El texto completo del discurso de David Fernández, sj
Agradezco a los organizadores de esta ceremonia conmemorativa del sesenta aniversario de la fundación de la carrera de Administración de Empresas, y más ampliamente a la Sociedad de Egresados de esta carrera de la Universidad Iberoamericana, que me hayan invitado a decir unas palabras con motivo, también, de la entrega de los reconocimientos “Xavier Sheifler, sj” a quienes ahora hemos galardonado.
Dada la trascendencia de este acto y lo concurrido del mismo, voy a abusar de su generosidad para hablar sobre la magnanimidad y la filantropía. El tema me ha dado muchas vueltas en la cabeza y pensé mucho tiempo en qué era lo que verdaderamente quería decirles en esta ocasión. En el entretanto, topé con una pieza oratoria de un autor indio, Anand Giridharadas, que me dijo lo que realmente deseaba comunicarles en este ambiente de fiesta y agradecimiento.
Quisiera reflexionar sobre la participación de nuestra comunidad universitaria y de sus egresados en las injusticias más importantes y dolorosas de nuestro tiempo. Y sugeriré, al propósito, que tal vez no siempre somos los líderes positivos o simplemente las personas que creemos ser.
En México y en el mundo entero tenemos un gravísimo problema de desigualdad. En este momento de cambios radicales y de nuevas definiciones sociales resulta que existen territorios en donde las cosas florecen y otros más en donde se marchitan y mueren. En alguna otra ocasión a esta desigualdad radical la he llamado “apartheid social”.
Por lo general los debates y deliberaciones acerca de lo que debemos hacer para disminuir la pobreza son auspiciadas y realizadas por los grupos de personas exitosas con alto bienestar económico.
uestra comunidad universitaria vive de las ganancias obtenidas por el funcionamiento de este sistema injusto. Nuestras actividades son patrocinadas por Pepsi, Citibank, Liverpool, Samsung. Estamos profundamente comprometidos con lo establecido y con el sistema que decimos cuestionar. Aun así, somos una comunidad de creyentes ignacianos, con liderazgo social y empresarial que pugna por la justicia. Estas dos identidades son verdaderamente difíciles de reconciliar.
Hoy quiero cuestionar la manera en que las reconciliamos. Quiero cuestionar la ética que prevalece entre los triunfadores de hoy en todo el mundo, en los negocios, el gobierno e incluso en muchas organizaciones de la sociedad civil.
El núcleo de esa ética y del propósito de nuestra universidad es retar a los favorecidos del mundo para que hagan el bien, cada vez un mayor bien, pero nunca les hemos dicho ni les decimos todavía que hagan un menor mal a los demás.
El pensamiento común entre nosotros sostiene que el capitalismo tiene excesos y daños colaterales graves que han de ser aminorados, ángulos que hay que limar, y que los frutos inmoderados deben ser compartidos; pero siempre sin cuestionar el sistema subyacente.
La ética de nuestras asociaciones filantrópicas y de nuestros egresados sostiene que hay que devolver lo que se nos ha dado, lo cual, por supuesto, es algo noble y compasivo. Pero en medio de la enorme pobreza que vivimos, de la violencia que nos corroe, es obvio que “devolver lo que se nos ha dado” es poner apenas una curita en el sistema que ha privilegiado a las élites a las que pertenecemos, con la esperanza consciente o inconsciente de que eso prevenga la necesidad de una cirugía mayor a ese sistema: cirugía que quizá pueda amenazar nuestros privilegios.
Nuestra ética, creo, quiere proponer la generosidad como sustituto de la justicia. Lo que en realidad decimos es: haz dinero de la forma en que lo hace todo mundo, y luego regresa algo por medio de un donativo, o mediante la creación de una fundación, o con alguna acción que tenga impacto social, o añade algunos comentarios compasivos al pie de tus análisis.
Nuestra ética dice: “haz más el bien”, pero nunca dice “haz menos daño”.
Quiero iniciar con este breve discurso, ya que hoy no hay tiempo para extenderme, una conversación difícil entre nosotros sobre estas reglas del juego. Lo hago porque amo a nuestra comunidad universitaria, porque los jesuitas somos corresponsables de la formación de nuestros egresados, porque temo que quizá no seamos tan virtuosos y cristianos como pensamos; porque creo que la historia no será tan generosa con nosotros como esperamos, y que en un análisis final nuestro papel en las inequidades de nuestra época no será bien recordado. Por eso lo hago.
Quisiera que habláramos honestamente sobre algunos de los daños que los “triunfadores” de hoy infligen a los demás mientras procuran el bienestar para sí mismos, antes de que traten de compensarlo haciendo el bien.
