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25. 8.16. Pedro, la Roca. Una decisión de la Iglesia de Mateo

Domingo, 27 de agosto de 2017

20708066_841876389322888_6787966425053980405_nDel blog de Xabier Pikaza:

Dom 21, A. Mateo 16, 13-20. Los judeo-cristianos apelaban a Santiago como intérprete de Jesús, fundamento de su iglesia. Muchos pagano-cristianos miraban a Pablo como pionero de la misión universal (Efesios), el iniciador del gran camino salvador de la Iglesia.

— Mateo asume las tradiciones más helenistas de Marcos y las integra en una iglesia que toma como base el judeo-cristianismo de Santiago, pero definiéndose a sí misma como auténtico Israel, pues en ella se cumple de un modo universal (abierto a todos) la verdadera ley judía (cf. Mt 5-7). De esa manera, él ha vinculado la tradición de Santiago (ley judía) y la de Pablo (apertura universal), y para ello, partiendo de Marcos y de la tradición de su Iglesia, recrea la figura y función histórica de Pedro.

— Ciertamente, este texto viene de Jesús, pero del Jesús pascual, tal como ha sido interpretado por Mateo, escribiendo así un evangelio universal, que asume las tradiciones opuestas de Santiago y Pablo, y las vincula en la figura y tarea de Pedro.

20729722_841877649322762_5672154457517123949_nLeído así, este pasaje supone que había posturas cristianas contrapuestas (simbolizadas por Santiago y Pablo), pero, a juicio de Mateo, no eran excluyente, pues habían quedado asumidas por Pedro que es, al mismo tiempo, testigo de la misión universal de Jesús (línea de Pablo) y garante de la ley judía (como Santiago).

Mateo no inventa esa función de Pedro, sino que interpreta y ratifica lo que ha sido su tarea al servicio de la iglesia, al asumir la misión universal de los helenistas (Pablo), y vincularla con la visión israelita de los judeocristianos, garantizando y fundando así la unidad de las iglesias, desde la confesión de Jesús como Cristo, Hijo de Dios vivo (Mt 16, 16). Mateo habla pues del Pedro histórico, pero interpreta su función a la luz de su experiencia eclesial, unos veinte años después de su muerte, superando así la visión restrictiva de Mc 8, 29.

Texto. Primera parte

Mt: 16 13 Llegando a la zona de Cesárea de Felipe Jesús preguntó a sus discípulos: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? 14 Ellos contestaron: Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas. 15 Él les preguntó: Y vosotros ¿quién decís que soy yo? 16 Y, respondiendo, Simón dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios Viviente

Este pasaje recoge con algunas variantes la confesión de Pedro (cf. Mc 8, 27-30), tal como ha sido reinterpreta por la Iglesia:

Pregunta de Jesús, identificaciones: 16, 13-14. Los discípulos de Mc 8, 28 comparaban a Jesús con el Bautista, con Elías o algún otro profeta. Mt 16, 14 añade la figura de Jeremías, quizá porque le permite entender mejor a Jesús como profeta inmerso en una historia de sufrimiento al servicio de Dios. Elías era profeta de fuego y juicio, en la línea del Bautista. Jeremías, en cambio, es profeta de denuncia y entrega (muerte), en la línea del Jesús Mateo. Otros le han visto como nuevo Jeremías, no sólo por su sufrimiento, sino por su forma de criticar un tipo de culto del templo (cf. 21, 14 y Jer 7, 11).

Respuesta de Pedro: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios Viviente (16, 15-16). Donde Mc 8, 29 decía “tú eres el Cristo”, Mt 16, 16 añade: “el Hijo de Dios Viviente”, destacando el carácter más elevado de su misión, pues no es simplemente mesías israelita, sino presencia radical y universal de Dios (cf. Mt 11, 25-30). Quizá por eso, al final de la escena, allí donde, según Mc 8, 30, Jesús prohibía a sus discípulos que hablaran de él, sin más matizaciones (=que no manipularan su figura), Mt 16, 20 les prohíbe que digan que es el Cristo de Israel (¡no que él es el Hijo del Dios Viviente!), porque la figura y función del Cristo puede ser manipulada.

