22.7.17 Jesús resucitó en el amor de María Magdalena
Ciertamente, Jesús ha resucitado en Dios; pero, al mismo tiempo, de un modo inseparable, él ha resucitado en el amor de María Magdalena, cuyo recuerdo hace que él (Jesús) siga viviendo en la historia de los hombres y mujeres, de un modo real. En otras palabras:
Jesús resucitado se mantiene y despliega en el recuerdo de María y de todos los cristianos, a lo largo de la historia, manteniéndose en el Memoria (Zikkaron) que es Dios. Así lo exige el dogma:
— Jesús es verdadero Dios, siendo hombre verdadero (que vive y actúa en el amor de las mujeres y los hombres que le acogen, y que viven en él, con él y por él, tras su muerte).
En ese sentido, Jesús sólo ha podido resucitar como “hombre” (ser humano), allí donde otros hombres (varones y mujeres) le han acogido y viven por él (con él), de un modo más alto, en amor permanente, superando de esa forma el olvido sin fin de la muerte.
Icono 1: Magdalena con el pomo del perfume de la unción… (Mc 14, 3-9) Ese perfume de mujer que ama mantiene la memoria de Jesús (Y Jesús resucitado hace posible el amor permanente de María Magralena)
Icono 2: Magdalena testigo de Jesús resucitado. Le busca en la tumba, pero la tumba está abierta, y Jesús se muestre como jardinero de amor en el huerto.
— Pero, al mismo tiempo, decimos que estos hombres y mujeres pascuales, empezando por María, viven en amor (en mutación mesiánica)porque el mismo Jesús-Mesías está presente en ellos, como Recuerdo de Dios. ¿Por qué buscar al Vivo entre los muertos? Hay que buscarle y encontrarle en sus amigos, en aquellos que viven de su Vida y por su Vida.
— Esta resurrección total responde a la más honda realidad de la historia humana (que ha buscado a Dios en la Vida que vence a la muerte).
— Pero, según los cristianos, ella se ha expresado plenamente, de una vez y para siempre, empezando por María de Magdala, la amiga de Jesús Nazareo, en quien comienza la mutación pascual de la historia humana.
Por eso digo que él ha resucitado en el amor de María Magdalena.
Icono 3 (final): Magdalena apóstol de los apóstoles
Una historia de fe
Ésta es una resurrección real, en plano de fe. Ésta es una resurrección “real”, pero no en el nivel de la historia anterior, como un hecho que puede demostrarse de un modo “neutral”, por observación objetiva.No hay resurrección fuera de la fe…
Pero la fe no “inventa” la resurrección, sino que la descubre y acepta, con alborozo, gozoso, descubriendo a Jesús que está vivo y que descubriendo que los creyentes (aquellos que le aceptan y le aman) viven en él. Los que quieren demostrar la resurrección de Jesús fuera de la fe es que, en el fondo, no creen, en ella, sino que quieren “asegurar un tipo de religión”, asegurarse a sí mismos, sin creer (es decir, sin acoger y desplegar la vida en amor, como Jesús, con Jesús, a quien han matado porque amaba y que, por eso, precisamente por eso, esta vivo en la historia de Dios y de los hombres).
La historia cristiana es la historia del Jesús resucitado, siendo la historia del Dios que es (se ha hecho) resurrección en Jesús. Pues bien, el testigo primero de esa fe-amor que “descubre” a un muerto como vivo y que cree en él (y vive desde él) ha sido María. Por eso, volver a María es una de las tareas básicas de la iglesia actual.
Esta fe amorosa (ese amor creyente de María) no es menos realidad, sino “más realidad” y más historia. Sólo la fe tiene ojos para descubrir al resucitado. La fe tiene ojos, y los tiene el corazón de María, y el de aquellos que creemos aceptando su testimonio y aprendiendo a ver como ella (a dejar que la realidad de Jesús se nos revele, como a ella). Si la fe se probara como “dicen” que se prueban las cosas en física no sería fe, ni sería resurrección.
