De su blog Homoprotestantes:
Si los cristianos LGTBI+ hiciésemos una selección de libros de la Biblia donde escuchamos con más claridad la Palabra de Dios dirigiéndose a nosotras, con toda seguridad Job no faltaría. El autor de esta obra elige como protagonista a un hombre que no solo no era judío, sino que formaba parte de un pueblo, el edomita, percibido como enemigo por los israelitas. De hecho “Edom ha seguido siendo en el judaísmo el nombre que describe crípticamente a los estados o poderes que persiguen a los judíos(1)”. Y no hay más que escuchar hoy los mensajes de la ortodoxia cristiana, que hace de nosotras y nuestra supuesta “ideología de género” el poder demoníaco que la amenaza, para entender que la experiencia del edomita Job refleja en buena parte la nuestra.
Comienza la obra con un Dios que se muestra satisfecho por la actitud y el comportamiento de su siervo Job: “Ciertamente no hay otro como él en la tierra: hombre justo y honrado(2)”, a lo que Satán, una especie de fiscal de la corte celeste, responde: “¡lánzale tu mano, toca lo que es suyo!, ¡a ver si no te maldice a la cara!(3)”. Y tras el permiso de Dios para que Job fuese puesto a prueba por Satán, con la condición de que no tocara su cuerpo, el tentador acabó con sus siervos, su ganado y finalmente con sus hijos e hijas. Cuando Job recibió la noticia de que lo había perdido todo, mostró su dolor: “se rapó la cabeza y se arrojó por tierra, prosternándose(4)” y exclamó: “¡Desnudo salí del vientre de mi madre y allí volveré desnudo! Dios dió, Dios quitó; ¡bendito sea el nombre de Dios!(5)”. De esta manera se mostró respetuoso ante la voluntad divina.
Nuestro protagonista es presentado en un estado de perfección paradisíaco, desde donde se erige como ejemplo a imitar, él es sin duda el ideal al que aspira el patriarcalismo. Digamos que Job es un hombre “como Dios manda”, un hombre de éxito y un ejemplo para la sociedad en la que vivía, su vida es la confirmación de la teología del momento: “quien asume su lugar en el mundo patriarcal, tiene éxito y todo le va bien”. Como indica con acierto Satán, desde esta posición es fácil ser íntegro, por eso el enviado de Dios le hace caer de la cúspide y le desposee de todo aquello que lo convierte en un modelo positivo de masculinidad. No parece importarle demasiado al autor cómo se siente Job por la pérdida de sus hijos e hijas, si fuera así podría haber escrito una obra entera para explicarnos sus sentimientos, pero prefiere centrarse en la situación de un hombre que ha recibido la afrenta de perder sus riquezas, y lo que es más importante, de no tener ya una descendencia que recuerde su nombre. Job de un plumazo, es expulsado del centro de poder heternormativo de su tiempo y es empujado a los márgenes de la sociedad, esa en la que vivían los perdedores, los pecadores.
Eso es lo que somos las personas LGTBI+ a ojos de la religiosidad legalista, personas desposeídas de la dignidad suficiente para ser ejemplo de cualquier cosa. Seres humanos lanzados por la heteronormatividad desde lo alto de la cúspide de la sociedad a lo más bajo e indigno justo en el momento en el que nos atrevemos a mostrarnos íntegros y agradecidos con la diversidad con la que Dios nos ha bendecido. Y al recibir la noticia de que hemos perdido todo aquello que nos hace respetables para nuestras iglesias, nuestras familias o amistades, tenemos la opción de comenzar a gritar y a revolvernos sobre nosotros mismos añorando volver al Edén perdido. Muchos hemos pasado por ahí durante años, implorando el perdón con cada una de nuestras acciones. También podemos renegar del Dios al que hemos seguido, porque quizás simplemente lo hacíamos por inercia cuando todo nos iba de maravilla. O finalmente podemos entender que nuestro seguimiento no depende del lugar donde el Satán de la homofobia, la bifobia y la transfobia nos haya colocado. Que desde cualquiera de los escalones de la pirámide social, aunque sea el último, podemos trabajar por la justicia, podemos servir a Dios. Porque la denuncia del Satán que nos humilla, de la transfobia, homofobia, bifobia, del machismo… se puede hacer desde cualquier lugar; pero no hay grito más constante, o acción más decidida, que la de aquellos y aquellas que ya no pueden descender más, y que se abandonan a la voluntad divina para destruir pirámides y construir un mundo nuevo donde todos los seres humanos tengan el mismo valor.
