Domingo XIV. 09 Julio, 2017
“Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a las sabias y entendidas y las has revelado a la gente sencilla.”
Los evangelios no nos dicen explícitamente en ningún momento que Jesús riera o sonriera. Pero si agudizamos la vista y el oído nos encontramos con la sonrisa de Jesús.
Por ejemplo, en este fragmento del evangelio. Jesús siente la alegría y la complacencia al descubrir que la gente sencilla comprende la manera de ser de Dios. La gente humilde se abre al Reino. Jesús lo sabe y alaba al Padre. ¿Cómo?, ¡con una sonrisa en los labios!
¿Quién no se alegra cuando le sucede algo bueno? Por eso el evangelio de hoy nos ofrece la imagen de Jesús sonriente, con el rostro iluminado, compartiendo alegría con las gentes sencillas que lo están escuchando.
Y es que nos puede suceder que a fuerza de ver imágenes de Jesús en las que aparece serio, incluso en algunas parece que enfadado, acabemos olvidando que Jesús también sonreía. Se alegraba. Bendecía. Y probablemente se echaría unas risas con sus amigas y amigos.
Además, es imposible pensar que un Dios que ha creado cosas tan hermosas y es Amor, no tenga en su rostro una amplia sonrisa.
Tampoco parece muy creíble que a Jesús se le hubiera acercado mucha gente si hubiera ido por la vida con cara de pocos amigos.
Al final del evangelio de hoy Jesús invita a quienes están cansadas y agobiadas a acudir a él. Jesús quiere ser nuestro descanso y nuestro alivio. Nos ofrece su humildad y su sonrisa como lugar de nuestro descanso.
Estés como estés. Cansada o aliviada. Te invito a hacer un sencillo ejercicio. Imagínate a lo largo del día de hoy que Jesús te acompaña con su sonrisa. Cuando te acuerdes de Dios, acuérdate también de su sonrisa. Seguro que a lo largo del día acabas sonriendo más de una vez. Incluso puede que provoques alguna sonrisa.
Oración
Trinidad Santa, sonrisa compañera. Haznos imagen y semejanza de tu alegría.
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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa
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