4.6.17 Pentecostés, patria de todos los pueblos: Persas, medos, elamitas…
En este Pentecostés, fiesta del Espíritu de Cristo que alienta en nuestra vida, quiero destacar el comienzo múltiple del cristianismo, en la Plaza del Espíritu Santo de Jerusalén, donde había perss/partos, medos, elamitas, gentes de todas las tribus, lenguas y naciones, empezando por Oriente, conforme al relato “oficial” y litúrgico de Hch 2, 1-13, que anticipa el carácter multiforme de las iglesias posteriores.
Según ese relato, en el comienzo está el único Espíritu de Dios, que, siendo uno mismo (como Dios), alienta a modo de viento huracanado y arde en forma de múltiples llamas/lenguas de fuego, que se posan sobre los discípulos, varones y mujeres (unos ciento veinte, dice el texto anterior Hch 1, 15), haciéndoles capaces de hablar en muchas formas, según los “idiomas” y culturas de todos los pueblos reunidos en la “babel” de aquel momento.
Este Espíritu de Dios es la misma fuerza sagrada del Comos, que mantiene vinculado en amor el universo infinito de estrellas…, todo Dios hecho presencia y vida entre nosotros (con, por nosotros) en Cristo.
El relato es conocido, no hace falta comentarlo por extenso, pero hay unos motivos que conviene recordar, conforme a la liturgia de este día, empezando por el tema intrigante y fecundo de la Plaza de Todos los Pueblos, un lugar que sustituye al viejo Templo de Jerusalén, una plaza abiertas (pura calle) donde vienen a juntarse gentes de muchas naciones y nacionalidades, de pueblos y autonomías, pero de manera que todos se entendieron, sin que unos dominaran a los otros.
Éste es el día de la comunión por el Espíritu de Dios, es decir, por el amor y la palabra, no por el puro dinero, ni por poderío militar, ni por el engaño… El mismo Espíritu de Dios, encarnado por Cristo en la historia de los hombres, es principio de unidad y comunión en la diferencia.
Por eso, Pentecostés es el día de la comunión de amor, como una luz que arde en la vida de los hombres y les hace comprenderse, una luz en miles y miles de luces, de manera que unos y otros se dan la mano y pueden caminar juntos, sin luchar unos contra otros…
Este es el día de la comunión, que según ese pasaje empieza de algún modo en oriente, con los partos-medos-elamitas, que según la “mitología” de algunos dirigentes del mundo occidental son el mismo demonio en persona (el eje del mal…). Allí tenemos que empezar precisamente, según este relato.
Es el día de la comunión concreta de los pueblos de la tierra, que Lucas, el autor del libro de los Hechos, ha vuelto a contar y presentar, como al principio de la historia israelita, abierta a todas las naciones (cf. Gen 11). No hay un pueblo superior, ni Roma ni Grecia, ni Israel ni Egipto… Todos los pueblos aparecen en línea de igualdad, empezando por oriente (partos/persas, medos/iranios…), recorriendo el mundo entero, como círculo y espiral de vida, en torno al Espíritu, sin un pueblo sobre otros, sin guerra de conquista, ni dominio, sin más principio de unidad que el amor de Dios, revelado en Cristo.
Éste es el día de la comunión de las iglesias de Oriente y Occidente, que aparecen ahora en la mañana de Pentecostés, a eso de las nueve, al soplo (a la intemperie) del Espíritu de dios en Jerusalén. Desde allí, desde la Plaza Jesús por el Espíritu, salimos en esperanza de amor al mundo entero.
Por eso, siendo un don de amor y de concordia, Pentecostés viene a presentarse en forma de Tarea, de Misión Universal de vida. Ésta es la verdadera globalización del amor y de la vida, sin dinero en medio, si armas por arriba, mano a mano, palabra a palabra, corazón a corazón, en apertura al Universo Entero, pues el Espíritu de Dios sigue planeando sobre el abismo del caos, para que todo sea y tenga vida, pues en el amor de Jesús somos, nos vemos y existimos.
Buen día del Espíritu a todos.
La Iglesia es una plaza abierta al viento y al fuego de Dios:
Ésta es la primera Plaza de la Iglesia, que Plaza del Sol/Fuego, que alumbra a todos, como había dicho el Cristo, Plaza de todas las Lenguas,que son riqueza de vida, para dialogar y comprenderse. Juntarse en la plaza, recibir el fuego, levantar la mano, par comprometerse todos con la vida. Aquí esta Pentecostés, con sus varios motivos:
a) Primero es el motivo de Babel, recogido de Gen 11. Por ansia posesiva y por envidia se enfrentaron y se dividieron hombres y mujeres del principio, enfrentándose entre sí, incapaces de entenderse.
