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Archivo para Domingo, 6 de agosto de 2017

Transfiguración

Domingo, 6 de agosto de 2017
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Si supiéramos reconocer el don de Dios, si supiéramos experimentar estupor, como el pastor Moisés, ante todas las zarzas que arden en los bordes de nuestros caminos, comprenderíamos entonces que la transfiguración del Señor -la nuestra- empieza con un cierto cambio de nuestra mirada. Fue la mirada de los apóstoles la que fue transfigurada; el Señor permanece el mismo.

La cotidianidad de nuestra vida, trivial y extraordinaria, debería revelar entonces su deslumbrante profundidad. El mundo entero es una zarza ardiente, todo ser humano -sea cual sea la impresión que suscita en nosotros- es esta profundidad de Dios.

Todo acontecimiento lleva en él un rayo de su luz. Nosotros, que hemos aprendido a mirar hoy tantas cosas, ¿hemos aprendido los datos elementales de nuestro oficio de hombres? Se vive, en efecto, a la medida del amor, pero se ama a la medida de lo que se ve. Ahora, en la transfiguración, nuestra visión participa en el misterio, de ahí que el amor esté en condiciones de brotar de nuestros corazones como fuego que arde sin consumir, y así puede enseñarnos a vivir.

Debemos pasar de la somnolencia de la que habla el evangelio a la auténtica vela, a la vigilancia del corazón. Cuando despertemos se nos dará la alegría inagotable de la cruz. Al ver, por fin, en la fe, al hombre en Dios y a Dios en el hombre -Cristo- nos volveremos capaces de amar y el amor saldrá victorioso sobre toda muerte.

El Señor se transfiguró orando; también nosotros seremos transfigurados únicamente en la oración. Sin una oración continua, nuestra vida queda desfigurada. Ser transfigurados es aprender a ver la realidad, es decir, a nuestro Dios, a Cristo, con los ojos abiertos de par en par. Ciertamente, en este mundo de locos, siempre tendremos necesidad de cerrar los ojos y los oídos para recuperar un cierto silencio. Es necesario, es como una especie de ejercicio para la vida espiritual. Sin embargo, la vida, la que brota, la vida del Dios vivo, es contemplarlo con los ojos abiertos. Él está en el hombre, nosotros estamos en él. Toda la creación es la zarza ardiente de su parusía. Si nosotros «esperásemos con amor su venida» (2 Tim 4,8), daríamos un impulso muy diferente a nuestro servicio en este mundo .

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J. Corbon,
La alegría del Padre, Magnano 1997

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En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús:

“Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.” Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía:

“Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.”

Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo:

“Levantaos, no temáis.”

Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:

“No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.”

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Mateo 17,1-9

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad ,

“El riesgo de instalarse”. 6 de agosto de 2017. Transfiguración del Señor. Mateo 17, 1-9.

Domingo, 6 de agosto de 2017
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la transfiguracionTarde o temprano, todos corremos el riesgo de instalarnos en la vida, buscando el refugio cómodo que nos permita vivir tranquilos, sin sobresaltos ni preocupaciones excesivas, renunciando a cualquier otra aspiración.

Logrado ya un cierto éxito profesional, encauzada la familia y asegurado, de alguna manera, el porvenir, es fácil dejarse atrapar por un conformismo cómodo que nos permita seguir caminando en la vida de la manera más confortable.

Es el momento de buscar una atmósfera agradable y acogedora. Vivir relajado en un ambiente feliz. Hacer del hogar un refugio entrañable, un rincón para leer y escuchar buena música. Saborear unas buenas vacaciones. Asegurar unos fines de semana agradables…

Pero, con frecuencia, es entonces cuando la persona descubre con más claridad que nunca que la felicidad no coincide con el bienestar. Falta en esa vida algo que nos deja vacíos e insatisfechos. Algo que no se puede comprar con dinero ni asegurar con una vida confortable. Falta sencillamente la alegría propia de quien sabe vibrar con los problemas y necesidades de los demás, sentirse solidario con los necesitados y vivir, de alguna manera, más cerca de los maltratados por la sociedad.

Pero hay además un modo de «instalarse» que puede ser falsamente reforzado con «tonos cristianos». Es la eterna tentación de Pedro, que nos acecha siempre a los creyentes: «plantar tiendas en lo alto de la montaña». Es decir, buscar en la religión nuestro bienestar interior, eludiendo nuestra responsabilidad individual y colectiva en el logro de una convivencia más humana.

Y, sin embargo, el mensaje de Jesús es claro. Una experiencia religiosa no es verdaderamente cristiana si nos aísla de los hermanos, nos instala cómodamente en la vida y nos aleja del servicio a los más necesitados.

Si escuchamos a Jesús, nos sentiremos invitados a salir de nuestro conformismo, romper con un estilo de vida egoísta en el que estamos tal vez confortablemente instalados y empezar a vivir más atentos a la interpelación que nos llega desde los más desvalidos de nuestra sociedad.

José Antonio Pagola

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“Su rostro resplandecía como el sol”. Domingo 6 de agosto de 2017. 18º Ordinario. Transfiguración del Señor

Domingo, 6 de agosto de 2017
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15-CuaresmaA2De Koinonia:

Daniel 7,9-10.13-14: Su vestido era blanco como nieve.
Salmo responsorial: 96: El Señor reina, altísimo sobre la tierra.
2Pedro 1,16-19: Esta voz del cielo la oímos nosotros.
Mateo 17,1-9: Su rostro resplandecía como el sol.

La primera lectura del libro de Daniel nos recuerda que Israel como el mundo de aquel tiempo y lugar se encontraba en un proceso de helenización. La fuerza de la cultura griega invadía todo y se extendía con rapidez. Toda una nueva forma de entender la vida. Esto trajo una crisis profunda en todos los que vivían con pasión su fe. Con la llegada de Antíoco IV Epífanes, lo que en un primer momento no era más que una mayor promoción de la cultura griega, va a dar paso a una persecución abierta de los judíos que siguen fieles a su fe desde su cultura tradicional. A la irracionalidad de la intolerancia se suma la irracionalidad de la violencia. La «cultura superior» lleva consigo la prepotencia y termina por masacrar a personas sencillas, inocentes, que lo único que pretenden es vivir en paz (¿quiénes son los «bárbaros»?).