Si la resurrección se pudiera “probar” sin fe, sería un engaño. La única “prueba de la resurrección” es el amor creyente de aquellos que, como María Magdalena, asumen el camino de Jesús y se comprometen a caminar gozosamente con él (como él), porque creen en Dios (en la presencia de Reino). Pues bien, en la raíz y centro de ese Reino descubren los creyentes a Jesús, vencedor sobre la muerte.
1. María Magdalena y Jesús se amaban.
Algunos críticos modernos han pensado que la figura y amor de Magdalena ha desparecido de la tradición posterior de la iglesia. Pero eso no es cierto. Quien sepa leer los evangelios descubre que la figura y función de Magdalena resulta esencial, aunque los evangelios no responden sin más a nuestros problemas sobre Magdalena.
Celso, el más lúcido de los críticos anticristianos del siglo II, entiende bien los evangelios cuando dice que Magdalena (¡a quien él presenta como una mujer histérica!) fue la fundadora del cristianismo. Ciertamente, fue fundadora del cristianismo, pero no por ser histérica, sino por ser una mujer clarividente, capaz de interpretar desde el amor la historia de la vida y el misterio de la persona de Jesús. Esto es mucho más “escandaloso” y profundo que lo que algunos críticos afirman cuando dicen que ella fue amante e incluso esposa de Jesús.
Es claro que María amó a Jesús, pero también le amaron otros, como afirma con gran lucidez el primero de los historiadores judíos que cuentan su vida: «Aquellos que le amaron le siguieron amando tras la muerte” (F. JOSEFO Ant XVI, 3, 63). María amó sin duda a Jesús y le siguió amando tras la muerte, viéndole así vivo, desde su mismo amor, como supone Mc 16, 9 y Jn 20, 1-18. Pero hacerla novia o esposa de Jesús es fantasía.
Ciertamente, un evangelio apócrifo afirma que «el Señor amaba a María más que a todos los discípulos y que la besaba en la boca repetidas veces» (Ev. Felipe 55). Pero ese m mismo texto interpreta a María como Sofía, es decir, como expresión del aspecto femenino de Dios.
Ni el Señor que besa a María en la boca es el Jesús histórico; ni María es la persona real de la que hablan los evangelios canónicos. Ambos son figuras del amor eterno, expresión y signo de la → hierogamia original. Por eso, los que apelan a ese pasaje para poner de relieve los “amores carnales” de Jesús no saben entender los textos.
Las relaciones entre Jesús y María Magdalena fueron, sin duda, mucho más “carnales” que lo que supone este pasaje, pero nada nos lleva a suponer que han de entenderse en sentido matrimonial. El compromiso de amor de Jesús nos sitúa en otra línea.
Sea como fuere, la figura de María Magdalena fue muy importante en la iglesia, de manera que podemos vela como iniciadora “real” del movimiento cristiano, como mujer capaz de amar y de entender las implicaciones del amor de Jesús, y no como una simple figura de lo “femenino” que debe perder su feminidad y convertirse en varón para ser discípula de Jesús, como supone el otro pasaje básico de los evangelios de línea gnóstica que tratan de ella: «Simón Cefas les dice: Que Maria salga de entre nosotros, pues las hembras no son dignas de la vida. Jesús dice: He aquí, le inspiraré a ella para que se convierta en varón, para que ella misma se haga un espíritu viviente semejante a vosotros varones. Pues cada hembra que se convierte en varón, entrará en reino de los cielos» (Ev. Tomás 114; cf. Gen 3, 16).
Por otra parte, todo nos permite suponer que la presencia e influjo de Magdalena fue muy grande en la tradición que ha desembocado en el Cuarto Evangelio (Ev. de Juan). En su forma actual, el evangelio de Juan valora muchísimo a María y por eso ha trasmitido la más bella historia de amor del Nuevo Testamento: el encuentro de Jesús resucitado y Magdalena en el huerto de la vida (cf. Jn 20, 11-18). Pero, en el fondo, Juan ha querido reducir el influjo de la Magdalena, a favor de Pedro, del Discípulo Amado y de la misma Madre de Jesús.
