“A los que aman (II)”, por Gema Juan, OCD
Teresa de Jesús fue una mujer enamorada, que también cedió su luz y su palabra a los que aman y buscan, a los que «quieren ir por [el camino] y no parar hasta el fin, que es llegar a beber de esta agua de vida».
Enamorada y preocupada por otros caminantes, porque sabía que no es difícil equivocar la ruta, decía: «Creo se engañan aquí muchas almas que quieren volar antes que Dios les dé alas» y quieren encontrarse al final de un camino que es más largo de lo que imaginan. «Veo a algunas almas muy afligidas por esta causa: como comienzan con grandes deseos y hervor y determinación de ir adelante», creen que enseguida han de llegar.
Y les dirá: «No se fatiguen; esperen en el Señor, que lo que ahora tienen en deseos Su Majestad hará que lleguen a tenerlo por obra… [importa] tener gran confianza y no desmayar, ni pensar que, si nos esforzamos, dejaremos de salir con victoria».
Los que buscan encuentran y los que avanzan hallan camino, porque buscar y avanzar es no querer detenerse. Teresa decía que al verdadero amante, «a quien su Majestad ha dado luz del verdadero camino… le crece más el deseo de no parar».
Y escribía: «Deshaciéndome estoy, hermanas, por daros a entender esta operación de amor y no sé cómo». Con ese empeño, hablará del «fuego del brasero encendido que es mi Dios» y de una larga aventura que sucede «en lo muy hondo e íntimo del alma».
Pero hay que acercarse al fuego y, para eso «entrarnos a solas con Dios» porque, si no, «aunque le haya muy grande, si escondéis las manos, mal os podéis calentar: quedaros heis frío». Si se da el paso de entrar, «si el alma está dispuesta… con deseo de perder el frío y se está allí un rato, para muchas horas queda con calor… y una centellica que salte la abrasará toda».
Teresa anima a no estancarse, ir siempre adelante: «Cuando no hay encendido el fuego que queda dicho en la voluntad ni se siente la presencia de Dios, es menester que la busquemos… y no nos estemos bobos perdiendo tiempo por esperar lo que una vez se nos dio».
Infunde confianza: «Tened por cierto, que nunca dejará el Señor a sus amadores, cuando por solo Él se aventuran». Y alerta, porque sabe que es posible perderse: «¡Qué gran ceguedad, que le busquemos en lo que es imposible hallarle!… Mirad que no nos entendemos, ni sabemos lo que deseamos, ni atinamos lo que pedimos. Dadnos, Señor, luz».
Como Benedetti, Teresa sabía que los que aman, viven aunque mueran y decía que «quien muy de veras ama a Dios… no pretende otra cosa sino contentar al Amado. Andan muriendo porque los ame, y así ponen la vida en entender cómo le agradarán más». Esos son los amadores que no dejan el camino.
Son los buscadores de la luz, y de ellos dice también Teresa: «Quienes de veras aman a Dios, todo lo bueno aman, todo lo bueno quieren, todo lo bueno favorecen, todo lo bueno loan, con los buenos se juntan siempre y los favorecen y defienden; no aman sino verdades y cosa que sea digna de amar».
A esos caminantes, los guarda Dios y como decía el profeta Malaquías, los sana y no los deja andar en tinieblas: «A los que aman mi nombre, los alumbrará el sol de la justicia que cura con sus alas».
Y por eso, ellos van iluminando y curando por donde pasan, como hizo aquel hombre que pasó por la tierra haciendo el bien: Jesús. Esos viajeros tienen un «amor sin interés como nos le tuvo Cristo, y así aprovechan tanto los que llegan a este estado, porque no querrían ellos sino abarcar todos los trabajos… siempre querrían estar trabajando y ganando para los que aman; no les sufre el corazón tratarlos doblez».
Al que ama nada le detiene, «cualquier ocasión que sea para encender más ese fuego [de amor] le hace volar», ni se esconden: «Se querría meter en mitad del mundo, por ver si pudiese ser parte para que un alma alabase más a Dios».
Teresa, encendida y enamorada, decía a sus hermanas: «¿Pensáis que es poca ganancia que sea vuestra humildad tan grande, y mortificación, y el servir a todas, y una gran caridad con ellas, y un amor del Señor, que ese fuego las encienda a todas, y con las demás virtudes siempre las andéis despertando?».
Si se anda enamorado, todo el deseo es contagiar, «que ese fuego las encienda a todas» las personas que encuentran, para que despierten y echen a andar.
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