Dios a cuerpo: Eucaristía
En diversas ocasiones he tratado en este Blog de la Fiesta del Cuerpo de Cristo, como podrá ver quien se moleste manejando el buscador de RD, por estas fechas de Junio.
He insistido casi siempre en los tres momentos de la celebración:
— El Cuerpo de Cristo es Eucaristía que significa Acción de Gracias, reconocimiento del don de la vida como bendición.
— El Cuerpo de Cristo es Anámnesis, que significa presencia de de Dios, un Dios a Cuerpo, vida a vida, por Jesús, algo que la tradición latina ha consagrado con la palabra filosófica de trans-substanciación.
— El Cuerpo de Cristo es Epíclesis o invocación dirigida al Espíritu Santo, siempre con los signos del pan y de vida, que son vida compartida de Dios con los hombres.
Para insistir en la identidad cercana del cuerpo eucarístico (en línea de madre, enamorada,amigo, carne de Dios en Cristo…) quiero hoy comentar las palabras más significativas de la celebración, “ésto es mi cuerpo”, tomando como referencia unas páginas finales de mi libro Fiesta del pan, fiesta del vino (Verbo Divino, Estella 2006).
Porque el tema de fondo es la Fiesta de Dios, como dicen los franceses (Fête-Dieu), el mismo Dios es Fiesta. No es que nosotros celebremos a Dios, sino que Dios nos celebra a nosotros. De esa forma quiero hoy ver a Jesús, viniendo él mismo como cuerpo, avanzando al frente de la Iglesia, somo signo y principio de nueva Humanidad, espiritual y carnal, de tierra y cielo.
Buena fiesta del Corpus a todos los amigos, con el gran signo del Cristo hecho cuerpo compartido y encarnado en el pan y el vino de la celebración de la vida,
Signo de pan. Esto es mi Cuerpo (Mc 14, 27b par).
La comida final de Jesús y su gesto y palabra sobre el pan asumen y culminan su acción en Galilea, y de un modo especial sus multiplicaciones (cf. Mc 6, 30-44; 8, 1-10). De esa forma, Jesús retoma las antiguas tradiciones de su pueblo, recreando desde el pan el sentido de su obra: lo que Jesús realiza es evangelio en acción, gesto profético fundante. El signo es antiguo: nos llega del fondo de los tiempos, desde el centro de una cultura que aprende a producir y compartir el pan (el maíz, el arroz), invocando en ese gesto a Dios. Pero Jesús lo ha renovado de forma escatológica, es decir, definitiva.
– Tomó pan (arton). No necesita un signo extraño: del origen de la historia de su pueblo (y de los pueblos de occidente) le ha llegado el pan, que ha estado siempre en el centro de sus gestos y mensaje (multiplicaciones, Padrenuestro, tentaciones….). Ha sido profeta del pan compartido. Con el pan en la mano le hallamos ahora, completando el gesto de la mujer del vaso de alabastro (que llevaba perfume en su mano). No necesita cordero pascual, no se dice tampoco que tome los ázimos “santos”. Como hemos indicado, pensamos que la Última Cena tuvo lugar la vigilia de Pascua, es decir, con panes normales (como ha visto la tradición de la iglesia oriental, que celebra la eucaristía con pan fermentado, en contra la iglesia occidental, que prefiere los ázimos). Jesús aparece, al fin de su vida: como mesías del pan en la mano, presidiendo una comida de amistad, que debe abrirse desde sus discípulos a todos los humanos.
– Pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Este signo (partir y dar el pan) es anterior a las palabras de “institución cristiana”; es un gesto universal de bendición divina y fraternidad, que hemos hallado en la multiplicación de los panes… (cf. Mc 6, 41; 8, 6). Jesús no tiene que inventarlo, pues el gesto existe ya y brota de la hondura de la fraternidad humana. Frente al signo de guerra (que es luchar para arrebatarse el pan), frente a la envidia y competencia que divide a los hermanos, se eleva aquí Jesús, realizando el signo mesiánico supremo: bendice, parte el pan, lo ofrece… Bendice a Dios, que se revela precisamente allí donde los humanos comparten el pan. De esa forma, abre un camino nuevo a los creyentes. Hasta ahora, los humanos, especialmente en occidente, hemos aprendido a producir, sabemos crear bienes; pero no hemos aprendido a compartir (partir y dar), en gesto de bendición, regalo de la vida. Esta es la enseñanza suprema del mesías, este su signo.
– Y dijo: ¡tomad! No les arroja el pan, no les obliga a comer en silencio, no se impone sobre ellos empleando el alimento (como quería el Diablo de Mt 4 y Lc 4). Por el contrario, al ofrecerles el pan, Jesús les habla, les invita de manera personal, dirigiéndose a ellos como personas capaces de entender y acoger su gesto. No empieza exigiéndoles un tipo de pureza, no les separa del mundo, para que así puedan comer el puro pan de las comidas sagradas del pueblo elegido (en la línea de muchos grupos esenios, especialmente de Qumrán). No les pone ninguna obligación, sino que quieran acoger, recibir con gozo y libertad, el pan, para así vincularse en fraternidad (alianza) de reino.