2. Jn 20, 11-18. Un texto de amor pascual pascual.
Sabemos, por la tradición sinóptica, que María Magdalena no ha escapado como el resto de los discípulos varones, sino que permanece ante la cruz, con otras mujeres (cf. Mc 14, 27; 15, 40. 47). Su amor a Jesús es mayor que la muerte y por eso queda, llorando y deseando ante un sepulcro vacío. Interpretada así, la pascua será una respuesta de Dios a la búsqueda de amor de María que así aparece como signo de una humanidad que busca a su amado.
Ésta es la paradoja. Conforme a tradiciones espirituales que elaboran más tarde los gnósticos, María (la mujer caída) debería encontrarse anhelando solo una fuente espiritual de sabiduría, para recibir así la gran revelación de Dios. Sólo entonces podrían celebrarse las bodas finales del varón celeste (Palabra superior) y la mujer caída (humanidad que sufre condenada sobre el mundo). Pues bien, en contra de eso, ella busca sabiduría de amor, pero un amor concreto, inseparable del cadáver (de la historia) de su amigo muerto.
«María estaba fuera del sepulcro, llorando. Mientras lloraba, se inclinó para mirar el monumento y vio a dos ángeles, vestidos de blanco, uno junto a la cabeza y otro junto a los pies, en el lugar donde había yacido el cuerpo de Jesús. Ellos le dijeron: Mujer ¿por qué lloras? Ella les dijo: han llevado a mi señor y no sé dónde le han puesto. Mientras decía esto se volvió hacia atrás y vio a Jesús de pie, y no supo que era Jesús. Le dijo Jesús: Mujer ¿por qué lloras? ¿a quién buscas?. Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo tomaré» (Jn 20, 10-15).
Esta mujer no necesita una teoría de iluminación interior: quiere un cadáver, busca el cuerpo de su amigo asesinado. De esa forma rompe los esquemas de la gnosis espiritualizante. No quiere un mundo edificado sobre cadáveres que se ocultan No se responde con teorías al misterio del amigo muerto. Sobre el jardín de este mundo, que en el principio pudo haberse presentado como paraíso (cf Gen 2), parece que sólo puede florecer el árbol de la muerte. El nuevo Adán hortelano sería en el fondo un custodio de cadáveres un sepulturero. Ella, María, parece aceptar ese destino, pero quiere el cadáver de su amigo muerto. No quiere que lo manipulen, no quiere que lo escondan.
Estamos en un mundo que quiere ocultar sus cadáveres… Enterrarlos, apartarlos, negarlos: que nadie se acuerde de ellos, que nadie sepa que nosotros (los ricos, los favorecidos) vivimos sobre los cadáveres de miles y millones de “crucificados”,muertos y enterrados (sin que nadie recuerde su cadáver). Necesitamos tapar los cadáveres, echar sobre ellos más tierra, una piedra más grande, para así “lavar” nuestras manos y quedar tranquilos. Pues bien, en contra de eso, Magdalena necesita llorar por el amigo muerto, mantener el recuerdo de su cadáver. Éste es un amor que dura, un amor que mantiene el recuerdo, que no quiere olvidar a los amigos muertos.
Humanamente hablando, el gesto de Magdalena parece una locura: no está permitido tomar un cadáver del sepulcro y llevarlo a la casa o ponerlo en la plaza, para que todos vean al que han matado; no es posible mantener de esa manera el recuerdo de un muerto… La historia de los vencedores avanza sobre el olvido de los asesinados (a los que se puede elevar un hermoso sepulcro para olvidarlos mejor). María, en cambio, necesita la presencia del amigo muerto, a quien reconoce cuando le llama por su nombre (María). «Ella se volvió y dijo en hebreo ¡Rabboni! (¡mi maestro!) – Jesús le dijo: No me toques más (¡noli me tangere!), que todavía no he subido al Padre. Jesús dijo: ¡Vete a mis hermanos y diles: subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios. María Magdalena vino y anunció a los discípulos: ¡He visto al Señor y me ha dicho estas cosas!» (Jn 20, 16-20).
