Mari Paz López Santos
Madrid.
ECLESALIA, 07/12/15.- Antes de que salten las alarmas quiero dejar claro, desde el principio, que la comprensión del idioma que hablo, derivado del latín, me integra como ser femenino dentro del genérico masculino cuando se habla en plural. Así son las cosas a nivel lingüístico por el momento.
Como de oración quiero tratar, pongo algunos ejemplos prácticos.
Adentrémonos en la que Jesús nos propuso para dirigirnos al Padre: “Padrenuestro, que estás en el cielo santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad…”
No me he sentido al margen de ese “nosotros”, aunque sea la primera persona del masculino plural. “Nosotros” somos todos y todas; ese “nosotros” es la comunidad que espera la llegada del Reino. Y, sin embargo, reconozco que me alegra que el sustantivo “comunidad” sea femenino. La comunidad es el círculo integrador donde no hay diferencia de sexo. Al menos así deberían de ser las cosas a nivel comunitario.
Pero hay que dar pequeños pasos que vayan haciéndonos comprender que la utilización del lenguaje en la liturgia es algo muy importante y a nivel espiritual ha de ser cuidado con mucha delicadeza pues estamos ante algo sagrado: la relación de la persona con Dios; y la persona humana es masculina y femenina.
Recordemos ahora el texto del evangelio (Mt 8,8) en que el centurión romano se dirige a Jesús solicitando la curación de un criado suyo: “Señor, yo no soy digno de que entres bajo mi techo; di sólo una palabra y mi siervo será curado”. La Iglesia lo ha tomado para el momento previo a la Comunión, en el que cada persona ha de predisponerse interiormente. Lo ha tomado adaptándolo: “Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”. Así cada persona habla desde sí misma, aunque la expresión siga siendo en masculino singular.
Un día, sin mucho pensarlo, me salió de dentro en ese momento: “Señor, yo no soy digna de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”. En femenino singular.
También, y sigo proponiendo otro ejemplo, en la oración de Completas, en el salmo 4 se dice: “En paz me acuesto y enseguida me duermo, porque sólo tú, Señor, me haces vivir tranquilo”. Ya hace tiempo hice una pequeña e inocente adaptación que me hace saborear mejor la paz y el sueño que evoca la última y suave oración del final del día en un monasterio: “En paz me acuesto y enseguida me duermo, porque sólo tú, Señor, me haces vivir tranquila”. Pude comprobar el buen resultado de este pequeño cambio cuando el niño que tenía al lado (mi nieto de siete años) me preguntó: “Abuela, ¿por qué dices “tranquila”?, a lo que le contesté: “Porque soy una chica”. Comprendió perfectamente, no hubo más preguntas.
Oremos con naturalidad. Oremos en comunidad. Pero también, y sin complejos, orad en femenino singular
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