– Esto es mi cuerpo (sôma). La mujer del vaso de alabastro había perfumado a Jesús sin decir nada, pero su gesto resultaba suficientemente claro, de manera que él pudo definirlo diciendo: Ha ungido mi cuerpo para la sepultura, añadiendo que su cuerpo no queda allí encerrado, en recuerdo funerario, sino que se expande en todo el mundo, en forma de evangelio, vinculado a la memoria de lo que ha hecho esta mujer (14, 8). Pues bien, dando un paso más, podemos y debemos afirmar que la verdad de ese cuerpo de Jesús se expresa y actualiza en el pan que se parte (se entrega y comparte), para vincular en vida y esperanza a los humanos.
– ¿Dado por vosotros? La tradición de Marcos y Mateo no añade nada: el signo es claro; al decir cuerpo se está diciendo todo y quien no entienda no sabe escuchar y entender, descubrir y expresar los más hondos misterios de la vida. Cuerpo es la primera señal: señal de enamorada y madre que alimentan y dan vida, señal de padre, amigo, compañero… Jesús lo ha ofrecido, lo da en el pan compartido de la fiesta. No hace falta decir más. Los que añaden por vosotros (to hyper hymön: Pablo) o dado por vosotros (to hyper hymôn didomenon: Lucas) expresan algo que estaba incluído en el signo más amplio del cuerpo ofrecido y comido, compartido y gozado, en el borde de la muerte, como pan que funda la amistad y convivencia humana.
El pan, es amor hecho carne
Nos hemos acostumbrado al gesto de Jesús, de manera apenas nos causa extrañeza, porque lo entendemos en pura forma teológica, como palabra que el Hijo de Dios ha pronunciado, desde arriba, desde fuera de la trama de la vida. Pues bien, ahora descubrimos que esa palabra (este mi Cuerpo) y ese gesto (partir y compartir el pan) constituyen la esencia afectiva y social (de amor y justicia) del mesianismo cristiano, la verdad del evangelio. Ciertamente, respetamos el misterio y, en un nivel, podemos decir: Es así porque Dios lo ha querido. Pero en otra perspectiva, totalmente valiosa, podemos y debemos afirmar: Es así porque Jesús lo expresa y ratifica con su vida. En este gesto y palabra se anuda todo el evangelio, de manera que podemos tejer aquí su trama entera:
– El signo de Jesús es pan compartido. No el alimento de las purificaciones y los ázimos rituales (que comen separados los buenos judíos), sino el pan de cada día, al que alude el Padrenuestro: la comida que se ofrece a los pobres, se comparte con los pecadores y se expande en forma universal. Este es su signo: todo lo que ha dicho, todo lo que ha hecho se condensa y expresa en forma de alimento que sustenta y vincula a los humanos. Sin justicia social y comunicación económica no existe de verdad eucaristía.
– El pan suscita y crea Cuerpo… Jesús no anuncia una verdad abstracta, separada de la vida, una pura ley social, principio religioso… Al contrario, Jesús, mesías de Dios, es cuerpo, esto es, vida expandida, sentida, compartida. El evangelio nos sitúa de esta forma en el nivel de la corporalidad cercana, que la mujer del vaso de alabastro expresaba en forma de perfume y que Jesús ofrece como pan (comida). Sin comunión personal (de cuerpo y sangre) no existe eucaristía.
– El pan hecho Cuerpo expresa la vida mesiánica, que se da y acoge, se goza y comparte, en comida de justicia y fiesta. La expresión paulina y lucana interpreta y restringe de algún modo esa experiencia al calificar el cuerpo en términos de donación sacrificial. Así pasamos del pan que era regalo (dado) al que es ofrenda (entregado por vosotros), conforme a la tradición litúrgica posterior. Ese sentido es bueno, pero quizá ya restringido. Ciertamente, el cuerpo se puede y debe “entregar” en sacrificio “sacrificial” por recordar algo ya dicho (Parte 1ª, Cap. 3º). Pero puede y debe darse también de otras maneras, especialmente como regalo gratuito y gozoso, de madre y amigo/a.
Eucristía de cuerpo: de madre, de amigo, de Dios
Al principio de nuestra vida hallamos una eucaristía de madre (y padre), que consiste en dar el cuerpo, a fin de que otro viva, en proceso de generación; en el lcamino de la vida encontraremos una eucaristía enamorada, de novio y novia, que consiste en dar y compartir la vida (el cuerpo), sin que nada empieza ni acabe, en noviazgo eterno (cf. Ap 12 y Ap 21-22). Pues bien, en el camino que conduce de una a otra, hallamos la eucaristía pascual de Jesús, que crea cuerpo por la entrega dolorosa y redentora de su vida, al servicio del reino, es decir, del noviazgo final donde no habrá nacimiento ni muerte.
