Dom 25. 6. 17. No tengáis miedo: El testimonio de Jeremías
Domingo 12. Ciclo a. Jeremías 20, 10-13 y Mateo 10, 26-33. Éste es para mí el domingo de Jeremías, uno de los profetas que ha iluminado la vida de Jesús y que sigue iluminando la nuestra, quizá el hombre mejor conocido de la historia antigua, entre el siglo VII y VI, en el momento clave del paso de una cultura opresión social a una cultura la libertad interior y de experiencia personal de Dios.
En esa línea, Jeremías es uno de los primeros hombres “modernos” de la historia de occidente. La tradición del evangelio le presenta como precursor de Jesús. Así, cuando él pregunta a la gente ¿quién dicen que soy? le responden: «unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que eres Elías; y otros, que eres Jeremías o uno de los profetas» (Mt 16, 14; véase también Mt 2, 17; 27, 9).
En sentido estricto, Jeremías pertenece a la historia de Jesús , de manera que sin él (sin su pensamiento y su experiencia) es muy difícil que pudiera haberse hablado de Jesús. De esa manera, él que puede venir a convertirse en uno de los testigos básicos de nuestro tiempo, un tiepo hecho de derrumbamientos y miedos, pero también de nuevas fortalezas y esperanzas.
Jeremías es el hombres que se atrevió a plantarse sobre el templo de Jerusalén,
acusando a sus sacerdotes de haberlo convertido en “una cueva de bandicos”,
lo mismo que hará más tarde Jesús (cf. 11, 15-17). De esa manera, la historia de Jeremías se convierte así en modelo de nuestra historia (como lo fue de la historia de Jesús).
Jeremías aparece en el centro de la historia de israel como impulsor de la esperanza de Dios y de la Vida, en miedo del derrumbamiento de su Ciudad (Jerusalén)… de manera que su mensaje puede convertirse para nosotros en libro de cabecera y guía de camino en medio del derrumbamiento de nuestra ciudad religiosa, en este año s017 (mundo actual). Por eso quiero evocar hoy su figura con la liturgia de este domingo, y presentarle a él, al lado de Jesús, como testigo y garante de esperanza, en medio de los tiempos convulsos que vivimos.
Superar el miedo en medio de un mundo que se derrumba, eso es creer en Dios, como Jeremías. En esa línea queremos situarnos. Buen domingo a odos
Textos del domingo
Jeremías. Dijo Jeremías: “Oía el cuchicheo de la gente: “Pavor en torno; delatadlo, vamos a delatarlo.” Mis amigos acechaban mi traspié: “a ver si se deja seducir, y lo abatiremos, lo cogeremos y nos vengaremos de él.” Pero el Señor está conmigo, como fuerte soldado; mis enemigos tropezarán y no podrán conmigo. Se avergonzarán de su fracaso con sonrojo eterno que no se olvidará.
Señor de los ejércitos, que examinas al justo y sondeas lo íntimo del corazón, que yo vea la venganza que tomas de ellos, porque a ti encomendé mi causa. Cantad al Señor, alabad al Señor, que libró la vida del pobre de manos de los impíos. (Jer 20, 11-13)
Jesús. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: “No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones (Mt 10, 26-30). [Dejo el último versículo del texto del evangelio, porque se sitúa ya en otro plano]
Introducción. Jeremías
La vida y vocación de Jeremías, cuyos oráculos recogen, comentan y amplían en el libro de su nombre, está bien documentada. Vivió entre el siglo VII y VI a. C. Apoyó la reforma yahvista de Josías (640-609 a. C) y sufrió después, bajo Joaquín (609-597) y Sedecías (597-586), la tragedia de las invasiones babilónicas. Pidió calma ya apenas el escucharon. Tuvo que enfrentarse con muchos enemigos, sufrió persecuciones, murió en el destierro forzado de Egipto. Nos ha dejado las más impresionantes confesiones de la tradición bíblica.
(1) Vocación e investidura profética.
Hay en la Biblia diversos textos de vocación e investidura profética, desde 1 Sam 3 (Samuel) y Ex 3 (Moisés), hasta el bautismo de Jesús (Mc 1, 9-11 par) y la llamada de Pablo (Hech 9, 1-19 par). Entre ellas encontramos dos que están narradas en primera persona y que exponen de modo muy intenso la vocación e investidura profética: la de Isaías (Is 6, 1-13) y la de Jeremías.
