Del blog de Xabier Pikaza:
Este yo de Jesús (más que a mí) es el “yo” universal de los hambrientos y sedientos, de los exiliados/extranjeros y desnudos, de los enfermos y encarcelados… Quien ame sólo a sus padre y hermanos y olvide a los pobres del mundo… no es digno de Jesús, es decir, de su mensaje y camino de evangelio.
Así lo proclama el evangelio de este domingo, que recoge las dos últimas partes del final del sermón misionero (Mt 10, 1-42)… que incluye tres pasajes poderosos (10, 34-36; 10, 37-39; 10, 40-42) que destacan el carácter histórico y definitivo del envío eclesial de Jesús, , que identifica su camino con el camino de todos los pobres del mundo (cf. 25, 31-46).
Por eso quiero evocar los tres pasajes (y no sólo los dos últimos), como hace la liturgia de este domingo. Esos pasajes, que Mateo sitúa al final del discurso misionero, repiten y sitúan temas en parte conocidos, que provienen básicamente del Q, menos el tercero, propio de Mateo, aunque con elementos de Marcos.
Sigo recogiendo temas de mi comentario de Mateo, una lectura fuerte, para aquellos que quieran vivir el evangelio…
–En conjunto, un tipo de iglesia, ha querido más a su padre y a su madre (es decir, a sus propias instituciones) que a los pobres-hermanos de Jesús (es decir, se ha querido a sí misma más que a Jesús).
— Una tipo de sociedad actual… se quiere a sí misma (quiere sus privilegios) por encima del “yo” de Jesús, que son los pobres, hambrientos, extranjeros, desnudos, enfermos… así nos va.
Por eso estamos en crisis… pero una crisis positiva, si redescubrimos el evangelio, como hemos de hacer, con temblor y gran gozo, este domingo. Buen día a todos.
1. No he venido a traer paz, sino espada (10, 34-35).
Superando la vieja familia sacral (que protege a los suyos) ha elevado Jesús su propuesta de comunidad abierta a todos, y de un modo especial a los carentes de familia. Ciertamente, reconoce el valor de la casa y la incluye en su proyecto misionero (Mt 10, 12-13; cf. Mc 6, 10); pero, al mismo tiempo, supera un tipo de “buena” casa-familia, que expulsa a los marginados. Por eso, su mensaje de concordia introduce una fuerte escisión en la estructura social precedente, incluso al interior de las familias (Lc 14, 16-24; cf. Lc 2, 35; Mc 13, 8).
10 34 No penséis que he venido a traer paz a la tierra; no he venido a traer paz, sino espada; 35 he venido a enfrentar al hombre con su padre, y a la hija con su madre, y a la nuera con su suegra. Y los enemigos del hombre serán los de su propia casa
Este pasaje proviene del Q (Lc 12, 51-53) y contiene una clara paradoja. Ciertamente, en un sentido profundo, Jesús ha venido a traer la paz mesiánica, y así lo han de anunciar sus mensajeros (cf. 10, 13). Pero esa paz sólo puede alcanzarse a través de una espada (ma,caira) que deshace y supera las conexiones antiguas Ciertamente, no será la espada de los soldados de Dios, que vencerán un día al imperio de Roma en el campo de batalla, como la del Dios de Josué (Js 5, 13-15) o la de los macabeos (2 Mac 15, 16-18), ni la espada de aquel que intentará “defender” a Jesús en el Huerto de los Olivos, porque a espada mueren los que empuñan la espada (Mt 26, 52).
Sólo el evangelio de Mateo ha insistido en esta espada del Cristo de Dios, que Hbr 4, 12 in-terpretará de manera interior, como cuchillo que penetra en la intimidad radical de la persona. Pues bien, aquí se trata de la espada que se introduce en el interior de la familia (un tipo de comunidad cerrada en sí), que Jesús ha venido a superar, aunque podía tener elementos buenos, pero que se hallaba vinculada a la expulsión de los pobres y al enfrentamiento con las otras naciones y familias.
La espada de Jesús divide y distingue con más fuerza que la espada del César, pero lo hace para crear una paz en la que todos pueden ser asumidos. Ésta es la espada de una lucha que no se despliega en un plano militar, ni se resuelve derrotando a Roma, pero que tampoco acepta su “justi-cia” (como supone la glosa de Rom 13, 4), sino que rompe y supera un tipo de familia clausurada en sí, para crear otra en la que quepan todos, empezando por los excluidos de la sociedad judía o romana.