En este clima surge el libro de Daniel, retomando acontecimientos del pasado, animando a resistir también ahora. En su segunda parte cambia de género literario y ante la presión y la inestabilidad por lo absurdo de la fuerza… no puede expresarlo en lenguaje convencional y echa mano del género de «la apocalíptica». Todo el capítulo al que pertenece el texto de este día hace de bisagra entre las dos partes del libro.

La segunda lectura, la segunda carta de Pedro es una de las pocas lecturas litúrgicas pertenecientes al último escrito, cronológicamente hablando, del Nuevo Testamento. No sólo por este motivo sino sobre todo por su contenido, es claro que no fue obra del apóstol Pedro, «primer Papa», aunque a él se le haya atribuido desde antiguo. Su intención es animar a los cristianos de las generaciones posteriores a la primera a la permanencia y fidelidad, poniéndolos en guardia frente a posibles desviaciones. La certeza de la victoria total de Cristo se basa, entre otras cosas, en la Transfiguración, una especie de adelanto teológico de lo que Cristo es y representa para todos. Contrapone el autor esta realidad a mitos y leyendas poco de fiar. Y no es que la transfiguración haya de considerase un hecho histórico. Se trata, más bien, de una reflexión espiritual de lo que el Señor Jesús significa para los cristianos. Probablemente no hubo una voz perceptible por los testigos; lo importante es que Jesús es el Hijo de Dios y ha de volver a culminar su obra comenzada. Es importante esta mención de Jesucristo como fundamento de la vida presente del cristiano, de su fe, de su realidad histórica en conjunto y, a la vez, la tensión hacia el futuro, hacia la realización completa.

Los símbolos que utiliza el profeta Daniel se inspiran en la apocalíptica judía del siglo III a. C. La apocalíptica intentaba presentar las grandes opciones de Dios para el presente mediante símbolos litúrgicos, cósmicos y sobrenaturales. El blanco representa la máxima santidad, la presencia divina. Los tronos simbolizan la capacidad para gobernar la historia. El hijo del hombre, un ser humano capaz de hacer realidad la voluntad de Dios.

En el evangelio de Mateo el episodio de la Transfiguración, tiene una relación directa con el episodio del bautismo (Mt 3,13-17). En ambos descubrimos la experiencia filial como forma permanente de relación con Dios: “Éste es mi Hijo preferido; escúchenle”. La presencia de Moisés y Elías en la escena representan el encuentro con «la Ley y los Profetas». La voz que desciende del cielo muestra que nuestra relación filial con Dios determina todo nuestro ser. La escucha de Jesús se convierte de ahora en adelante en el gran imperativo cristiano. La experiencia de Jesús durante su bautismo (Mt 3,17) se convierte en el patrimonio de toda la comunidad cristiana, aunque habrá que esperar a la experiencia pascual para descubrir cómo ese camino de ascenso al Padre pasa por la cruz. La vida cristiana es una vida transfigurada, esto es, una vida que se vive en plenitud desde la conciencia de ser hijos de Dios. Debemos abandonar la iniciativa de Pedro de vivir una vida dividida, desarticulada, simbolizada por su deseo de levantar tres chozas e instalarse allí en la montaña. Leer más…

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Dom 6.8.17. Transfiguración de Jesús, con un general judío que también veía a Moisés y Elías

Domingo, 6 de agosto de 2017
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imagesDel blog de Xabier Pikaza:

La iglesia celebra, aunque es domingo, la fiesta de la Transfiguración del Señor (San Salvador), una de las más significativas de la tradición cristiana, por su fondo histórico-simbólico y por la importancia que ha tenido y sigue teniendo, como icono esencial de la experiencia pascual y de la oración de la Iglesia (especialmente en la tradición ortodoxa).

Éste es el icono por excelencia, con la unión del Antiguo y del Nuevo Testamento (Jesús con Moisés y Elías), ésta es la visión orante en la montaña, la experiencia clave de la Resurrección de Jesús, y del camino que con él realizan los cristianos, en visión anticipada de la gloria, en tarea concreta de seguimiento, dando la vida con (como Jesús) al servicio de la vida de los otros.

Éste es el primer retablo del misterio cristiano, tal como lo han “escrito/pintado” desde antiguo iconógrafos, monjes y simples creyentes de oriente y occidente, el icono del camino que sube a (y baja de) la montaña (en unión con el otro gran icono de los Ángeles de la Trinidad: visión de Abraham, “escrita” por Rublev).

transfiguration1Su versión más antigua aparece en Mc 9, 2-8 y la más reciente en 2 Pedro 1, 16-18. Es un prodigio de concisión y riqueza evocadora, un canto de oración y pascua, de historia de Jesús y de esperanza escatológico. Este año la Iglesia utiliza el relato de Mateo (aunque no voy a insistir hoy en la diferencia entre los evangelios sinópticos).

Varias veces he comentado este pasaje en mi blog. Hoy quiero hacerlo de nuevo, en una línea antigua, recogiendo el ritmo y sentido del relato… e interpretándolo al fin desde la perspectiva de un oficial del ejército judío que seguía viendo en su oración a Moisés y Elías (como les había visto Jesús en la montaña), aunque su interpretación era distinta(aunque no opuesa a la cristiana), como seguirá viendo quien lea.

Buen domingo a todos los amigos. Las dos primeras imágenes recogen iconos de la tradición oriental de la Iglesia. El tercero está tomado de un famoso cuadro de Rafael Sanzio

Texto (Mt 17, 1-9)

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.

Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: “Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.” Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: “Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.”

Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: “Levantaos, no temáis.” Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: “No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.”


