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Un banquete que termina mal. Domingo 28. Ciclo A

Domingo, 15 de octubre de 2017

banquete-de-bodaDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El domingo anterior, la parábola de los viñadores homicidas terminaba diciendo que la viña sería consignada «a un pueblo que produzca sus frutos» (v.43). Algo parecido afirma la parábola de hoy, la de los invitados al banquete, que nos ha llegado a través de Mateo y Lucas. Para comprender el enfoque de Mateo considero esencial tener en cuenta no sólo el texto de Isaías sino también el de Lucas.

El punto de partida: un festín de manjares suculentos (1ª lectura)

La parábola de los invitados a la boda se inspira en un poema del libro de Isaías a propósito del gran banquete que Dios organizará “en este monte”, Jerusalén, que supondrá la alegría, la salvación y la victoria sobre la muerte para todos los pueblos.

            Aquel día,

            el Señor de los ejércitos preparará para todos los pueblos,  en este monte,

            un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera;

            manjares enjundiosos, vinos generosos.

            Y arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos,

            el paño que tapa a todas las naciones. 

            Aniquilará la muerte para siempre.

            El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros,

            y el oprobio de su pueblo lo alejará de todo el país.

            Aquel día se dirá:

            «Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara;

            celebremos y gocemos con su salvación.

            La mano del Señor se posará sobre este monte.»

La reinterpretación irónica de Lucas (Lc 14,15-24)

El texto de Isaías podía provocar en cualquiera el sentimiento que pone Lucas en boca de un oyente de Jesús: «¡Dichoso el que coma en el Reino de Dios!». Entonces Jesús, con gran dosis de ironía y realismo, cuenta una parábola que podemos dividir en dos actos:

Acto I:

un hombre organiza un gran banquete;

envía a un criado a llamar a los invitados;

los invitados se excusan de buena manera.

Acto II:

El hombre, irritado, manda al criado a invitar al banquete a pobres, lisiados, ciegos y cojos;

el criado obedece, pero todavía sobra sitio;

el hombre vuelve a enviarlo «hasta que se llene la casa».

Moraleja:

«Ninguno de aquellos invitados probará mi banquete».

En la versión de Lucas, la parábola contada por Jesús explica por qué en la comunidad cristiana (el banquete) no están los que cabría esperar (los judíos), sino otros (los paganos). Del optimismo exagerado de Isaías pasamos al terrible realismo con que Jesús enfoca siempre las cuestiones.

La reinterpretación más dura y crítica de Mateo

La versión de Lucas podía suscitar en las comunidades cristianas un sentimiento de satisfacción y de falsa seguridad. Para evitarlo, Mateo añade una última escena e introduce también interesantes cambios; los dos actos se convierten cuatro:

            «El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: “Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda. ” Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: “La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda.” Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales.

            Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?” El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: “Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.” Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.»

Acto I:

  Un rey invita a la boda de su hijo;

envía criados (en plural);

los invitados no quieren ir.

Acto II:

El rey vuelve a enviar criados;

los invitados no hacen caso a los criados e incluso matan a algunos de ellos;

el rey mata a los asesinos y prende fuego a su ciudad.

Acto III:

El rey manda a recoger a por las calles a todo, malos y buenos;

La sala se llena de comensales.

Acto IV:

El rey descubre a un comensal sin traje de fiesta;

manda expulsarlo del banquete.

Moraleja:

«Hay más llamados que escogidos».

Mateo ha reinterpretado la parábola a la luz de los acontecimientos posteriores y en clara polémica con las autoridades religiosas judías.

En el Acto I, el protagonista no es un hombre cualquiera, sino un rey (Dios), que celebra la boda de su hijo (Jesús). Y no envía a un solo criado, sino a muchos (referencia a los antiguos profetas y a los misioneros cristianos). Los invitados, en vez de excusarse de buena manera, como en Lucas, simplemente no quieren ir.

Entonces introduce Mateo un acto nuevo (II), donde la invitación del rey encuentra una oposición mucho mayor (incluso llegan a matar a algunos criados) y la reacción del monarca es terrible, porque manda su ejército a acabar con los asesinos y a prender fuego a la ciudad (destrucción de Jerusalén por los romanos en el año 70).

El Acto III también representa una novedad con respecto a Lucas: no se invita a pobres, lisiados, ciegos y cojos, sino a todos, buenos y malos. El enfoque socio-económico de Lucas (en el banquete entran los marginados sociales) lo sustituye Mateo por el moral (todo tipo de personas).

Pero Mateo añade un nuevo Acto, el IV, que es la que más le interesa: un invitado se presenta sin vestido de boda y es echado fuera.

Con estos cambios, la parábola explica por qué la comunidad cristiana está compuesta de personas tan imprevisibles y, al mismo tiempo, contiene un toque de atención para todas ellas. En el Reino de Dios puede entrar cualquiera, bueno o malo. Pero, si se acepta la invitación, hay que presen­tarse dignamente vestido.

Ni frac ni maxifalda

Para entrar en una mezquita hay que descalzarse. Para entrar en una sinagoga hay que cubrirse la cabeza. Para entrar en cualquier iglesia se aconseja o exige un vestido digno. Pero el vestido del que habla la parábola no se mide en centímetros ni se debe caracterizar por su elegancia. Es una forma de comportarse con Dios y con el prójimo. O, utilizando una metáfora de san Pablo, hay que vestirse de nuestro Señor Jesucristo. No es un disfraz. Es un modo de vivir y de actuar que recuerde a los demás, dentro de lo posible, como él vivió y actuó.

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