25. 5. 17. Ascensión. El cielo eres tú, Jesús, para nosotros
El credo dice: subió a los cielos y está sentado a la Derecha del Padre… Se trata, evidentemente, de un lenguaje simbólico (alguien diría incluso mítico), para indicar la culminación de la historia de Jesús, con palabras paradójicas, pues subir significa penetrar en el corazón de los hombres, que lo alto es lo más profundo… La misma Biblia evoca el tema/misterio con imágenes distintas, que son complementarias:
– Jesús no se va, sino que queda en la montaña desde la que envía a sus seguidores y les acompaña y asiste hasta el día de la consumación del mundo: Yo estoy con vosotros… Éste Jesús aparece así como el “Dios con los hombres” que aparece en la tradición de la alianza israelita. Esta nueva forma de ser y de estar presente define su compromiso mesiánico, ya culminado en un sentido en la Pascua(Mt 28, 20).
– Jesús no se va, sino que está con sus amigos y con todos los hombres, como cabeza que sostiene y vitaliza el cuerpo de la iglesia (tradición paulina), como vida y luz que alumbra a los creyentes (Juan)… No hay según eso Ascensión, sino profundización pascual, una nueva forma de ser y de actuar, en medio de los hombres
– Pues bien, al lado de esas perspectivas, la dogmática cristiana ha resaltado de manera constante y uniforme una visión que, enraizada en el AT (Sal 110, 1), supone que el Kyrios o Señor está sentado, a la Derecha de Dios Padre, en ámbito de cielo, culminada la historia, enviando su Espíritu. Esa es la tradición que aparece al final del Evangelio de Lucas y al principio del libro de los Hechos, la que se ha vuelto dominante en la tradición del “credo” de la Iglesia que dice:
a. Subió a los cielos
b. Y está sentado a la Derecha de Dios Padre
Pero la derecha de Dios es el corazón de los hombres. Pero eso digo que el cielo eres tú, Jesús, para nosotros:
El cielo eres tú… es decir, aquellos en los que vivimos, pues más vive el hombre donde ama que allí donde mora físicamente
El cielo has querido hacerlo tú, en nosotros… Por eso nos has dicho “así en el cielo como en la tierra”… en una tierra convertida en Cielo…
Desde ese fondo quiero hacer una pequeña “exégesis” del dogma de la Ascensión. Buen jueves a todos.
Imagen. 1: Templete de la Ascensión en el Monte de los Olivos de Jerusalén
Imagen 2. Galileos mirando a un cielo soñado de Jesús…
1. Representaciones
– Sentado. Este es un gesto específicamente humano. Los animales se sostienen en sus patas, nadan, vuelan, caminan, se agazapan o se acuestan. Algunos pueden sentarse físicamente, pero sólo de manera material. No liberan las manos para la comunicación dialogada, no construyen una sede o trono como signo de su autoridad. Por el contrario, los humanos se definen como aquellos que pueden ponerse en pie (liberando las manos para el trabajo) y sentarse (para descanso, autoridad y/o convivencia).
Por eso, cuando el Credo dice que Jesús está sentado le presenta como humano, en la línea de los reyes que toman asiento para imponer su autoridad, de los magistrados que ocupan su sede para juzgar o de los maestros que sientan cátedra para enseñar a los discípulos. También se sientan juntos los amigos, familiares y hermanos para compartir la palabra y alegría de la vida. Pues bien, Jesús resucitado se sienta, apareciendo como humano culminado. El AT presentaba a Dios sentado sobre el trono de su gloria; pues bien, sobre ese trono se sitúa ahora Jesús (cf. Mt 25, 31-45).