Introducción

Esta escena reproduce en un contexto de epifanía (manifestación sagrada) algunos de los elementos básicos de la historia humana y religiosa de Jesús. En un sentido nos recuerda el pasaje del bautismo, donde Dios mismo declara a Jesús como su Hijo (cf. Lc 3, 22). En otro sentido anticipa la experiencia cristiana de la pascua (éxodo) del mismo Jesús, desde un fondo de oración y de esperanza… Jesús es Mesías de Dios porque en su vida y su pascua es una revelación de Dios. Jesús Mesías judío, porque Moisés y Elías están a su lado y le ofrecen su testimonio. Jesús es Mesías cristianos, como sabe la tradición ortodoxa, que venera la gloria de Jesús en el Icono de la Transfiguración.

El relato es simple. Acompañado de tres discípulos, él asciendo a “la montaña” (se supone que está en Galilea) y allí se transfigura (metemorphôthê) y aparece a sus discípulos de un modo “celeste”, como persona divino, cubierto de vestidos blancos, y conversa con Elías y Moisés, personajes principales de la historia de Israel que, según la tradición, han subido al cielo y desde allí acompañan a los israelitas en su marcha hacia la plenitud mesiánica.

Pedro interpreta la experiencia de forma apocalíptica y pretende perpetuarla, construyendo allí tres tiendas, para quedarse sobre la montaña para siempre, rodeados de la gloria de Dios, como se decía y sentía en la fiesta de las tiendas o Tabernáculos de los judíos. Pero les cubre una nube, presencia de Dios, y se oye la Voz: “este es mi Hijo Elegido; escuchadle” (9, 7). Los discípulos se descubren de nuevo solos con Jesús, sobre la tierra, y guardan silencio hasta que sólo más tarde “entienden” lo que ha sucedido (en la pasacua).

latransfiguracionVarias perspectivas

La escena de la trasfiguración puede y debe entenderse desde diversas perspectivas, pues ella es un símbolo total del cristianismo, como han hecho y siguen haciendo los investigadores y creyentes:

Fondo histórico. La vida de Jesús. Esta escena mantiene el recuerdo de algún acontecimiento especial de la vida de Jesús, vinculado a una montaña de Galilea donde él solía subir para orar, acompañado de sus tres discípulos preferidos (Pedro, Santiago y Juan). Jesús pudo aparece de forma muy particular en la montaña y sus tres discípulos principales le descubrieron como Hijo de Dios, escuchando unas palabras de la Nube que tomaron como voz divina, revelación transformante del misterio que presente a Jesús diciendo: ¡ese es mi Hijo Elegido, escuchadle!

Ésta visión sigue conservando su valor, pero no puede aislarse de las otras. Los mismos discípulos de Jesús han “transfigurado” su recuerdo, han reinterpretado su experiencia anterior después de la Pascua y han visto que su “Jesús amigo” era Hijo de Dios. Dios mismo les hablaba y les habla a través de ese Jesús. La voz celeste no se dirige a Jesús, sino a sus discípulos, que deben escucharle. Esa voz de Dios parece situarnos en contexto post-pascual: más que el anuncio del Reino de Jesús que Jesús proclamaba importa ahora la presencia del mismo Je´sus como resucitado o juez divino del tiempo escatológico.

Perspectiva apocalíptica. Algunos investigadores piensan que la escena original no hablaría de una transfiguración histórica de Jesús, sino de una experiencia y esperanza escatológica: los cristianos han visto a Jesús tras su muerte sobre la Montaña el cielo, con Moisés y Elías, comprendiendo de esa forma que él debe venir, que viene pronto, para restaurar todas las cosas. Ésta escena sería un anticipo de la culminación final de los tiempos, como Pedro interpreta rectamente cuando quiere hacer allí tres tiendas, las tiendas o mansiones eternas de los cielos. Leer más…

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Dios Padre habla poco, pero no se limita a repetirse. Fiesta de la Transfiguración. Ciclo A

Domingo, 6 de agosto de 2017
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transfiguracion-fondo1Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

En el Antiguo Testamento, Dios habla con mucha frecuencia, con las más diversas personas (incluso con la serpiente) y sobre toda clase de temas (desde la construcción de un arca que salve del diluvio hasta la táctica militar que debe emplear Josué). Sin embargo, en el evangelio de Mateo, Dios Padre solo habla en dos ocasiones: en el bautismo de Jesús y en la Transfiguración. En las dos dice lo mismo: «Este es mi hijo amado, mi predilecto». Pero en la Transfiguración añade una orden muy importante: «Escuchadle».

El relato de la Transfiguración

Podemos dividirlo en tres partes: la subida a la montaña, la visión, y el descenso de la montaña. Desde un punto de vista litera­rio, se trata de una teofanía, una manifestación de Dios, y los evangelistas utilizan los mismos elementos que empleaban los autores del Antiguo Testamento para describirlas. Por eso, antes de analizar cada una de las partes, recordaré brevemente algunos datos de la famosa teofanía del Sinaí, cuando Dios se revela a Moisés.

En primer lugar, Dios no se manifiesta en un espacio cualquiera, sino en un sitio especial, la montaña. A esa montaña no tiene acceso todo el pueblo, sino sólo Moisés, al que a veces puede acompañar su hermano Aarón (Ex 19,24), o Aarón, Nadab y Abihú junto con los setenta dirigentes de Israel (Ex 24,1). La presen­cia de Dios se expresa mediante la imagen de una nube espesa, desde la que habla. Es también frecuente que se mencione en este contexto el fuego, el humo y el temblor de la montaña, como símbolo de la gloria y el poder de Dios que se acerca a la tierra. Estos elementos demuestran que los evangelistas no pretenden ofrecer un informe objetivo, histórico, de lo ocurrido, sino crear un clima semejante al de las teofanías del Antiguo Testa­mento.

            La subida a la montaña

Es significativo el hecho de que Jesús sólo elige a tres discípu­los, Pedro, Santiago y Juan. Esta exclusión de los otros nueve no debemos interpretarla sólo como un privilegio; la idea principal es que va a ocurrir algo tan importante que no puede ser presen­ciado por todos. Por otra parte, se dice que subieron «a una montaña alta y apartada». La tradición cristiana, que no se contenta con estas indicaciones generales, la ha identificado con el monte Tabor, que no tiene mucho de alto y nada de aparta­do. Lo que los evangelistas quieren indicar es otra cosa. Están usando el frecuente simbolismo de la montaña como morada de Dios o lugar de revelación divina. Entre los antiguos cananeos, el monte Safón era la morada del panteón divino. Para los griegos se trataba del Olimpo. Para los israelitas, el monte sagrado era el Sinaí (u Horeb). También el Carmelo tuvo un prestigio especial entre ellos, igual que el monte Sión en Jerusalén. Una montaña «alta y apartada» aleja horizontalmente de los hombres y acerca verticalmente a Dios. En ese contexto va a tener lugar la mani­festación gloriosa de Jesús, sólo a tres de los discípulos.

