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28.5.17. Ascensión. La Montaña y la Cruz de la Presencia

Domingo, 28 de mayo de 2017

imagesDel blog de Xabier Pikaza:

Ascensión del Señor. Mt 28, 16-20. Culmina el tiempo de pascua con la fiesta de la Ascensión, que solía celebrarse en jueves, a los cuarenta días del domingo de resurrección, pero que se ha pasado ahora, en casi todas las iglesias, al domingo siguiente.

Culmina así el tiempo litúrgico de Pascua…Y aprovecho así la ocasión para desear a todos mis lectores y amigos un feliz final de resurrección. Hoy desarrollo el tema del evangelio del día, indicando que según Mt 18, 16-20 no hay ascensión propiamente dicha, sino revelación y presencia del Señor Jesús en la Montaña del Amor cumplido, la montaña de la Presencia y del Envío, unida a la cruz de la vida que es el amor concreto de aquellos que saben que su misma vida es cielo.

300px-durango_cruz_de_kurutzeagaImagen 1: He estado el jueves 25 en Durango y Abadiño, bajo el Amboto. He hablado a mis “amigos” de infancia de la vida y Ascensión de Jesús, bajo la montaña des Amboto, un símbolo de vida. Ese símbolo de la montaña envuelta abre un horizonte de infinito hecho presente cada día, cada hora, en la vida de los hombres que se aman

Imagen 2. Cruz de Kurutziaga… del finales del XV, como yo la veía de niño todos los días, pasando por delante de los Jesuitas, al ir a estudiar a la Academia. El pasado 25 hablé de Jesús precisamente en el colegio de los Jesuitas… donde estaba antes la cruz, como en esta imagen antigua. Ahora la han llevado al Museo y Ermita de la Vera-Cruz para resguardarla.

Esa cruz misteriosa, con una cara de dolor y otra de gloria… ha sido para mi por años un signo especial de esperanza en la resurrección, entendida ya como deseo de cielo en la tierra… Un símbolo de muerte, símbolo de vida, el cielo entero en la muerte de Jesús y en el amor de sus amigos.

Pascua y Ascensión (sin ascensión) en Galilea.

En el comienzo de pascua hemos escuchado muchas veces la promesa: ¡id a Galilea, allí le encontraréis! (cf Mc 14, 28; 16, 7), que también había repetido el evangelio de Mateo (cf. Mt 16, 32 y 28, 7-10). Todo el evangelio de Mc se encontraba construido sobre esa certeza: los discípulos han ido encontrando al Jesús de la pascua en el camino de su seguimiento en Galilea. Pero sólo Mt 28, 16-20 ha narrado de forma especial esa aparición de Jesús resucitado en la tierra y montaña donde había expandido en vida su mensaje.

Esta es la aparición única y universal de Jesús según Mateo, una “ascensión” que no es subida a otro cielo, sino presencia en esta tierra, hasta el final de los tiempos. Esta “aparición” (que es presencia) tiene valor definitivo: no termina, perdura para siempre. Ella sigue, no ha tenido ni tendrá fin, hasta el día en que acabe la historia. Eso significa que el tiempo de los hombres (discípulos del Cristo) está marcado por la permanencia y frutos de esa gran visión que funda toda su existencia.

Sabíamos por Mc 16, 7 y Mt 28, 7.10 que los discípulos del Cristo debían dirigirse a Galilea, para encontrar en plenitud al Señor resucitado. Galilea significa vuelta hacia el pasado de la historia de Jesús: allí se escucha su palabra, allí se cumple su mensaje. Pero, al mismo tiempo, Galilea es como punto de partida de un camino que debe dirigirse ya al conjunto de los hombres.

Esta elección de Galilea puede resultar extraña para un buen judío, pues va en contra de las expectativas de la historia oficial israelita: según esa esperanza, el reino ha de irrumpir en la ciudad de las promesas (Jerusalén); allí se expresará triunfante el rey mesías, elevando su trono sobre el mundo. Lógicamente, para resaltar la continuidad con Israel, el evangelio de Lc y, en algún sentido, Jn han situado las apariciones de Jesús y el comienzo de la iglesia en Jerusalén. De allí deben salir los discípulos del Cristo, llevando su mensaje a las naciones de la tierra. Pues bien, rompiendo esa visión, Marcos y Mateo han colocado la experiencia pascual en Galilea, para iniciar desde allí el camino del reino.

