Jesús, profeta laico
ECLESALIA, 16/10/17.- Jesús fue un laico, no dependió de la jerarquía religiosa de su pueblo, sino que tuvo serias discrepancias con ella. Era, como nosotros, una persona sin ningún tipo de poder religioso dentro de las instituciones religiosas judías.
Pero Jesús era creyente, era un ferviente creyente, que vivía intensamente la unión con su Padre Dios. Y que también vivía intensamente el amor hacia sus hermanos los hombres.
Jesús debió meditar profundamente sobre estos dos grandes amores: Dios y los hombres. Desde su infancia su espíritu fue creciendo en amor, sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres. Fue educado en la fe religiosa judía y en las tradiciones del pueblo de Israel, pero se dio cuenta de que esa fe y esas tradiciones no eran suficientes para luchar contra el sufrimiento humano, y que incluso la religión ritualizada y jerarquizada era una de las cargas más pesadas que tenía que soportar el pueblo.
Cuando Jesús alcanzó su madurez humana y espiritual se dio cuenta de que la religión, tal como estaba estructurada, no era un camino para la “salvación“, es decir para la realización plena del ser humano, para su felicidad, y soñó con un mundo nuevo, con el Reinado de Dios. En este mundo ya no tendría la religión ritualizada la exclusiva para llegar a Dios, sino que, al contrario, era un obstáculo para cumplir su voluntad, porque la voluntad de Dios es que el hombre viva y sea feliz. Jesús descubrió que el camino para llegar a Dios consistía en el amor a los hermanos, especialmente los más pobres y los excluidos por los poderes de este mundo, sean políticos, económicos o religiosos.
Jesús no fundó una nueva religión. Su mensaje no es un mensaje religioso, sino ético, de amor. Jesús no instituyó una nueva jerarquía eclesial: sacerdotes, obispos, sumos sacerdotes. Todo ello fue una construcción humana copiada de la religión judía y de las religiones paganas del mundo antiguo. Si Jesús hubiera nacido en otra religión su mensaje habría sido esencialmente el mismo, puesto que no afectaba a creencias, ritos o dogmas sino al comportamiento de justicia y amor hacia los más pobres y marginados, que es común a cualquier ser humano sensible y de buena voluntad.
El ejemplo máximo de comportamiento “cristiano” en el Evangelio es atribuido por Jesús a un ”hereje”, un samaritano, que es el único que auxilia al herido tendido a la orilla del camino. Esto nos puede enseñar que lo que nos convierte en seguidores de Jesús no son los ritos, ni los dogmas, ni la obediencia a la “jerarquía”, sino el amor y la justicia hacia los pobres, marginados y víctimas de las injusticias de los poderosos. Y que son seguidores de Jesús los que obran así aunque sea de otra religión o incluso cuando no profesan ninguna.
Tres textos de los evangelios que resaltan la laicidad: Mateo 25, El Juicio de las Naciones, Mateo 5, Las Bienaventuranzas y Mateo 19, El joven rico.
La Iglesia oficial no se puede identificar con el Reino de Dios. Tampoco podría identificarse con este reino una Iglesia que siguiera las enseñanzas y el ejemplo de Jesús. Esta sería sacramento del Reino, parábola del Reino, porque el Reino está siempre en construcción, es un camino, no una llegada. El Reino de Dios es justicia, paz y amor y conseguirlo es un camino sin fin
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