Dom 14.5.17. Yo soy la Verdad.
Dom 5 Pascua. Juan 14,1-12. El evangelio de este domingo, tomado de Juan, igual que el del anterior, no presenta una aparición del resucitado, sino al mismo Resucitado, que se presenta y habla en la Iglesia, diciendo yo soy el camino, la verdad y la vida.
En un primer momento resulta insoportable que alguien diga yo de esa manera, añadiendo soy el camino, la verdad y la vida. ¿Quién puede hablar así en un mundo de relativismos y de post-verdades? ¿Quién puede identificar la verdad con su vida?
Éste es un texto insoportable, pero a medida que vamos entrando en su movimiento interior descubrimos que quien habla no es un hombre ya muerto del pasado, ni un fantasma de mentira, sino aquel que ha muerto por los demás (lo ha dado todo, no se reserva nada…), de manera que entonces, sin tener nada, puede decir “yo” (el yo de alguien que no es para sí, sino que se entrega…), añadiendo: “soy el camino, la verdad, vida…
Ésta no es una voz de ultratumba (de un muerto aparecido), ni una voz de dominio, la voz de la Intra-Vida, la voz de aquel es es al darse todo.
Algunos de los temas de este evangelio del Camino, la Verdad y la Vida del Cristo Pascual son los más importantes de la historia cristiana, vinculados a las figuras de Tomás y de Felipe, pero no quiero ni puedo desarrollarlos aquí sino fijarme sólo en Jesus como Verdad.
Hoy que hablamos de verdades y mentiras, de ortodoxias y heterodoxias, de ideologías y engaños… hoy que hablamos de la post-verdad, hay Alguien que puede decirnos y nos dice: Yo soy la Verdad.
Imagen 3, en hebreo: emunah, verdad.
En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.”
Tomás le dice: “Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?” Jesús le responde: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto.”
Felipe le dice: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta.” Jesús le replica: “Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí?
Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace sus obras. Creedme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo me voy al Padre.” (Jn 14, 1-12).
Temas
Quizá nunca se han dicho las cosas que aquí se están diciendo, condensadas, luminosas, palabras como rayos que rasgan la oscuridad e iluminan la noche de la vida. Éstos son algunos de los temas:
Las moradas del Padre. “En la casa de mi Padre hay muchas moradas o estancias…”. Todos los caminos llevan no a Roma, sino al Padre, a las Moradas del amor, que supo describir Santa Teresa. Del Padre/Madre venimos y al Padre/Madre vamos… Esa es la experiencia suprema de la vida.
Jesús, el Camino. Caminantes somos (¡ayer dije: navegantes!), caminantes somos y todos los caminos se centran y condensan para los creyentes en el Cristo. Por eso, quien toma su camino, que es camino de Evangelio, está ya en manos del Padre.
Los maestros que preguntas. En este evangelio aparecen dos voces que preguntan: una es de Tomás, otra de Felipe. Significativamente, ellos aparecen más tarde como autores de los dos evangelios apócrifos más significativos de la Iglesia. Pues bien, aquí no actúan como autores des evangelios, sino como discípulos del único Cristo
El “yo” de Jesús: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida… Éste es el Jesús pascual que se atreve a decir “yo”, como el Dios del Antiguo Testamento (¡Yo soy el que soy!), pero no un yo aislado en sí, sino abierto al Padre (un yo-camino) y dirigido a todos los que quieran acogerle (un yo-ensanchado, que se hace verdad y vida para todos).
El que me ve a mí ve al Padre… Ésta es la experiencia de los cristianos: ver a Jesús resucitado es ver a Dios. No hay un “más allá” de Jesús en un sentido de verdad o vida más alta. En Jesús, abierto al Padre, en Jesús que es Camino, está la verdad, está la vida.
El que cree en mí hará las “obras que yo hago”. Jesús no está cerrado, como maestro exclusivo, sino como maestro que ofrece y comparte, que enseña y promueve. Por eso, sus seguidores, que somos nosotros, podemos hacer no sólo sus obras, sino aún mayores… La obras del Espíritu de Dios.
Una aplicación. Yo soy la Verdad.
Resulta imposible desarrollar todos los temas de este evangelio. Por eso voy a centrarme en la verdad, distinguiendo algunos de sus tipos (siguiendo un esquema que solía emplear X. Zubiri).
1. En griego, verdad se dice aletheia:
desvelamiento del Ser (de Dios), que rompe el velo del engaño y olvido, para desplegarse en desnudez fundamental, en todo su misterio. Dos son sus aspectos o momentos principales:
– Dios es voluntad y poder de manifestación: no se oculta primero y luego viene a desvelarse de manera caprichosa; no se esconde para burlar a los humanos, ofreciéndoles un rostro que varía según las circunstancias, de manera que ellos nunca pueden conocerle plenamente; no es esfinge indescifrable que jamás conoceremos porque nunca desvela totalmente su misterio. En contra de eso, Dios es verdad manifestada: descorre el velo de su rostro y nos deja penetrar en el misterio de su vida (cf. 2 Cor 3, 12-18).