El cuerpo es identidad y comunión, individualidad y comunicación, la vida entera alimentada por el pan. La antropología de Jesús no es dualista, en el sentido posterior, que separaba cuerpo (que se debe al rey) y alma (que es de Dios), según el drama hispano del siglo XVII. En esa línea de dualismo se sitúan algunos pasaje del evangelio como aquel que dice “no temáis a los que pueden matar el cuerpo, sino a quien puede mandar cuerpo y alma a la gehena” (cf. Mt 10, 28). Pero aquí, en esta fiesta del pan de Jesús, cuerpo no es aquello que se opone al alma, exterioridad de la persona, sino persona y vida entera. Cuerpo es el mismo ser humano en cuanto comunicación y crecimiento, exigencia de comida y posibilidad de muerte: fragilidad y grandeza de alguien que puede enfrentarse a los demás, en violencia homicida, para defender su identidad individual o social, pero que puede regalar también su vida a los demás, creando así un cuerpo más alto (comunión) con ellos.
Al decir tomad y comed, Jesús viene a mostrarse en forma de alimento: no vive para aprovecharse de los otros y comerlos (haciendo que le sirvan), sino, al contrario, para ofrecer su vida (cuerpo) en forma de comida, a fin de que otros se alimenten y crezcan con su vida. Todo esto lo expresa y ofrece en contexto alimenticio: no exige obediencia, no impone su verdad, no se eleva por encima de los otros, sino que en gesto de solidaridad suprema se atreve a ofrecerles su propio cuerpo, invitándoles a compartir el pan. Este ofrecimiento de Jesús sólo tiene sentido para aquellos que interpretan el cuerpo mesiánico, como fuente de humanidad dialogal, gratuita, mesiánica:
1. En el principio sigue estando la madre (y padre) que puede ofrecerse a sus hijos, diciéndoles este es mi cuerpo y regalándoles generación, calor y leche de vida, cariño y espacio de crecimiento dialogado. De esa forma, como madre de una nueva humanidad que se va gestando en torno al pan compartido, viene a presentarse ahora Jesús ante nosotros.
2. Jesús ha sido ya a lo largo de su vida un cuerpo ofrecido, regalado, en el sentido más hondo de ese término, como han destacado Pablo y Lucas (en el texto de la Cena). No lo ha hecho de forma victimista, sino por generosidad. No es mercancía que se compra o vende de manera legal, en actitud de obligación o miedo, sino cuerpo gratuitamente regalado, de manera que podemos asentarnos en su gracia y compartirlo.
3. La mujer y/o el hombre enamorado pueden decir a su pareja “toma y come, este es mi cuerpo”, de manera que ambos forman una corporalidad, como Jesús ha recordado en Mc 10, 8-9. En esa línea de amor esponsal (de carne y sangre) se sitúa el gesto de Jesús, como venimos evocando: él aparece así como principio de una humanidad que se expande y unifica a manera de cuerpo, en el pan y el vino, regalo de vida, frente a un mundo que emplea medios de dominio y mata (le mata). Sólo al final, vencida la violencia o mentira del “dragón” (cf. Ap 12), expulsados para siempre los terrores de bestias y prostitutos, triunfará el amor por siempre, como amor enamorado (Ap 21-22).
4. La tradición paulina ha destacado el valor del cuerpo mesiánico de Cristo. Hay una corporalidad legal de puros y buenos esenios o proto-fariseos, que se funda en la comida limpia, separada de los pecadores; una corporalidad fundada en el poder impositivo… Pues bien, Jesús despliega y nos ofrece, en la meta y cumplimiento de su vida, un nuevo y más hondo signo de corporalidad, fundada en la existencia compartida, en signos de pan y vino, en comunicación gozosa, experiencia corporal de gratuidad, más allá de toda compra/venta o imposición de los más fuertes.
Ese cuerpo del Cristo, celebrado en la eucaristía, encarnado por la iglesia, nos conduce del don de la madre primera del Ap 12 (cuerpo ofrecido a los demás en proceso de generación generosa), al don eterno del novio y de la novia del final del Apocalipsis, esto es, a la vida eterna, entendida y gozada como visión mutua, entrega ya definitiva de la vida, cuerpo regalado y compartido, sin más nacimiento ni muerte, pues todo está nacido para siempre.
Por eso, la verdad total del pan eucarístico se cumplirá (será ratificada) sólo por la pascua. Lógicamente, las palabras de la institución, dichas de esta u otra forma en el momento de la Cena, sólo alcanzan su verdad cuando Jesús ofrece su vida entera y el Dios Padre la acepta en amor, en la resurrección, como veremos en el capítulo siguiente.
Así, el mismo Dios que en el principio obraba como Padre/Madre, pro-motor de vida, vendrá a mostrarse al fin como fuente y sentido del amor por siempre enamorado (cf. Ap 22, 1). Al final ya no habrá padre ni madre en sentido ma/paternalista, sino un Dios que es todo en todos, amor ya realizado, cuerpo que vincula en eucaristía de gozo perdurable (sin muerte) a todos los humanos (cf. 1 Cor 15, 28).
Comentarios recientes