf. Dt 11, 13-21 y Num 15, 37-41), y en el principio de amar al prójimo como a uno mismo (Lev 19, 18). Muchos habían hablado de estos “dos amores”, pero parece que Jesús fue el primero en formularlos de esta forma (cf. J. P. Meier, Judío marginal IV, 483-505).
Los que preguntan le piden a Jesús que diga cuál es el primer mandamiento, y lo hacen con autoridad, para ver si es ortodoxo en su doctrina. Le piden que diga el primero, pero él responde diciendo que hay dos, no basta uno:
1. Amar a Dios (dejarse amar por Dios), por encima de todas las cosas.
2. Amar al prójimo como a sí mismo”…
Le preguntan por uno, y Jesús responde con dos, como indicando que al principio no hay un tipo de monismo (sólo Dios o sólo el hombre) sino un dualismo básico, una unidad y distinción entre Dios (fundamento del que brota la vida del hombre, a quien hay que escuchar y acoger) y el prójimo a quien uno debe amar como a sí mismo, como si formara parte de la Vida de su vida.
Jesús forma parte del Israel mesiánico (Cristiano), de la Comunidad de aquellos que “escuchan” a Dios, es la Iglesia de Jesús, con la totalidad de los hombres y mujeres capaces de recoger amor (dejarse amar, naciendo en amor a la vida). Éste es el nuevo Israel, sin necesidad de templo ni de ley, de circuncisión ni de mandatos más concretos. Hay un único mandato, que vincula al “Israel de Dios”, formado por aquellos que se saben nacidod por amor y quieren expresarlo en su vida.
Este mandamiento dice “amarás…”. Dios habla desde su propia transcendencia gratificante, como amor… Habla Dios amando todo, y haciendo así que todos sean (como sabe y dice el libro de la Sabiduría, comentando el Shema y el principio de la creación). Pues bien, Dios ha creado al ser humano de tal forma que le hace capaz de responderle amando.
Al lado de ese ese “primer” mandamiento Jesús ha situado un segundo, que ya era conocido, pero que no había recibido la importancia que le da Jesús. Un mandamiento que es segundo (deuteros) y por tanto distinto, pero semejante al primero: “Amarás a tu prójimo…”.
Amores consubstanciales
Como el amor es “uno” (agapêseis) y el “objeto” del amor son dos (Dios y el prójimo) se plantea aquí una especie de “consustancialidad”, esto es, de identificación entre Dios y el prójimo. Éste es en el fondo el mismo tema que plantearán más tarde los concilios de Nicea (325 d.C.) y Calcedonia (451): Jesús es Dios y hombre… Siendo un hombre, Jesús es consubstancial a Dios, “homo-ousios”, de la misma ousía, de forma que en Jesús amamos, al mismo tiempo a Dios y al prójimo (dejándonos amar por Dios y el prójimo).
Mt 22, 39 dice que “el segundo mandamiento (amar al prójimo) es igual al primero… (amar a Dios)”. Ciertamente, la palabra que emplea el evangelio es “homoios” (semejante) y no “homo-“ igual), de manera que, según las controversias teológicas posteriores, podríamos hablar de un “homoiousios” en vez de un “homoousios”, como se dijo una y otra vez en la disputas arrianas, pero Mateo no ha planteado estos temas posteriores, sino que dado la misma dignidad a las dos mandamientos, pues en ellos se expresa y vive un mismo amor.
Un desbordamiento: del Amor a Dios (Shema) al amor al Prójimo
En este lugar de desbordamiento creador (donde Dios se hace prójimo) nos sitúa Jesús. Si sólo hubiera la primera parte (escuchar a Dios y responderle) el ser humano podría acabar en un espiritualismo teológico. Pues bien, para superar ese “riesgo”, retomando, pero situando en un lugar nuevo una palabra clave del judaísmo de su tiempo (Lev 19, 18), Jesús interpreta y amplia el amor a Dios diciendo: amarás a tu prójimo como a ti mismo.
La novedad de Jesús está en la fuerza que ha dado al término común agapêseis (amarás: hebreo ‘ahabta) de Dt 6, 5 y Lev 19, 18, uniendo los dos mandamientos (amores) y diciendo que no hay “otro” mayor que estos. Son dos amores, pero forman uno solo, son aquello que el escriba llamaba el primero de todos (prôte pantôn de 12, 28).
