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“A los ocho días, llegó Jesús”. Domingo 23 de abril de 2017. 2º Domingo de Pascua.

Domingo, 23 de abril de 2017

24-PascuaA2Leído en Koinonia:

Si la resurrección de Jesús no tuviera efecto alguno en la vida del discípulo, es decir, si la Resurrección no tuviera como sentido final la re-creación del ser humano y por tanto la re-creación de un nuevo orden, entonces eso de la Resurrección de Jesús no habría pasado de ser un asunto particular entre el Padre y su Hijo. Pero, como la resurrección de Jesús es la base y fundamento de una comunidad y el horizonte hacia el cual tiende toda la creación, por eso, tanto el evangelio de hoy como la primera lectura de Hechos, tratan de iluminarnos sobre cuál es ese horizonte y cuáles, por tanto, son los efectos inmediatos, reales y concretos de la Resurrección.

Las fallas, los tropiezos y las caídas en el proceso de construcción de una comunidad igualitaria y justa no hay que verlos como la demostración de que no se puede lograr esa construcción; esos aspectos negativos se pueden percibir como el signo de que ciertamente no es fácil, pero en todo caso no es imposible, máxime si hay plena conciencia de que ése es el proyecto de Dios y que por ese proyecto Jesús hasta derramó su sangre y entregó su vida. Pero, también por ese proyecto, el Padre lo resucitó, para que quienes confesamos ser seguidores suyos veamos si nos comprometemos o no con ese “su” proyecto que él quiere compartir con nosotros y que ciertamente él respalda y acompaña en todo momento. Ese es el principal sentido de la Resurrección y eso es lo que los discípulos no entienden de manera inmediata.

Justamente el evangelio de hoy nos da la pista para entender que el descubrimiento de los efectos y alcances de la resurrección de Jesús no se comprenden rápidamente, de un momento a otro. Aunque los dos discípulos han comprobado que Jesús “no está” en la tumba y una vez que María Magdalena les anuncia que Jesús está vivo y que ha hablado con él (cf. Jn 20, 1-18), los discípulos siguen encerrados. Dos veces en el pasaje de hoy escuchamos estas dos expresiones, “los discípulos estaban con las puertas bien cerradas” (v.19) y “ocho días después los discípulos continuaban reunidos en su casa” (v. 26), lo cual es signo de que esto es un proceso de maduración de la fe. No nos dice el evangelista que los discípulos “no creyeran” en el Resucitado; con excepción de Tomás, todos lo habían visto y creían en él; pero una cosa es creer y otra abrirse a las implicaciones que tiene la fe, y ese es el proceso que le toma a la comunidad de discípulos un buen tiempo, tiempo por demás en el que Jesús, con toda paciencia y comprensión, está ahí cercano, acompañando, animando y ayudando a madurar la fe de cada discípulo.

Tal vez a nosotros, como creyentes de este tiempo, nos hace falta madurar aún mucho más el aspecto de la fe; tal vez nuestros conceptos tradicionales aprendidos sobre Jesús y su evangelio no nos permiten ver con claridad cuál es el horizonte de esa fe cristiana que confesamos tan folclóricamente y que, por tanto, no impacta a nadie. Valdría la pena hacer el ejercicio de desaprender; vaciar completamente nuestro ser, nuestro corazón, hacer lo de Tomás, viendo el caso de Tomás desde la óptica más positiva, claro está; es decir, si no lo juzgamos de entrada como “el incrédulo”, sino como el que quiere creer y poner en práctica su fe, pero que desde su vacío interior necesita ser llenado por la presencia de su Señor. Éste es el camino que estamos llamados nosotros hoy a recorrer.

El evangelio de hoy es dramatizado en el capítulo 128 de la serie «Un tal Jesús» (http://radialistas.net/category/un-tal-jesus/), de los hnos. LÓPEZ VIGIL, titulado «Lo que hemos visto y oído».

Para la revisión de vida

La historia de Tomás quiere enseñarnos que no era más fácil creer en Jesús por haber sido contemporáneo suyo, y que los que crean sin haber visto serán dichosos. ¿De verdad siento yo en mi vida la alegría de creer? ¿Vivo mi fe como fuente de gozo, o la veo a veces como una carga más o menos pesada?

Para la reunión de grupo

– Tomás no cree, porque no ve. Y cuando llega a ver, ya cree… ¿Es posible «creer» cuando ya «se ve»? La vieja definición del catecismo decía que «fe es creer lo que no se ve». ¿Quién tiene la razón?

– ¿Qué relación (semejanzas, diferencias…) hay entre la fe humana (creer a alguien) y la fe religiosa (creer en Dios)? ¿Creemos «a» Dios, o «en» Dios?

– En una visión de conjunto, Lucas nos presenta lo fundamental de la Comunidad cristiana de todos los tiempos: escuchar la Palabra, participar en la «fracción del pan» (=Eucaristía), oración y vida en común. Hoy día, en bastantes regiones de la Iglesia Católica, el 80% de los fieles no puede participar en la eucaristía semanal por falta de sacerdote, y no hay ministros ordenados suficientes porque sólo se admite al mismo a personas que tengan simultáneamente vocación al celibato, y que sean varones. ¿Qué reflexiones nos sugiere esta situación?

– Si se tiene posibilidad de conseguirlo, hacer un círculo de estudio o un debate en torno al libro de Jesús EQUIZA, La Eucaristía, ¿privilegio del clero o derecho de la comunidad?, Editorial Nueva Utopía (fax: 34-91-44.545.44), Madrid 2001 segunda edición, 201 pp.

Para la oración de los fieles

– Para que la Iglesia sea más la Comunidad que vive y anuncia el Evangelio, que un grupo con fuerza social. Roguemos al Señor.

– Para que todos los pueblos avancen por los caminos de la justicia, la paz y la igualdad entre todas las personas. Roguemos…

– Para que nunca perdamos la esperanza ante las dificultades de la vida, y seamos siempre conscientes de que el Amor de Dios es más fuerte que la muerte. Roguemos…

– Para que el Señor aumente cada día nuestra fe y nuestra confianza en El, y sepamos descubrir los mil gestos de su amor que a diario se producen a nuestro alrededor. Roguemos…

– Para que nuestra solidaridad con los pobres y oprimidos de la sociedad anime su esperanza. Roguemos…

– Para que todos nosotros vivamos nuestra fe en Cristo resucitado en una Comunidad que comparta lo que es y lo que tiene. Roguemos…

Oración comunitaria

Dios, Padre nuestro, que llenas cada año nuestro corazón de gozo y alegría con las fiestas pascuales; haz que nuestra fe no vacile, que nuestra vida sea siempre coherente con esa fe, y que trabajemos siempre por tu Reino, sabiendo que al construirlo ya lo estamos viviendo. Nosotros te lo pedimos gracias a Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro. Amén.

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