James Alison: “Dios tiene como costumbre escoger lo inadecuado para darle chispa a sus obras”
Reflexiones de un sacerdote y teólogo gay en primera persona
“El amor es el amor, independiente de la orientación sexual”
(James Alison, Newsweek).- Mis papás ayudaron a organizar una marcha en Londres a favor de la familia en 1971. Fue parecida a aquellas que tuvieron lugar en México y en Colombia el año pasado. Eran manifestaciones masivas de repudio al movimiento hacia la normalización de la vida de las personas LGBT, sea por la descriminalización de la homosexualidad, sea, más recientemente, por la llegada del matrimonio civil igualitario.
Ahora me ha tocado ir en el sentido contrario de mis papás: hablar en primera persona como teólogo y sacerdote católico, que también se da el caso de que es un hombre gay sin armario, o fuera del “closet” al respecto de las marchas y sus efectos. Me ha tocado dar este testimonio ante varios públicos, católicos y ecuménicos, en Colombia el año pasado, y en México en esta cuaresma.
¿Por qué levantar la voz? Pues, en primer lugar, porque ni mi papá, un diputado evangélico de la línea dura del partido Conservador, ni mi mamá, que participó en la organización de la marcha británica, sabía que el niño que tenían en casa era gay. Yo, sí, acababa de aprender en el colegio, a los nueve años, que era un “queer” – joto o puto. Pero de haber sabido ellos, es de dudarse que hubieran cambiado de parecer.
Durante muchos años, y en el caso de mi papá hasta poco antes de su muerte, seguían pensando que ser gay era una elección libre que la hace cierta gente perversa y contraria a la fe cristiana. Mi papá hasta llegó a sospechar que me había hecho gay como acto personal de hostilidad o venganza hacia él. En todo caso, el modelo que seguían en aquella época personas de convicciones evangélicas fuertes, era el de Abrahán. Este manifestó su obediencia a Dios al mostrarse dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac. ¿Cómo no imitarle, entonces, con todo el dolor de alma que provocara, al sacrificar psicológicamente al hijo gay?
Ciertamente no fui el único niño de la época en haber crecido bajo esta sombra. Aunque muchísimos de mis contemporáneos no están aquí para dar su propio testimonio, pues la cosecha del sida entre los que llegamos a la adultez sexual entre 1980 y 1985 fue devastadora. Pero no cabe duda de que entre las familias que organizaron las marchas recientes, habrá más de un corderito rosa que corre el riesgo de llegar con terror a la adolescencia y a la adultez como oveja o carnero rosa. Irá descubriendo que la tan alabada vida familiar de su hogar se verá sometida a fuerzas estresantes inmensamente destructoras para todos sus miembros.
Pero no las habrá causado él o ella, y sí la falta de veracidad de gente religiosa que poco pretexto tiene, pues ya sabemos mucho más de lo que se sabía hacía medio siglo.
Por esto me parece ineludible hablar de estas realidades en primera persona, como una tentativa, sin duda inadecuada, de dar testimonio del proceso de los últimos lustros que ha permitido que personas LGBT, católicas y evangélicas, entre otras, comencemos a vivir de manera armoniosa tanto la fe como la realidad de la orientación sexual o la verdad sobre el género.
Dirán algunos que hablar de lo gay en primera persona, me hace indigno de ser un sacerdote. Mi respuesta: Dios tiene como costumbre escoger lo inadecuado para darle chispa a sus obras; aun así, sobre mi indignidad para el sacerdocio, estamos de acuerdo. Sin embargo, dudo que sea mucho mayor que la de muchísimos hermanos sacerdotes. A fin de cuentas, no es exactamente un secreto el que la proporción de hombres gay en el sacerdocio supera en mucho aquella de la población en general.
La cuestión es si sí o si no la indignidad se rescata un poquito al arriesgar vivirla con algo de transparencia. Y mi experiencia es que al tener que escoger entre la indignidad transparente y la indignidad tapada, el pueblo fiel prefiere la primera en su cura. A fin de cuentas, la vulnerabilidad es siempre más atractiva que una rigidez mantenida por el miedo. Muchos clérigos se refieren a “ellos” al hablar de la gente gay, cuando, visto quien habla, la palabra “nosotros” sería más adecuada. Y esto ya está pasando de ser mentirita blanca a algo bien más grave. Sobre todo, cuando el tono es acusador ¡como tantas veces lo es!