En este contexto se sigue acentuando la unidad de Dios, pero no de Dios en sí, sino del Dios con el prójimo. Quizá pudiéramos decir que en el principio está la dualidad: la relación con Dios se vuelve relación con el prójimo, es decir, de persona con persona, en el mundo, en gesto de encarnación. Por eso, quien dice “amar a Dios” (religión) está diciendo “amar al prójimo” (compromiso de solidaridad humana), como dice 1 Jn 4,20
Como a ti mismo. La medida del amor de Dios era no tener medida: experiencia de apertura infinita (con todo tu corazón, con toda tu alma). Pues bien, la medida del amor al prójimo es ahora mi propia medida: Amarás al prójimo como a ti mismo. Yo mismo soy amor: me amo a mí mismo amando al prójimo y viceversa. En ese sentido hay un amor propio que no es egoísmo sino apertura y solidaridad: No puedo amar al prójimo sino soy amor (si no me amo).
Entre el amor a Dios y al prójimo (y el amor a mí mismo) hay una relación que todo el NT se esforzará por explicitar, desde el anuncio de Reino de Jesús y la experiencia eclesial de la pascua. Por ahora el tema queda abierto. Jesús lo ha planteado de forma general, de manera que cada uno de los grupos judíos lo puede interpretar en clave algo distinta, como indicará el siguiente tema.
La ortodoxia es ortopraxia, la buena fe es buena conducta
Pues bien, para Jesús, la fe-mandamiento es amar: dejarse amar por Dios y amar al prójimo. No hay por una parte fe y por otra vida, sino que la misma vida de amor (el mandamiento) es fe. No hay por tanto una “ortodoxia” separada de la vida, una especie de creencia que vale aunque no se cumpla…
La ortodoxia es la “ortopraxia”, si vale la palabra. Creer es amar, no es otra cosa. Y de esa forma el amor en que se unen Dios y el prójimo, según la respuesta de Jesús, es el único dogma del credo de la primera iglesia. Ante de decir “Jesús es Cristo, Hijo de Dios” (y para poder decirlo), la Iglesia ha de decir, con su vida y obra, no con palabras: Sólo Dios es Dios, y el prójimo es (como) Dios.
Credo fácil, credo exigente
Este credo del amor doble parece fácil y en principio pueden aceptarlo no sólo los cristianos, sino también los judíos, y otros creyentes (budistas, hindúes) e incluso no creyentes, siempre que ‘Dios’ sea símbolo de aquello que define y sustenta en plenitud a los humanos, sabiendo que ha llegado el ‘tiempo’ de la plenitud.
Pero es también un credo exigente, pues implica descubrir al prójimo y amarle (es ‘como yo’). Teóricamente parece más fácil creer en la Trinidad y otros ‘dogmas’ cristianos, judíos o musulmanes, pues lo que ellos piden puede (podría) aceptarse básicamente, sin cambiar vida de los fieles. Pero, de hecho, este mandato de amor al prójimo, unido al del amor de Dios, es más exigente y define toda la vida y acción de los fieles.
Éste es un credo de amor o comunicación y supone que los hombres pueden y deben comunicarse, pues se encuentran fundados en una Gracia antecedente de Amor que es Dios, a quien conciben como principio de toda unión de amor. Este es un credo de comunión inter-humana: el creyente encuentra a Dios como Amor en las raíces de su vida (en su corazón y en su mente), descubriendo que puede y debe amar a los demás como ‘otro yo’, aceptarles como diferentes.
Éste es un credo de amor o comunicación y supone que los hombres pueden y deben comunicarse, pues se encuentran fundados en una Gracia antecedente de Amor que es Dios, a quien conciben como principio de toda unión de amor. Este es un credo de comunión inter-humana: el creyente encuentra a Dios como Amor en las raíces de su vida (en su corazón y en su mente), descubriendo que puede y debe amar a los demás como ‘otro yo’, aceptarles como diferentes.
Éste es un credo universal, que supera todo tipo de razón clasista e impositiva que actúa por talión o ley y quiere que amemos sólo a los demás en cuanto sirven o valen para nuestros intereses. De esa forma ratifica el valor incondicional de los otros (los prójimos), a quienes debemos amar como a nosotros, pero sabiendo que son diferentes.
De esa forma emergen en amor, al mismo tiempo, el prójimo, a quien se debe amar, y el propio yo (que aparece como destinatario y fuente de amor).
Este credo rompe unas estructuras de seguridad y separación social, nacional, económica o religiosa, pues afirma que cada prójimo es presencia de Dios y fuente de identidad para el creyente (he de amarle como ‘a mí mismo’), de modo que puede suscitar problemas a los judíos que defienden una elección particular de Dios y a los musulmanes capaces de justificar la guerra santa.
Identidad del prójimo. Dos posibles lecturas del credo
1. Tendencia nacional, grupal.
Prójimo sería ante todo el cercano, aquel que forma parte de mi grupo social y religioso. Con él me debo vincular, a él he de amar de modo peculiar, al menos mientras dura el tiempo de prueba y división de nuestra historia. De esa forma, el shema (escucha…) puede encerrar a quien lo afirma en los muros de un grupo (Israel, la propia Iglesia), de manera que el amor a Dios confirme y ratifique la identidad de los elegidos de la alianza (los judíos).
