Del blog de Xabier Pikaza:
Dom 21, A. Mateo 16, 13-20. Los judeo-cristianos apelaban a Santiago como intérprete de Jesús, fundamento de su iglesia. Muchos pagano-cristianos miraban a Pablo como pionero de la misión universal (Efesios), el iniciador del gran camino salvador de la Iglesia.
— Mateo asume las tradiciones más helenistas de Marcos y las integra en una iglesia que toma como base el judeo-cristianismo de Santiago, pero definiéndose a sí misma como auténtico Israel, pues en ella se cumple de un modo universal (abierto a todos) la verdadera ley judía (cf. Mt 5-7). De esa manera, él ha vinculado la tradición de Santiago (ley judía) y la de Pablo (apertura universal), y para ello, partiendo de Marcos y de la tradición de su Iglesia, recrea la figura y función histórica de Pedro.
— Ciertamente, este texto viene de Jesús, pero del Jesús pascual, tal como ha sido interpretado por Mateo, escribiendo así un evangelio universal, que asume las tradiciones opuestas de Santiago y Pablo, y las vincula en la figura y tarea de Pedro.
Leído así, este pasaje supone que había posturas cristianas contrapuestas (simbolizadas por Santiago y Pablo), pero, a juicio de Mateo, no eran excluyente, pues habían quedado asumidas por Pedro que es, al mismo tiempo, testigo de la misión universal de Jesús (línea de Pablo) y garante de la ley judía (como Santiago).
Mateo no inventa esa función de Pedro, sino que interpreta y ratifica lo que ha sido su tarea al servicio de la iglesia, al asumir la misión universal de los helenistas (Pablo), y vincularla con la visión israelita de los judeocristianos, garantizando y fundando así la unidad de las iglesias, desde la confesión de Jesús como Cristo, Hijo de Dios vivo (Mt 16, 16). Mateo habla pues del Pedro histórico, pero interpreta su función a la luz de su experiencia eclesial, unos veinte años después de su muerte, superando así la visión restrictiva de Mc 8, 29.
Texto. Primera parte
Mt: 16 13 Llegando a la zona de Cesárea de Felipe Jesús preguntó a sus discípulos: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? 14 Ellos contestaron: Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas. 15 Él les preguntó: Y vosotros ¿quién decís que soy yo? 16 Y, respondiendo, Simón dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios Viviente
Este pasaje recoge con algunas variantes la confesión de Pedro (cf. Mc 8, 27-30), tal como ha sido reinterpreta por la Iglesia:
− Pregunta de Jesús, identificaciones: 16, 13-14. Los discípulos de Mc 8, 28 comparaban a Jesús con el Bautista, con Elías o algún otro profeta. Mt 16, 14 añade la figura de Jeremías, quizá porque le permite entender mejor a Jesús como profeta inmerso en una historia de sufrimiento al servicio de Dios. Elías era profeta de fuego y juicio, en la línea del Bautista. Jeremías, en cambio, es profeta de denuncia y entrega (muerte), en la línea del Jesús Mateo. Otros le han visto como nuevo Jeremías, no sólo por su sufrimiento, sino por su forma de criticar un tipo de culto del templo (cf. 21, 14 y Jer 7, 11).
− Respuesta de Pedro: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios Viviente (16, 15-16). Donde Mc 8, 29 decía “tú eres el Cristo”, Mt 16, 16 añade: “el Hijo de Dios Viviente”, destacando el carácter más elevado de su misión, pues no es simplemente mesías israelita, sino presencia radical y universal de Dios (cf. Mt 11, 25-30). Quizá por eso, al final de la escena, allí donde, según Mc 8, 30, Jesús prohibía a sus discípulos que hablaran de él, sin más matizaciones (=que no manipularan su figura), Mt 16, 20 les prohíbe que digan que es el Cristo de Israel (¡no que él es el Hijo del Dios Viviente!), porque la figura y función del Cristo puede ser manipulada.
Pedro define a Dios como Viviente, en contra de los dioses muertos o ídolos, siguiendo la más honda confesión israelita, en una línea que ha puesto de relieve la tradición de Pablo (1 Tes 1, 9; Rom 9, 26; 2 Cor 3, 3; 6,16; etc.), como hará la de Juan (cf. Jn 6, 57.6). Mateo y su comunidad asumen, una confesión que ratifica el carácter salvador de Jesús (Hijo de Dios) y el sentido de la iglesia, que supera un tipo de judaísmo nacional, una salvación que se extiende a todos los pueblos.
Jesús recrea de esa forma a Pedro y le presenta como receptor de una revelación que es la Roca fundante de la Iglesia. Mateo ha introducido para ello (entre Mc 8, 30 y 8, 31) una cuña poderosa (Mt 16, 17-19), que, en un nivel, parece ir en contra del contexto, pero que, en otro, desarrolla su sentido. Sólo más tarde (16, 20) retoma la prohibición de decir que Jesús es el Cristo (no de hablar de él, ni presentarle como hijo de Dios, cf. Mc 8, 31).
