No hay un solo cristiano en todo Marruecos que no sufra.
Los cristianos marroquíes han salido de la clandestinidad en la que viven y a cara descubierta han planteado oficialmente sus demandas: reclaman derecho a un nombre cristiano, a rezar en una iglesia y a ser enterrados fuera de un cementerio musulmán.
Ahora hasta se atreven a recibir en grupo a los periodistas en un café de Mohamedía (entre Casablanca y Rabat), frente a una iglesia a la que no pueden entrar porque las iglesias de Marruecos, construidas durante la colonización francesa y española, están vetadas a los marroquíes, y la policía las vigila discretamente para que así sea.
Las leyes marroquíes consideran a todo ciudadano por defecto como musulmán, salvo un estatus especial concedido a la exigua comunidad judía, lo que significa que los matrimonios los oficia un juez musulmán, las escuelas imparten obligatoriamente la Educación Islámica y la infracción del ayuno en Ramadán está castigada, entre otros muchos detalles.
La identidad musulmana va tan unida a la marroquí que los cristianos cuentan que les es muy difícil ser aceptados como tales entre sus familiares y vecinos: “Antes aceptan a un criminal que a un cristiano”, dice Zoheir.
Mustafa explica, por ejemplo, cómo en su trabajo en una oficina del Estado le “hicieron el vacío desde que supieron que era cristiano, y evitan acercarse” a él; o Hanán reconoce que ella tuvo que mudarse a Casablanca ante la incomprensión encontrada en su entorno en su Tarudant natal.
Y pese a todo, aseguran que son “miles” los cristianos -casi todos evangélicos-, que existen en comunidades en todas las grandes ciudades y aun en muchos pueblos, y que se las arreglan para reunirse clandestinamente y practicar juntos su religión, “trayendo del extranjero biblias de contrabando, como si fueran hachís o cocaína”, bromea Zoheir.
Como tienen prohibido entrar en las iglesias, se reúnen en casas particulares, en salas de fiesta o en acampadas fuera de las ciudades, pero “siempre con miedo a que aparezca un funcionario o la policía y nos detenga”, dice Hanán.
Sin embargo, la misma Hanán reconoce que las detenciones ya no son habituales, pero solo desde hace tres años: en 2013, un joven de un pueblo del norte marroquí que se había convertido al cristianismo escuchando unos programas de radio fue condenado a dos años y medio de cárcel, pero el escándalo internacional fue mayúsculo y en el juicio en apelación quedó absuelto.
Hay un artículo en el Código Penal que pende sobre los cristianos: condena a tres años de cárcel a quien “trate de quebrantar la fe de un musulmán”, y aunque se refiere claramente a las acciones de proselitismo, se ha usado de forma abusiva para castigar a todo marroquí que practique otra fe distinta al islam.
Los cristianos que estos días han salido a la luz ponen mucho cuidado en desmarcarse de toda actividad de evangelización o proselitismo, pero son evasivos a la hora de explicar cómo su fe crece en adeptos, aparte de reconocer que “ocasionalmente” suministran materiales (libros, aparatos de radio) a aquellos correligionarios que viven en lugares aislados.
Además, ponen énfasis en que ellos forman “una iglesia marroquí”, que su lengua es el árabe dialectal -se empeñan en no usar el francés ni en las entrevistas- y que no tienen relación orgánica con movimientos cristianos extranjeros, algo muy sensible en la cultura marroquí.
“Lo habitual es que seamos tratados de agentes, espías o traidores, y nos cuesta mucho convencer a nuestros paisanos de que somos tan marroquíes y tan patriotas como ellos”, dice Zoheir.
Hartos de tanta incomprensión y animados por algunas señales que aseguran haber observado en discursos del rey Mohamed VI y hasta del ministro de Asuntos Islámicos, han formado una Coordinadora Nacional de Cristianos Marroquíes y han presentado sus demandas ante el Consejo Nacional de Derechos Humanos, un organismo oficial y consultivo que se comprometió simplemente a estudiarlas.
Entre esas demandas, además de nombre, templo y tumba, figuran el derecho a un matrimonio civil y a una educación laica, porque, como dice Hanán: “Mi hija (de 11 años) me pregunta por qué se ve obligada a estudiar el Corán si ella es cristiana”.
Zoheir, Mustafa y Hanán no se muestran especialmente optimistas, y ven los frutos de su combate en un plazo de diez o de veinte años. Por el momento, les basta con ser reconocidos en su derecho a existir.
Aunque hayan sacado la cabeza de las catacumbas, “no hay un solo cristiano en todo Marruecos que no sufra“, lamenta Zoheir a la sombra de la iglesia prohibida.
Fuente Agencias/Religión Digital
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