            La visión

La presentación de Mateo, muy parecida a la de Mc, aunque con ciertos cambios significativos, es de una agilidad y rapidez asombrosas, que puede hacer que el lector no caiga en la cuenta de todos los detalles significativos. En la visión hay cuatro elementos que la hacen avanzar hasta su plenitud: 1) la transformación del rostro y las vestiduras de Jesús; 2) la aparición de Moisés y Elías; 3) la aparición de una nube luminosa que cubre a los presentes; 4) la voz que se escucha desde el cielo.

1) La transformación de Jesús la expresaba Marcos con estas pala­bras: «sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no es capaz de blanquearlos ningún batanero del mundo» (Mc 9,3). Mateo omite esta comparación final y añade un dato nuevo: «su rostro brillaba como el sol». No se trata de una luz que se proyecta sobre Jesús, sino de una luz deslumbradora y maravillosa que brota de su inte­rior, transformando su rostro y sus vestidos; simboliza la gloria de Jesús, que los discípulos no habían percibido hasta ahora de forma tan sorprendente.

2) «De pronto, se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él». Moisés es el gran mediador entre Dios y su pueblo, el profeta con el que Dios hablaba cara a cara; sin Moisés, humana­mente hablando, no habría existido el pueblo de Israel ni su religión. Elías es el profeta que salva a esa religión yahvis­ta en su mayor momento de crisis, hacia el siglo IX a.C., cuando está a punto de sucumbir por el influjo de la religión cananea; sin él, habría caído por tierra toda la obra de Moisés. Por eso los judíos concedían especial importancia a estos dos personajes. El hecho de que se aparezcan ahora a los discípu­los (no a Jesús), es una manera de confirmarles la importancia del personaje al que están siguiendo. No es un hereje ni un loco, no está destruyendo la labor religiosa de siglos, se encuentra en la línea de los antiguos profetas, llevando su obra a plenitud.

En este contexto, las palabras de Pedro proponiendo hacer tres chozas suenan a simple despropósito. Generalmente nos fijamos en las tres chozas. Pero esto es simple conse­cuencia de lo anterior: «qué bien se está aquí». En el contexto de las anteriores intervenciones de Pedro resulta coherente con su intención de que Jesús no sufra. Es mejor quedarse en lo alto del monte con Jesús, Moisés y Elías que tener que seguir a Jesús con la cruz.

3) «Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió, y dijo una voz desde la nube: Este es mi Hijo amado, mi predilecto. Escuchadlo». Como en el Sinaí, la presen­cia de Dios se expresa mediante la imagen de una nube espesa, desde la que Dios habla (Ex 19,9).

4) Sus primeras palabras reproducen exactamente las que se escucharon en el momento del bautismo de Jesús, cuando Dios presentaba a Jesús como su siervo. Pero aquí se añade un imperativo: ¡Escuchadlo! Esta orden se relaciona con el anuncio hecho por Jesús una semana antes a propósito de su pasión, muerte y resurrección. A Pedro le provocó un gran escándalo, pero Jesús no dio marcha atrás: «Quien quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga». Dios Padre confirma que ese mensaje no puede ser eludido ni trivializado. ¡Escuchadlo!

El descenso de la montaña

La orden de Jesús de que no hablen de la visión hasta que él resucite se inserta en la misma línea de la prohibición de decir que él es el Mesías. No es momento ahora de hablar del poder y la gloria, suscitando falsas ideas y esperanzas. Después de la resurrección, cuando para creer en Cristo sea preciso aceptar el escándalo de su pasión y cruz, se podrá hablar con toda libertad también de su gloria.

Resumen

Este episodio no está contado en beneficio de Jesús, sino como experiencia positiva para los apóstoles y para todos nosotros. Después de haber escuchado a Jesús hablar de su pasión y muerte, de las duras condiciones que impone a sus seguidores, tienen tres experiencias complementarias: 1) ven a Jesús transfigurado de forma gloriosa; 2) se les aparecen Moisés y Elías; 3) escuchan la voz del cielo.

Todo esto supone una enseñanza creciente: 1) al ver transformados su rostro y sus vesti­dos tienen la expe­riencia de que su destino final no es el fracaso, sino la gloria; 2) al aparecérseles Moisés y Elías se confirman en que Jesús es el culmen de la historia religiosa de Israel y de la revela­ción de Dios; 3) al escuchar la voz del cielo saben que seguir a Jesús no es una locura, sino lo más conforme al plan de Dios.

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Domingo XVIII de Tiempo Ordinario. 6 Agosto, 2017

Domingo, 6 de agosto de 2017
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“Se transfiguró delante de ellos y su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.”

(Mt 17, 1-9)

El episodio de la transfiguración se encuentra en un momento “crítico” del evangelio. La hostilidad hacia Jesús crece, él es consciente. Y en medio de las dificultades se toma un tiempo para orar.

Pero también un tiempo para estar con su círculo más íntimo. Llama a tres de sus amigos y se va un día de “retiro”. De excursión. Se aleja de la ciudad, de las gentes. Suben a la montaña.

Caminan, respiran, cantan algún salmo. Se llenan de naturaleza. Se detienen en un lugar retirado y hablan en intimidad. Jesús abre su corazón. Se confía a sus amigos. Les habla de cómo ve y de cómo siente a Dios. Les explica lo que descubre en la Ley (Moisés) y en los Profetas (Elías). Y hablando de Dios y de su Palabra acaban orando juntos.

El corazón de sus amigos sintoniza con la voz del Padre y ellos mismos pueden ver y oir lo que siente y experimenta Jesús. Es un momento plenamente luminoso y ellos no quieren que termine.