– Espacio. Hech 2, 33-34, reasumiendo una de las tradiciones más antiguas de la iglesia, dice que “habiendo sido elevado a la derecha de Dios…. “. De esa forma evoca la existencia de un espacio superior, de un campo de ser o realidad más alta donde viene a expandirse y reflejarse el poder de lo divino (=su derecha). En esta línea se añade que Jesús ha sido recibido o acogido en el cielo, lugar de plenitud, espacio de Dios (cf. Hech 3, 21; Ef 6, 9; Col 4, 1; Hebr 8, 1). Podemos preguntar: ¿no habremos separado a Jesús de nuestra tierra, creando de esa forma un tipo de geografía mítica que le acaba desligando de la historia? ¡De ninguna forma! Al sentarse en el cielo, Jesús ha llegado al lugar de la plenitud de Dios que es fuente de vida y gloria para los humanos.
– Tiempo. Hebr 1, 3 afirma que después de realizar la purificación de los pecado… se sentó a la Derecha de la Majestad, en las Alturas, vinculando de esa forma espacio superior (cielo geográfico) y tiempo futuro (cielo de culminación histórica). De esa forma se unen, en relación inseparable, el aspecto cósmico e histórico de la salvación, personalizados para siempre en el Jesús pascual, exaltado y ascendido al cielo. El mismo ascenso espacial aparece como plenificación histórica: se ha cumplido el tiempo, Jesús ha perdonado el pecado de los pueblos y ha penetrado por (con) nosotros en la altura de Dios. En la base de su triunfo está por tanto la entrega pascual (purificación); en la meta la plenitud o salvación para los humanos.
– Compañía. Un humano puede sentarse en solitario para descansar, pensar, mandar, encontrándose aislado o teniendo a los demás delante de él, separados de su sede, en actitud de esucha reverente. Pues bien, existe una manera más perfecta de sentarse que se realiza en amistad y celebración y exige compañía. La riqueza y calidad de esa sesión está en el valor personal de los acompañantes. Por eso, nuestro texto añade que Jesús “se sentó a la derecha de Dios Padre”. De esa forma se personalizan las cuestiones anteriores de espacio y tiempo: la Ascensión y Sesión de Jesús se convierte en signo de comunicación: es momento de diálogo, tiempo de amor compartido. Jesús y el Padre, sentados y dialogando en el Espíritu, aparecen de esa forma como espacio y tiempo de vida para los humanos.
Estas afirmaciones suscitan las preguntas radicales de la experiencia cristiana: ¿cómo pueden sentarse en un mismo trono el Padre Dios y Cristo Humano? ¿cómo pueden suscitar espacio y tiempo común de salvación para los humanos? Está en juego la posibilidad de hablar de Dios, expresando su sentido en forma humana y la posibilidad de que la encarnación culmine en forma salvadora. Pues bien, ambas cosas se han logrado: Dios asume nuestro espacio y nuestro tiempo en Cristo, de quien podemos y debemos afirmar que se ha sentado junto al Padre.
Por eso debemos mantener este lenguaje (este simbolismo) de sesión, aunque pueda resultar extraño. En esa línea hemos venido presentando esta biografía mesiánica en forma de narración, abierta en el principio (preexistencia), en el centro (presencia de Dios en Jesús) y de un modo especial en la meta (ascensión). Como hemos dicho ya al hablar de su conciencia (Cap. 1, 2), la historia de Jesús sólo puede contarse desde Padre:
– El Padre Dios está al principio, fundando toda la narración, pues él engendra y envía a su Hijo.
– El Padre está en el centro, sosteniendo la narración, en dialoga constante con su Hijo
– El Padre está al final, recibiendo a Jesús a su derecha, haciéndole Señor y fuente del Espíritu.
