El amor, “Punto de encuentro” con Dios, por Gonzalo Haya
Se desplomó el Templo y apareció el Santo Grial. Sabíamos que estaba allí, pero no nos atrevíamos a tirar ni un solo altar para buscarlo. Esta es la impresión que tengo a medida que voy buscando la espiritualidad, el fondo común de todas las religiones y sabidurías.
El Santo Grial es la experiencia del amor; del amor-compasión, del amor-donación gratuita. Todos lo hemos experimentado, no en plenitud pero sí en alguna medida; sin embargo pocos llegan a reconocerlo como la esencia de toda espiritualidad, como el punto de encuentro con Dios.
Junto con Pedro puedo decir “Realmente, voy comprendiendo que Dios no discrimina a nadie, sino que acepta al que lo respeta y obra rectamente, sea de la nación que sea (Hechos 10,34-5)”. Ibn Arabí declaraba “profeso la religión del amor y voy adondequiera que vaya su cabalgadura, pues el Amor es mi credo y mi fe”. Rumî sabía que “El hombre de Dios está más allá de toda religión”.
El autor de la primera carta de Juan había comprendido que “el que no ama no tiene idea de Dios, porque Dios es amor” (1Jn 4,8). Al final de su vida el apóstol Juan no se cansaba de repetir “amaos unos a otros”, aunque sus discípulos parecían cansados de oírle decir lo mismo. San Juan de la cruz decía que al final de nuestra vida “nos examinarán sobre el amor”.
Las religiones son válidas en la medida en que transmiten una espiritualidad, en la medida en que transmiten el amor-gratuito; pero son obstáculos en la medida en que excluyen “al otro” de ese amor, o en la medida en que contaminan la libre adhesión con el miedo.
Jesús rechazó muchas tradiciones de su religión, pero rescató su espiritualidad y enseñó a sus discípulos a amar a Dios como Padre y al prójimo como hermanos; acogió entrañablemente a todos los que acudieron a él sin preguntarles por sus creencias religiosas, y ponderó la actitud de algunos por encima de la fe de su propio pueblo.
Los colores y los sonidos son medios que transmiten la experiencia de la belleza; no son la belleza, pero con ellos expresamos la belleza. También las religiones son el dedo que apunta a la luna, son medios para descubrir el amor, son andamiaje para construirlo, y prótesis para reforzarlo. No le quitemos sus gafas a quienes las necesitan para reconocer al prójimo, pero no se las exijamos a los que no las necesitan, o a los que incluso les estorban.
La viuda que entregaba al fastuoso Templo lo que ella necesitaba para comer estaba engañada; creía en el Templo que Jesús rechazó junto con sus impuestos (Mc 11,11-15; Mt 17,24-27), pero él la alabó porque había descubierto el Grial. Aquella viuda no encontró a Dios en el Templo sino en la generosidad de su amor.
Se puede estar equivocado en las costumbres y en las explicaciones -religiosas o no-, pero haber acertado en el amor verdadero. Por el contrario en la vida hemos conocido teólogos, filósofos, o científicos, con poca experiencia del amor-compasión, y a gente pobre e ignorante abierta a las necesidades de los demás. Ayer oí a una madre de trece hijos que decía: simplemente con quererse, todo está arreglado.
Esto no es una invención nueva, Jesús sabía que Dios se oculta a los sabios y poderosos y se revela a los humildes (Mt 11,25). Hoy diríamos que Dios se manifiesta a todos, pero solamente lo encuentran –lo desvelan- los que experimentan el amor-gratuidad (y en la medida en que lo experimentan).
El que ama al prójimo, ama a Dios –”conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40)- y pertenece al Reino de Dios, aunque no pertenezca a la Iglesia ni a ninguna religión.
La liturgia ha consagrado un expresivo himno gregoriano:
Ubi caritas et amor Deus ibi est
Donde hay amor verdadero, allí está Dios
Gonzalo Haya
Fuente Fe Adulta
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