Olas del mar y del viento.
Aunque haya religiones diferentes, debido a distintas culturas, lo importante es que todas coincidan en su objetivo principal: ser buena persona y ayudar a los demás (Dalai Lama)
13 de agosto. Domingo XIX del TO
Mateo 14, 22-33
“Al sentir el fuerte viento, tuvo miedo, entonces empezó a hundirse y gritó: ¡Señor, sálvame!”
El agua, la tempestad y la noche asustan. Son símbolos de inseguridad y angustia. Hay tempestades y noches oscuras en el alma. “Noche oscura del alma” es una metáfora utilizada para describir una fase en la vida espiritual de una persona, marcada por un sentido de soledad y desolación. Se hace referencia en tradiciones espirituales de todo el mundo, pero en particular en el cristianismo.
Para algunos místicos es un período de tristeza, angustia, confusión y miedo, que es necesario para alcanzar a Dios. Jesús también lo padeció cuando en la tarde de la Crucifixión gritó de esta manera: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mt 27, 46).
Para nuestro San Juan de la Cruz, que debía haber sobrevolado ya toda tormenta cuando escribió su Poema, canta en estos versos el gozo de haber llegado al alto estado de perfección, que es la unión con Dios:
“Quedéme, y olvidéme,
el rostro recliné sobre el amado;
cesó todo, y déjeme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado”.
Los discípulos, que por entonces no habían alcanzado esas alturas, tomaron a Jesús por un fantasma y se asustaron, particularmente Pedro, de modo que el propio Jesús tuvo que serenarles. Se serenó también el fuerte viento cuando él dejó de andar por las aguas y subió a la barca. Tal susto tenía el apóstol en el cuerpo, que por miedo a ahogarse exclamó, recordando quizás el salmo 69, 2: “Sálvame, Dios, que me llega el agua al cuello”.
Un relato simbólico en el que Jesús se les presenta cabalgando en las olas de la mar y del viento en una madrugada tormentosa, que nos quiere manifestar su fortaleza espiritual frente a nuestra debilidad innata.
En la ópera Peter Grimes, de Benjamin Britten, hay un momento en que los protagonistas reviven una escena parecida. El Coro de pescadores canta: “El viento contiene la marea”. El Reverend Horace Adams grita: “Oh, Dios, detiene la marea o yo compartiré tus temores. Son olas del dolor humano”. Y la maestra de escuela Ellen Orford, viuda enamorada de Peter, dice que “las olas centellean como el amor”, y le pregunta al protagonista: “¿Nos equivocamos cuando soñamos?”.
“Se levantó un viento huracanado, las olas rompían contra la barca que estaba a punto de anegarse. Él dormía en la popa sobre un cojín. Le despertaron y le dijeron: Maestro, ¿no te importa que naufraguemos? Se levantó, increpo al viento y ordenó al lago: ¡Calla, enmudece! El viento cesó y sobrevino una gran calma (Mc 4, 37-39). Yo pido también a Jesús marinero que me suba a su barca y me guie a destino.
SÚBETE A MI BARCA
Hay tormentas en el mar de mi existencia
y tú plácidamente duermes
mientras mi alma corre un grave riesgo
de zozobrar en estas procelosas aguas.
El timón y la quilla de mi vida
se han quebrado,
y me han dejado marchar a la deriva
vagando por el cielo sin sentido.
¡Señor de las Tormentas!
Súbete a mi desvencijada barca
y guíala a destino,
pues por ti me hice un día marinero.
(EVANGÉLICO CUARTETO. Ediciones Feadulta)
Vicente Martínez
Fuente Fe Adulta
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