Cuando entras de lleno en el corazón de la Trinidad no quieres salir, no quieres moverte de allí. Querríamos quedarnos para siempre. Pero Jesús nos invita a levantarnos y a regresar a nuestra cotidianidad.

La oración, el encuentro con Dios, en ocasiones es un espacio confortable, lleno de luz que nos deja frente a lo bueno y lo mejor que hay en nosotras mismas. Alguna vez la oración nos desvela nuestra identidad más profunda. Nos susurra que somos Hijas Amadas de Dios. Y nos respiramos como parte de ese corazón Trinitario.

Pero no podemos quedarnos en esa montaña tranquila. El verdadero encuentro con Dios nos lanza hacia nuestras hermanas y hermanos. Nos abre a la realidad de las demás. Y nos compromete con ella.

Oración

Permítenos, Buen Jesús, contemplar tu Rostro Transfigurado para que se nos conmuevan las entrañas y nos comprometamos con el sufrimiento de nuestras hermanas y hermanos.

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Acaparar el pan es quitar la vida a otro.

Domingo, 6 de agosto de 2017
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41-OrdinarioA18Mt 14, 13-21

Seis veces se narra en los evangelios este episodio. Jesús da de comer a una multitud en despoblado. Es seguro que algo muy parecido pasó en realidad y probablemente más de una vez. Pero lo que pasó no tiene ninguna importancia, porque se trata de un relato simbólico. Lo importante es lo que nos quieren decir al contarnos esta historia. Las circunstancias de tiempo y lugar son datos teológicos, que nos tienen que acercar, no a un conocimiento discursivo y racional sino a una profunda vivencia religiosa.

Con los conocimientos exegéticos que hoy tenemos, no podemos seguir entendiendo este relato como multiplicación milagrosa de unos panes y peces. Es más, entendido como un milagro material, nos quedamos sin el verdadero mensaje del evangelio. Podíamos decir que es una parábola en acción. También hacen falta “oídos” y “ojos” bien abiertos para entenderla. El punto de inflexión del relato está en las palabras de Jesús: dadles vosotros de comer. Jesús sabía que eso era imposible. Parece ser que no entraba en los planes del grupo preocuparse de las necesidades materiales de los demás.

No podemos seguir hablando de un prodigio que Jesús lleva a cabo gracias a un poder divino. Si Dios pudo hacer un milagro para saciar el hambre de los que llevaban un día sin comer, con mucha más razón tendría que hacerlo para librar hoy de la muerte a millones de personas que están muriendo de hambre en el mundo. Tampoco podemos utilizar este relato como un argumento para demostrar la divinidad de Jesús. El sentido de la vida de Jesús salta hecha añicos cuando suponemos que era un ser humano, pero con el comodín de la divinidad guardado en la chistera y que podía utilizar a capricho.

En ninguno de los relatos se dice que los panes y los peces se multiplicaran. Realmente fue un verdadero “milagro”, que un grupo tan numeroso de personas compartiera todo lo que tienen hasta conseguir que nadie quedara con hambre. Hay que tener en cuenta que en aquel tiempo no se podía repostar por el camino, todo el que salía de casa para un tiempo, iba provisto de alimento para todo ese tiempo. Los apóstoles tenían cinco panes y dos peces; seguramente, después de haber comido ese día. Si el contacto con Jesús y el ejemplo de los apóstoles les empujo a poner cada uno lo que tenían al servicio de todos, estamos ante un ejemplo de respuesta a la generosidad que Jesús predicaba.

Con frecuencia, en la Biblia se hace referencia a los tiempos mesiánicos como banquete. El mismo Jesús se dejaba invitar por las personas importantes. Él mismo organizaba comidas con los marginados; esa era una de las maneras de manifestarles su aprecio y cercanía. La más importante ceremonia de nuestro culto cristiano está estructurada como una comida. Que todo un día de seguimiento haya terminado con una comida no nos debe extrañar. Lo verdaderamente importante es que en esa comida todo el que tenía algo que aportar, colaboró, y el que no tenía nada, se sintió acogido fraternalmente.

Si tenemos “ojos” y “oídos” abiertos, en el mismo relato podemos hallar las claves para una correcta interpretación. Los discípulos se dan cuenta del problema y actúan con toda lógica. Como tantas veces decimos o pensamos nosotros, se dijeron: es su problema, ellos tienen que solucionárselo. Jesús rompe con toda lógica y les propone una solución mucho menos sensata: “dadles vosotros de comer”. Él sabía que no tenían pan para tantas personas. Aquí empieza la necesidad de entenderlo de otra manera.

Recordar algunos datos nos ayudará a comprender el relato más ajustadamente. Junto al lago, los alimentos básicos de la gente eran el pan y los peces. Los libros de la Ley eran cinco; y dos el resto de la Escritura: Profetas y Escritos. El número siete (5+2) es símbolo de plenitud. También el número de los que comieron (cien grupos de cincuenta) es simbólico. Los doce cestos aluden a las doce tribus. Es el pan compartido el que debe alimentar al nuevo pueblo de Dios. La mirada al cielo, el recostarse en la hierba… Ya tenemos los elementos que nos permites interpretar el relato, más allá de la letra.

El verdadero sentido del texto está en otra parte. La dinámica normal de la vida nos dice que el “pan” indispensable para la vida, tenemos que conseguirlo con dinero; porque alguien lo acapara y no lo deja llegar a su destino más que cumpliendo unas condiciones que el que lo acaparó impone: el “precio”. Lo que hace Jesús es librar el pan de ese acaparamiento injusto. La mirada al cielo y la bendición son el reconocimiento de que Dios es el único dueño y que a Él hay que agradecer el don. Liberado del acaparamiento, el pan, imprescindible para la vida, llega a todos sin tener que pagar un precio por él.

