Un sacristán de Cieza, procesado por abusos sexuales a tres monaguillos
El juez solicita para él una fianza de 9.000 euros o el embargo de sus bienes
“Al obispo sólo les importa la imagen, no el dolor de las víctimas”, dice uno de los abusados
(José M. Vidal).- “Por todo ello se manda que D. F.J.R.P preste fianza en cantidad de 9.000 euros con la finalidad de asegurar el resarcimiento de las víctimas”. El auto del juez de la audiencia de Murcia, al que ha tenido acceso RD, no deja lugar a dudas y declara “procesado” al sacristán de la basílica de la Asunción de Cieza por “serios y continuados abusos y agresiones sexuales” sobre tres monaguillos de la parroquia.
Según detalla Ignacio, una de las víctimas, éstos son algunos de los abusos sexuales que sufrió: “Tocamientos, masturbaciones, eyaculaciones en el cuerpo, rozamientos desnudos, fotografías desnudas, etc, todo ello con el empleo de la fuerza por parte del sacristán”. A cambio, les daba “regalos y dinero” o les ofrecía “puestos de relevancia en el altar e invitaciones a su casa de la playa”.
En la parte dispositiva, el auto declara “procesado en la presente causa a D. F.J.R.P. y decreta “el embargo de bienes del citado procesado en cantidad suficiente para cubrir la citada suma si no prestara dicha fianza“. Por otra parte, el juez habla de los altos “índices de criminalidad”, que quedan patentes en la instrucción de la causa y cita al sacristán a una “declaración indagatoria para el día 17 de mayo de 2017 a las 10.00 horas”.
Ignacio (nombre supuesto), el monaguillo que inició el proceso contra el sacristán hace dos años y que todavía continúa con terapia psicológica, se muestra satisfecho de la evolución del caso. Él fue el primero en denunciar el caso canónicamente, pero “el obispado me trató fatal, el obispo me engañó y me fue dando largas, de tal forma que, cuando quise denunciar por lo civil, ya había prescrito”.
“Profundamente dolido” por la actitud de monseñor Lorca Planes, obispo de Cartagena-Murcia, Ignacio pensó que la institución a la que querñía y de la que formaba parte “sólo intentaba tapar el caso y alargarlo en el tiempo, para que prescribiese y para que no pudiese denunciarlo y, así, evitar el escándalo público. Al obispo sólo les importa la imagen, no el dolor de las víctimas”.
El caso sólo pudo seguir adelante, porque a la denuncia canónica inicial se sumaron otras dos civiles de otros dos monaguillos contra el mismo sacristán de Nuestra Señora de la Asuncion. E Ignacio pudo sumarse a dichas querellas como testigo principal.
“Por ahora, esto pinta bien. Estoy esperanzado y se nos abre el horizonte. Sólo espero que la Justicia lo condene, nos dé la razón y deje claro que no mentimos y que lo denunciamos para defender a muchos niños que estaban cerca del sacristán. Necesitamos ese reconocimiento público”, explica Ignacio.
Cuando RD destapó en exclusiva el caso, hace dos años, mantuvimos en secreto el nombre de la víctima, pero, como dice Ignacio, “en un pueblo como el nuestro todos nos conocemos y, de hecho, la gente cercana a la parroquia, al sacristán y al cura de entonces, se meten conmigo por la calle y me dicen de todo“.
Y algo parecido les pasa a los otros dos “monaguillos” denunciantes, que “sufren represalias por parte del círculo eclesiástico del pueblo”. De hecho, Ignacio cuenta que uno de los denunciantes, que trabaja de camarero en un restaurante del pueblo, vio que entraban el sacristán y el entonces cura del pueblo. “Se puso a temblar, con ataques de ansiedad y le dijo al jefe que no podía servir aquella mesa, pero el jefe lo obligó a hacerlo. Y tuvo que servirles y aguantar, encima, sus saludos y recochineos. ‘¿Qué tal fulanito? ¿Cómo te va la vida?’, le preguntaban entre risas”.
A estas alturas, en el pueblo también se conoce la identidad tanto del acusado como del párroco de entonces. El sacristán, que responde a las iniciales F.J.R.P., entonces un empleado contratado por la basílica, y, según relata la denuncia, “era el verdadero administrador de la parroquia, ya que él manejaba la economía de la misma, disponía de los cepillos y dirigía los grupos de laicos”. Mientras tanto, el párroco en aquella época, A.M.C., “sólo participaba en los actos litúrgicos, dejando todo el movimiento de la parroquia en manos del sacristán”. Protegido por el párroco y dueño de los dineros, el sacristán no sólo abusaba de Ignacio, sino de otros niños.
El obispo Juan Manuel Lorca Planes
Dos de ellos e Ignacio son los que ahora lo sientan en el banquillo, tras dos años de sufrimiento. “El proceso fue muy largo y duro, tanto en la instrucción como a la hora de contárselo a nuestras familias”, dice. Ahora, las tres familias están “unidas como una piña en esta batalla“. Los monaguillos denunciantes cuentan también con el apoyo de algunos sacerdotes y de muchos chavales de la parroquia de los mismos grupos juveniles a los que también ellos pertenecieron.
Tras apartarse de la Iglesia en un primer momento, Ignacio ha vuelto a participar en los sacramentos, pero en otra parroquia, y sigue teniendo padre espiritual. “La fe es lo que me salva y lo que me mantiene. He aprendido por experiencia que la fe radica en Jesús, no en los obispos, curas o sacristanes y que, en cualquier institución, puede haber manzanas podridas”.
Los otros dos chavales no pudieron aguantar dentro de la Iglesia que no sólo los había herido, sino que, además, los había abandonado y acusado de “mentir y de denunciar por dinero“, y dejaron la práctica religiosa. Y eso que uno de los monaguillos denunciantes y su familia pertenecían al Camino Neocatecumenal.
“Entiendo que es muy difícil seguir en la Iglesia, después de todo lo que nos ha pasado. Yo, porque tuve la suerte de contar con mi familia y con la ayuda de mi terapeuta y de mi padre espiritual. Y quizás también porque, en mi lucha intraeclesial, me encontré con clérigos que me dieron la espalda, pero también con otros que me aconsejaron, me ayudaron y hasta dieron la cara por mí”.
Ignacio, que escribió cartas al dicasterio romano de Doctrina de la Fe, asi como a la Nunciatura española, agradece, sobre todo, el apoyo del obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla. “Monseñor Munilla es amigo de mi terapeuta e, informado del caso, llamó por teléfono a monseñor Lorca Planes y le pidió que diese la cara por mí y que me ayudase”.
A raíz de esa llamada, el obispo de Murcia citó a Ignacio, a su terapeuta y a otro sacerdote. “Se mostró absolutamente compungido por el caso, dijo que estaba sufriendo y que iba a tomar medidas inmediatamente, pero pasó el tiempo, se olvidó de mí y lo único que hizo fue remover al párroco con la escusa de su jubilación y con todos los honores”.
Fuente Religión Digital
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