Del blog de Xabier Pikaza:
Ciertamente, Jesús ha resucitado en Dios; pero, al mismo tiempo, de un modo inseparable, ha resucitado en el amor de María Magdalena y de otros hombres y mujeres, cuyo recuerdo hace que él siga viviendo en la historia de la humanidad, es decir, en la historia de sus amigos, que forman la Iglesia, de un modo real.
Pueden dudar los no creyentes de la resurrección de Jesús en Dios (¡quizá no hay Dios para ellos!),es más, pueden dudar de la resurrección de Jesús en sí mismo, esto es, como persona, pero es evidente que él resucitó en sus amigos, es decir, que ellos resucitaron por él y comenzaron esta fantástica aventura que es la verdadera iglesia, la comunidad del evangelio.
Más que de la resurrección de Jesús en cuanto tal, como viviente separado, el Nuevo Testamento en su conjunto (Pablo, los evangelios…) hablan de la resurrección, es decir, de la nueva creación de sus discípulos y amigos, empezando por María Magdalena y culminando, según la narración de 1 Cor 15, en Pablo.
Ésta es la novedad del Cristianismo, el principio de la Iglesia: La resurrección de Jesús se expresa y expande en la vida de aquellos que le acogen, dejándose amar por él y respondiendo con amor.
Como dice el “dogma”, Jesús es verdadero Dios, siendo hombre verdadero (que vive y actúa en el amor de las mujeres y los hombres que le acogen, viviendo en él y como él, superando la barrera de su muerte biológica.
— Jesús sólo ha podido resucitar como “hombre” (ser humano), allí donde otros hombres (varones y mujeres) le han acogido y viven por él (con él), de un modo más alto, en amor permanente.
— Pero, al mismo tiempo, decimos que estos hombres y mujeres pascuales, empezando por María, viven en amor (en mutación mesiánica) porque el mismo Jesús-Mesías está presente en ellos, como Presencia de Dios. ¿Por qué buscar al Vivo entre los muertos? Hay que buscarle y encontrarle en sus amigos, en aquellos que viven de su Vida y por su Vida.
En esa línea podemos afirmar que la Iglesia (la vida de los creyentes, de María Magdalena a Pedro, de Agustín a Francisco de Asís, de Lutero a Juan de la Cruz…) es la prueba y concreción de la Pascua de Jesús.
Esta experiencia responde a la más honda realidad de la historia humana, que ha buscado a Dios en la Vida que vence a la muerte, de diversas formas. Pues bien, según los cristianos, esa más alta realidad de la Resurrección se ha expresado plenamente, de un modo radical y para siempre y para siempre, en Jesús de Nazaret, para expandirse por María, la amiga de Jesús Nazareo, en quien comienza la mutación pascual de la historia humana.
Por eso digo que Jesús ha resucitado en el amor de María Magdalena (a la que presento aquí como ejemplo de todos los amigos de Jesús, que han resucitado por su muerte, empezando por Pedro y los Doce…).
Pero debo añadir también que Jesús ha resucitado y resucita en nuestro amor, es decir, en nuestra resurrección a la justicia y fidelidad, a la misericordia y concordia sobre el mundo, en una iglesia que sólo puede entenderse así como comunidad de resucitados.
Éste es el tema centras de mis reflexiones cristianas, que vengo expresando a mis comentarios al Apocalipsis, Marcos y a Mateo, lo mismo que en la Historia de Jesús y en las entradas principales de mi Gran Diccionario de la Biblia. No sé si lo he logrado, pero he querido y quiero que ellos sean testimonio de la Pascua de Jesús en los cristianos (y de un modo abierto en todo el mundo, desde María Magdalena, Pedro…).
Una historia de fe
Ésta es una resurrección real, en plano de fe. Ésta es una resurrección “real”, pero no en el nivel de la historia anterior, como un hecho que puede demostrarse de un modo “neutral”, por observación objetiva.No hay resurrección fuera de la fe… Pero la fe no “inventa” la resurrección, sino que la descubre y acepta, con alborozo, gozoso, descubriendo a Jesús que está vivo y que descubriendo que los creyentes (aquellos que le aceptan y le aman) viven en él.
Los que quieren demostrar la resurrección de Jesús fuera de la fe es que, en el fondo, no creen, en ella, sino que quieren “asegurar un tipo de religión”, asegurarse a sí mismos, sin creer (es decir, sin acoger y desplegar la vida en amor, como Jesús, con Jesús, a quien han matado porque amaba y que, por eso, precisamente por eso, esta vivo en la historia de Dios y de los hombres).
La historia cristiana es la historia del Jesús resucitado, siendo la historia del Dios que es (se ha hecho) resurrección en Jesús. Pues bien, el testigo primero de esa fe-amor que “descubre” a un muerto como vivo y que cree en él (y vive desde él) ha sido María. Por eso, volver a María es una de las tareas básicas de la iglesia actual.