Jesús, nos dice el relato, primero siente compasión de la gente, y después invita a compartir. Jesús no pidió a Dios que solucionara el problema, sino que se lo pidió a sus discípulos. Aunque en su esquema mental no encontraron solución, lo cierto es que, todo lo que tenían, lo pusieron a disposición de todos. Esta actitud desencadena el prodigio: La generosidad se contagia y produce el “milagro”. Cuando se deja de acaparar los bienes, llegan a todos. Cuando lo que se acapara son los bienes imprescindibles para la vida, lo que se está provocando es la muerte. Los hombres no deben actuar de manera egoísta.

Curiosamente hoy son la primera y la segunda lectura las que nos empujan hacia una interpretación espiritual del evangelio. Los interrogantes planteados en las dos primeras lecturas podrían se un buen punto de partida para la reflexión de este domingo. La primera nos advierte que la comida material, por sí misma, ni alimenta ni da hartura. Solo cuando se escucha a Dios, cuando se imita a Dios se alimenta la verdadera vida. En la segunda lectura nos indica Pablo, donde está lo verdaderamente importante para cualquier ser humano: el amor que Dios nos tiene y se manifestó en Jesús.

Después de un día con Jesús, el pueblo fue capaz de compartir lo poco que tenían: unos pedazos de pan duro, y peces resecos. Ese es el verdadero mensaje. Nosotros, después de años junto a Jesús, ¿qué somos capaces de compartir? No debemos hacer distinción entre el pan material y el alimento espiritual. Solo cuando compartimos el pan material, estamos alimentándonos del pan espiritual. En el relato no hay manera de separar el nivel espiritual y el material. La compasión y el compartir son la clave de toda identificación con Jesús. Es inútil insistir porque es el tema de todo el evangelio.

Cada vez que se comparte el pan, se comparte la vida y se hace presente a Dios que es Vida-Amor. No hay otra manera de identificarnos con Dios y de acercar a Dios a los demás. La eucaristía es memoria de esta actitud de Jesús que se partió y repartió. Al partirse y repartirse, hizo presente a Dios que es don total. El pan que verdaderamente alimenta no es el pan que se come, sino el pan que se da. El primer objetivo de compartir no es saciar la necesidad de otro, sino manifestar la Unidad entre todos.

Meditación

La clave del mensaje de Jesús es la compasión.
Si no veo a Dios en el que muere de hambre,
mi dios es un ídolo que yo me he fabricado.
Si no me aproximo al que me necesita,
me estoy alejando del Dios de Jesús.
Si no he descubierto a Dios como don dentro de mí,
nunca lo podré descubrir en los más pobres.

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Escuchadle.

Domingo, 6 de agosto de 2017
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transfiguracion011Me gusta la forma en que estás siendo, no la palabra (Tony a Eillis en la ópera Hansel y Gretel)

6 de agosto. Transfiguración del Señor

Mt 17, 1-9.

“Este es mi Hijo querido, mi predilecto. Escuchadle” (Mt 17, 5)

La necesidad de escuchar a Jesús es una conclusión del mandato dado a sus Apóstoles –nosotros incluidos– en Mc 16, 15: “Y les dijo: Id por todo el mundo proclamando la buena noticia a toda la humanidad”.

El tema de la “escucha” es reincidente en La Biblia. Ya en el segundo libro del AT el Señor aconseja al pueblo de Israel que escuchen al profeta que les ha enviado: “Escúchalo, Israel, y ponlo por obra para que te vaya bien y crezcáis mucho” (Dt 6, 3). Y en 18, 15 insiste: “…a él le escucharéis”. A Isaías le advierte que advierta a su pueblo sobre los riesgos de su obcecación sus sentidos: “Anda y dile a ese pueblo: oíd con vuestros oídos; pero sin entender; mirad con vuestros ojos, pero sin comprender (Is 6, 9), porque “Mucho mirar y no sacabas nada, con los oídos abiertos no te enterabas” (Is 42, 20).

El Evangelio recalca esta dimensión auditiva puesto que, como dice Mc en 13, 17: “La fe entra por el oído, escuchando el mensaje del Mesías”. Y en 13, 14 recuerda las palabras recriminadoras de Isaías: “Por más que escuchéis no comprenderéis”. Luego pone énfasis en los oyentes –también aquí nosotros-, y nos dice: “Quien tenga oídos para oír que escuche (Mc 4, 23). “Y llamando a la gente les dijo: Escuchad y atended” (Mt 15, 10). Marcos insinúa la actitud con que debemos hacerlo: “La multitud escuchaba a Jesús con gusto” (Mc 12, 37). Y Juan en 14, 11, añade que amén por las palabras, por las obras: “Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, creedlo por las obras”.

Jesús consideró a Dios Padre común y próximo a la vida humana a pesar de que, como dijo a María Magdalena el día de su Resurrección: “Subo a mi Padre y vuestro Padre, mi Dios y vuestro Dios” (Jn 20, 17). Y todo esto para, en palabras de San Hilario (Tratado sobre la Santísima Trinidad L.1, 37): “Yo tengo la conciencia de que es a ti, Dios Padre omnipotente, a quien debo ofrecer la obra principal de mi vida, de tal suerte que todas mis palabras y pensamientos hablen de ti”.

En la ópera Hansel y Gretel, del compositor alemán Engelbert Humperdinck (1854-1921), uno de los protagonistas canta de este modo la Canción del Hombre del Rocío, invitando a madrugar a los pájaros del bosque:

¡Levantaos, dormilones, despertad!
¡Ya resplandece el día!

Una sugerente advertencia de parte del Santo Doctor de la Iglesia, y de Hansel, invitándonos a sacudir nuestra pereza.

El estadounidense Ken Wilbert (Oklahoma 1948), bioquímico y especialista en el estudio de las religiones, hace un interesante estudio de las que él llama religiones exotéricas y las denominadas esotéricas. De las primeras dice que son míticas y literalistas en la interpretación de la Biblia, y dan particular importancia a los ritos y devociones de los creyentes. Por el contrario, en las esotéricas el culto se realiza en todo lugar, están vacías de ritos externos, y son cultivadas en el interior del corazón. La espiritualidad que nos propone Jesús está más plenamente en esta línea.