Pedro define a Dios como Viviente, en contra de los dioses muertos o ídolos, siguiendo la más honda confesión israelita, en una línea que ha puesto de relieve la tradición de Pablo (1 Tes 1, 9; Rom 9, 26; 2 Cor 3, 3; 6,16; etc.), como hará la de Juan (cf. Jn 6, 57.6). Mateo y su comunidad asumen, una confesión que ratifica el carácter salvador de Jesús (Hijo de Dios) y el sentido de la iglesia, que supera un tipo de judaísmo nacional, una salvación que se extiende a todos los pueblos.

Jesús recrea de esa forma a Pedro y le presenta como receptor de una revelación que es la Roca fundante de la Iglesia. Mateo ha introducido para ello (entre Mc 8, 30 y 8, 31) una cuña poderosa (Mt 16, 17-19), que, en un nivel, parece ir en contra del contexto, pero que, en otro, desarrolla su sentido. Sólo más tarde (16, 20) retoma la prohibición de decir que Jesús es el Cristo (no de hablar de él, ni presentarle como hijo de Dios, cf. Mc 8, 31).

Texto, segunda parte:

Mt 16 17 Pero Jesús respondiendo le dijo: Bienaventurado eres tú, Simón, hijo de Jonás, porque ni la carne ni la sangre te lo ha revelado, sino mi Padre que está en los cielos. 18 Y yo te digo que tú eres piedra, pero sobre esta Roca edificaré mi iglesia, y las puertas del hades no prevalecerán sobre ella. 19 Te daré las llaves del Reino de los cielos: y lo que atares en la tierra será atado en los cielos, y lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos.

Esta inserción bien precisa, muy ajustada, define la identidad del evangelio de Mateo, con su visión de Pedro como intérprete del mesianismo de Jesús, en un momento clave de apertura eclesial a los gentiles. Estamos ante una doble confesión (Pedro confiesa a Jesús, Jesús a Pedro) que marca el centro del evangelio de Mateo, en un camino ascendente (de Pedro a Jesús Hijo del Dios viviente) y descendente (de Jesús a Pedro y a la iglesia) .

1. Tú eres el Cristo, el hijo del Dios Viviente. Revelación del Padre. Jesús empieza presentando a Pedro con su nombre oficial: “Bienaventurado eres tu Simón, hijo de Jonás, porque ni la carne ni la sangre te lo ha revelado, sino mi Padre que está en los cielos” (16, 17). Se llamaba Symeôn (cf. Hch 15, 14 y en 2 Ped 1,1), nombre que ha sido helenizado como Simón (Si,mwn, cf. Mt 4, 18; 17, 25), y su padre era Jonás (=Juan, cf. Jn 1, 41-42; 21, 15). Pues bien, ese Simón hijo de Juan ha sido destinatario de una revelación superior, que no proviene de la carne y sangre (es decir, de los poderes normales de la inteligencia humana), sino del mismo Dios Padre de Jesús.

Esta revelación es para Mateo un (=el) acontecimiento definitivo del despliegue de la Iglesia, en la línea de 11, 25, donde se hablaba del misterio de Dios, escondido para los grandes y prudentes, pero revelado a los pequeños, entre los que sobresale Simón, como objeto de una revelación comparable a la que se atribuye personalmente Pablo (cf. Gal 1, 16). Como he dicho en la introducción, Pedro aparece así como receptor de una revelación semejante (superior) a la de Pablo, y como fundamento de la Iglesia, por confesar a Jesús como el Cristo, Hijo del Dios Viviente .

Esta iglesia de Simón había corrido el riesgo de perder su identidad en la disputa entre judaizantes (=nomistas) y partidarios de la separación total respecto al judaísmo. Pero el mismo Dios Padre le ha revelado que Jesús es no sólo el Cristo, en una línea que podría ser discutida, quizá como en Mc 8, 20 (en la línea del Hijo de David según la carne, de Rom 1, 3), sino el Hijo de Dios Vivo (16, 16:,en la línea del Hijo de Dios, por la resurrección, de Rom 1, 4). Éste es el principio de la identidad cristiana, el objeto de la revelación definitiva, un tema que la primera tradición ha puesto en el centro de su fe.