Esta fe amorosa (ese amor creyente de María) no es menos realidad, sino “más realidad” y más historia. Sólo la fe tiene ojos para descubrir al resucitado. La fe tiene ojos, y los tiene el corazón de María, y el de aquellos que creemos aceptando su testimonio y aprendiendo a ver como ella (a dejar que la realidad de Jesús se nos revele, como a ella).
Si la resurrección se probara como “dicen” que se prueban las cosas en física no sería fe, ni sería resurrección. Si la resurrección se pudiera “probar” sin fe, sería un engaño.
La única “prueba de la resurrección” es el amor creyente de aquellos que, como María Magdalena, asumen el camino de Jesús y se comprometen a caminar gozosamente con él (como él), porque creen en Dios (en la presencia de Reino). Pues bien, en la raíz y centro de ese Reino descubren los creyentes a Jesús, vencedor sobre la muerte.
1. María Magdalena y Jesús se amaban.
Algunos críticos modernos han pensado que la figura y amor de Magdalena ha desparecido de la tradición posterior de la iglesia. Pero eso no es cierto. Quien sepa leer los evangelios descubre que la figura y función de Magdalena resulta esencial, aunque los evangelios no responden sin más a nuestros problemas sobre Magdalena. Celso, el más lúcido de los críticos anticristianos del siglo II, entiende bien los evangelios cuando dice que Magdalena (¡a quien él presenta como una mujer histérica!) fue la fundadora del cristianismo.
Ciertamente, fue fundadora del cristianismo, pero no por ser histérica, sino por ser una mujer clarividente, capaz de interpretar desde el amor la historia de la vida y el misterio de la persona de Jesús. Esto es mucho más “escandaloso” y profundo que lo que algunos críticos afirman cuando dicen que ella fue amante e incluso esposa de Jesús.
Es evidente que María amó a Jesús, pero también le amaron otros, como afirma con gran lucidez el primero de los historiadores judíos que cuentan su vida: «Aquellos que le amaron le siguieron amando tras la muerte” (F. JOSEFO Ant XVI, 3, 63). María amó sin duda a Jesús y le siguió amando tras la muerte, viéndole así vivo, desde su mismo amor, como supone Mc 16, 9 y Jn 20, 1-18. Pero hacerla novia o esposa de Jesús es fantasía.
Ciertamente, un evangelio apócrifo afirma que «el Señor amaba a María más que a todos los discípulos y que la besaba en la boca repetidas veces» (Ev. Felipe 55). Pero ese m mismo texto interpreta a María como Sofía, es decir, como expresión del aspecto femenino de Dios. Ni el Señor que besa a María en la boca es el Jesús histórico; ni María es la persona real de la que hablan los evangelios canónicos.
Ambos son figuras del amor eterno, expresión y signo de la → hierogamia original. Por eso, los que apelan a ese pasaje para poner de relieve los “amores carnales” de Jesús no saben entender los textos.
Las relaciones entre Jesús y María Magdalena fueron, sin duda, mucho más “carnales” que lo que supone este pasaje, pero nada nos lleva a suponer que han de entenderse en sentido matrimonial. El compromiso de amor de Jesús nos sitúa en otra línea.
Sea como fuere, la figura de María Magdalena fue muy importante en la iglesia, de manera que podemos vela como iniciadora “real” del movimiento cristiano, como mujer capaz de amar y de entender las implicaciones del amor de Jesús, y no como una simple figura de lo “femenino” que debe perder su feminidad y convertirse en varón para ser discípula de Jesús, como supone el otro pasaje básico de los evangelios de línea gnóstica que tratan de ella:
«Simón Cefas les dice: Que Maria salga de entre nosotros, pues las hembras no son dignas de la vida. Jesús dice: He aquí, le inspiraré a ella para que se convierta en varón, para que ella misma se haga un espíritu viviente semejante a vosotros varones. Pues cada hembra que se convierte en varón, entrará en reino de los cielos» (Ev. Tomás 114; cf. Gen 3, 16).
Por otra parte, todo nos permite suponer que la presencia e influjo de Magdalena fue muy grande en la tradición que ha desembocado en el Cuarto Evangelio (Ev. de Juan). En su forma actual, el evangelio de Juan valora muchísimo a María y por eso ha trasmitido la más bella historia de amor del Nuevo Testamento: el encuentro de Jesús resucitado y Magdalena en el huerto de la vida (cf. Jn 20, 11-18). Pero, en el fondo, Juan ha querido reducir el influjo de la Magdalena, a favor de Pedro, del Discípulo Amado y de la misma Madre de Jesús.
2. Jn 20, 11-18. Un texto de amor pascual pascual.
Sabemos, por la tradición sinóptica, que María Magdalena no ha escapado como el resto de los discípulos varones, sino que permanece ante la cruz, con otras mujeres (cf. Mc 14, 27; 15, 40. 47). Su amor a Jesús es mayor que la muerte y por eso queda, llorando y deseando ante un sepulcro vacío. Interpretada así, la pascua será una respuesta de Dios a la búsqueda de amor de María que así aparece como signo de una humanidad que busca a su amado. Ésta es la paradoja. Leer más…
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