Esta elección de Galilea es, por lo menos, muy provocativa: ella supone que tenemos que dejar de lado la esperanza propia de Israel, centrada en pueblo y templo. De esa forma abandonamos las promesas que están relacionadas con el triunfo nacional del pueblo santo; en contra de lo que parecen decir algunas profecías, el nuevo reino empieza a revelarse en Galilea. Así, desde la oscura provincia de Jesús se expandirá un camino salvador universal que está fundado en la experiencia de su pascua.

Montaña de pascua, montaña de Ascensión (es decir, de Presencia).

Mc 16, 7 había dicho que Jesús os precede a Galilea, el nuevo centro de la historia salvadora, para iniciar desde allí su camino de expansión universal. Mt 28, 7.10 repitía el mismo dato. Pues bien, cuando narra el cumplimiento de esa palabra, el evangelio ha introducido un rasgo nuevo: dice que Jesús había convocado a sus creyentes sobre una montaña (Mt 28, 16). En el centro de Galilea se eleva la montaña de la nueva y definitiva revelación de Dios en Jesucristo; esa montaña es corazón y centro permanente de la tierra.

Recordemos el valor de las montañas como espacios de revelación en las viejas tradiciones de los pueblos y en el mismo Antiguo Testamento (Sinaí). Mateo ha destacado el tema al situar el gran mensaje de Jesús sobre un lugar que llama la montaña (Mt 5, 1). Pues bien, reasumiendo el valor de aquel pasaje y del lugar donde Jesús ha vivido la experiencia pascual de la transfiguración (Mt 17, 1-8; cf Mc 9, 2-8: 11ª estación), nuestro texto afirma que los discípulos hallaron a Jesús en la montaña del mandato de Jesús, en Galilea (28, 16).

No hace falta precisarla. Esa montaña es el nuevo y conclusivo Sinaí: es lugar y signo de revelación de Dios para los hombres, esta montaña es el mismo Cristo. Como verdadero y nuevo pueblo israelita, el grupo de los seguidores de Jesús, dirigido por las mujeres que llevan el anuncio, ha subido a la altura de Dios, para encontrar allí al Señor pascual. Esta ha sido la peregrinación definitiva, el gran ascenso que define y discierne la historia de los hombres.

Aquí acaba todo, para empezar de nuevo todo, en forma renovada. El camino de Jesús, culminación de la historia israelita, ha venido a desembocar en este gran ascenso. Intentemos fijar la imaginación: un grupo de discípulos van subiendo y subiendo. Se han liberado de todo; han dejado que el mundo quede a sus pies, se vaya perdiendo allí abajo. Conforme a la palabra de Jesús, guiados por la experiencia y ministerio de unas mujeres, ellos van subiendo, en gesto que condensa y culmina nuestra historia.

Esta es montaña de siempre: es el monte de los viejos recuerdos de Israel (el Sinaí), puede ser también la sede del misterio que han soñado muchos pueblos. Pero es, al mismo tiempo, montaña del mensaje y fidelidad de Jesús hacia los pobres (bienaventuranzas y sermón de Mt 5-7). Saliendo del sepulcro vacío, dirigidos por mujeres, suben allí todos los discípulos.

El Señor de la montaña.

Los viejos mitos dicen que Dios mora en las alturas. Sobre el Sinaí tronaba el Dios israelita. Pues bien, cuando sus creyentes suben al monte nuevo de la revelación pascual , los discípulos encuentran al Cristo resucitado.

Jesús no tiene que aparecerse: espera allí, les está aguardando, para mostrarles la verdad y plenitud de amor sobre la tierra. Allí se les muestra como Señor universal. Allí les encomienda su tarea y les ofrece su promesa:

Los Once discípulos fueron a Galilea,
a la Montaña que les había mandado Jesús.
Y viéndole le adoraron, aunque algunos dudaban.
Y Jesús, adelantándose a ellos, les habló diciendo:
-Se me ha dado todo poder en el cielo y sobre la tierra;
id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos,
bautizándoles en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo,
enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado
y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días,
hasta la consumación de los tiempos (28, 16-20).

La experiencia pascual se interpreta, según eso, como extensión de la gran soberanía de Dios, una soberanía que es libertad y amor universal. Los hombres se encontraban antes ciegos. Los mismos discípulos del Cristo se hallaban confundidos: no encontraban el misterio de Dios en Jesucristo. Ahora, en cambio, ellos descubren la verdad de Dios y adoran al Señor resucitado.