Jesús no es un Hijo en general, sino el Hijo, en absoluto (ho uios), revelación definitiva, el mismo Dios en la historia humana. Éste es el centro de la confesión, que la primera carta de Pablo ha vinculado a la llegada del fin de los tiempos (1 Tes 1, 9-10), el punto de partida de la fe pascual de los creyentes, conforme a la confesión central de Rom 1, 3-4, la gran revelación proclamada por los grandes teólogos testigos: Pablo (Gal 4, 4; Rom 8, 3. 32) y Juan (3, 16-17) .

Por gracia de Dios Padre, Simón Baryona ha formulado de manera definitiva la fe cristiana, confesando que Jesús es el Cristo, Hijo del Dios Viviente, vida encarnada del mismo Dios. Ésta ha sido según Mateo la revelación pascual de Simón, el principio de la fe cristiana, como de algún modo ha reconocido incluso Pablo, cuando ha presentado como primera la “aparición” pascual de Cefas, en el principio de la fe de la Iglesia (2 Cor 15, 5). Es muy posible que Mateo esté evocando aquí esa primera revelación, realizada de un modo especial por “mi Padre que está en los cielos”, sobre todos los poderes de la carne y de la sangre (cf. en esa línea Mt 1, 18-25; 3, 17; 11, 22-27 y 28, 16-20).

Estas dos revelaciones especiales de Dios, una a Simón (Mt 16, 17-19) y la otra a Pablo (Ef 2-3), se han formulado desde perspectivas complementarias, de manera que han de verse unidas, pues se vinculan con dos de los grupos más significativos en la vida y conciencia de la Iglesia: un grupo ha fundado su experiencia y tarea en la revelación de Pablo, que habría recibido el encargo de Dios para iniciar la misión de Jesús a los gentiles (Efesios); otro en la experiencia y compromiso de Pedro (según Mateo), como he puesto de relieve en la introducción de este comentario. Lasdos revelaciones (de Pedro y Pablo) abren un espacio y camino de universalidad no excluyente, de manera que pueden vincularse y enriquecerse entre sí, aunque cierta Iglesia posterior haya dado primacía a la de Pedro y una parte considerable de la exégesis haya insistido más en la de Pablo.

20729276_841875825989611_3697320692019792147_n2. Tú eres una piedra (16, 18). Como he mostrado en la introducción de este libro, pienso que la fórmula más antigua es la de Efesios, y que Mateo responde de alguna forma a ella; ciertamente, no niega la versión efesina de Pablo, pero la matiza y completa, en un contexto más judeo-cristiano, desde Antioquía, para indicar que la revelación de Pedro es anterior y más amplia, pues Simón Baryona ha sido el primero en confesar a Jesús resucitado como Cristo (1 Cor 15, 5), de manera que su confesión de fe ha sido de hecho fundamento de una Iglesia (en la que se inscribe la misión de Pablo). Sea como fuere, ambas declaraciones (petrina y paulina) se han vinculado, y han sido acogidas en el único canon del NT, sin que las iglesias hayan visto contradicción entre ellas.

Jesús ha empezado diciendo Bienaventurado eres Simón, evocando su nombre completo y oficial, que le define como “hijo de Yona” (=Jonás, Juan; cf. Jn 1, 42; 21, 15-17). Éste Simón lleva el nombre del segundo de los patriarcas (hijos de Israel/Jacob), y su padre es Juan/Yona. Al presentarle así, con una bienaventuranza personal (cosa que el NT sólo atribuye además de él a la madre de Jesús: Lc 1, 45. 48; cf. 11, 27), Mateo anuncia la importancia de lo que va a decir (como revelación especial de Dios Padre: cf. Mt 16, 17).

Y yo te digo: tú eres una piedra (petros sin artículo, 16, 18). Es muy posible que Jesús haya puesto a Simón ese nombre (Cefas, pe,troj, Piedra, Pedro) en el tiempo de su vida (cf. Mc 3, 16; Jn 1,42), destacando así (quizá irónicamente) su dureza o también su falta de estabilidad, como guijarro del camino, canto rodado del arroyo, piedra de escándalo/tropiezo (como recordará Mt 16, 23), aunque, paradójicamente (por una inversión común en el Nuevo Testamento) ese nombre haya recibido después un sentido positivo. En su forma aramea (Cefas, apak) aparece sin traducción en ocho pasajes significativos de Pablo (1 Cor 12; 3, 22; 9, 5; 15, 5; Gal 1, 18; 2, 8.11.14), que reconoce así la singularidad de Cefas, a quien una vez llama también Petros, en griego (Gal 2, 7), lo que indica que ese nombre/apodo era bien conocido en las comunidades.