Entonces ¿qué es lo que ha pasado en las últimas décadas para que nos demos cuenta de que, en verdad, la defensa de la familia pasa más bien por la aceptación serena de sus miembros LGBT y la convivencia con ellos, y no por su rechazo, con la consiguiente destrucción de la familia?
Quiero hablar aquí primero con lenguaje católico y luego con lenguaje evangélico. Conozco bien a los dos, pues me convertí de la religión evangélica de mis papás al catolicismo a los 18 años. En parte por haberme enamorado de un compañero católico de colegio, y en parte por haber apreciado que la comprensión católica de la naturaleza humana, más abierta al aprendizaje sobre lo que verdaderamente existe, desembocará en el reconocimiento de que el amor es el amor, independiente de la orientación sexual.
Pero, mi historia personal aparte, la verdad es que, en los dos campos, a esta altura del campeonato, existen recursos más que suficientes para que toda persona de buena voluntad pueda reconocer aquello que es verdadero sin colocar en riesgo la integridad de su fe.
Lo primero que me ha tocado vivir es el cambio de percepción de las ciencias humanas con respecto a lo gay. Aquello que antiguamente se consideraba o bien un vicio o una patología ya se ha comprobado, vez tras vez, que es una variante minoritaria y no patológica dentro de la condición humana, y una que ocurre regularmente. Se ha hecho evidente en la medida en que los estudiosos fueron descubriendo que no existe patología alguna intrínseca al hecho de tener una orientación sexual gay. O sea, que todos, gente hetero y gente gay tenemos tendencia a toda clase de problemas psicológicos, pero nuestra respectiva orientación sexual no es de por sí uno de ellos.
Esto ya se había demostrado en los años ‘50 del siglo pasado, y poco a poco fue comprobándose a nivel mundial hasta llegar a ser ciencia pacíficamente aceptada. A esta altura del campeonato, sólo no la aceptan los teóricos de conspiración que dicen que la ciencia ha sido adulterada por un poderoso “lobby gay” internacional, y algunos entre el alto clero para quienes la versión pre-científica es conveniente.
Antiguamente se comparaba el ser gay con una patología: por ejemplo, la anorexia, la cual es, objetivamente hablando, un desorden muy serio. Ahora más justamente puede parangonarse con la zurdera, que nadie duda que sea una variante minoritaria y no patológica.
Esto significa, sobre todo en la Iglesia Católica, donde la llamada “ley natural” nos enseña a discernir como actuar a partir de lo que realmente somos, que el hecho de esta u otra orientación sexual es de mínima importancia moral. Es el uso de la vivencia relacional y erótica de la persona según su orientación sexual que sería bueno o malo según el caso. Hasta uno de los obispos que estuvo presente en el sínodo de la familia de 2015 reconoció esto al constatar que “el reconocimiento de la existencia de la orientación estable lo cambia todo”.
Todo esto se hace más patente aún si tomamos en cuenta los avances de los últimos veinte años, donde ha quedado claro que la configuración biológica, con componentes genético, hormonal y otros, que se manifestará en una persona adulta gay o lésbica ya está presente antes de nacer. O sea, el que los adultos busquen ejercer una presión hacia la heterosexualidad sobre un niño que va a ser gay, solo resultará ineficaz. Como también toda “cura” que se pueda intentar. Y toda tentativa en este sentido tenderá a lastimar al niño.
Por otro lado, tampoco a un joven o una joven hetero se le puede “reclutar” para el otro equipo: hasta los que durante la adolescencia fueron más curiosos, o los que pasan meses o años encerrados con el mismo sexo, en la cárcel o la marina, por ejemplo, típicamente terminan por ser lo que siempre fueron una vez abierta la posibilidad de una vivencia según su naturaleza.