Muchos de nosotros no trabajamos en negocios o finanzas. Y sin embargo vivimos en una época en la que los supuestos y los valores empresariales tienen una influencia mucho mayor de la que deberían tener. Esto lo vemos en muchos otros sectores de la realidad.
Nuestra cultura ha convertido a los empresarios y hombres de negocios en filósofos (“pon una start-up en tu vida para que tenga sentido”), revolucionarios (“el cambio empieza en ti mismo“), activistas sociales (“el mejor negocio hoy es invertir en los pobres”), salvadores de los pobres (“hay que enseñar a pescar”). Estamos en riesgo serio de olvidar muchos otros lenguajes para expresar lo que significa el progreso humano: moralidad, democracia, solidaridad, decencia, justicia.
Con frecuencia sucumbimos al dogma seductor de Davos de que la aproximación empresarial es lo único que puede cambiar el mundo, frente a la enorme evidencia histórica de lo contrario.
Y entonces, cuando los triunfadores de nuestra época quieren responder a los problemas de la pobreza, la desigualdad y la injusticia lo hacen dentro de la misma lógica y en el marco de los negocios y los mercados. De esta manera hablamos mucho de retribuir, de compartir ganancias, de ganar-ganar, de la inversión con impacto social, de responsabilidad social empresarial, etc.
A veces me pregunto si estas diversas formas de regresar lo recibido se han convertido para nuestra era en lo que las indulgencias papales fueron para la Edad Media: una forma relativamente barata de estar aparentemente en el lado correcto de la justicia, pero sin tener que alterar en lo fundamental la propia vida.
Estas estructuras y sistemas producen víctimas, y corremos el riesgo de confundir la generosidad hacia esas víctimas con la justicia para esas víctimas.
La generosidad es ganar-ganar, pero la justicia con frecuencia no lo es. A los ganadores de nuestro tiempo no les gusta la idea de que quizá algunos de ellos tengan que perder, que hacer sacrificios, para que la justicia prevalezca. No escuchamos muchos discursos que señalan que los poderosos y privilegiados están equivocados, y que tienen que declinar su estatus y posición en favor de la justicia.
Hablamos mucho de dar más. Pero no hablamos de quitar menos.
Hablamos mucho acerca de lo mucho que tenemos que hacer. Pero no hablamos de lo mucho que tenemos que dejar de hacer.
Soy consciente de que esta intervención que hago ahora no me va a hacer más popular con nadie. Pero para mí, esto que ahora hago lo considero un deber de conciencia en congruencia con el Evangelio del Señor Jesús.
No ignoro tampoco que muchos de ustedes están de acuerdo conmigo porque hay vínculos surgidos del trabajo de años de la Compañía de Jesús en nuestra universidad y porque hemos compartido el sentimiento de que hay algo que no funciona bien en nuestra sociedad.
El problema central es este: ¿está tu vida -no tu proyecto filantrópico- en el lado correcto de la justicia? Como diría nuestra última Congregación General: ¿tu empresa, tu labor, ayuda a reconciliarnos con los demás y con la creación, o más bien profundiza nuestras distancias y la crisis social y ecológica que ha denunciado el Papa Francisco?
¿Necesita el mundo más magnates chinos comprometidos con la filantropía, o más bien menos corruptos magnates chinos?
¿Necesita el mundo socios de Goldman Sachs asesorando mujeres o dando dinero a las escuelas de niños pobres, o más bien socios de Goldman que arriesgan todo para decir: la forma en que mi compañía hace negocios no es correcta, y pelearé para hacer de Goldman un ente social positivo en lugar de un vampiro extractor de recursos, aun si eso me cuesta el trabajo?
A veces me pregunto si estamos aquí para cambiar el sistema o para que el sistema nos cambie a nosotros. ¿Usamos nuestra fuerza colectiva para desafiar a los poderosos, o estamos ayudando a hacer de un injusto e inaceptable sistema algo mucho más digerible por todos?
Y con todo, aquí estamos, celebrando ser egresados de una institución jesuita. ¿Por qué? Porque hay algo maravilloso en esta comunidad. Y porque creemos que podemos ser mucho más de lo que hemos sido hasta ahora: genuinos servidores del Reino de Dios, de los más pobres y de los excluidos en este caótico momento crucial para el mundo.
Pero si queremos jugar realmente ese papel, creo que tenemos que considerar hacer un cambio fundamental en la orientación de nuestros esfuerzos como egresados de una universidad de inspiración cristiana: de trabajar con el sistema a trabajar para cuestionar honestamente al sistema en aquello en que le falla a la gente; de la tranquilizadora idea de hacer el bien sin mirar a quién, a la noción más valiente de hacer el bien poniendo en riesgo esa condición que nos da la oportunidad de hacer el bien.
Discúlpenme, pues. Y gracias.
Cameron Doody
Fuente Religión Digital
6 de julio, 2017
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