‒ Pedro ¿nombre personal o apelativo impersonal: el piedra? No es fácil responder. Ciertamente, Petros, Piedra, termina apareciendo como nombre propio de Simón, en la tradición (de Mc 8, 19 a Hch 15, 7; de Mt 10, 2 hasta Jn 21, 21. Es el nombre más utilizado en Mateo (15 veces), y fue sin duda muy importante en las iglesias, pudiendo tener un sentido positivo (la piedra es dura), pero también negativo o irónico, pues las piedras son cantos rodados de camino, sin estabilidad, causa de escándalo, tropiezo o caída .

Parece claro que petros/Pedro fue ya el apodo que Jesús quiso darle a Simón, pero no es seguro que tenga un sentido positivo, pues puede suponerse que Jesús dice a Simón algo así como: Tú eres sólo un petros (pe,troj), simplemente una piedra. Eso parece haber sido Simón en principio, para Jesús y para la comunidad más antigua. Pero Mateo añade ahora que él ha recibido una revelación especial ¡definitiva! de Dios, de tal forma que por ella (por don del Padre), por su confesión de fe, sin dejar de ser petros/guijarro, él se ha convertido en Pe,tra/Roca firme de la fe, cimiento de la Iglesia de Jesús.

3. Y (pero) sobre esta Roca… (Petra: 16, 18). En sentido estricto, Simón es petros, piedra, y ese apodo parece haber sido originalmente ambiguo, de tipo irónico (piedra movediza, guijarro sin estabilidad ni fundamento). Pues bien, paradójicamente, a través de un proceso que vemos también en otros casos, lo que empieza siendo palabra de ironía o condena tiende a convertirse en expresión de dignidad y distinción, de manera que lo más débil (un petros/guijarro) viene entenderse en otro plano como roca de la fe. En esa línea, escribiendo este pasaje en torno al 85 dC, Mateo ha querido vincular con ese apodo, petros/Pedro, en masculino, otro más significativo, que es petra/Roca en femenino, con el sentido de peña o fundamento firme (como en Mt 7, 24), palabra que la tradición de Pablo había relacionado ya con Cristo (cf. 1 Cor 10, 4).

El texto sigue diciendo edificaré mi iglesia… (oivkodomh,sw mou th.n evkklhsi,an, 16, 18). Esa promesa, que es el centro del evangelio de Mateo, está construida sobre la paradoja que acabo de indicar: (a) Jesús dice a Simón tú eres petros, Pedro, un hombre llamado simplemente “piedra”. (b) Pero en virtud de la revelación que has recibido y testimoniado diciéndome tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, yo te respondo: y (pero) sobre esta Petra/Roca edificaré mi Iglesia .

‒ Sobre esta Roca (petra). Esa palabra que según la tradición proclamó Jesús en Cesarea de Felipe, cuando va a comenzar su gran camino de ascenso a Jerusalén (16, 21), está evocando la base simbólica y física sobre la que se había edificado el templo de Jerusalén, la roca fundacional del universo, la peña del Monte Moria (del sacrificio de Isaac: Gen 22), el asiento del Santo de los Santos del Templo de Jerusalén. Tras la toma y destrucción de la ciudad por los romanos (año 70 dC) esa roca seguía conservando su aureola sacral, de manera que, a pesar de que yacía abandonada (sin templo), tras la “conversión” de Constantino (313 dC), los cristianos renunciaron a edificar allí una iglesia.

Para ellos, la roca de la fe era ya la confesión de Pedro, no la roca cimiento del altar del templo. Pero tres siglos y medio más tarde, el VII dC, los conquistadores musulmanes construyeron sobre esa “roca” la Cúpula o Domo Mezquita llamada precisamente de la Roca (en árabe Qubbat al-Sakhrah, en hebreo Kippat ha-Sela), para recuperar y recrear su sacralidad, en sentido islámico, convirtiendo aquel lugar en espacio de máxima disputa contra los judíos (y también contra los cristianos, por las inscripciones anti-trinitarias allí colocadas). Pues bien, del modo más solemne, hacia el 85 dC, el Jesús de Mateo había afirmado ya que el cimiento fundacional de la Iglesia no era la roca del templo de Jerusalén, sino la confesión de Pedro .