(a) Texto. Sentido básico.
«Me vino, pues, la palabra de Yahvé, diciendo: Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones. Y yo dije: ¡Ah, ah, Señor Yahvé! He aquí, no sé hablar, porque soy niño. Y me dijo Yahvé: No digas: Soy un niño; porque a todo lo que te envíe irás tú, y dirás todo lo que te mande. No temas delante de ellos, porque contigo estoy para librarte, dice Yahvé. Y extendió Yahvé su mano y tocó mi boca, y me dijo: He aquí que pongo mis palabras en tu boca mira, hoy te establezco sobre las naciones y los reinos, para arrancar y destruir, arrastrar y demoler, construir y plantar…Y pronunciaré mi sentencia contra ellos (los habitantes de Jerusalén), por toda su maldad al abandonarme, pues sacrificaron a otros dioses y adoraron la obra de sus manos. Y tú cíñete los lomos: levántate y diles todo lo que yo te ordene. No tiembles ante ellos, para que no te haga temblar yo ante ellos. Mira, yo te constituyo hoy como ciudad inexpugnable, como columna de hierro y muralla de bronce frente a toda la tierra, para los reyes de Judá y sus príncipes, para los sacerdotes y el pueblo de la tierra. Lucharán contra ti, pero no te vencerán, pues yo estoy contigo para salvarte, palabra de Yahvé» (Jer 1, 1-11.16-19).
(b) Profeta contra el miedo.
Esta es una ceremonia de iniciación profética que se desarrolla entre Jeremías y Dios. En una línea semejante se situaban las unciones de los reyes, consagrados con aceite para el ministerio de regir al pueblo (cf. 1 Sam 10, 1; 16, 13). Pero aquí, como en Is 6, 6-7, la investidura se realiza con un gesto directo del mismo Dios (o el serafín) que toca y transforma (consagra) los labios o boca del profeta, al que Dios confía su mensaje. Este es un rito de iniciación o consagración de Jeremías, a quien Dios ofrece su Palabra, para que con ella realice su juicio, como indica todo el resto del capítulo (Jer 1).
(2) El poder de Jeremías.
Es el poder de la palabra que se eleva por encima de todos los restantes poderes políticos y sociales. Jeremías es el profeta palabra débil, pero triunfadora. No es un sabio en técnicas de guerra o de política; no es un sociólogo que estudia los diversos elementos de conflicto de los pueblo.
No es un rey, ni un hombre rico, pero saber mirar con los ojos de Dios y dice desde Dios la gran palabra. Contra el afán de lavarse las manos echando la culpa a los otros (mecanismo del chivo emisario), contra el orgullo de aquellos que dicen ser elegidos de Dios e intocables, pues tienen instituciones parecen santas (templo, monarquía), se alza el profeta diciendo que el pueblo es culpable. No tiene más fuerza ni poder que la palabra: «No tiembles ante ellos, para que no te haga temblar yo… » (1, 17).
Jeremías es un portador de la palabra; lleva en sí la fuerza de Dios y por eso debe mantenerse fuerte, porque el Dios mismo le constituye como ciudad inexpugnable. Los enemigos tomarán Jerusalén, incendiarán su templo, pero no podrán vencer a Jeremías, ni destruir su palabra. Cesó Jerusalén, cayó el templo, murieron los reyes y sacerdotes, pero la Palabra del profeta se sigue cumpliendo. En la escuela de Dios ha escuchado Jeremías la palabra y en fidelidad a Dios debe proclamarla, en un contexto muchas veces adverso.
Él ha sido lo más opuesto a un guerrero, en el sentido convencional de ese término. Y sin embargo ha debido combatir a solas (o, mejor dicho, desde la palabra de Dios) contra reyes-príncipes-sacerdotes-pueblo, en un tipo de guerra profética opuesta a las guerras de este mundo. No ha sido guerrero, pro ha lucha y la palabra de Dios le ha confortado, haciéndole ciudad inexpugnable, alguien a quien nadie logra derribar: no te vencerán.
(3) Las persecuciones de Jeremías.