Muchos han vuelto, hemos vuelto a juntarnos en ciudades que son como “babel”, lugares donde hablamos lenguas diferentes y nos enfrentamos con violencia y miedo, sin querer ni poder entendernos. Pues bien, en aquella babel de Jerusalén se juntaron gentes de todos los pueblos… pero llegó el Espíritu del Cristo y se comprendieron.
b) Segundo es el motivo de fuerte huracán y del fuego que debe sacudirnos por dentro, Espíritu del Cristo, mensajero del Reino de Dios, asesinado por sacerdotes y gobernadores, Espíritu que arranca y que descuaja, que enciende y transforma, convirtiéndose en palabra (lenguas de fuego).
Cristo se introduce así en el babel de confusión y enfrentamiento, de manera que todos pueden entenderse, por la palabra, por el fuego de la vidac) Tercer motivo es la palabra que vincula. Hablan los galileos de Jesús, sorprendidos y recreados por su Espíritu. Hablan como saben, con el amor que Jesús les ha dejado, con el fuego de pasión que han recibido. Hablan de Dios y sus grandezas, de las maravillas de una vida que puede convertirse en comunión… y cada uno de los hombres y mujeres que han llegado a las fiestas confusas de la vieja Jerusalén (la gran Babel) les comprende en su propia lengua.
d) Así nace la Iglesia, una comunión de amor donde se juntan y comprenden gentes de lenguas diferentes: partos, medos, elamitas… A nadie se le fuerza, a nadie se le impone una lengua o cultura diferente. Cada uno escucha y atiende en su lengua, y todos en la Dios (el Dios de Jesús) que habla en muchas lenguas, para que todos se entiendan, cada uno en la suya, y aprendan todos a dialogar.
Éste es un tema de fondo de este domingo del Espíritu Santo, con la gente entusiasmada de la Plaza del Viento y del Fuego de Dios en Jerusalén, un lugar abierto a todas las dificultades y esperanzas de las gentes. (a) Empezaré presentando el texto, en su versión oficial. (b) Lo comentaré después, pero sólo fijándome en los muchos pueblos, que forman una Iglesia.
Buen domingo de Pentecostés a todos, con el Espíritu Santo en cada uno. El próximo día seguiré con el tema, evocando en otra clave algunos motivos de fondo del libro de R. Aguirre y compañeros sobre el comienzo del Cristianismo.
Texto: Hechos de los Apóstoles 2,1-11
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.
Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos preguntaban: “¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.”
Desde Jerusalén.
Éste relato transmite el «mapa cristiano» que Lucas (autor de Hechos) parece haber recogido de una tradición anterior donde se habla de la procedencia de los judíos de la diáspora que han escuchado a los apóstoles y a Pedro, hablando «en sus propias lenguas». Éste es, según Lucas, el principio del principio de la iglesia, que se abre desde Jerusalén, por el mensaje de los primeros discípulos de Jesús (todos galileos), a través los judíos piadosos y prosélitos de todas las lenguas y naciones (signo de la humanidad), a los diversos países del mundo conocido. De esa forma, el babel de las lenguas y razas del mundo se convierte en comunión de humanidad en el Espíritu de Cristo.
Nos hallamos ante una primera descripción de los lugares de donde provenían (y donde se ubicaban) los judeocristianos del comienzo de la Iglesia, divididos (a mi juicio) en seis unidades.
En un nivel, Lucas supone que todos los que escuchan son judíos de la diáspora, que vienen a Jerusalén, para celebrar la fiesta de la Ley de Dios.
Pero, en otro ellos reflejan las diversas naciones de donde provienen estos hombres y mujeres de la Plaza de Dios, ofreciendo así una primera geografía cristiana, que no empieza por Jerusalén, ni por Roma (o Hispania), sino por Oriente, como seguiremos viendo:
1. Partos, medos, elamitas; habitantes de Mesopotamia.
Todos ellos tienen en común el hecho de que vienen de fuera del imperio romano, de la diáspora persa, de Oriente. Éste es el único lugar del Nuevo Testamento en que aparecen, a no ser que se aluda también a esas regiones en el relato de los magos de Mt 2, que abre el abanico misionero de la Iglesia hacia el Oriente, en una dirección que será central para el judaísmo posterior del Talmud, entre los siglos IV-VIII (que se ha desarrollado básicamente en el contexto de «Babilonia», es decir, del imperio persa). Parece claro que en tiempos de Lucas (hacia el 100 d.C.) había cristianos de esa procedencia. Del oriente, de Persia y la India y de China siguen llegando a nuestras plazas, con ansia de un lugar, de una palabra de Dios
2. (Habitantes) de Judea.
