“Teología de la opresión en el libro de Job”, por Carlos Osma
Del blog Homoprotestantes:
Dice el libro de los Proverbios que “Ir tras la justicia conduce a la vida, pero ir tras la maldad conduce a la muerte1”, una afirmación que si se lee en dirección contraria, “la vida es el premio a la justicia y la muerte a la maldad” nos permite aproximarnos a la teología de la retribución, que durante siglos gozó de aceptación incondicional en el judaísmo, y que todavía se mantiene en el imaginario de muchos cristianos, o incluso en personas que se reconocen ateas o agnósticas. Algo difícil de entender si uno es sensible a lo que ocurre a su alrededor, pero lamentablemente, la teología se hace a menudo intentando no entrar en contacto con realidades que puedan desmentirla. Por eso se las expulsa antes de que puedan expresarse, antes de que puedan desenmascarar que nuestras verdades teológicas son simplemente puntos de vista parciales y a menudo al servicio de poderes nada divinos.
Las cosas no suelen ser como parecen, y la imagen que nos muestra el libro de Job de éste revolcándose en el suelo entre cenizas para intentar aliviar el picor que las escoriaciones le producían en el cuerpo, mientras sus tres amigos se sentaban alrededor y se arrojaban sobre la cabeza polvo para mostrar el dolor que decían sentir2; puede ser una de las escenas más hipócritas que encontramos en la Biblia. Siempre he dicho que las personas LGTBI+ no somos tan especiales, y que muchos seres humanos antes que nosotras han tenido que enfrenarse con la hipocresía religiosa de quienes dicen amar al ser humano pero no su pecado. Un pecado que previamente ellos han construido artificialmente en laboratorios teológicos al servicio de alguna ideología de la exclusión que pretende divinizar a un colectivo por encima del resto. En nuestro caso el de las personas heterosexuales, o concretamente el de los hombres heterosexuales que son fieles a los roles de género que el patriarcalismo impone.
Muchos teólogos ya han indicado que en el libro de Job “la conjunción de poesía y prosa parece delatar la existencia previa de dos obras independientes3”. Quizás esto explique también la diferencia de actitud entre el Job de la prosa, sumiso completamente a la voluntad divina, y el de la poesía, que no sólo se niega a asumir algún tipo de culpa por lo que le ocurre: “Me aferro a mi inocencia, no cederé libre de reproche hasta el último de mis días4”, se revuelve contra las acusaciones de sus religiosos amigos: “¿Hasta cuando me haréis mal, me aplastaréis a palabras5?”, e incluso dirige duras acusaciones contra Dios: “Contra mí atiza su ira, me considera su enemigo6”. Una actitud, esta última, que suele resultar poco ortodoxa en el cristianismo, sobre todo en aquellas y aquellos que parecen seguir a un Dios de piedra, pero que como nos recuerda Johan Baptits Metz, no es así en el judaísmo: “Cuando se cree en Dios, se le puede decir todo. Se puede estar furioso con Él, se le puede alabar, se le pueden exigir cosas. Sobre todo, se le puede exigir que sea justo7”. Y parece ser que es éste el drama al que se enfrenta Job, al de un Dios injusto, y a la incomprensión de la teología y la cosmovisión de su tiempo que defienden a capa y espada quienes se suponen son sus amigos.
¿Cuántas cristianas y cristianos LGTBI+ no hemos gritado alguna vez a Dios para decirle porqué nos ha hecho así? ¿Porqué nos ha convertido en sus enemigos sin que hayamos hecho nada para merecerlo? Cuantas veces, aferrados a la cosmovisión heteropatriarcal de la divinidad, no hemos creído que Dios era un fiscal que nos declaraba culpables de una manera tan injusta. Por eso el libro de Job habla tan directamente a nuestra experiencia, porque también nosotras hemos chocado con el Dios cruel que la teología de la opresión heteronormativa ha construido, esa que nos desnudaba y hacía enfermar nuestro cuerpo, que lo marcaba y exhibía para provocar a nuestro alrededor desprecio y vergüenza. Esa que nos hacía sentir culpables por ser, sentir o amar de una forma no normativa. Pero hoy, podemos humillarnos, como nos piden desde los púlpitos más homófobos a los que dicen ser más gayfriendly, o podemos como Job negarnos a asumir la culpa y gritar hasta que nuestros gritos derrumben la teología de la opresión en la que hemos sido educadas. Aún desnudos, enfermas y arrojados en un charco de cenizas, podemos mantener nuestra dignidad y decir que son ellos quienes cooperan con el Satán que nos ha traído hasta aquí.