– El humano aparece en muchos mitos como viviente superior que puede desvelar enigmas, penetrando de esa forma en el misteri¬o de las cosas. Pues bien, el ser humano puede conocer el gran Misterio no por ser más hábil, sino porque Dios mismo ha querido desvelarlo. El conocimiento ofrece a este nivel un signo religioso: no es dominio técnico del mundo, ni pensamiento caprichoso que inventamos según las conveniencias, sino aletheia: desvelamiento más profundo del misterio de Dios en nuestra vida.
Ciertamente, en un nivel de ciencia conocemos solamente aquello que nosotros mismos vamos construyendo con la mente. Pero, en el nivel más alto, conocemos a Dios porque Él mismo hace presente su Verdad en nuestra vida: su presencia es verdadera, porque Él mismo ha querido desnudarse en amor y claridad ante nosotros, en actitud fontal de gracia.
2. En hebreo verdad es “emuna” o fidelidad:
verdadero es lo firme, aquel que ofrece garantía y da confianza, tanto en plano activo como receptivo. Pues bien, Dios nos ofrece la máxima confianza; por eso nos sentimos seguros en su presencia. La verdad ha de entenderse así en clave personal: es fidelidad de Dios que asiste a los humanos a lo largo del camino; es fidelidad de los humanos que se fían de su gracia de Dios, viviendo su presencia. Por eso, ella es siempre dialoga¬da:
– La Verdad es Presencia fiel de Dios, que ofrece su palabra y la mantiene por encima de las dificultades y rechazos del humano. Dios es Verdadero, pues se afirma como Roca firme en la que pueden asentarse los creyentes. No es una ilusión de ensueño, un espejismo que nos deja vacíos cuando le queremos tocar con nuestras manos. No es mentira que va y viene, que se dice primero sin firmeza y después se niega o se retira, cuando llega el tiempo malo. La Verdad de Dios es Fidelidad, Presencia amistosa para siempre.
– La Verdad ha de expresarse como Presencia fiel de los humanos, confianza entre personas. Sólo ellas, las personas, pueden ser en ese plano verdaderas. Así lo certifica la Biblia Hebrea cuando dice que el conocimiento más perfecto surge a nivel de relación interhumana, allí donde el varón y la mujer se encuentran y conocen como tales, en amor enamorado.
Pues bien, Dios y el humano se vinculan en un tipo de Verdad de matrimonio, en Presencia de alianza, como sabe la tradición profética (Os, Jer, Is). Este es el Dios que se preocupa de los pobres, los perdidos y pequeños de su pueblo, siendo fiel, portador de emuna.
Sólo conoce quien ama, haciéndose presente. Dios conoce en verdad: se fía de los humanos, siendo Presencia para ellos. El humano conoce en verdad cuando, apoyado en la promesa de Dios, acoge su presencia y se acerca en amor a los hermanos. En este plano, la Presencia de Dios está ligada al despliegue de su propia Verdad como confianza creadora, susci¬tando para los humanos un camino fiable de existencia compartida.
3. En latín verdad es “veritas”:
es la justicia en las relaciones interhumana. Para convivir sobre la tierra, los humanos tienen que aceptar la ley y respetarse mutuamen¬te. Ésta es la verdad de la justicia que se aplica a todos, por encima de cada uno, como expresión de un orden social…Ésta es la verdad que ha querido expresarse en el proceso político y social de occidente, pero que ha corrido el riesgo de caer en manos de las diversas ideologías….
Marx ha demostrado que la verdad económica y social de la justicia se ha hecho ideologías. Esa pretendida verdad ha servido (y sirve) para tapar la boca a los pequeños. La misma estructura religiosa de los pueblos triunfadores se utiliza para sacralizar el poder establecido. Ellos dicen “yo tengo la verdad”, pero oprimen a los vencidos.
Nietzsche ha descubierto los mecanismos de proyección vengativa de algunos oprimidos que tienden a satanizar a los triunfadores, haciendo de la religión principio de venganza. Por eso, cuando ellos dicen “yo soy la verdad” están imponiendo su propia envidia y su resentimiento…
Freud ha hablado también de una verdad que es “mentira”, la verdad de un amor que es proyección de las propias envidias
Jesús, el Jesús muerto y resucitado, dice: Yo soy la verdad
Cuando Jesús dice “yo soy la verdad” está diciendo lo que es el camino de Dios, que es camino de vida. Jesús no descubre los secretos del cosmos, ni los grados del ser, ni la profunda experiencia de las almas que descienden a la tierra; no nos introduce en un camino de ascética o mística de tipo intelectual. Interpretado en un millar de variaciones, su tema es siempre el mismo: él proviene del Padre y Dios mismo es, por lo tanto, quien le envía. Así puede presentarse a los humanos como pan de vida, luz del mundo, puerta, camino, verdad y vida, resurrección y viña verdadera. El Jesús de los sinópticos proclama la llegada del reino. El de Juan habla del Padre como testigo y signo de su gracia (cf. 6, 35; 8, 12; 10, 9. 11. 14; 11, 25; 14, 6; 15, 1).