3. Noli me tangere. No me toques así, yo estoy contigo.
Esto es la pascua: encuentro con Jesús, encuentro para la vida. Eso significa que no estamos condenados a seguir amando a un muerto, buscando en el jardín nuestro cadáver (como buscaba antes María). El verdadero amor suscita vida, transformando el jardín del cadáver en huerto de gracia que dura por siempre. No se trata de negar el cadáver, sino todo lo contrario: de convertir el cadáver en principio de vida. No se trata de ocultar al muerto, para que sigan triunfando los que matan, sino de vivir desde aquel que ha muerto de amor, para vencer en amor a los asesinos de la historia.
En la línea de algunas formulaciones posteriores de la gnosis, pudiéramos afirmar que, María ha empezado a vincularse con Jesús resucitado en desposorio místico, intimista. Ellos representan al ser humano entero: son la díada (o pareja) inicial que simboliza ya la salvación de los humanos, en el nuevo paraíso de este mundo, sobre el huerto de la muerte convertido en manantial de vida. Esa perspectiva es buena, pero debe completarse, como indica la palabra de Jesús: ¡No me toques! (Noli me tangere).
Esta palabra significa: no me toques más, no me sigas agarrando. De esa manera señala que hay una unión de amor que no puede cerrarse en sí misma. La experiencia pascual es un principio, una promesa que no puede separarse del camino de vida y de misión, es decir, de la tarea al servicio de los demás. La palabra anterior (¡no me toques!) recuerda la fragilidad del tiempo, nos sitúa dentro del misterio de una pascua que nos lleva a expandir el amor de forma universal. No existe en este mundo amor perfecto, para siempre; todo lo que aquí vamos viviendo sigue abierto.
Por eso, el encuentro con Jesús ha sido un signo de esperanza en el camino, no es aún la realidad cumplida. María ha descubierto por un breve momento el gran misterio: ha encontrado a Jesús, se ha llenado de su vida pascual y de su gloria. De ahora en adelante no estará ya aislada, no será una mujer caída, estéril, fracasada. La experiencia pascual le ha convertido en portadora del misterio de Dios (Jesús) para los hombres. Al decirle no me toques, Jesús le está diciendo que ella debe ocuparse de tareas importantes, de misiones nuevas sobre el mundo.
María es, según eso, la primera teóloga de pascua: ha descubierto en su vida el camino de Jesús; sabe que ha triunfado y sube al Padre y así debe decirlo. Desde esta perspectiva se comprende ya mejor el ¡no me toques! Ella es un signo viviente de la ausencia presente de Jesús; por eso puede decir que vive (ha resucitado) y que ha subido al misterio de Dios Padre. Entre el Jesús que en un sentido le ha dejado (¡no me toques!) y los discípulos a los que debe buscar y evangelizar, en clave de pascua, se encuentra ahora María. Buscaba un cadáver en el huerto; Jesús le ha ofrecido una misión y camino apasionante de vida.
María nos enseña a comprender que la pascua es el ascenso final de Jesús que ha recorrido su camino sobre el mundo y viene a culminarlo en el seno de Dios Padre. Pero, al mismo tiempo, culminando su camino de subida y plenitud recreadora, Jesús abre un camino de amor y seguimiento para sus discípulos, partiendo del mensaje de María.
María ha sido la primera cristiana: ha tocado a Jesús por un momento sobre el mundo como, en algún sentido, pueden tocarle o descubrirle todos los creyentes. Pero luego, María y los discípulos deben saber que Jesús ha subido ya al Padre. No se encuentra a la mano, de manera externa, sobre el mundo. Por eso no pueden agarrarle para siempre, no pueden detenerle en nuestra historia. También aquí encontramos una perspectiva pascual que es contraria a la gnosis espiritualista. El gnóstico es un hombre que piensa que ha encontrado plenamente a Jesús sobre la tierra; por eso puede afirmar que ha culminado su camino y ya no tiene que andar más. Por el contrario, María Magdalena ha descubierto que la pascua es experiencia de ascenso a lo más alto y de misión liberadora: es como una luz, un toque de presencia que nos hace capaces de entender buscar y caminar luego en amor sobre el mundo.
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