En la época en la que fue escrito el libro de Job, la doctrina tradicional de la retribución, esa que encontramos en otros lugares de la Biblia y que viene a decir que a quienes les van bien las cosas es porque son fieles a la voluntad de Dios, y a quienes les van mal es porque no lo han sido; había entrado en crisis. Los amigos de Job son los defensores de esa teología y por eso, a pesar de lamentarse por la situación de su amigo, están convencidos de que se merece lo que le ocurre. Su buena acción, consiste en hacer descubrir a Job su error, que acepte su pecado y que pida perdón. No se habla de amor por ningún lado, pero parece que es el amor lo que les mueve para ir a socorrer a su amigo. Sin embargo tras rascar un poco, lo que el libro de Job nos dice es que Elifaz, Bildad, Sofar y Elihú más que estar preocupados por su amigo, lo están por su teología, y que más que defender la acción de Dios, están intentando aferrarse a una teología que hacía aguas delante suyo. Y así los encontramos, intentando hablar desde la teoría, desde la abstracción, desde las palabras y reflexiones de los sabios, pero sin que en ningún momento su discurso tenga en cuenta la experiencia de Job. Están delante suyo, pero no lo ven. O mejor dicho, no lo quieren ver, no sea que ese pecador, ese desecho de la naturaleza, pueda poner en jaque todo aquello en lo que hasta ahora habían creído. Se aferran a su mundo, y para eso, necesitan que Job reconozca que es un pecador.
También la teología de quienes pretenden culpabilizar a las personas LGTBI+ está tocada de muerte. Esa teología que diviniza el literalismo, la bibliolatría, que se vanagloria de ignorar las aportaciones de las ciencias o que pretende borrar la experiencia del ser humano de cualquier reflexión. Y aunque es evidente que no está amenazada únicamente por la experiencia de las personas LGTBI+, son ellas las que actualmente visibilizan con más claridad las carencias que esta teología posee para responder a la realidad del mundo en el que vivimos. Los fundamentalistas, literalistas, tradicionalistas e integristas, son nuestros cuatro amigos que dirigen sus condenas hacia nosotras esperando que nos rindamos, que pensemos con las categorías de su ideología de la opresión y nos declaremos culpables para así mantener indemne su mundo heteronormativo. Decía Bertrand Russell que “el poder es desnudo cuando los que están sometidos a él lo respetan únicamente porque es poder y no por otra razón8”, pero en el libro de Job se dice de manera certera que ese poder que ha puesto nuestro cuerpo a la intemperie, puede dejar de ser un poder desnudo para nosotras. Ya no lo necesitamos, debe haber algún error en esa teología, en ese Dios que nos han enseñado. Es necesario desprendernos de ella y hablar con Dios directamente, como Moisés, como Abraham, o como Job; para que desde la experiencia con Dios de las travestis, los transexuales, gays, bisexuales, de las lesbianas, de las personas queer, de las desheredadas; podamos construir una teología nueva que sea más humana.
Es cierto que el libro de Job parece no dar una respuesta clara a las preguntas que propone, probablemente su valor reside en saber cuestionar una teología que genera sufrimiento sin la seguridad de poder ofrecer una alternativa. Podemos entender el libro de Job como un primer paso para la huida de un mundo opresivo, ese que se da por dignidad, por supervivencia, por respeto a una misma, sin saber exactamente cuál será el siguiente paso a seguir. Serán otros libros escritos posteriormente quienes sí darán respuestas a las preguntas que esta obra había dejado en el aire. Sin embargo las palabras de Dios en la última parte del libro dejan muy clara la seguridad de que quienes defendían la teología dominante de su época estaban equivocados :”Después de haber hablado Dios con Job, se dirigió a Elifaz, el Temaní, para decirle: Encendido estoy de ira contra ti y tus dos amigos por no haber dicho verdad sobre mí, al contrario que Job, mi siervo9”. Y es que de lo que no podemos dudar es de que a Dios le ofende profundamente los discursos de odio que las comunidades cristianas dirigen a las personas LGTBI+ con el agravante de mentir diciendo que las aman, cuando simplemente tienen miedo a sentirse perdidas en un mundo donde su teología no ofrece una respuesta global satisfactoria. Millones de cristianos y cristianas LGTBI+ pueden no saber que responder a las condenas de la ortodoxia, pero no deberían mantenerse calladas ni conformarse con la queja continua, sino que pueden “salir de sí mismas y convertir su trono de estiércol en una cátedra de sabiduría” desde donde expresar que hay una profunda contradicción entre la enseñanza y la praxis de Jesús y la de sus seguidores homófobos.
La tortura de Job terminó cuando intercedió por sus amigos10, por aquellos que con su discurso le habían hecho sentirse abandonado y solo. Dejando claro que no había voluntad de venganza, sino de mantener los brazos fraternos. Resuena en esta acción el evangelio de Jesús, la teología del amor, esa que finalmente logrará responder a las preguntas que Job dejó en el aire. Y es quizás esa teología la que puede ayudarnos a entender mejor a Dios, y saber que no es nuestro enemigo, que nunca lo ha sido. Que está de nuestro lado, de la justicia, y no de quienes han tratado de hacernos daño. Pero una teología que no quiere vencedores ni vencidos, sin negar las responsabilidades que cada cuál haya tenido por situarse en el lado de la injusticia o en el lado del prójimo discriminado. Si hay una salida a la discriminación que infringe la teología de la opresión de nuestros hermanos y hermanas fundamentalistas, esta debe ser para todas y todos. Una salida que esté basada en una teología del amor, del perdón y la reconciliación. Una teología profundamente evangélica enraizada en la empatía, en el situarse siempre del lado del ser humano discriminado incluso antes que en el de Dios. No vaya a ser que como muchas veces ocurre, ese Dios sea simplemente el garante de los privilegios de quienes ostentan el poder. En nuestro caso, el poder heteronormativo.
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