Esta es la verdad de Jesús: Dios es Padre universal. Este su programa: vincular a todos los humanos partiendo desde el Padre, superando así el antiguo exclusivismo; como enviado del Padre ha realizado su obra sobre el mundo, enseñando lo que manda (12, 48-49), cumpliendo lo que quiere (6, 38). Revelándose a sí mismo, Jesús revela al Padre. Pero él no se limita a cumplir una función impersonal y pasajera: no es un medio que se emplea un momento y que después se deja, un camino que se corre y se abandona. Jesús mismo pertenece al misterio de Dios, de manera que ambos se vinculan en encuentro permanente. Así podemos afirmar que la verdad del Padre es su amor hacia Jesús y la de Jesús su amor al Padre:
– Está conmigo aquel que me ha enviado (Jn 8, 16; cf. 8, 18).
– Como el Padre me conoce y yo conozco al Padre… (10, 15).
– Yo y el Padre somos uno (10, 30).
Esta verdad de amor (presencia, comunión, conocimiento mutuo) constituye la entraña y mensaje superior del evangelio, su buena nueva: Dios ama a Jesús, Jesús ama a Dios y en su mutuo amor (Espíritu Santo) se funda todo lo que existe. Ese conocimiento y entrega fundante del Padre y el Hijo es el misterio del ser, la verdad de la existencia. Ser es amarse. Existir es entregarse, habitar uno en otro; por eso, Jesús puede afirmar “quien que me ha visto, ha visto al Padre” (14, 9; cf. 14, 10). Esta inhabitación amorosa constituye el principio y meta de toda verdad, es la verdad del Espíritu santo, entendido como vida compartida y donación recíproca (14, 20).
– El Padre ama al Hijo y lo ha puesto todo en sus manos… (Mc 3, 35)
Como el Padre me ha amado, también Yo os he amado a vosotros (15, 9).
Si alguien me ama cumplirá y mi Padre le amará
y vendremos a él haremos en él una morada” (14, 23).
– Que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en tí…
para que sean uno como Nosotros somos uno; Yo en ellos y Tú en mí…
para que el mundo conozca que Tú me has enviado
y que les amas como a mí me has amado (17, 20-23).
Esta verdad es el camino de la vida
— Si el Padre envía al Hijo, lo hace para salvar al mundo (3, 16-18).
— Si el Hijo cumple la voluntad del Padre, lo hace también para salvar (juzgar) al mundo (5, 19-27).
De esa forma se expande y expansiona su camino de amor: como el Padre me amó, os amo yo a vosotros; permaneced en mi amor (15, 9). Lo que Dios y el Hijo viven en amor, encuentro poderoso de entrega creadora, ha de expresarse en la existencia de todos los humanos (cf. 16, 26), que penetran en el círculo de amor de lo divino, pudiendo así compartir su vida y realizar sus obras:
– El que crea en mí realizará el también las obras que Yo hago (14, 12).
– Como el Padre me ha enviado así os envío Yo a vosotros (20, 21).
– Como Tú me has enviado al mundo también Yo les he enviado al mundo (17, 18).
En la entraña más profunda de su ser, los elegidos de Jesús (discípulos, cristianos) tienen un origen y existencia trascendente: nacen de Dios, son enviados con su Hijo (cf. 1, 12-13). No son ya esclavos del mundo, ni siervos de Dios, ni extranjeros. Se llaman y son hijos de Dios, amigos del Cristo y amigos entre sí, para realizar en la tierra el nuevo mandamiento: amaos unos a los otros, es decir, “vivid en comunión de amor, como el Padre y el Hijo son en comunión” (cf. 15, 1-17):
– Que sean uno como Tú, Padre, en mí y Yo en ti;
que también ellos sean uno
y el mundo conozca que Tú me has enviado (17, 21).
Una aplicación, una comparación
He presentado a Jesús como verdad. Sería bueno comparar su postura con la del budismo, centrado en la cuatro nobles verdades de Gautama, el Iluminado. Pero con eso entraríamos en otro tema. Por hoy basta recordar y situar en su contexto pascual, dentro de todo su evangelio, lo que Jesús ha dicho “yo soy la verdad”.
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