Ante la muestra de fidelidad de Job, Dios se alegra ante Satán: “Aún se aferra a su integridad, pese a que me incitaste contra él para que lo destruyera de balde(6)”. A lo que el destructor responde: “ponle la mano encima y tócale huesos y carnes…, a ver si no te maldice a la cara(7)”. Y tras recibir el permiso divino con la condición de que no le quitara la vida, Satán “hirió a Job con escoriaciones malignas de la planta del pie a la coronilla(8)”. Pero Job se mantuvo firme incluso cuando su esposa le incitaba a que maldijera a Dios y se muriese. Su respuesta contundente: “hemos de aceptar de Elohim el bien, y ¿acaso no hemos de aceptar el mal?(9)”.
La heteronormatividad, no sólo tiene un impacto en nuestras relaciones o en la manera que la que la sociedad nos percibe, también lo tiene sobre nuestro cuerpo. Sabemos exactamente como son los cuerpos que la heteronormatividad construye, y como deben expresarse dependiendo del género que se impone. Y para conseguir la aceptación muchas personas torturan su cuerpo en un gimnasio, toman vitaminas, anabolizantes, o se ponen silicona en cualquier parte del cuerpo. Otras van un paso más allá y entienden que la castración es la única posibilidad para hacer concordar su género y su sexo. La lucha por la aceptación tiene un precio muy alto en los cuerpos de quienes creen que es posible satisfacer las exigencias heteronormativas, y finalmente acaban por sucumbir, porque si hay algo efímero en nosotras, es nuestro cuerpo. Sí, ese cuerpo que es reducido a la capacidad de gestar en las mujeres, o a los genitales en los hombres gays. A un error de la naturaleza en el caso de las personas trans, a un objeto erótico en el de las mujeres lesbianas, o si hablamos de personas interesexuales, a un lugar de experimentación donde los divinizados doctores eligen cuál es el sexo más conveniente.
Quien no se haya percatado ya de que la ideología heteronormativa ha llagado nuestros cuerpos para hacerlos parecer enfermos y repugnantes, es que prefiere estar mirando hacia otro lado. Y cuando el autodesprecio a una misma y el rechazo al propio cuerpo es tan grande, quizás la tentación de maldecir a Dios y tirarlo todo por la borda se hace presente. Supongo que es la falta de autoestima, de respeto al propio cuerpo, lo que lleva a muchas personas a mantener relaciones sexuales sin protección, a buscar placer a través del dolor corporal, o a encomendarse a doctores sin escrúpulos ni preparación que les rajarán de arriba abajo. Sin embargo Job nos invita a rechazar dichas tentaciones. Incluso cuando la heteronormatividad se ceba con nuestro cuerpo, nosotras podemos mantener la dignidad y no lanzarnos en manos de la muerte. La desesperación puede ser muy fuerte, pero es posible resistirnos, esa es la única forma de acabar con ella. El Satán del libro de Job desaparece para siempre cuando éste se niega a rendirse y maldecir a Dios, ya no aparecerá de nuevo, serán otros los tentadores, pero es posible enfrentarse a ellos cuando una ha sabido sortear la muerte. Cuando ha elegido no maldecir y vivir, cuando ha decidido mirar hacia delante a pesar de todo, proponiéndose respetar el propio cuerpo y construyéndolo en consonancia con la propia identidad, no con la que la ideología del binarismo impone.
Job tiene razones para sentirse decepcionado con el Dios en el que cree, por mucho que diga acepar el dolor que cree que éste le está produciendo, es evidente que se siente dolido, ¿quién no lo estaría? Pero si no reniega de Dios y de la vida, es porque aún le queda alguna esperanza de que ese Dios sea realmente quien le ayude a alcanzar la justicia que como ser humano merece. Y esa es la misma esperanza que tenemos los cristianos y cristianas LGTBI+, lograr que ese Dios que un día creímos que era nuestra enemiga, se ponga de nuestro lado y nos traiga justicia. No se trata de venganza, el libro de Job no habla de eso, sino de dignidad. Y de descansar en la promesa de que Dios está siempre del lado del oprimido, y que es nuestra obligación denunciar a quienes utilizan su nombre para imponer una ideología de odio y exclusión.
Carlos Osma
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Notas:
- J. Trebolle, S. Pottecher. Job(Madrid; Editorial Trotta, 2011), p.102
- Job 1,8
- 1,11
- 1,20
- 1,21
- 2,3
- 2,58
- 2,7
- 2,11
Artículo publicado originalmente en la revista Locademia de Teología
Biblia, Espiritualidad
2017, Antiguo Testamento, Job, LGTBI
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