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“De teologías y lugares santísimos”, por Carlos Osma

Viernes, 18 de agosto de 2017

traserosDe su blog Homoprotestantes:

En la primera carta que Pablo escribió a la iglesia de Corinto les recordaba: “Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo1, además explicaba que unos eran mano, otros ojo, oreja, o píe. Es decir, que cada uno tenía una función en ese cuerpo que era la comunidad de Corinto, y gracias a todos ellos y ellas, la comunidad funcionaba correctamente. Posteriormente esta metáfora se ha utilizado para hablar de todos los cristianos y cristianas que forman la Iglesia independientemente de cualquier condición. Y como la reflexión cristiana se hace siempre desde el lugar simbólico que ocupamos, la Iglesia se ha visto influenciada por teologías que provienen de diferentes lugares corporales. Dicho de otro modo, la teología no sólo ha modelado cuerpos, sino que los cuerpos también han construido teologías.

Algunas se han elaborado desde el cerebro, situándolo a él como el elemento principal desde el que entender quien es Dios y qué quiere de nosotros. Otras, alejándose o no del cerebro, creen que el lugar privilegiado desde el que podemos hablar de Dios son las manos. Gracias a la labor que ellas realizan el Reino de Dios se puede hacer presente. También hay teologías que se centran en la boca, en repetir como cacatúas lo que antes han dicho otros, sin pasar en ningún momento esa información por el cerebro, y mucho menos utilizando las manos para verificar que se está diciendo algo con sentido. Por descontado también están las que se hacen desde el ombligo, desde la reflexión en uno mismo, en lo que necesito, lo que quiero, lo que es mío. Y podríamos seguir y seguir enumerando el resto de lugares del cuerpo y las teologías que de ellas se desprenden, pero para no aburrir a nadie acabaré recordando la teología indecente que hacía Marcella Althaus-Reid quitándose las bragas.

Antes de seguir avanzando con mi reflexión, animo a mis lectoras y lectores más conservadores en lo teológico a que aborten su lectura en ese momento y vayan en busca de otros u otras autoras que no les pongan de los nervios con sus experimentaciones teológicas. Y es que al leer el otro día un comentario que me envió una lectora y que decía: “Dios no creó el ano para que lo penetre un hombre”, caí en la cuenta de que siguiendo el símil corporal de Pablo había personas que en el cuerpo de Cristo debían ocupar el ano, y por tanto su reflexión teológica debía proceder de allí. Entonces me pregunté porqué después de tantos años de haber escuchado comentarios similares, nunca antes me había percatado de que las teologías homófobas que padecemos los cristianos y cristianas LGTBI, están elaboradas a partir de los traseros presuntamente impenetrables de muchos especialistas.

Dice el mismo Pablo que ese cuerpo que los creyentes formamos es el Templo del Espíritu Santo2, y si en la Biblia hay un Templo, así con mayúsculas, es el que construyó Salomón en Jerusalén en el siglo X a.C. Así que para un judío como Pablo es posible que el templo que forman todas las cristianas y cristianos fuera muy similar al de Salomón. Si alguien tiene interés en saber como era, solo tiene que buscar en su Biblia, o si no la tiene a mano, hacer una búsqueda en Google. Allí descubrirá que el Templo de Jersusalén estaba dividido en tres zonas: el vestíbulo, el Lugar Santo y el Lugar Santísimo. Supongo que el superlativo habrá ayudado a deducir que el Lugar Santísimo era el más importante. Tan importante que nadie podía entrar ya que allí dentro se creía que residía la presencia de Dios en toda su plenitud. Por todo lo dicho anteriormente uno ata cabos y deduce que la relevancia del ano en muchas teologías se debe a que éstas lo consideran su Lugar Santísimo, el espacio privilegiado donde pueden encontrar al Dios del que nos hablan. Un Dios que rechaza a quienes se atreven a entrar en sus aposentos, y que acepta a quienes sumisamente se niegan a traspasar el bello y fino velo que les permitiría estar en la gloria (la gloria de Dios me refiero).