La pascua es, por lo tanto, un misterio teológico: es la manifestación plena de Jesús como Señor, Hijo de Dios resucitado (en la línea de lo que ha dicho Pablo en Rom 1, 3-4). La pascua es experiencia de soberanía universal del Cristo, constituido Señor de cielo y tierra. Por eso dice se me ha dado, es decir, Dios me ha concedido todo su poder en cielo y tierra.

A través de la pascua se realiza aquello que había prometido Dan 7, 13-14: el Anciano de días (=Dios) ofrecerá al Hijo del Hombre todo poder y toda gloria, de forma que habrán de servirle todos los pueblos y naciones de la tierra, en reinado que no tiene fin, en gloria que no conoce ocaso. Pues bien, el verdadero Hijo de Hombre es ahora Jesús resucitado. Él posee (ha recibido, se le ha dado) todo poder en cielo y tierra. Sobre la cumbre de la montaña de la gran revelación, se manifiesta Jesús a sus discípulos, haciéndoles participantes de su gozo, portadores de su vida, realizadores de su obra sobre el mundo, no para servirle a él, sino para amarse entre ellos en libertad plena.

Pascua/ascensión y envío

Jesús resucitado instaura su reino abriendo su palabra todos, ofreciendo un camino salvador universal por medio de aquellos que le acogen: Id y haced discípulos a todos los pueblos (Mt 28, 19). No se impone por fuerza. No transforma las cosas con violencia sino que expresa y realiza de verdad su señorío a través de los discípulos, de modo que ellos sean portadores de su acción sobre la tierra. El Señor no se va: se queda, está presente desde la Montaña del Amor en el camino de los hombres. Eso significa que la resurrección se da aquí mismo, en el camino de la fidelidad al evangelio y del envío a todos los pueblos.

Esto significa que la pascua es experiencia de responsabilidad para los seguidores que han hallado a Jesús en la montaña: ellos reciben el encargo de expandir la obra del Cristo, en camino que les abre a todos los pueblos existentes. Jerusalén ha perdido su antiguo privilegio, ya no es centro de todas las naciones; por su parte, Israel deja de existir como pueblo peculiar de Dios y centro de su alianza. El Dios de Jesucristo ha de expandirse, desde el monte de su manifestación pascual, hacia todos los pueblos de la tierra. De esa forma se han unido dos términos que antes ser parecían contrarios y que ahora son complementarios.

Por un lado, Jesús manda a sus discípulos que vayan a todos los pueblos, para transmitirles su evangelio: la pascua es, por lo tanto, don universal de Dios en Cristo; palabra y gesto de amor que vincula a las naciones y personas de la tierra, superando todo particularismo antiguo.

– Pero, al mismo tiempo, Jesús quiere que todos los humanos se vuelvan discípulos, vinculándose en el camino y comunidad de amor mutuo que es la iglesia. Esa misma iglesia concreta, centrada en los Once y abierta a todos los pueblos de la tierra, viene a presentarse como signo y sacramento de la pascua de Jesús para los hombres.

Por eso dice el texto: bautizad (a todos los pueblos) en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28, 19). En la tradición de Juan Bautista (cf Mt 3), el bautismo era señal de conversión, gesto que prepara al iniciado para el bien morir, liberándole así de la ira venidera. Ahora el bautismo se interpreta como nuevo nacimiento. Los mismos pueblos (y personas) que se hallaban antes encerrados en sus ritos y violencias, pueden renacer, en fraternidad universal, fundada en Cristo.

Pascua es por lo tanto una experiencia de nuevo nacimiento. Los discípulos del Cristo ya no anuncian muerte sobre el mundo: no profieren amenazas, no juzgan ni se imponen por encima de los hombres. Ellos van ofreciendo por la pascua de Jesús nueva existencia, un bautismo que se expresa en el misterio del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

De esa forma se vinculan apertura universal (el mensaje se ofrece a todos los pueblos) y hondura teológica (ese mensaje pascual contiene la revelación del Padre, el Hijo y el Espíritu). La misma pascua se convierte de esa forma en signo trinitario: Jesús resucitado se presenta como epifanía suprema, manifestación del Dios que es Padre y que en el Hijo (el mismo Jesucristo), ofrece salvación a todos los humanos, vinculándoles en el amor del Espíritu Santo.