Texto, segunda parte:
Mt 16 17 Pero Jesús respondiendo le dijo: Bienaventurado eres tú, Simón, hijo de Jonás, porque ni la carne ni la sangre te lo ha revelado, sino mi Padre que está en los cielos. 18 Y yo te digo que tú eres piedra, pero sobre esta Roca edificaré mi iglesia, y las puertas del hades no prevalecerán sobre ella. 19 Te daré las llaves del Reino de los cielos: y lo que atares en la tierra será atado en los cielos, y lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos.
Esta inserción bien precisa, muy ajustada, define la identidad del evangelio de Mateo, con su visión de Pedro como intérprete del mesianismo de Jesús, en un momento clave de apertura eclesial a los gentiles. Estamos ante una doble confesión (Pedro confiesa a Jesús, Jesús a Pedro) que marca el centro del evangelio de Mateo, en un camino ascendente (de Pedro a Jesús Hijo del Dios viviente) y descendente (de Jesús a Pedro y a la iglesia) .
1. Tú eres el Cristo, el hijo del Dios Viviente. Revelación del Padre. Jesús empieza presentando a Pedro con su nombre oficial: “Bienaventurado eres tu Simón, hijo de Jonás, porque ni la carne ni la sangre te lo ha revelado, sino mi Padre que está en los cielos” (16, 17). Se llamaba Symeôn (cf. Hch 15, 14 y en 2 Ped 1,1), nombre que ha sido helenizado como Simón (Si,mwn, cf. Mt 4, 18; 17, 25), y su padre era Jonás (=Juan, cf. Jn 1, 41-42; 21, 15). Pues bien, ese Simón hijo de Juan ha sido destinatario de una revelación superior, que no proviene de la carne y sangre (es decir, de los poderes normales de la inteligencia humana), sino del mismo Dios Padre de Jesús.
Esta revelación es para Mateo un (=el) acontecimiento definitivo del despliegue de la Iglesia, en la línea de 11, 25, donde se hablaba del misterio de Dios, escondido para los grandes y prudentes, pero revelado a los pequeños, entre los que sobresale Simón, como objeto de una revelación comparable a la que se atribuye personalmente Pablo (cf. Gal 1, 16). Como he dicho en la introducción, Pedro aparece así como receptor de una revelación semejante (superior) a la de Pablo, y como fundamento de la Iglesia, por confesar a Jesús como el Cristo, Hijo del Dios Viviente .
Esta iglesia de Simón había corrido el riesgo de perder su identidad en la disputa entre judaizantes (=nomistas) y partidarios de la separación total respecto al judaísmo. Pero el mismo Dios Padre le ha revelado que Jesús es no sólo el Cristo, en una línea que podría ser discutida, quizá como en Mc 8, 20 (en la línea del Hijo de David según la carne, de Rom 1, 3), sino el Hijo de Dios Vivo (16, 16:,en la línea del Hijo de Dios, por la resurrección, de Rom 1, 4). Éste es el principio de la identidad cristiana, el objeto de la revelación definitiva, un tema que la primera tradición ha puesto en el centro de su fe.
Jesús no es un Hijo en general, sino el Hijo, en absoluto (ho uios), revelación definitiva, el mismo Dios en la historia humana. Éste es el centro de la confesión, que la primera carta de Pablo ha vinculado a la llegada del fin de los tiempos (1 Tes 1, 9-10), el punto de partida de la fe pascual de los creyentes, conforme a la confesión central de Rom 1, 3-4, la gran revelación proclamada por los grandes teólogos testigos: Pablo (Gal 4, 4; Rom 8, 3. 32) y Juan (3, 16-17) .
Por gracia de Dios Padre, Simón Baryona ha formulado de manera definitiva la fe cristiana, confesando que Jesús es el Cristo, Hijo del Dios Viviente, vida encarnada del mismo Dios. Ésta ha sido según Mateo la revelación pascual de Simón, el principio de la fe cristiana, como de algún modo ha reconocido incluso Pablo, cuando ha presentado como primera la “aparición” pascual de Cefas, en el principio de la fe de la Iglesia (2 Cor 15, 5). Es muy posible que Mateo esté evocando aquí esa primera revelación, realizada de un modo especial por “mi Padre que está en los cielos”, sobre todos los poderes de la carne y de la sangre (cf. en esa línea Mt 1, 18-25; 3, 17; 11, 22-27 y 28, 16-20).
Estas dos revelaciones especiales de Dios, una a Simón (Mt 16, 17-19) y la otra a Pablo (Ef 2-3), se han formulado desde perspectivas complementarias, de manera que han de verse unidas, pues se vinculan con dos de los grupos más significativos en la vida y conciencia de la Iglesia: un grupo ha fundado su experiencia y tarea en la revelación de Pablo, que habría recibido el encargo de Dios para iniciar la misión de Jesús a los gentiles (Efesios); otro en la experiencia y compromiso de Pedro (según Mateo), como he puesto de relieve en la introducción de este comentario. Lasdos revelaciones (de Pedro y Pablo) abren un espacio y camino de universalidad no excluyente, de manera que pueden vincularse y enriquecerse entre sí, aunque cierta Iglesia posterior haya dado primacía a la de Pedro y una parte considerable de la exégesis haya insistido más en la de Pablo.
