En su nombre.
El evangelio de hoy es un texto significativamente comunitario. Mateo emplea por primera vez aquí el término hermano para hacer referencia a las personas que forman parte de la comunidad y muestra costumbres que, seguramente, formaban parte de la organización y el modo de vida de las primeras comunidades.
El relato refleja, desde la memoria de estas comunidades mateanas, la importancia que tenía para quienes profesaban la fe en Jesucristo, el cuidado de las relaciones interpersonales. Por eso el evangelista pone en boca de Jesús lo que conocemos como corrección fraterna (Mt 18,15-18) y oración en común (vv.19-20).
“Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos”. En algunas de las traducciones nos encontramos con otra expresión diferente: “si tu hermano te ofende”. Quizás esta segunda variante nos ayude a relacionar mejor que el pecado no es sólo una falta “contra Dios” sino también contra el hermano. Aún más, que pecamos, es decir, “ofendemos a Dios”, cuando actuamos negativamente con su Creación y sus creaturas.
Esto nos recuerda lo necesario del diálogo y de la compasión en nuestras relaciones humanas. Relaciones que son, en definitiva, el eje principal de nuestra vida comunitaria y eclesial. De nada sirven las reuniones, celebraciones o proyectos que llevamos a cabo si no cuidamos -en lo concreto- la relación con los demás, con las hermanas y hermanos que el Señor nos ha regalado como compañeros de camino, con los otros seres vivos y con todo el planeta que nos acoge.
Jesús, con sus palabras, muestra una vez más comprensión y firmeza, sensatez y libertad. La corrección fraterna, en cualquier grupo, se nos hace difícil. Quizás sea de las cosas que más nos cuesta vivir con madurez. Pero ésta se hace sencilla cuando parte del cariño y de la humildad. Del saber que todos nos equivocamos en algún momento y que “hoy te toca a ti y mañana a mí”. Esta corrección busca, desde el corazón, no humillar, sino sostener en las dificultades al hermano. Y esto es así porque le muestra a éste aquello que no ha hecho del todo bien para que pueda crecer y ser mejor persona. La corrección “no hace ruido”, por eso Jesús invita a estar “a solas entre los dos” y si no, como mucho, “en comunidad”. Es justamente todo lo contrario a la murmuración, tan frecuente en los grupos humanos. Y, por supuesto, tan diferente a pregonar a viva voz las debilidades de los demás.
En realidad la corrección fraterna debe ser parte de nuestra vida, de las relaciones familiares, fraternas, de amistad, comunitarias… No está llamada a ser un acto puntual sino un modo de vivir en el que la otra persona es más importante para mí que los actos que realiza. Por eso busco su bien, su crecimiento, su desarrollo como persona y como creyente desde el amor verdadero. Bien vivida es de las experiencias más enriquecedoras para ambas personas porque el reto no es sólo para el que debe acoger la corrección, sino también para el que la realiza pues implica para éste madurez, amor, bondad, libertad y espíritu de discernimiento. Igualmente, consciencia de que todos somos “santos y pecadores” y, por tanto, todos necesitamos de esa persona amiga que nos haga ver con mayor claridad si nos hemos desviado del camino por alguna causa. Como suele suceder en todo lo humano, quien mejor sabe llevar a cabo la corrección fraterna es quien la ha experimentado en su propia piel y ha saboreado el bien que conlleva.
“Os aseguro que lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo”. Esta expresión es dicha con anterioridad a Pedro (cf. 16,19) como cabeza de la comunidad. Ahora Mateo expone que la gracia (y el deber) de perdonar es concedido a toda la comunidad, a cada miembro. Nadie queda excluido de la búsqueda de diálogo o de soluciones ante un conflicto. De todos es la responsabilidad de la marcha comunitaria y del bien común. A todos se nos exige una madurez que estamos llamados a ir alcanzando poco a poco. Para ello, la corrección fraterna y el acompañamiento mutuo se hacen indispensables.
“Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. La certeza de su Presencia en medio de nosotros nos acompaña y alienta. Jesús nos ofrece una clave que ojalá nunca olvidemos: todo lo que hacemos, incluso el hecho mismo ya de reunirnos, ha de ser en su nombre. El centro de ese encuentro, de ese espacio, de esa acción es Él. De nuevo somos invitados a trascender todo para dirigirnos a Quien es el sentido último de nuestra existencia.
Los cristianos nos reunimos con mucha frecuencia. Para celebrar, proyectar, rezar, actuar, evaluar… A comienzos de un nuevo curso seguro que nuestras agendas ya se van llenando de acontecimientos comunitarios. La invitación que Mateo nos hace es a no perder el fin –y el principio- último de todo lo que realizamos. Somos llamados a cuidar el porqué de todo lo que vivimos y hacemos, alimentar el sentido y recrear la presencia de Jesús entre nosotros desde la confianza en su promesa. Lo que vivamos en su nombre será bueno porque Él estará siempre entre nosotros.
Inma Eibe, ccv
Fuente Fe Adulta
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