Fue un profeta siempre amenazado por aquellos de círculos de poder de Jerusalén que eran contrarios a su visión de paz. Baruc, su discípulo, escribió una especie de «biografía de Jeremías», incluida ahora en el libro de su nombre. Esta obrita, que describe las persecuciones del profeta, ofrece una justificación de su actitud y sus actividades. Ordenados en forma cronológica, sus textos son, aproximadamente, los siguientes: Jer 26; 19, 1-20, 6; 36; 45; 37; 28; 29; 51, 59-64; 34, 2-6; 37, 3-21; 38, 1-23; 39-44. Aquí sólo evocamos aquellos pasajes que abordan más directamente la persecución del profeta.
(a) Sermón del templo.
Apostado en el atrio del templo, al comienzo del reinado de Joaquín (609 a. C.), el profeta exige conversión. La sombra de la guerra y el testimonio de las ruinas de Silo (vieja ciudad sagrada, ya en ruinas en su tiempo) sirven de fondo para su amenaza. Conversión o muerte, este es el dilema que plantea el profeta. El pueblo no le escucha, la lleva al tribunal y quiere ajusticiarle. A duras penas logra Jeremías evitar la muerte (26, 1-24; cf. 15, 1-15). Desde ahora, a lo largo de dos decenios de tragedia (del 609 al 587 a. de C.) la vida del profeta será un rosario de advertencias y martirios. Una y otra vez se hallará en el borde de la muerte; sin embargo su palabra no será jamás amordazada.
Ésta palabra de Jeremías contra el templo convertido en cueva de bandidos ha sido retomada por Jesús (Mc 11 y par); por decir lo que dijo Jeremías mataron a Jesús. Hoy también tenemos que decir un tipo de palabra en contra de una sacralidad al servicio del pode y de la mentira, una palabra a favor del Dios de la vida.
(b) La jarra rota.
Han pasado algunos años y sigue la amenaza. Ante un pueblo que no quiere convertirse, Jeremías va rompiendo en trizas una jarra y hace oír la palabra del Señor: «Del mismo modo romperé yo a este pueblo y a esta ciudad; como se rompe un cacharro de loza y no puede ya recomponerse» (Jer 19, 1-2). La respuesta del sacerdote no se hace esperar: azotan al profeta y le meten en el cepo (Jer 20, 1-2). La vasija de un tipo de religión del poder debe romperse, para que quede libre la verdad de Dios.
(c) Prisión de Jeremías.
Pasan unos años y la vida del profeta que es fiel a su palabra, sigue estando amenazada, de manera que sus menores gestos pueden interpretarse como traición contra el estado. Un día, cuando amainaba el cerco de los babilonios contra Jerusalén (587 a. C.), Jeremías se dispone a caminar hacia Anatot, su pueblo, para arreglar un problema de herencia. Le acusan de pasarse al enemigo, le prenden por traidor y le encarcelan largo tiempo en una celda subterránea. Sólo la compasión del rey puede mitigar el rigor de la condena, sacándole del calabozo y encerrándole en un patio del palacio (Jer 37).
A pesar de ello, Jeremías sigue hablando desde la prisión: exige a los nobles del pueblo que cambien y anuncia la derrota si persisten en hacer la guerra. El rey carece de poder para ayudarle y los nobles le condenan a morir, arrojándole vivo a un aljibe de fondo lodoso y sólo la compasión de un extranjero hace posible que le salven, sacándole del hoyo. Jeremías logra evitar la muerte pero únicamente para ser testigo caída de su pueblo y de su templo (Jer 38-39).
(d) Exilado en Egipto. Tras el desastre, sobre una tierra destrozada por la guerra y por la muerte (Jer 41), el profeta es el único que está dispuesto a trazar un nuevo camino: Dios ha cumplido su castigo; ahora comienza, puede comenzar, un proceso de reconstrucción. Pero como antes no le habían creído tampoco le creen ahora, llevándole a Egipto cautivo (Jer 42-43). Así terminan las noticias de Baruc. Jeremías, el profeta, ha sido perseguido hasta el final por haber sido fiel a la Palabra.
(3) Confesiones.
Jeremías fue un hombre de gran lucidez interior, capaz de reflexionar sobre el sentido de su vida. De esa forma fue anotando, a modo de diario, los rasgos principales de su lucha personal, que se ha conservado en una serie de pasajes que podemos llamar «confesiones». En ellas expone su debilidad del profeta perseguido, su enfrentamiento patético con Dios y su vacilación y miedo ante los hombres Su misma tarea de profeta ha ido abriendo un círculo de soledad en torno a su persona. Le fueron dejando todos. Sus misma familia le abandonó: «También tus hermanos y tu familia te son desleales, también ellos te calumnian a la espalda» (Jer 12, 6). En este contexto ha proclamado algunas de las palabras más bellas e hirientes no sólo de la Biblia, sino de toda la literatura de occidente.