Edificaré. Esta palabra evoca la discusión de Jesús (y de los primeros cristianos) sobre la destrucción y reconstrucción del templo. El testimonio más antiguo lo ofrece Mc 14, 58, donde los testigos del juicio ante el Sanedrín acusan a Jesús de haber dicho: “Yo destruiré este templo edificado por manos humanas (ceiropoiêton) y a los tres días construiré (con oivkodomh,sw, como Mt 16, 18) otro, no edificado por manos humanas”. En el fondo de esas palabras resuena la gran acusación de Esteban, cuando condena el templo de Jerusalén como “idolatría”, porque Dios no habita en templos construidos por hombres (Hch 7, 48). Mateo no ha entrado directamente en esa polémica de Esteban, de manera que no condena el templo de Jerusalén como idolatría, pero afirma que Jesús puede destruirlo y reconstruirlo en tres días (26, 61) .

— Mi iglesia. Esta palabra (iglesia) aparece aquí por sorpresa, siendo sin embargo la más esperada, pues, aunque Pablo la utiliza constantemente para referirse a cada comunidad cristiana, ella no se cita en ningún otro lugar de los evangelios (sólo aquí y en 18, 17), y además aquí aparece en absoluto, refiriéndose a la única iglesia o comunidad de Jesús, como hace ya, de un modo común, Efesios. Eso significa que el misterio del Reino, anunciado y preparado por Jesús, se ha expresado y traducido por Pedro y por Pablo en forma de Iglesia, comunidad mesiánica, escatológica. Esta palabra (mi iglesia) es la más esperada, la única que podía emplearse aquí, desde la perspectiva de Mateo, como expresión del surgimiento de la comunidad mesiánica; pero, al mismo tiempo, ella es como he dicho la palabra más sorprendente de Mateo (no aparece así en ningún otro lugar de la tradición evangélica).

Excurso. Pedro, Roca de la Iglesia.

Dentro de la tradición católica, suele decirse que las dos palabras (Petros y Petra) son en Mateo equivalentes, pues provienen de un mismo original arameo (cefas) o han perdido los matices del griego antiguo y significan la mismo: piedra/roca. En esa línea suele añadir que Mateo ha querido hacer un pequeño juego de palabras, sin más trascendencia, poniendo en un caso Petros (en masculino) y en el otro Petra (en femenino), pero sabiendo que el sentido de ambas palabras es el mismo, de manera que no hay dificultad en decir que el mismo Simón es a la vez Petros y Petra, piedra del camino y roca, de tal modo que el sentido de la promesa de Jesús sería: Tu eres Pedro/Piedra y sobre esa Piedra/Roca (que eres tú mismo, Pedro, como persona) edificaré mi Iglesia, añadiendo que esa función de Pedro-Roca puede y debe perpetuarse a través de una persona concreta (pastor, obispo) a lo largo de los siglos en la Iglesia.

Pero, por razones históricas, filológicas e incluso teológicas, el consenso mayoritario de los exegetas protestantes (e incluso católicos), piensan hoy (2017) que Mateo ha utilizado las dos palabras con matices distintos, para indicar la diferencia y vinculación paradójica que hay entre ellas.

‒ Petros y Petra (piedra y roca)

Mateo sabe que no tiene sentido edificar la Casa/Iglesia sobre una piedra del camino, es decir, sobre guijarros que impiden el crecimiento de la planta (13, 5. 20) y pueden ser arrastrados por el agua del torrente (cf. Mt 7, 24-27). Pero él sabe también que Simón, llamado Pedro/Piedra, está relacionado con la Petra/Roca de la Iglesia de tal forma que ni las puertas/poderes del infierno podrán prevalecer sobre ella o derribarla.