2. Finalidad. Para qué se sienta.
Como supone el esquema anterior, la historia culmina allí donde Jesús se sienta a la derecha del Padre: ha terminado la marcha, parece que sólo queda el silencio cristológico. Pues bien, sobre ese silencio se eleva la más honda palabra y acción de Jesús: no ha subido al cielo para volver a bajar y ascender, conforme al mito del eterno retorno, comenzando de nuevo el ritmo de renacimientos, sino para expandir y mantener su triunfo para siempre, conforme a la visión israelita y cristiana del mesianismo. Cristo ha muerto una sola vez y para siempre, redimiendo a los humanos (Hebr). Por eso, el pasado no vuelve: ¡He aquí que hago nuevas todas las cosas! (cf Ap 21, 5); la sesión es culmen de la historia salvadora:
– Se ha sentado para descansar. Es como el hombre o mujer que, a la caída de la tarde, toma asiento ante la casa o en el centro de ella, recibiendo a familiares, amigos y conocidos. De manera semejante se sentó Jesús en el brocal del pozo antiguo de Siquén, al borde de camino fatigoso (cf. Jn 4, 5-6). Ahora lo hace en su sede final, pues el trayecto ha sido duro y su acción arriesgada: esta sentado porque ha terminado su tarea y porque quiere mantener, plenificar lo realizado. Hebr 10, 12 añade que perpetúa ante el Padre su gesto de entregar en favor de los humanos, ofreciendo por ello su sangre.
– Se ha sentado para gozar. Jesús ha ofrecido el mensaje de su felicidad a los humanos y ahora quiere compartir con ellos el reino conseguido, en experiencia de intensa compañía. Desde esa perspectiva es importante señalar que Jesús está sentado y no acostado: vela con los suyos y no duerme; se interesa por los hombres y mujeres de la tierra, no se olvida. No ha pasado por la historia para abandonarla en descampado, sino para gozar con los suyos la alegría de la acción bien hecha, el placer de la existencia compartida. Al servicio de esa felicidad se encuentran los restantes elementos que añadimos.
– Se ha sentado para reinar. No escapa y se refugia a solas, en gesto de olvido. Por el contrario, Cristo coloca el trono de su gloria en el mismo campo de lucha de la historia, para acompañar a los humanos más amenazados. Allí se sienta con autoridad suprema, no para imponerse con violencia sobre los demás, sino para ayudarles en la marcha de la vida. De esa forma actualiza el reinado de Dios sobre el mundo: se sienta en el trono para acompañar mejor a los humanos, en gesto de paz, superando con su entrega de amor la violencia de la historia. Frente a los príncipes y señores que emplean el poder para imponerse, Jesús reina para ofrecer libertad y alegría a los humanos.
– También se ha sentado para juzgar. El credo actual, manteniendo una división ilustrativa (propia de la teología de Lc-Hech), distingue entre sesión presente (Jesús está elevado a la derecha del Padre) y juicio futuro (ha de venir…). La tradición más antigua ha vinculado ambos gestos: “veréis al Hijo del humano sentado a la derecha de Poder (=Dios) y viniendo en las nubes del cielo” (cf. Mc 14 62 par); el mismo Jesús que está sentado y comparte la gloria de Dios está viniendo para culminar el juicio mesiánico. La misma cátedra de su descanso y gozo, de su reinado y magisterio, aparece así como promesa de juicio salvador: viene Jesús para ofrecer a los humanos el misterio de su gracia transformante.
– Finalmente, Jesús está sentado para comer y celebrar, en banquete de amor y participación vital. Las palabras griegas que la tradición emplea en cada caso son semejantes: kathesthai (sentarse) y anakeisthai, anaklinein (recostarse). Jesús mismo ha destacado la felicidad de aquellos que participarán en el banquete del reino (cf. Lc 14, 15; Mt 8, 11 par): al final de su camino sobre el mundo, él ha querido celebrar con los suyos un banquete, ofreciéndoles su vida en alimento (cf. Lc 22, 14-20 par). Pues bien, esa comida de agradecimiento, esa eucaristía culminadora se vuelve banquete mesiánico (cf. Mt 22, 1-14 par).
Se completa así lo que Jesús ha comenzado a realizar en Galilea, como mesías del pan, de la comida mesiánica de las multiplicaciones y la cena (cf. Cap. 1, 1, 4). Jesús y los suyos, todos los humanos, han sido creados para sentarse y gozar, para comer juntos, compartiendo la existencia. Por eso, la sesión celeste del Señor debe interpretarse como plenitud eucarística, celebración desbordante de la vida.
