Del blog de Xabier Pikaza:
Domingo 12. Ciclo a. Jeremías 20, 10-13 y Mateo 10, 26-33. Éste es para mí el domingo de Jeremías, uno de los profetas que ha iluminado la vida de Jesús y que sigue iluminando la nuestra, quizá el hombre mejor conocido de la historia antigua, entre el siglo VII y VI, en el momento clave del paso de una cultura opresión social a una cultura la libertad interior y de experiencia personal de Dios.
En esa línea, Jeremías es uno de los primeros hombres “modernos” de la historia de occidente. La tradición del evangelio le presenta como precursor de Jesús. Así, cuando él pregunta a la gente ¿quién dicen que soy? le responden: «unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que eres Elías; y otros, que eres Jeremías o uno de los profetas» (Mt 16, 14; véase también Mt 2, 17; 27, 9).
En sentido estricto, Jeremías pertenece a la historia de Jesús , de manera que sin él (sin su pensamiento y su experiencia) es muy difícil que pudiera haberse hablado de Jesús. De esa manera, él que puede venir a convertirse en uno de los testigos básicos de nuestro tiempo, un tiepo hecho de derrumbamientos y miedos, pero también de nuevas fortalezas y esperanzas.
Jeremías es el hombres que se atrevió a plantarse sobre el templo de Jerusalén,
acusando a sus sacerdotes de haberlo convertido en “una cueva de bandicos”,
lo mismo que hará más tarde Jesús (cf. 11, 15-17). De esa manera, la historia de Jeremías se convierte así en modelo de nuestra historia (como lo fue de la historia de Jesús).
Jeremías aparece en el centro de la historia de israel como impulsor de la esperanza de Dios y de la Vida, en miedo del derrumbamiento de su Ciudad (Jerusalén)… de manera que su mensaje puede convertirse para nosotros en libro de cabecera y guía de camino en medio del derrumbamiento de nuestra ciudad religiosa, en este año s017 (mundo actual). Por eso quiero evocar hoy su figura con la liturgia de este domingo, y presentarle a él, al lado de Jesús, como testigo y garante de esperanza, en medio de los tiempos convulsos que vivimos.
Superar el miedo en medio de un mundo que se derrumba, eso es creer en Dios, como Jeremías. En esa línea queremos situarnos. Buen domingo a odos
Textos del domingo
Jeremías. Dijo Jeremías: “Oía el cuchicheo de la gente: “Pavor en torno; delatadlo, vamos a delatarlo.” Mis amigos acechaban mi traspié: “a ver si se deja seducir, y lo abatiremos, lo cogeremos y nos vengaremos de él.” Pero el Señor está conmigo, como fuerte soldado; mis enemigos tropezarán y no podrán conmigo. Se avergonzarán de su fracaso con sonrojo eterno que no se olvidará.
Señor de los ejércitos, que examinas al justo y sondeas lo íntimo del corazón, que yo vea la venganza que tomas de ellos, porque a ti encomendé mi causa. Cantad al Señor, alabad al Señor, que libró la vida del pobre de manos de los impíos. (Jer 20, 11-13)
Jesús. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: “No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones (Mt 10, 26-30). [Dejo el último versículo del texto del evangelio, porque se sitúa ya en otro plano]
Introducción. Jeremías
La vida y vocación de Jeremías, cuyos oráculos recogen, comentan y amplían en el libro de su nombre, está bien documentada. Vivió entre el siglo VII y VI a. C. Apoyó la reforma yahvista de Josías (640-609 a. C) y sufrió después, bajo Joaquín (609-597) y Sedecías (597-586), la tragedia de las invasiones babilónicas. Pidió calma ya apenas el escucharon. Tuvo que enfrentarse con muchos enemigos, sufrió persecuciones, murió en el destierro forzado de Egipto. Nos ha dejado las más impresionantes confesiones de la tradición bíblica.
(1) Vocación e investidura profética.
Hay en la Biblia diversos textos de vocación e investidura profética, desde 1 Sam 3 (Samuel) y Ex 3 (Moisés), hasta el bautismo de Jesús (Mc 1, 9-11 par) y la llamada de Pablo (Hech 9, 1-19 par). Entre ellas encontramos dos que están narradas en primera persona y que exponen de modo muy intenso la vocación e investidura profética: la de Isaías (Is 6, 1-13) y la de Jeremías.
(a) Texto. Sentido básico.
«Me vino, pues, la palabra de Yahvé, diciendo: Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones. Y yo dije: ¡Ah, ah, Señor Yahvé! He aquí, no sé hablar, porque soy niño. Y me dijo Yahvé: No digas: Soy un niño; porque a todo lo que te envíe irás tú, y dirás todo lo que te mande. No temas delante de ellos, porque contigo estoy para librarte, dice Yahvé. Y extendió Yahvé su mano y tocó mi boca, y me dijo: He aquí que pongo mis palabras en tu boca mira, hoy te establezco sobre las naciones y los reinos, para arrancar y destruir, arrastrar y demoler, construir y plantar…Y pronunciaré mi sentencia contra ellos (los habitantes de Jerusalén), por toda su maldad al abandonarme, pues sacrificaron a otros dioses y adoraron la obra de sus manos. Y tú cíñete los lomos: levántate y diles todo lo que yo te ordene. No tiembles ante ellos, para que no te haga temblar yo ante ellos. Mira, yo te constituyo hoy como ciudad inexpugnable, como columna de hierro y muralla de bronce frente a toda la tierra, para los reyes de Judá y sus príncipes, para los sacerdotes y el pueblo de la tierra. Lucharán contra ti, pero no te vencerán, pues yo estoy contigo para salvarte, palabra de Yahvé» (Jer 1, 1-11.16-19).
(b) Profeta contra el miedo.
Esta es una ceremonia de iniciación profética que se desarrolla entre Jeremías y Dios. En una línea semejante se situaban las unciones de los reyes, consagrados con aceite para el ministerio de regir al pueblo (cf. 1 Sam 10, 1; 16, 13). Pero aquí, como en Is 6, 6-7, la investidura se realiza con un gesto directo del mismo Dios (o el serafín) que toca y transforma (consagra) los labios o boca del profeta, al que Dios confía su mensaje. Este es un rito de iniciación o consagración de Jeremías, a quien Dios ofrece su Palabra, para que con ella realice su juicio, como indica todo el resto del capítulo (Jer 1).
(2) El poder de Jeremías.
Es el poder de la palabra que se eleva por encima de todos los restantes poderes políticos y sociales. Jeremías es el profeta palabra débil, pero triunfadora. No es un sabio en técnicas de guerra o de política; no es un sociólogo que estudia los diversos elementos de conflicto de los pueblo.
No es un rey, ni un hombre rico, pero saber mirar con los ojos de Dios y dice desde Dios la gran palabra. Contra el afán de lavarse las manos echando la culpa a los otros (mecanismo del chivo emisario), contra el orgullo de aquellos que dicen ser elegidos de Dios e intocables, pues tienen instituciones parecen santas (templo, monarquía), se alza el profeta diciendo que el pueblo es culpable. No tiene más fuerza ni poder que la palabra: «No tiembles ante ellos, para que no te haga temblar yo… » (1, 17). Leer más…
Biblia, Espiritualidad
12º Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A, Evangelio, Jesús, Miedo, Valentía
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