Esas palabras (he venido a traer la espada) proclaman y definen la guerra de Jesús, que no es un combate entre naciones (semejantes unas a las otras), ni entre el mesianismo de Jesús y el judaísmo establecido (de tipo rabínico), sino entre una familia cerrada en sí (que condena a la otras), y una familia que se abre a todos, desde los privilegiados de Jesús, los pobres, pequeños y distintos…
La espada de Jesús se opone a un tipo de imposición particular, familiar y social, que hace imposible el surgimiento de la verdadera comunión de Dios y con todos los hombres. La espada de Jesús está al servicio de la gratuidad y del amor a todos, empezando por los excluidos y pequeños, para terminar incluyendo a los mismos enemigos (a los que en un primer momento parecía rechazar 25, 31-46). Mateo ha situado este proyecto de revolución familiar hacia el final del discurso misionero, tras haber resaltado la necesidad de “confesar al Hijo del Hombre”, representante de los pobres y expulsados (Mt, 10, 32-33), superando así un tipo de vinculación familiar que se cierra en sí misma. La espada de Jesús ha venido a romper (superar y recrear) tres tipos de vinculación fundamental, retomando en otro contexto un elemente clave de la crisis escatológica anunciada por Miq 7, 6:
‒ La espada de Jesús divide al hombre (anthropos) con su padre. Ésta es la más honda vinculación según ley (la establecida entre padre e hijo) y es la primera que debe ser superada, de forma que los seres humanos han de enfrentarse con su padre (kata tou patros) para ir más allá de una estructura patriarcal dominadora.
‒ Y a la hija con su madre. Esta ruptura es como la anterior, en línea femenina, pues la hija debe enfrentarse con su madre, para no repetir el mismo esquema de poder, rompiendo (superando y recreando, de un modo distinto) de relaciones entre madres e hijas, en línea de salvación universal.
‒ Y a la nuera con su suegra. Ésta es la tercera gran ruptura, dentro de una familia en la que, tras un casamiento regulado por ley, la madre (especialmente viuda) que sigue viviendo en la casa del hijo continúa siendo dueña de la casa (gebyra), en línea de poder .
Este pasaje, inspirado en Miq 7, 6 y que aparece en Lc 12, 51-3, pero sin citar la espada, y po-niendo en su lugar la división (diamerismo,n) expresa la ruptura escatológica que conduce a la crisis de familia, de manera que “los enemigos del hombre serán los de su propia casa” (palabras que significativamente Lc 12, 51-53 tampoco ha citado, para no insistir tanto en la división familiar de Jesús). Esta triple espada no tiene sólo una función destructora, sino también (y sobre todo) creadora, al servicio de la nueva familia universal del Reino, superando, al fin, todo talión y toda venganza:
‒ Es una ruptura dolorosa, destructora, la mayor que puede darse en este mundo, desde la perspectiva del judaísmo tradicional, donde la familia era el signo básico de Dios (en línea de Ley de genealogía). En esa perspectiva se había situado Miqueas y sigue situándose la comunidad cristiana (a partir de Jesús), sabiendo que la división de familias resulta más dolorosa y dura que la caída de naciones e imperios, que son, al fin, estructuras derivadas. Mientras siga habiendo familia seguirá habiendo humanidad, pero esa misma familia puede ser fuente de conflictos, de manera que resulte necesaria dentro de ella una ruptura y división más honda, para que pueda surgir la nueva comunidad de Reino, que promueve y busca Jesús.
‒ Ésta es una ruptura creadora, pues está al servicio del surgimiento de una comunión más alta de personas. No es ruptura de simple muerte, sino de nuevo nacimiento. Por experiencia de evangelio, es decir, para hacer posible el surgimiento de una comunión universal, que incluya a los enfermos y pobres (y a los mismos pecadores) los creyentes han de romper un tipo de unidad familiar impositiva de padre-hijo, madre-hija, suegra-nueva, a fin de que surja una familia distinta, de tipo mesiánico, abierta en forma universal, como seguiremos viendo en los textos centrales del Mateo, desde 12, 46-50 y 19, 27-30 hasta 25, 31-46 (reinterpretado en línea de perdón universal, desde el relato de la muerte y resurrección de Jesús). El cambio mesiánico iniciado por Jesús no comienza en un plano político o militar, sino en la misma familia. Leer más…
Biblia, Espiritualidad
12º Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A, Cruz, Dios, Evangelio, Jesús
Comentarios recientes