La sesión del Cristo nos conduce hasta la meta gozosa y misteriosa de la historia, hasta el lugar y tiempo ya cumplido donde el mismo Dios se expresa como banquete de amor para los humanos. Así se vinculan por siempre los dos signos preferidos de Jesús: banquete y bodas, sentarse en comida nupcial, reclinarse y recostarse, en amor que no se acaba, convirtiendo la vida en transparencia de gracia. Sentarse es ya vivir en plenitud: llegar hasta el lugar donde la fuente de la vida se hace meta de gozo culminado, plaza y avenida gozosa de existencia, en comunión de mesa y lecho, en ciudad de amor transfigurado (cf. Ap 21-22).
3. A la derecha del Padre.
Así recibe Jesús en intimidad y aperetura universal el poder de lo divino, compartiendo su reino de gracia, fundando un tiempo de entrega y plenitud para los humanos. En esta perspectiva pueden y deben vincularse dos experiencias:
– En el tiempo de su vida, Jesús se sentó con los pobres del camino, ofreciéndoles palabra y asistencia. Vivió para los otros (pro-existencia), convirtió su vida en alimento y comunión de todos los humanos.
– Culminada su historia, Jesús se sienta con el Padre, ofreciendo a todos la intimidad de su diálogo con Dios, en felicidad compartida. No abandona a los humanos, sino que los eleva a la derecha de su Padre.
Así pasamos del camino de la historia mesiánica (Jesús sentado con los pobres) a su plenitud de reino (les ofrece el misterio trinitario). Ha culminado la historia pascual, el despliegue intradivino: el Padre ha engendrado a Jesús y Jesús le ha entregado (devuelto) su vida, en comunión ya realizada. Pues bien, en el camino de esa entrega mutua que es la comunión eterna venimos a sentarnos los humanos. No nos abandona Jesús, sino todo al contrario: ha subido al trono para ofrecernos un espacio de vida a su lado. Al sentarse con el Padre, Jesús, Hijo de Dios, ensancha el trono y lo convierte en ámbito de encuentro y plenitud para todos los humanos. De esa forma, su historia mesiánica aparece como historia trinitaria: por medio de él llegamos al espacio/tiempo original de Dios, al amor ya realizado donde nosotros, los humanos, alcanzamos plenitud por siempre.
En un sentido, la historia humana tiene su propio espacio y tiempo. Pero, penetrando en su más honda dimensión, ella se arraiga en el misterio de la mutua entrega del Padre y de su Hijo Jesucristo en el Espíritu, volviéndose historia trinitaria. Así podemos afirmar que el Cristo sentado realiza una acción y dos acciones (si se permite utilizar un lenguaje tradicional):
– Realiza una sola acción: ha recibido el don de Dios, se ha entregado en favor de los humanos, culminado su camino, en compañía de amor, a la diestra de Dios Padre.
– Realiza dos acciones, una humana, otra divina, inseparables ambas (forman su única persona), a nivel de eternidad divina (generación eterna) e tiempo humano (historia culminada por la pascua).
Esta es la paradoja, el doble lenguaje de la cristología: la misma historia humana de Jesús (sin dejar de ser humana y temporal) es realidad eterna del Hijo de Dios, como indicaremos aún en el próximo capítulo.
4. A la derecha del Padre, al lado de los hombres
Se ha sentado, ha culminado su camino… pero, al mismo tiempo, está presente en el corazón de la historia de los hombres:
– Fatigado con los que se fatigan
– Llorando con los que lloran
– Es el mismo Jesús de la historia, que se realiza en Dios, a la Derecha del Padre, en amor intenso, en compromiso a favor de los demás
Ir a Dios (sentarse a la Derecha de Dios) no es abandonar la historia, sino vivirla en plenitud, desde el mismo corazón de los hombres, desde la lucha de la historia.
En un sentido se ha ido, pero ir no significa marcharse, sino quedar en el corazón de la historia, como Cristo y Señor, como amigo y hermano, como aquel que fecunda y pone en marcha la historia de los hombres.
Bibliografía
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