“Me gusta la forma en que estás siendo, no la palabra”, le dice Tony a Eillis en la ópera citada. Ya lo había escrito el apóstol Santiago veinte siglos antes en su Carta a las doce tribus de la dispersión: “Sed ejecutores del mensaje y no sólo oyentes que se hacen ilusiones. Pues si uno es oyente y no ejecutor se parece a aquel que se miraba la cara en el espejo: se observó, se marchó y pronto se olvidó de cómo era” (Sant 1, 22-24).

JESÚS SIEMPRE MAESTRO

Enseñabas siempre en Primavera.
Tú sembrabas y dejabas luego
que el Verano hiciera con su fuego
copiosas cosechas en la era.

La gente, sentada a tu vera,
oía con ansia tu doctrina.
Todo era amor, era flor de harina
brotada de tus divinos labios.

Eran perlas y consejos sabios
salidos de tu boca divina.

(EVANGÉLICO CUARTETO. Ediciones Feadulta.)

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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El sexto día: Una voz, una comunidad.

Domingo, 6 de agosto de 2017
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a_proper25En este sexto día de nuestra vida, cuando reconocemos que hay algo inacabado en nosotr@s y en nuestro entorno, en la manera de vivir y convivir, se nos invita a “subir” al monte, con algunos de la comunidad. Mt 17,1-9

Subir y hacer distancia del ajetreo diario, subir para tomar perspectiva y acoger la experiencia que se nos ofrece.

El sexto día precede al sábado en el calendario Judío. Es la víspera del Sabbath en que se celebra el final de la Creación, el descanso celebrativo por haber completado la obra. Pero el sexto día es el que nos ocupa hoy, y en ese día que precede al Sabbath en el monte ocurre algo.

Seis días después de haber tratado Jesús de enemigo del reino a Pedro (Mt 16,23), porque no entendía el mesianismo por el que Jesús iba optando, paso a paso.

Seis días después de haberles dicho que cargar con la cruz no es aceptar lo que nos viene, sino que es asumir las consecuencias de seguirle a él, Jesús se los lleva a un monte alto y apartado. Indicando estos calificativos que la experiencia será de envergadura en el lugar de encuentro con Dios, y exclusiva, aunque no excluyente, ya que se da en comunidad.

Y en el monte ocurre que Jesús les demuestra la realidad y calidad de la vida que supera la muerte. Y lo hace proporcionándoles una experiencia durante la cual aparece una nube, símbolo de la presencia divina, desde la que se oye una voz: “Este es mi Hijo, el amado, en quien he puesto mi favor. Escuchadlo.”(Mt 17,5)

Estas palabras nos evocan la experiencia del Bautismo de Jesús. La diferencia fundamental es que en el Bautismo es Jesús quien las escucha, y en esta escena la escuchan los discípulos, y a través de ellos tod@s nosotr@s.

Ante una experiencia importante, sobre la que no tenemos control, siempre reaccionamos con miedo. Miedo que desaparece cuando Jesús “los toca” (v.7) como tocaba a enfermos y muertos, devolviéndoles salud y vida.

El miedo produce las diferentes enfermedades que Jesús irá sanando a lo largo del caminoceguera: dificultades serias para discernir el camino del discipulado; parálisis: incapacidad para movernos en su dirección; muerte: por inanición de alimento auténtico…

En el texto, en el momento en que aparece la voz la visión se diluye, indicando que la narración es una puesta en escena para resaltar la voz a través de la que se nos revela su identidad:

ESTE ES MI HIJO, EL AMADO, EN QUIEN HE PUESTO MI FAVOR. ESCUCHADLO.

Puedo afirmar, por experiencia propia y por observar a muchas personas en retiros, acompañamiento… que ante estas palabras se dan reacciones muy distintas.

La mayoría decimos, claro, Jesús es el Hijo. La dificultad empieza precisamente porque en este texto, a diferencia del texto del Bautismo donde se nos dice que Jesús escucha estas palabras, aquí es la comunidad creyente y fiel, aún con dudas y mediocridades, quien las escucha. Esta comunidad está representada por los tres discípulos que le acompañan en el monte alto.

Estas palabras nos dicen que es a él a quien hay que escuchar, indicando que se ha superado el Antiguo Testamento. Jesús es ahora el Maestro que nos comunica una nueva relación con Dios. Esa nueva relación es filial, personal, cercana, amorosa.

Estas palabras indican que cualquier imagen, experiencia o comunicación de un Dios que no encaja en este patrón no es el Dios de Jesús.

Jesús les ha comunicado su experiencia más íntima para que al compartirla, participaran de ella. La hicieran suya. Este Dios es tu Dios. Hoy tú eres el hijo y la hija amada a quien hay que escuchar.

El mundo necesita el evangelio, es la respuesta a todos los problemas sociales que empiezan en el ego y terminan en el ego. A la comunidad cristiana le falta “el primer anuncio”, nos decía  un obispo preocupado en alinear su diócesis para que todo empiece de nuevo, renovando las raíces: un encuentro personal y comunitario con Jesús Resucitado y su envío.

La pregunta que arranca de las entrañas es ¿tenemos algo que decir? Y tal vez la mayoría diríamos sí, y me incluyo. Pero tal vez no sabemos cómo, porque creemos que al ser una experiencia íntima y personal no es para compartirla más allá de decir que nos da vida. Y luego vienen los complejos de mucha gente que por no tener teología o estudios serios en Biblia, piensan que no tienen autoridad…

Dice Teilhard de Chardin que estamos debilitados por falta de soledad-silencio y por falta de naturaleza.

En el hemisferio norte nos llega este texto en plenas vacaciones para la mayoría, y creo que es una oportunidad para sacarle el jugo a las palabras de Teilhard y de Jesús:  subir al monte alto, buscar un rincón en la naturaleza donde acompañado por el silencio que habla a través del mar, o de los sonidos  del campo o del bosque, nos dejemos acompañar por esa Palabra, que tantas veces decimos que no entendemos, pero que hoy si queremos puede dar un vuelco a nuestra vida. Tú eres mi hija, mi hijo amado. Escuchadle, dice Jesús, sobre nuestra vida.

Tal vez pienses que a ti no te escuchan, que los hijos, que tu pareja, que la iglesia institución no va por ahí.