(a) En lucha con Dios.
Nadie hasta entonces había «combatido» con Dios de esta manera: «Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; me forzaste, me violaste. Yo era el hazmerreír todo el día, todos se burlaban de mí… ¡Maldito el día en que nací; que el día que mi madre me parió no sea bendito…! ¿Para qué salí del vientre para pasar trabajos y penas y acabar mis días derrotado?» (Jer 20, 7. 14-18).
(b) Combatido por los hombres. Jeremías es un profeta público al que todos juzgan y piden cuentas. «Sáname, Señor, y quedaré sano; sálvame y quedaré salvo… Ellos me repiten ¿dónde está la palabra del Señor? ¡Que se cumpla! No me hagas temblar, tú eres mi refugio en la desgracia; fracasen mis perseguidores y no yo, sientan terror ellos y no yo, haz que les llegue el día funesto, quebrántales con doble quebranto» (Jer 17, 14-18). Ha identificado la causa de Yahvé con su propia causa. Se ha puesto al servicio del mensaje de su Dios e identifica, de algún modo, el triunfo del mensaje con el triunfo de su propia vida.
Por eso necesita superar la prueba y pide a Dios: «Señor, acuérdate y ocúpate de mí, véngame de mis perseguidores, no me dejes perecer por tu paciencia, mira que soporto injurias por tu causa» (Jer 15, 15). El esquema en que se está moviendo Jeremías no es el de una confrontación directa con sus propios enemigos. No hay tal confrontación porque el profeta ruega por aquellos mismos que le persiguen (Jer 15, 15).
(4) Conclusión.
Testigo de Dios. Gran parte de su sufrimiento está causado por la misma defección de las personas de su pueblo, a las que ama con toda la intensidad que un hombre pueda amar a sus semejantes. El enfrentamiento tiene lugar entre la palabra de Dios, con la que el profeta se siente identificado, y la desobediencia de unos hombres que no tienen o quieren escucharla. Por eso, cuando se refiere a su propio triunfo, Jeremías está hablando en realidad de la victoria de Dios:
«Pero el Señor está contigo como fiero soldado, mis perseguidores tropiezan y no me podrán; sentirán la confusión de su fracaso, un sonrojo eterno e inolvidable. Señor de los ejércitos, examinador justo que ves las entrañas y el corazón, que yo vea cómo tomas venganza de ellos, pues a ti encomiendo mi causa. Cantad al Señor, alabad al Señor, que libró al pobre del poder de los malvados» (Jer 20, 11-13).
Del enfrentamiento personal se ha pasado al descubrimiento de la estrategia de Yahvé, que revela su presencia en medio de los pobres y perdidos. Esa certeza, y la gracia del Señor, convierte al débil profeta, Jeremías, en muralla que se mantiene firme en medio de todos los asaltos de los hombres:
«Frente a este pueblo te pondré como muralla de bronce inexpugnable; lucharán contra ti y no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte y salvarte» (Jer 15, 20). No olvidemos que estas palabras las dice un hombre que ha sido perseguido hasta el final, un hombre que no ha llegado a ver el triunfo que ha prometido hombre que muere en el exilio. Pero son palabras que en el fondo se han cumplido: el mensaje del profeta no ha estado nunca amordazado; él se ha mantenido fiel en el combate, ha resistido hasta el final, en lo más duro de la prueba.
Texto tomado Básicamente de X. Pikaza, Gran Diccionario de la Biblia, Verbo Divino, Estella 2015.
cf. J. M. ÁBREGO, Jeremías y el final del reino. Lectura sincrónica de Jer 36-45, San Jerónimo-Verbo Divino, Estella 1983;
L. ALONSO SCHÖKEL, y J. L. SICRE, Profetas I-II, Cristiandad, Madrid 1980;
J M. CABALLERO, Análisis y ambientación de los textos de Jeremías, Fac. Teología, Burgos 1971;
A. NEHER, La esencia del profetismo, Sígueme, Salamanca 1975, 75-134;
K. BALTZER, Die Biographie de Propheten, WMANT, Neukirchen 1975;
X. PIKAZA, Dios judío, dios cristiano, Verbo Divino, Estella 1997).
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