El amor se interpreta así en sentido restrictivo y se aplica conforme al talión: “Habéis oído que se ha dicho: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo” (Mt 5, 43). Prójimo sería el hermano israelita: es ‘como yo’, es de mi pueblo. El mandato del amor ratifica, según eso, la propia distinción y justicia de los ‘justos’, construyendo una muralla en torno a la Ley de Israel (o a un tipo de Iglesia, que apela a Jesús, pero tiende a cerrarse en su propia dinámica sacral).
2. Tendencia más universal.
Jesús ha expandido el alcance de prójimo, abriéndolo a todos los humanos y de un modo especial a los excluidos de la ‘alianza pura’: publicanos y pecadores, enfermos y excluidos. En esa línea sigue el texto: “Yo, en cambio, os digo: amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial que hace brillar el sol sobre malos y buenos…” (Mt 5, 45 par). Sólo es universal el amor ofrecido al enemigo, favoreciendo así, de un modo gratuito y desinteresado, a los expulsados del propio pueblo, iglesia o conjunto social.
Ésta es la interpretación mesiánica del shema: ha llegado el tiempo. Jesús y sus seguidores aman y ayudan en concreto a los expulsados, superando así la amistad o solidaridad de grupo. Amar a los demás ‘como a uno mismo’ supone buscar el bien de ellos, en cuanto distintos, con su propia identidad individual o de grupo (como musulmanes o paganos…), no para obligarles a ser como yo, integrarles en mi grupo.
La confesión mesiánica tiene, según eso, un contenido práctico y ha de interpretarse desde el compromiso de Jesús a favor de los expulsados del sistema del templo de Jerusalén. Por eso, el cristiano es un israelita que traduce la experiencia del amor de Dios como amor a los impuros, que parecen y son un peligro para el sistema. La confesión cristiana supera
todos los posibles grupos de ley y de grupos de sacralidad cerrada, desde una experiencia superior de gratuidad, que es fuente de comunión entre todos los hombres.
Amor cerrado, amor universal. Reinterpretación de Lucas (Lc 10, 25-37)
Ciertamente, hay un amor cerrado: de hermanos a hermanos, de buenos a buenos, conforme a una circularidad sagrada o conveniencia de conjunto. Ese amor vale para triunfar y puede interpretarse como inversión económica (amar para que te amen, dar para que te den, como un en banco: cf. Mt 5, 43-48 par; Lc 14, 7-14) y calcularse según ley, pero deja fuera de su círculo a los otros, los caídos a la vera del camino, como el que bajaba de Jerusalén a Jericó (cf. Lc 10, 30) y los hambrientos, exilados, enfermos y encarcelados de Mt 25, 31-46, que no caben en el buen sistema.
Desde este mismo fondo ha de entenderse la reinterpretación de Lucas (que añade a este pasaje de los dos amores la parábola del Buen Samaritano). En el texto de Lucas, es un escriba quien pregunta y quien responde, reasumiendo toda la Ley (de la Escritura) en estos dos mandatos. Pero después el mismo escriba pregunta: ¿quien es mi prójimo?
Da la impresión de que sabe quién es Dios y el modo de amarle rectamente. Pero no sabe quien es mi prójimo y cómo debe amarle. La respuesta de Jesús introduce aquí la revolución cristiana de Dios, con la parábola del buen samaritano, que da un sentido nuevo a todo lo anterior. Esa parábola nos permite descubrir la exigencia del amor al prójimo. Aquí está el sentido radical del credo cristiano, de los dos amores… Un credo que, al final, se condensa y se cumple en el amor al prójimo.
Desde ese fondo se puede decir: quien sólo ama a Dios, no ama ni a Dios (pues en el verdadero Dios se incluye también el prójimo). Por el contrario, quien ama al prójimo ama también a Dios (aunque no lo sepa, pues Dios está en el prójimo). Aquí está la novedad del evangelio: sólo el que ama de verdad al prójimo (el que se hace prójimo como el buen samaritano) conoce de verdad a Dios.
(Tema de fondo en Evangelio de Mateo, VD, Estella 2017)
Imágenes:
1. San Serfín de Sarov y el oso. El amor al otro integrado en un sentimiento cósmico de amor sagrado
2. Cita de Machado: No hagas al prójimo como a ti, ámale como a ti, pero sabiendo que es distinto y respetando su distinción, en línea personal y social, de ideas y de sentimiento.
3. Riesgo de que el prójimo sea sólo una imagen de ti mismo… o descubrimiento de que tiene el mismo valor que tú.
Comentarios recientes