El comentario que me envió mi lectora y que ha dado pié a esta reflexión, no tiene en cuenta que en el caso de los hombres es recomendable que a partir de cierta edad visitemos un urólogo para que éste, previamente enguantado, haga la revisión pertinente de nuestra próstata. Así que como todo en la vida, las normas tienen sus excepciones, y si es un doctor con tan buenas intenciones, y en nuestra cara solo se vislumbra el malestar por el difícil trago que hemos de pasar, pues tendremos que estar agradecidos de que Dios haya creado tan sensible orificio para que, con la única intención de salvarnos la vida, pueda ser penetrado por los dedos firmes y precisos de un urólogo. Llegados a este punto me percato de que también en el Lugar Santísimo había excepciones y que en el día de Yon Kipur el Sumo Sacerdote (¿un urólogo espiritual?) podía introducir sus deditos y el resto del cuerpo dentro de esta pequeña estancia para intentar salvar la vida de todo el pueblo de Israel, pidiendo a Dios perdón por los pecados realizados el año anterior. A día de hoy muchas personas sin ser judías siguen viviendo su particular Yon Kipur cuando se percatan de la intención de algún Sumo Sacerdote o Sacerdotisa (las cosas avanzan que es una barbaridad) de introducirse dentro de su trasero con la intención de pedir perdón por no se qué pecados y excesos cometidos.

Personalmente no soy mucho de dar prioridad a unas partes del cuerpo más que a otras, y por muy interesante que me puedan parecer algunos Lugares Santísimos, me niego a creer que las teologías que intentan hacer de ellos un lugar impenetrable sean cristianas. Para empezar porque creo que es bastante significativo que el evangelio nos aclare que tras la muerte de Jesús el velo del Templo se rasgó3. Una manera de decir que el Dios de Jesús no está encerrado en ningún lugar en particular, y que del Lugar Santísimo podemos ahora entrar y salir sin temor alguno a estar realizando una aberración castigada con la muerte. No sé si esto ayudará a quienes tan preocupados están por los anos de los demás, y supongo que por el suyo, aunque mucho me temo que no, porque lo que a estas personas les motiva es decir a la gente como tienen que vivir, pensar o incluso que pueden o que no pueden hacer con su culo. Lo que les hace tilín, y así entre nosotras, lo que les pone tontorrones y tontorronas, es crear un mundo donde la naturalidad, espontaneidad, felicidad, placer, o las ganas de experimentar, brillen por su ausencia. No hace falta mirarles el trasero, su cara deja bien claro lo infelices e insatisfechos que viven con su teología.

Volviendo a lo que la muerte de Jesús puede decirnos sobre lugares privilegiados para hacer teología, supongo que pensando un poco, y desdiciéndome de lo dicho en el párrafo anterior, sólo la teología hecha desde el corazón es netamente cristiana. Esa fue la máxima de Jesús, el amor, por mucho que no les guste a los teólogos y teólogas del ano. Por eso creo que más que la cabeza, las manos, la boca o el ano, Jesús es el corazón del cuerpo que formamos todos los creyentes. Y su sangre la que nos da vida y nos dignifica. Cualquier teología que privilegie un lugar del cuerpo que no sea el corazón, que no sea Jesús, lo hace para humillar o hacer sufrir a algún ser humano. Y las teologías que se centran únicamente en el corazón, y olvidan la importancia del resto de partes del cuerpo (el prójimo), son teologías muertas, incapaces de bombear la sangre necesaria al resto de órganos para seguir con vida. Así que a todas esas teólogas y teólogos del ano, yo le diría que se pasen al corazón, a un corazón que bombee vida constantemente, que por muy Santísimo que les parezca el trasero de algunas personas, no hay nada más Santo que el amor.

Carlos Osma

1  1 Cor 12,27
2  1 Cor 3,16

3  Mc 15,38)

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