Sin siquiera que tengan muchos de los elementos científicos a su disposición, los pueblos de mayoría católica parecen haberse dado cuenta de lo real sin demasiado problema: si alguien es así, entonces lo importante es que sea así de la mejor manera posible. Y como se ama la familia, entonces es evidente que la pareja de “mi tío Roberto” no es un tal Eduardo, sino “mi tío Eduardo”. O sea, distinguir entre algo violento, abusivo y pecaminoso, y algo tierno, amoroso y enriquecedora de la vida de la familia no es tan difícil. Y los Obispos que truenan, sólo pierden credibilidad.
Igualmente, en el mundo evangélico, para los que quieren, sobran recursos para mostrar la inexistencia de pasaje alguno en la Biblia, tanto hebrea como cristiana, que denuncia aquello que tan sólo desde 1868 venimos llamando “la homosexualidad”.
Cualquier traducción de la Biblia que utilice esta palabra para actualizar las realidades muy antiguas allí descritas es hija de una moda interpretativa moderna, politizada y poco caritativa. Por ejemplo, es perfectamente evidente que el pecado de Sodoma fue de soberbia, engreimiento e inhospitalidad: así lo describe el profeta Ezequiel.
El abuso sexual que se practicó sobre los visitantes nada tenía que ver con una orientación sexual, y todo que ver con la práctica de humillar a un anfitrión degradando a sus invitados. Los abusos de la cárcel de Abu Ghraib tienen todo que ver con Sodoma. La vivencia del matrimonio igualitario, absolutamente nada.
Hasta la famosa frase del Levítico 18, cuya traducción exacta es “no yacerás con un varón los yacimientos de los varones (plural) con una mujer (singular)” es, con su sintaxis misteriosa, con toda probabilidad una referencia a la prostitución sagrada de los cultos de fertilidad del pueblo Cananeo. Forma, además, parte del código de santidad del pueblo de Israel que fue derogado para todo cristiano proveniente de la gentilidad por San Pedro en Hechos 10.
O sea, para los cristianos, en materia de pureza, nada está prohibido y la cuestión de la bondad de algo depende de si o no es apropiado, conveniente. Para esto, se necesita una práctica habitual de discernimiento para determinar el bien a seguir y el mal a evitar, y cualesquiera reglas son guías que nunca pueden reemplazar la conciencia.
Entendida la diferencia entre una orientación sexual estable vivida de manera amorosa y las prácticas de humillación sexual y de prostitución sagrada que proliferaban en el mundo antiguo, resulta fácil entender que es a la idolatría subyacente a estas últimas realidades, que se refieren los trechos del nuevo Testamento.
Sobre la primera realidad, el Nuevo Testamento, a ejemplo de Jesús, mantiene un silencio total. Y ¡no es que faltaban en la cultura griega palabras que avistaban una realidad más cercana a la moderna si era esta la que San Pablo buscaba condenar! Sin embargo ¡cuántas traducciones tergiversan estos matices de la palabra de Dios y se prestan para ensombrecer cruelmente la conciencia de jóvenes LGBT y sus familiares!
Poco después de las marchas de la familia en México, llegó al país un nuevo Nuncio Apostólico. Aparentemente pidió a los obispos que bajaran de tono. Y hasta se disculpó el Cardenal (Norberto) Rivera, pidiendo ayuda. Afirmó que el clero sabe poco sobre lo LGBT, y necesita quienes le eduque.
Pregunto a quienes de veras tengan en su corazón los intereses de las familias, actuales y venideras, ¿por qué no tomar en serio aquella invitación? Hay que insistir en que se prepare a gente que no tema hablar de estos asuntos en primera persona. Así una verdadera información tanto científica como bíblica podrá ser repasada para el bien de la familia, por medio de testimonios sanos que saben de qué hablan: información no contaminada ni por las prácticas esquivas del mundo eclesiástico en esta materia, ni por el oportunismo político partidista.
James Alison es un teólogo y sacerdote católico nacido en Inglaterra que vive actualmente en Madrid. Se puede leer sus textos y saber más sobre él y sus libros en su página
Fuente Religión Digital
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