La unidad entre los hombres está garantizada así por la misma Trinidad, es decir, por el misterio de la unión intradivina, por la comunión del Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. De esa forma se vinculan, en un mismo contexto y vivencia de pascua, las dos formas supremas de la universalidad y plenitud humana:

– La pascua implica revelación plena de Dios. Hasta ahora no le habíamos conocido, no habíamos llegado a su misterio: no sabíamos que es Padre, no le habíamos visto como Hijo, en el Espíritu. Ahora conocemos de verdad a Dios, nos bautizamos (nos introducimos) en su misma comunión intradivina.

– Al mismo tiempo, la Pascua es revelación plena del hombre, es decir, de la comunión interhumana, en gesto de nuevo nacimiento. La experiencia de Jesus resucitado se abre a todos los humanos, ofreciéndoles nuevo nacimiento (bautismo), en gesto que puede vincularse al signo de los panes, es decir, a la comunión eucarística.

– La misma presencia pascual de Jesús es Ascensión: no es irse, sino quedarse con los suyos, en amor y en presencia transformadora

Enseñanza de la pascua/ascensión

La pascua implica una enseñanza. Los discípulos se comprometen sobre la montaña de la resurrección de Jesús a ir ofreciendo su palabra a todos los pueblos de la tierra. Sólo allí donde los hombres escuchan y cumplen el mensaje del Sermón de la Montaña pueden descubrir la presencia y fuerza del Señor pascual. Aquí viene a fundarse lo que algunos llaman la ortodoxia completa que vincula fe y costumbres, el nuevo conocimiento de Jesús y el compromiso de seguir su vida.

Sólo aquel que acoge y cumple de verdad la palabra del Sermón de la Montaña, viviendo asumiendo su camino de gracia, puede subir a la Montaña de la Resurrección. Así cuando pregunten ¿dónde están los signos de que el Cristo ha triunfado de la muerte? debemos responder: mirad cómo creen y actúan los cristianos; sus obras de amor son reflejo de la vida de Jesús, son expresión intensa de su pascua.

De esa forma, la enseñanza pascual se traduce como experiencia de gratuidad y donación de vida. Allí donde los hombres se ayudan a vivir gratuitamente unos a otros, en solidaridad que se abre hasta la muerte, pueden confesar que Jesús ha resucitado.

Este es un camino que no acaba, esta es una experiencia pascual que continúa. Conforme a la versión que ofrece Lucas en Hech 1 (que veremos mañana), Jesús resucitado sube al cielo y así acaba su tiempo de pascua sobre el mundo. Pues bien, en contra de eso, el Jesús de nuestro texto no se ha ido, ha quedado para siempre. Jesús no se ha elevado al cielo, sino que se ha introducido en la profundidad de nuestra decisión pascual, dentro de la historia, diciendo: y yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos (Mt 28, 20). Estos pueden ser los rasgos o momentos de su presencia pascual:

– A nivel ministerial, Jesús resucitado está presente en sus misioneros, en aquellos que extienden su palabra por el mundo. Así podemos decir que los servidores de la iglesia (en sus diversas funciones) son eucaristía y pascua de Jesús sobre la tierra: los que extienden por el mundo el evangelio son continuación de pascua.

– Pero, al mismo tiempo, a nivel de expansión sincrónica, Jesús está presente como Señor (¡se me ha dado todo poder!) en el conjunto de los pueblos de la tierra: ellos son destinatarios de la gracia de Jesús y su palabra. Así podemos afirmar: la tierra entera es campo de Pascua de Jesús, espacio donde tiene que expresarse su misterio.

– Finalmente, en perspectiva diacrónica o sucesiva el Cristo pascual se hace presente en el transcurso de los tiempos. Por eso dice a sus discípulos: estoy con vosotros todos los días, hasta la culminación del siglo. En el mismo camino de la historia, en el proceso de misión que dura hasta el final del mundo, se manifiesta Jesús sobre la tierra.

Difícilmente podía haberse hallado una visión más completa y honda de la pascua. En aquellos Once apóstoles primeros, catequizados por las mujeres de la primera experiencia de Jesús, junto al sepulcro, nos hallamos reflejados todos los cristianos.

Conforme a Mt 28, 16-20, Jesús sigue presente en medio de los hombres, en el monte de la iglesia, invitándonos a realizar su acción (a reflejar la gloria de su pascua) sobre el mundo. Eso significa que el signo primordial de su resurrección de Jesús es la misma vida y tarea misionera de la iglesia abierta a todos los pueblos de la tierra. Cristo asciende y nos hace ascender a la vida plena, en este mismo mundo, en el camino de la Iglesia.

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