No se sabe si la palabra «Judea» se toma aquí en sentido estricto, aplicándose a Jerusalén y a su entorno, o si incluye también Galilea y lo que llamaríamos hoy «las tierras de Israel». Es claro que en esos lugares había cristianos no sólo en tiempos de Lucas, sino en tiempos anteriores, como seguiremos viendo en todo lo que sigue (en esa línea, cf. 1 Tes 2, 14; Gal 1, 22; Hch 9, 31). De todas formas, resulta extraño que no se cite expresamente Galilea. Evidentemente, los judíos siguen llegando a la plaza de Dios, por si les recibimos.
3. (Habitantes) de Capadocia, del Ponto y de Asia, de Frigia y de Panfilia.
Esas regiones pertenecen a lo que suele llamarse «Asia Menor» (la actual Turquía), donde se sitúa no sólo gran parte de la misión de Pablo, sino también el espacio eclesial al que se dirige la carta primera de Pedro (1Ped 1, 1). En este espacio se ubican diversos episodios de la historia de Los primeros cristianos. De todas formas, resulta extraño que no se aluda a las regiones y ciudades griegas (Macedonia, Acaya) donde se ha extendido también la misión de Pablo.
4. (Habitantes) de Egipto y de las regiones de Libia más allá de Cirene.
Forman parte de la diáspora africana del judaísmo. De los cristianos de Egipto y de Libia nos dice poco el Nuevo Testamento, aunque por otros datos sabemos que los hubo desde muy pronto (cf. Hch 18, 24). La cristiandad egipcia será después muy importante, como veremos en La Gran iglesia. De Libia y Cirene, de las zonas donde arde la guerra estos días, con llamas de fuego de muerte, que deben convertirse en palabra… de esas zonas llegan los gritos pidiendo un lugar en la plaza de la vida.
5. Forasteros romanos, tanto judíos como prosélitos.
No se sabe si aquí se alude a los habitantes del imperio romano en general o sólo a los de la ciudad Roma (lo que parece más probable). Las comunidades cristianas de Roma son también muy antiguas, como sabemos no sólo por el Nuevo Testamento (carta de Pablo a los Romanos; Hech 28), sino también por testimonios paganos (como los de Tácito y Suetonio).
6. Cretenses y árabes.
De la misión entre los árabes habla el mismo Pablo en Gal 1, 17 De los cristianos de Creta tenemos noticia por la carta a Tito (Tit 1, 5, 12). No es claro por qué se han unido aquí estos grupos. Los cretenses son de una isla griega del imperio; los árabes pueden formar parte del Imperio romano (como los del reino nabateo) o quedar fuera del imperio (como los partos, medos, elamitas y mesopotamios del primer grupo)… Sea como fuere, los árabes siguen viniendo a nuestra plaza, y los africanos… de un lado y de todos, todos en Pentecostés, buscando un cobijo, un lugar para hablar, un descanso.
Conclusión
Conforme a este esquema geográfico, el cristianismo aparece vinculado a la «diáspora judía», que acude a Jerusalén para volver a sus raíces y para descubrir allí la novedad del evangelio de de Jesús, es decir, el nuevo judaísmo que el Espíritu de Dios fundamenta y promueve, de manera carismática, traduciéndola a las varias lenguas y formas de vida del mundo, en el contexto de la diáspora judía. La misión cristiana queda así vinculada al despliegue del judaísmo.
Este mapa es bastante complejo (y completo), pero no incluye algunas regiones que han sido muy significativas en el cristianismo primitivo:
— en primer lugar, falta Galilea y Siria (con Fenicia) y Cilicia, donde se ha formado la primera gran metrópolis cristiana fuera de Israel (en Antioquía);
— en segundo lugar, falta la zona de Macedonia y Grecia propiamente dicha (Tesalónica, Filipos, Corinto), donde Pablo ha realizado gran parte de su misión.
— Tampoco se citan aquí otras zonas de interés de Pablo, como son quizá Iliria y España.
Pero está todo lo que necesitamos para comprender que al comienzo de la Iglesia hay muchos pueblos y lenguas y que cada uno entiende (desde su propia cultura y su idioma) el mensaje de amor múltiple del evangelio de Jesús.
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