“¡Bendita Reforma!”, por Marco Antonio Velásquez Uribe
“Intrepidez evangélica y audacia profética”
“La iniciativa de Lutero era una interpelación moral y una llamaba a la conversión eclesial”
“Gracias a ese soplo del Espíritu -que condujo a Martín Lutero por los caminos del atrevimiento evangélico- Dios ha despertado nuevas vocaciones y misiones“
(Marco Antonio Velásquez Uribe).- El 31 de octubre de 1517 quedó en la historia como el inicio de la Reforma. El gesto del predicador de la iglesia de Todos los Santos de Wittenberg -el monje agustino Martín Lutero- de clavar en las puertas del templo sus 95 tesis contra la venta de indulgencias, abría un gran capítulo en la historia de la Iglesia.
La acción de Lutero respondía a una crisis institucional, cuyo icono era la reconstrucción de la Basílica de san Pedro en Roma, que había diezmado las finanzas de los Estados Pontificios. En ese contexto, la venta de indulgencias -dispuesta por el Papa León X- era la solución para acaudalar recursos económicos necesarios para concluir tan magna obra.
En la base de la crisis estaba el dinero, representado por la venta de indulgencias. Ello despertaba un cuestionamiento moral indiscutible, con mayor razón desde que Roma dispusiera el uso de la sacramentalidad del perdón de los pecados para atender el propósito mundano de ostentar poder, graficado en la construcción del nuevo templo. Visto así, la iniciativa de Lutero era una interpelación moral y una llamaba a la conversión eclesial.
La rápida difusión de las tesis y su creciente adhesión, fueron configurando en rebeldía la actuación de Lutero. La respuesta de Roma fue acusarlo de herejía y más tarde, el 3 de enero de 1521, la excomunión. Así, la decisión del Papa León X originaba el mayor cisma de la historia de la Iglesia, después del cisma de oriente ocurrido 500 años antes.
Las consecuencias no sólo fueron religiosas, también hubo efectos económicos y políticos, como la guerra de los treinta años, en la que se involucraron estados partidarios de la Reforma y estados contrarreformistas.
La Reforma trajo para la Iglesia romana una importante pérdida de poder, en cuyo contexto se convocó al Concilio de Trento para reforzar las alicaídas estructuras eclesiales. Comenzaba así la Contrarreforma.
La respuesta de Roma a la Reforma de Lutero fue reestructurar el poder institucional, reforzando el papado, aumentando la jerarquización y extremando los controles. Prueba de esto último fue la creación de la Santa Inquisición.
Paralelamente, con la Reforma comenzaba una nueva manera de vivir el cristianismo.
Mientras la libertad de espíritu caracterizaba a los reformistas de Lutero, la consolidación de las estructuras y el control tipificaba al catolicismo. Asimismo, si el apego a la Biblia distinguiría a los seguidores de Lutero, el alejamiento de la Palabra en la feligresía católica se instalaría como una costumbre que duraría 450 años, hasta el Concilio Vaticano II.
Era evidente que la condición de biblista de Lutero despertaba temores en la jerarquía católica, con lo que la Biblia terminó siendo recluida en las esferas de la erudición. Fruto de ello, los protestantes evolucionaron en su formación espiritual; mientras los fieles católicos debieron conformarse con subsidios litúrgicos, rezos repetitivos y jaculatorias.
Si la espontaneidad guiaba la fe protestante, la rigidez caracterizaba al catolicismo. Así, mientras los seguidores de Lutero se lanzaban a conquistar el mundo, los de Roma se replegaban. Y mientras unos exploraban la fuerza centrífuga de la acción del Espíritu, la diáspora, la catolicidad se aglutinaba en torno a la fuerza centrípeta del Paráclito, la cohesión. De ello surgió una Iglesia protestante “en salida” y una Iglesia católica ad intra.
En el comienzo, el común denominador de los pueblos de una y otra denominación era la ignorancia y una deficiente formación cristiana. Sin embargo, el paso del tiempo fue definiendo una impronta de preparación y formación entre los protestantes; mientras la infantilización definía al catolicismo. Comenzaba a consolidarse así una enorme brecha formativa entre unos y otros. Mientras la obediencia y subordinación eran vistas como virtudes católicas, la parresía, la autonomía y la audacia distinguía a los protestantes.
Así, la fe católica pasaba a ser una espiritualidad subsidiada y mediada humana y jerárquicamente, mientras el protestantismo adquiría intrepidez evangélica. El paso del tiempo fue definiendo una suerte de idiosincrasia religiosa, donde el ser católico responde a conductas regidas, dependientes y controladas; mientras el ser protestante tipifica conductas no controladas y espontáneas, con mayor libertad apostólica.
Gracias a esa libertad de espíritu, la teología protestante se adentró por nuevos derroteros, llegando a hacer de la doctrina de la justificación un núcleo fundamental. De ahí el descubrimiento de la gratuidad, la gracia y el amor de Dios, que pasaron a conformar parte del patrimonio protestante, hasta hacerse universal y compartido por todos los cristianos.
En materia de espiritualidad, el protestantismo -marcado por la doctrina de la justificación- se fue configurando en torno a cierto intimismo; mientras que la catolicidad -regida por la necesidad de manifestar la fe en obras- fue asimilando los valores de la justicia y de la vida en común. De esa manera, el gran aporte del catolicismo ha quedado reconocido en la historia por su magisterio social, llegando a ser fuente de inspiración universal.
Tras 450 años de enemistad, recién el Concilio Vaticano II vino a descubrir el camino del reencuentro y de la necesidad de reconstruir la unidad de los cristianos. Los soplos del Espíritu impregnaron los corazones de los aventureros del ecumenismo, que a 500 años de la Reforma, comienza a despertar múltiples espacios de colaboración, de celebración en común y de respeto recíproco, aunque no exento de dificultades.
Incluso hoy, cuando los cristianos de cualquier denominación están expuestos a las mismas persecuciones y atrocidades en distintos lugares del mundo, el Papa Francisco los invita a asumir la unidad en el martirio, en lo que ha llamado el “ecumenismo de la sangre”.
Entonces, al cumplirse 500 años de la Reforma, bien vale proclamar sin temor: ¡¡Bendita Reforma!!, porque gracias a ese soplo del Espíritu -que condujo a Martín Lutero por los caminos del atrevimiento evangélico- Dios ha despertado nuevas vocaciones y misiones; prueba de ello es que, en la actualidad, más 500 millones de cristianos protestantes, de las más diversas denominaciones, en los más variados lugares del mundo, dan testimonio de que Dios está vivo y que la historia es conducida por el mismo Espíritu.
Gracias a esa audacia profética, muchos más todavía, a lo largo de la historia, han descubierto el sentido de las Bienaventuranzas y multiplican esa tierna y consoladora alegría del Evangelio.
Fuente Religión Digital
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