2. Tú eres una piedra (16, 18). Como he mostrado en la introducción de este libro, pienso que la fórmula más antigua es la de Efesios, y que Mateo responde de alguna forma a ella; ciertamente, no niega la versión efesina de Pablo, pero la matiza y completa, en un contexto más judeo-cristiano, desde Antioquía, para indicar que la revelación de Pedro es anterior y más amplia, pues Simón Baryona ha sido el primero en confesar a Jesús resucitado como Cristo (1 Cor 15, 5), de manera que su confesión de fe ha sido de hecho fundamento de una Iglesia (en la que se inscribe la misión de Pablo). Sea como fuere, ambas declaraciones (petrina y paulina) se han vinculado, y han sido acogidas en el único canon del NT, sin que las iglesias hayan visto contradicción entre ellas.
Jesús ha empezado diciendo Bienaventurado eres Simón, evocando su nombre completo y oficial, que le define como “hijo de Yona” (=Jonás, Juan; cf. Jn 1, 42; 21, 15-17). Éste Simón lleva el nombre del segundo de los patriarcas (hijos de Israel/Jacob), y su padre es Juan/Yona. Al presentarle así, con una bienaventuranza personal (cosa que el NT sólo atribuye además de él a la madre de Jesús: Lc 1, 45. 48; cf. 11, 27), Mateo anuncia la importancia de lo que va a decir (como revelación especial de Dios Padre: cf. Mt 16, 17).
‒ Y yo te digo: tú eres una piedra (petros sin artículo, 16, 18). Es muy posible que Jesús haya puesto a Simón ese nombre (Cefas, pe,troj, Piedra, Pedro) en el tiempo de su vida (cf. Mc 3, 16; Jn 1,42), destacando así (quizá irónicamente) su dureza o también su falta de estabilidad, como guijarro del camino, canto rodado del arroyo, piedra de escándalo/tropiezo (como recordará Mt 16, 23), aunque, paradójicamente (por una inversión común en el Nuevo Testamento) ese nombre haya recibido después un sentido positivo. En su forma aramea (Cefas, apak) aparece sin traducción en ocho pasajes significativos de Pablo (1 Cor 12; 3, 22; 9, 5; 15, 5; Gal 1, 18; 2, 8.11.14), que reconoce así la singularidad de Cefas, a quien una vez llama también Petros, en griego (Gal 2, 7), lo que indica que ese nombre/apodo era bien conocido en las comunidades.
‒ Pedro ¿nombre personal o apelativo impersonal: el piedra? No es fácil responder. Ciertamente, Petros, Piedra, termina apareciendo como nombre propio de Simón, en la tradición (de Mc 8, 19 a Hch 15, 7; de Mt 10, 2 hasta Jn 21, 21. Es el nombre más utilizado en Mateo (15 veces), y fue sin duda muy importante en las iglesias, pudiendo tener un sentido positivo (la piedra es dura), pero también negativo o irónico, pues las piedras son cantos rodados de camino, sin estabilidad, causa de escándalo, tropiezo o caída .
Parece claro que petros/Pedro fue ya el apodo que Jesús quiso darle a Simón, pero no es seguro que tenga un sentido positivo, pues puede suponerse que Jesús dice a Simón algo así como: Tú eres sólo un petros (pe,troj), simplemente una piedra. Eso parece haber sido Simón en principio, para Jesús y para la comunidad más antigua. Pero Mateo añade ahora que él ha recibido una revelación especial ¡definitiva! de Dios, de tal forma que por ella (por don del Padre), por su confesión de fe, sin dejar de ser petros/guijarro, él se ha convertido en Pe,tra/Roca firme de la fe, cimiento de la Iglesia de Jesús.
3. Y (pero) sobre esta Roca… (Petra: 16, 18). En sentido estricto, Simón es petros, piedra, y ese apodo parece haber sido originalmente ambiguo, de tipo irónico (piedra movediza, guijarro sin estabilidad ni fundamento). Pues bien, paradójicamente, a través de un proceso que vemos también en otros casos, lo que empieza siendo palabra de ironía o condena tiende a convertirse en expresión de dignidad y distinción, de manera que lo más débil (un petros/guijarro) viene entenderse en otro plano como roca de la fe. En esa línea, escribiendo este pasaje en torno al 85 dC, Mateo ha querido vincular con ese apodo, petros/Pedro, en masculino, otro más significativo, que es petra/Roca en femenino, con el sentido de peña o fundamento firme (como en Mt 7, 24), palabra que la tradición de Pablo había relacionado ya con Cristo (cf. 1 Cor 10, 4). Leer más…
Biblia, Espiritualidad
Ciclo A, Dios, Evangelio, Jesús, Pedro, Primado de Pedro, Tiempo Ordinario
Comentarios recientes