Francisco de Asís, vestido de Evangelio
En la Fiesta de san Francisco de Asís siguiendo su ejemplo, se nos invita a despojarnos de todo lo superfluo y revestirnos con la desnudez del Evangelio:
Su vida estuvo enteramente caracterizada -hasta el momento de la conversión- por la búsqueda de un modelo que pudiera educar y plasmar su natural propensión al canto.
Lo encontró de repente en el Señor Jesús, en la belleza de su vida narrada por el Evangelio y, en particular, en el luminoso canto nuevo de su muerte en la cruz.
Dejó que la pasión marcara cada uno de sus pasos y afinara de manera progresiva todas las fibras de su persona con la humanidad del Hijo de Dios, que se entregó por completo a sí mismo por nosotros.
Francisco oró así: «Te ruego, oh Señor, que la ardiente y dulce fuerza de tu amor arrebate mi mente de todas las cosas que hay bajo el cielo, para que muera yo de amor por tu amor, como tú te dignaste morir por amor a mi amor» (oración Absorbeat).
Su camino estuvo siempre acompañado por confirmaciones y consuelos. Su predicación y su ministerio tocaron el corazón de las personas y suscitaron decisiones de conversión y de reconciliación.
Su manera de seguir radicalmente al Señor se volvió, cada vez más, casa hospitalaria para otros muchos hermanos y hermanas, que encontraron en su itinerario personal una modalidad radical y actual de interpretar y vivir el Evangelio de la nueva estación histórica que avanzaba. Sin embargo, en el tiempo del monte Alverna, parece apagarse el canto fluente.
En esta estación encuentra Francisco la prueba más terrible: las fatigas originadas por un movimiento que se institucionaliza -que pierde en intensidad evangélica y llega incluso a dudar sobre la posibilidad de que sea integralmente practicable su estilo de vida- repercuten en su misma fe.
La pregunta sobre la verdad de sus intuiciones más profundas y la duda sobre el origen divino de su proyecto de vida resuenan en un silencio opresor en el que Dios no parece hablarle ya, a pesar de haberlo buscado con tanta tenacidad.
Francisco experimenta el abandono de Dios y se retira de los hermanos para no mostrar su semblante, que ha perdido la serenidad habitual. El canto nuevo, por consiguiente, no le fue dado en un momento de paz y consolación, sino en un momento en el que -como dice el salmista- «fallan los cimientos» (Sal 11,3) y todas las seguridades parecen hundidas
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C. M. Martini – R. Cantalamessa,
La cruz como raíz de la perfecta alegría,
Verbo Divino, Estella 2002, pp. 15-16).
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