Te invito a escucharle primero a él, porque luego sí tendrás algo importante que decir. Tal vez simplemente, que el silencio te da vida. Que su Palabra te dignifica. Que sientes una fuerza renovada aunque sigues con tu duelo o enfermedad o soledad o miedos paralizantes.

Cuando le escuchamos  poco a poco va desapareciendo el miedo y con ello, la ceguera, la parálisis, la mudez, la anemia.

Y empieza el descenso. Sí, porque la experiencia se da entre la subida y el descenso. El descenso, volver a la vida cotidiana pero con la experiencia profunda de saberte hij@.

Tal vez ahora tengas algo que decir. ¡Te escuchamos!

Y empieza el día séptimo en que todo está completo. Tú estás complet@, y la comunidad se alegra. Y cambia tu entorno y tú tienes más energía porque eso de ir al monte con Jesús y la comunidad abre el apetito y devuelve el color a tus mejillas. Y te sientes más capaz de actuar desde dentro, sin cobardía. Tomar esa decisión un poco drástica con sabor a evangelio, compartir un poco más, comprometerte sin compararte…

Habrá día séptimo si asumimos el sexto.

Feliz tiempo de descanso. Feliz día séptimo en tu vida.

Magdalena Bennásar Oliver

www.espiritualidadintegradoracristiana.es

Fuente Fe Adulta

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“Siesta de Transfiguración y psicoanálisis en el Tabor”, por Juan Masiá Clavel

Domingo, 6 de agosto de 2017
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325_bDe su blog Vivir y Pensar en la Frontera:

Sueño y despertar de transfiguración en el monte Tabor,

En la reunión del equipo pastoral, preparando la homilía del 6 de agosto, nos hizo reir la catequista Herminia contando el cuento de las tres tiendas de campaña en lo alto del monte Tabor:

“¿Por qué tres solamente, si los personajes son seis en total, contando a los discípulos con los dos profetas y el Maestro? Es que Moisés y Elías son mayores, serios, estirados y encima roncan, necesitan estancia individual. En cambio, los discípulos se acurrucan en la misma tienda con Jesús, que reclina la cabeza en cualquier sitio, aun con menos de dos estrellas”.

Bromas aparte, el resto del equipo dudaba entre subir a montes de contemplación o bajar a rutas de compromiso.

Alicia, catequista de los pequeños, prefiere Lucas a Mateo y propone escenificar el sueño; “Pedro y sus compañeros estaban amodorrados por el sueño, pero se espabilaron y vieron su gloria” (Lc 9, 32). De fondo, el salmo: “contempladlo y quedaréis radiantes”; aunque no todo es luz resucitadora, sino mitad ilusión de luz y mitad pesadilla de tinieblas en este “éxodo de pasión” que comentan Moisés y Elías (Lc 9, 30).

Enrique, catequista de confirmandos, insistía en que no vale la misma interpretación en la misa de infancia y en la de mayores. Es que no acababa de convencerles mi propuesta de centrarse en nuestros propios sueños, como en el sueño de Pedro, Juan y Santiago.

Los tres discípulos –invitados a quedarse en silencio ante el Enigma para escuchar al Misterio de Vida, que eso es orar…-, simplemente cayeron en el sopor de sobremesa, aunándose los temores con el mesenterio productor de ensoñaciones.

Los tres se quedaron dormidos en la siesta del monte Tabor (Mc 9, 2-13; Mt 17, 1-20; Lc 9, 28-36; cf Jn 12, 22-33), como también se les pegaron las sábanas, un año antes, en la madrugada de Cafarnaúm (Mc 1, 35-38) y como caerían rendidos de sueño, un año después, a media noche en Getsemaní (Lc 22, 39-46; Mt 26, 36-46; Mc 14, 32-42).

Estamos cotejando estos textos en el equipo, pero me parece que nos condiciona demasiado la preocupación con que solemos preparar las homilías: polarizados en cómo explicar la historia, o cómo contar el cuento de la manera que lo cuenta con su intención cada evangelista o cómo aclarar significados convirtiéndo los símbolos en alegorías que racionalicen la fe.

Quizás para Pedro, Juan y Santiago –y para nosotros hoy también- haga falta ayuda consejera: que, en vez de interpretarlo, nos plantee qué vamos a hacer con el sueño.

Y si el psicoanalista es Jesús en persona, escucharé la palabra que me hiere y abraza al mismo tiempo: levántate!

Levántate significa: despierta. Levántate significa: ponte en pie y echa a andar. Levántate significa: resucita.

“Levantaos” es palabra clave en esta escena: Mt 17, 7:, Levantáos (Gr. Egérzete), no tengáis miedo; Mt 26, 46: Levantáos (Gr. egéireze), vamos.

Nada extraño que tengan pesadillas de miedo los discípulos que, por el camino, habían oido de labios de Jesús el anuncio de la Pasión. Se mezclan en el sueño los miedos de muerte y tinieblas con los anhelos de vida resplandeciente: ellos habían dicho en la crisis galilea: “Nosotros no te dejamos, tú tienes palabras que dan vida definitiva (Jn 6, 68). Pero al abrir los ojos no saben con qué carta quedarse, con el recuerdo del miedo o con la lucidez de la esperanza. Se quedan inmóviles, “aterrados, no sabían cómo reaccionar” (Mc 9, 6), “al verse envueltos por la nube tormentosa se asustaron” (Lc 9, 34) a pesar de que la voz escuchada en sueños les había animado así: “Escuchadlo, es mi Hijo, al que tanto quiero” (Mt 17, 5)

Y Jesús sigue invitando a despertar del ensueño, del engaño; y abrir los ojos a otro sueño mejor, despertar a la realidad, a la lucidez de la iluminación. Despertar y salir del miedo, resucitar a la lucidez de afrontar la realidad y asumrla. Para Jesús, despertar es resucitar y resucitar es nacer de nuevo por el Espíritu, cuya creeatividad hace siempre posibles renaceres de transfiguración.

Pues levantémonos – y levántese la Iglesia- resucitando del miedo a la lucidez tras la consulta de psicoanálisis gratuita con Jesús en el monte Tabor

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