En esa línea, para entender bien este pasaje hay que verlo a la luz de otras tradiciones, como la de Gal 2, 9 donde Santiago, Kephas/Pedro y Juan aparecen como “columnas” de la Iglesia de Jerusalén, poniendo especialmente de relieve su relación con Ef 2-3, donde se afirma que la Iglesia ha sido edificada sobre el fundamento de los apóstoles y profetas (Ef 2, 20-22), conforme a la revelación que el mismo Pablo ha recibido (Ef 3, 2-3). Este pasaje vincula así dos signos y funciones pero sin identificarlas .

‒ Tú eres Petros (petros, sin artículo). Ésta palabra se dirige directamente a Simón Barjona, pero no en sentido personal fuerte, como en Mt 14, 28; 16, 22 ; 17, 4; 18, 21; 19, 27; 30, 35… (donde se le llama Ho Petros, con artículo). En esa línea, de un modo estricto, este pasaje podría traducirse tú eres una piedra, guijarro del camino, algo con lo que uno puede tropezarse (escandalizarse) y caer (incluso en sentido satánico, como en 16, 23). Si se olvida esta acepción básica, pierde sentido lo que sigue, la paradoja central de la escena y de todo el cristianismo.

‒ Y sobre esta Roca-Petra (epi tautê tê petra). A diferencia de la anterior, la realidad determinante de esta promesa aparece de manera estrictamente personal e individualizada, con artículo definido (tautê). Es evidente que esta Petra/Roca, fundamento de la Iglesia, se relaciona con Petros/piedra (que es el mismo Simón Baryona), pero sin identificarse con él, de manera que ambos términos (Petros/Piedra y Petra/Roca) son relativamente independientes, aunque no pueda separarse de un modo total, pues así lo suponen las palabras siguientes (te daré las llames; lo que ates, lo que desates…), referidas a Simón Pedro, en cuanto vinculado a la roca de la Iglesia.

‒ Desde una perspectiva narrativa, en la línea de este comentario anterior, “esta roca” no se refiere a Pedro como persona-piedra, sino a la confesión de fe que el Padre de Jesús le ha revelado. A pesar de ser piedra del camino, Pedro ha recibido una revelación de Dios y sobre ella (sobre esa revelación, confesada por Pedro) edificará Jesús su Iglesia (no sobre Pedro como persona, sino sobre su confesión de fe). Esta relación entre Pedro (petros) Piedra y su confesión de fe como Roca (Petra), sobre la que Jesús edificará su iglesia, constituye el centro teológico de Mateo, su aportación a la historia cristiana .

Es evidente que Jesús no puede edificar su Iglesia sobre Simón en cuanto cefas/pe,troj, pedro/piedra de tropiezo, que es como la arena (ammos: 7, 26) que no pueden sostener el edificio, o como el pedregal (13, 5.29, donde no prende la semilla). Como sabe el evangelio, el verdadero seguidor de Jesús ha de edificar (7, 24: oikodemein) su casa (comunidad de Jesús, iglesia) sobre la roca (tên petran, con artículo), es decir, sobre el cimiento del mensaje, que es peña firme, un fundamento fuerte de la comunidad mesiánica. Pues bien, por su confesión creyente, Mateo ha vinculado en esa línea a Simón que es Petros/Piedra con la Petra o roca (fundamento) de la Iglesia.

‒ Juego de palabras. Según eso, la misma conjunción “y” (kai) de 16, 18 puede traducirse en forma ilativa (y) o adversativa (pero): “A pesar de que eres piedra, yo edificaré mi iglesia sobre la Roca de tu confesión creyente…”. Simôn es por sí mismo un petros (guijarro), pero a través de su confesión mesiánica, acogiendo la revelación de Dios y confesando a Jesús como el Cristo, Hijo de Dios vivo (a diferencia de los falsos creyentes de 7, 24), él ha realizado una tarea esencial en el principio de la Iglesia, de manera que el mismo Jesús le ha respondido y le ha llamado bienaventurado (16,17: makarios), añadiendo que sobre la roca de su confesión (petra) edificará su Iglesia. Mateo nos sitúa así ante un juego de palabras entre petros y petra, entre una piedra móvil y la Roca firme sobre la que Jesús edificará su Templo mesiánico .

