Ni da largas, ni pasa de largo III
Yolanda Chaves; Mari Paz López Santos; Patricia Paz
Los Ángeles; Madrid; Buenos Aires.
ECLESALIA, 15/09/17.- Jesús iba siempre de camino, se abría a los encuentros y por medio de parábolas apostaba por abrir a la gente a la comprensión de lo que era el Reino. Aquel día se metió en harina y les dijo que “El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa” (Mt 13, 33).
En esta acción dinámica entre el reino de Dios, Jesús y la vida cotidiana, a las mujeres se nos reintegró la dignidad, la autoridad moral y la libertad que aún nos niegan las estructuras de poder. Con Jesús a las mujeres se nos reconocieron las capacidades religiosas, intelectuales y morales sin un hombre como intermediario entre estas dimensiones.
En la parábola de la mujer, la levadura y las medidas de harina, Jesús habla de “fermentar. Esa es la auténtica llamada a las mujeres en la misión de Dios hoy también. ¿Cómo podemos llevarla a cabo? ¿Cómo podemos ser fermento en la masa de la Iglesia?
Quien alguna vez ha trabajado con levadura sabe que para que la masa leve hace falta que la proporción entre los ingredientes, la temperatura y el tiempo de levado sean los adecuados. La levadura es condición necesaria, sin ella la masa no se transforma, pero no es condición suficiente. La Iglesia, la masa, tiene que poner su parte para el éxito de la gestión. Las mujeres desde siempre están haciendo lo suyo, desde lo pequeño, lo oculto, lo aparentemente sin importancia, sin ellas es obvio que la Iglesia no seguiría viva. Basta para confirmar esto darse una vuelta por cualquier parroquia.
Los ejemplos de la relación de Jesús con las mujeres trabajadas en artículos anteriores nos da la razón. Esta comunidad inclusiva de Jesús se fue perdiendo con el tiempo, así como se perdieron también muchas de sus enseñanzas. El Reino sigue siendo un sueño en el mundo, una utopía. Pero si cada una de nosotras acepta ser levadura, contribuiremos a la trasformación necesaria para que cada vez más el mundo se parezca al Reino.
A continuación proponemos algunas sugerencias:
- Trabajar para recuperar el cristianismo inclusivo e igualitario del primer siglo, hasta que lleguemos a acostumbrarnos a la dignidad, la capacidad intelectual y la autoridad moral de las mujeres, reconocida hace poco más de dos mil años por Jesús.
- Salir de actitudes de subordinación, haciendo oír nuestras voces en las comunidades donde actuamos. Si queremos ser luz no podemos esconder la lámpara debajo de un cajón (Mt 5, 15). No se trata aquí de lucimientos personales, si no de construir comunidades inclusivas.
- Trabajar juntos para superar falsos estereotipos con respecto a las funciones y aportes que tanto mujeres como varones pueden hacer en la Iglesia y en el mundo.
- Recuperar la memoria de tantas mujeres que ejercieron un liderazgo dentro de sus comunidades, y que con sus acciones ayudaron a impulsar la historia de la Salvación.
- Trabajar en nuestras iglesias locales para reconocer que en la Iglesia global todas y todos nos necesitamos, que lo que a una u otra comunidad le afecta, tarde o temprano afectará a la mía.
Hermanas, si todas nos tomamos en serio esa labor de “fermento” en nuestras comunidades eclesiales, estaremos dando un paso firme y definitivo, aún sin esperar a un reconocimiento expreso de las autoridades de la Iglesia… ¡Jesús ya lo hizo!
Con esa confianza tenemos que hacer efectiva la libertad nosotras mismas cada día, desde nuestra vida cotidiana. Así podremos proclamar junto a Pablo: “ya no hay judío ni pagano, esclavo ni hombre libre, varón ni mujer, porque todos ustedes no son más que uno en Cristo Jesús” (Gal 3, 28)
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