‒ Más que un juego, un cambio decisivo: la gran paradoja. Esa diferencia de matices sólo es clara en griego, pues tanto en arameo como en su equivalente hebreo (se debería haber repetido la misma palabra: tú eres kepha y sobre esta kepha …, de manera que no queda claro el doble nivel del discurso, la abismal paradoja de la escena que consiste en afirmar que, por haber recibido una revelación muy alta de Dios, el mismo Simón que en sí es petros (piedra movediza, incapaz de ser cimiento) se convierte de manera muy profunda en Petra/roca firme sobre la que Jesús edifica su Iglesia. El texto distingue y vincula así dos palabras fundamentales: (a) Petros (Pedro, masculino), piedra guijarro del camino. (b) Petra (roca, femenino) en la que se expresa la revelación del Padre (¡esto no te lo ha revelado carne ni sangre, sino mi Padre…!) .

Iglesia de Jesús

Desde ese fondo ha de entenderse la palabra iglesia que es la meta de la promesa de Jesús: “Sobre esta Petra edificaré mi Iglesia”. En principio, ella tiene un carácter profano más que religioso, aunque evoca la asamblea de los israelitas, caminando por el desierto (como el hebreo qahal, lh’q’, cf. Dt 31,30; 32,1; Js 8,35; 9, 8; Jc 21, 8). Su sentido se parece al de sinagoga, que significa también “reunión” o asamblea, con la que en algún momento se identifica (cf. Sant 2, 2), pero con un matiz más escatológico. Se vincula con enkaleô, evkkale,w, “llamar para”, convocar) y evoca una reunión (asamblea) de personas libres, convocadas de manera pública (para la culminación del tiempo mesiánico) .

‒ Una palabra plural y singular. En ese sentido, la palabra iglesia pudo aplicarse en principio a la comunidad cristiana de Jerusalén, que se sintió heredera de la antigua asamblea de los israelitas caminando a la tierra prometida. Pero pronto, conforme a las cartas de Pablo, cada reunión de cristianos recibió el nombre de Iglesia (lo mismo que la de Jerusalén), de forma que la palabra se utilizó en plural (hay muchas iglesias: cf. Hch 15:41; 1 Cor 7, 17; 2 Cor 8,19; Ap 1,4; 3,6), y también en singular, pues cada comunidad reunida en nombre de Jesús es Iglesia (cf. Mt 18, 15-20). Sólo en un momento tardío, que se expresa de un modo especial en las cartas post-paulinas (Col y Ef), se vuelve determinante la forma singular de la palabra, de manera que la Iglesia aparece como una realidad única, definida como “cuerpo de Cristo” (Col 1, 24).

‒ Efesios y Mateo, una misma tradición de fondo. Ése es el sentido principal del término en Efesios, donde se dice que Cristo es cabeza de toda la Iglesia (Ef 1, 22), de forma que Cristo y la Iglesia, tomada así, en singular, como única, aparecen como expresión suprema de la gloria de Dios (Ef 3, 21). En esa línea se puede afirmar que la Iglesia es la esposa de Cristo (a él sometida), de forma que ambas (un Cristo, una Iglesia) constituyen la revelación definitiva de Dios en la tierra (Ef 5, 24).

Pues bien, desde ese mismo fondo paulino (Col y Ef) puede entenderse nuestro texto donde Jesús afirma que edificará “su iglesia”, es decir, su nueva comunidad que, por el contexto, ha de entenderse como verdad profunda y plenitud de aquello que se hallaba iniciado (simbolizado) por el templo de Jerusalén. Cristo no ha venido a reconstruir el templo, ni a mantener sin más un tipo de judaísmo centrado en la ley, sino a convocar y construir su propia iglesia, es decir, su comunidad universal, conforme a los principios del Sermón de la Montaña (7, 24-27), a través de sus enviados pascuales (29, 16-20).

Entendida así esta promesa (sobre esa roca construiré mi iglesia) constituye el centro del evangelio de Mateo, en una línea que puede y debe compararse a la de las cartas postpaulinas (Col y Ef), como promesa clave de futuro. Jesús anuncia de esa forma que su vida estará al servicio de la construcción de su Iglesia, como aparece ya en 16, 21, donde inicia su camino hacia Jerusalén, un tema que quedará ratificado en los pasajes de controversia sobre el templo (21, 12-22; 21, 42; 24, 2; 26, 61 y 27, 51), para culminar en el envío final de 28, 16-20

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