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“La vida y Dios me premiaron con un hijo gay”

Lunes, 10 de abril de 2017

sergio-4“A los heterosexuales no nos están cuestionando quién nos atrae o de quién nos enamoramos, entonces por qué nos vamos a sentir con el derecho de hacerlo. Amor es amor”,
Adriana Iannini.

Aprendan, señores obispos y gentes varias de HazteOir y similares… Al contrario que muchos padres que sienten desilusión o rabia cuando se enteran de que tienen un hijo LGBT, para Adriana Iannini esto es un don. No duda de que la relación entre padres e hijos está fundamentada en el amor, un sentimiento que no discrimina.

El domingo 3 de julio de 2016 Adriana Iannini, de 57 años, participó por primera vez en la marcha LGBT de Bogotá. Ella no es lesbiana, gay, bisexual ni trans, pero su único hijo, Sergio Camacho, es homosexual. Y Adriana siempre había querido ir a este evento que para ella es sinónimo de libertad, solidaridad y de “la unión hace la fuerza”.

No había asistido porque su hijo no participaba y a ella le aburría ir sola. Pero este año Sergio celebró su cumpleaños número 30 en esta fiesta de la diversidad. Así que el sábado anterior le preguntó a su mamá “¿te gustaría ir?”. “Que él me dijera que quería ir conmigo fue lo máximo”, recuerda Adriana.

La marcha le gustó más de lo que imaginaba. “Me encantaron las arengas, admiré los cuerpos de muchas mujeres trans y los tambores que invitaban a moverse. Fue un ambiente de fiesta que me gocé al máximo”.

Adriana, psicopedagoga y diseñadora, siempre supo que Sergio era homosexual. “En la adolescencia mucha gente le preguntaba ‘¿y tú novia?’. Y yo decía qué jartera la presión de por qué no tienes novia”, señala Adriana.

Un día Sergio le dijo que quería hablar con ella. “Yo pensaba: no puede ser que perdió el año porque acababa de graduarse. Así que sí alcancé a preguntarme ‘¿será que me va a decir que es gay?’”. El momento llegó y, en medio de un almuerzo, Sergio le dijo lo que ella sospechó. Su respuesta fue un abrazo y las palabras “hoy te amo más que nunca”. “Para mí es un premio ser su mamá”. Así que le dio las gracias no por contarle sino por ser quien es. “Uno de mamá siempre lo sabe. Solo le confirman una información”.

La única preocupación que le surgió era que alguien le fuera a hacer daño a Checho, como le dice a Sergio, miedo que ya superó. “Me acuerdo que alguna vez, antes de eso, él me contó que en el colegio le habían dicho ‘marica’ porque no jugaba fútbol. Yo le respondí que la orientación sexual no depende de si a una persona le gusta o no un deporte. A mí no me gusta y soy heterosexual”, le explicó Adriana.

Después de enterarse de que Sergio era gay, la relación entre ellos se fortaleció aún más. Finalmente Adriana se separó de Eduardo, el papá de Sergio, cuando él tenía 12 años y desde entonces viven juntos con Lorenzo (el gato). Adriana dice que Sergio vive muy ocupado con su trabajo como periodista en Presidencia de la República y con el diplomado que cursa, pero que siempre saca el espacio para decirle que vayan a tomarse algo, a almorzar o a cine.

Para ella, tener un hijo gay es un don. “Yo veo su forma de ser y de trabajar y pienso que si hubiera sido heterosexual no tendría esa sensibilidad tan bonita que lo caracteriza. Habla de las mujeres con un profundo respeto y se siente muy mal cuando escucha casos de violencia contra ellas. La vida y Dios me premiaron con un hijo gay ¿por qué? No sé”.

sergio-2Adriana nunca pasó por los sentimientos de culpa por los que suelen atravesar algunos papás cuando se enteran de que uno de sus hijos es LGBT. Jamás pasaron por su mente frases como “qué habré hecho mal” o “en qué fallé para que mi hijo fuera homosexual”. Adriana no tiene la menor duda de que mucha gente quiere a Sergio porque es un ser de luz. “De qué iba a sentir culpa si ser homosexual no es un defecto ni una enfermedad. Ningún papá se cuestiona por qué su hijo es heterosexual, entonces por qué habría de cuestionarme si es homosexual”. Tampoco pasó por la fase de “es una etapa que se le pasará” o “eso se debe a ser una mamá sobreprotectora”.

De hecho, al poco tiempo de enterarse, le dijo feliz a una amiga “¡Sergio es gay!”. “A mí me pasa algo: si una pareja heterosexual está enamorada, me parece bien, pero si es una pareja del mismo sexo me inspira una ternura infinita”.

Poco después de esa conversación, Sergio empezó a presentarle a sus amigos a quienes ahora ella considera sus hijos. “Ellos saben que pueden ir a la casa cuando quieran. Acá se pueden dar besos, a mí no me importa lo que hagan”. Hace unos días Sergio le mostró que un amigo suyo que vive en Francia se casó con su pareja. “Me parecieron divinos y pensé que el día que Sergio se case, moriré de la emoción y de la ternura”. Aunque hasta ahora, agrega, su hijo solamente ha tenido dos novios. “Él busca una persona con muy buena conversación, un hombre profundo, para él la parte intelectual es muy importante. Yo le digo que cuando tenga novio, no olvide presentarme a mi ‘nuero’”, con quienes siempre se ha llevado muy bien.

Una de las cosas que Adriana más admira de su hijo, es el respeto que siente por las mujeres. Según Sergio, él es así por su mamá, pero ella dice que Sergio llegó así a este mundo.

Adriana se sorprende cuando escucha casos de papás que rechazan a sus hijos por ser quienes son. Por ejemplo, un buen amigo de Sergio del colegio salió del clóset con su mamá y ella lo echó de la casa. “¿Cómo puede hacer eso?”, se pregunta. También sabe de casos de papás que sienten desilusión, tristeza o rabia cuando se enteran de que uno de sus hijos es LGBT. Aquellos que dicen: “esto es terrible”, “su vida va a ser un fracaso” o “va a sufrir”. “No juzgo a esos papás ni me siento lo máximo porque no diferencio entre tener un hijo homosexual, heterosexual o bisexual, pero sí siento que esta es una relación fundamentada en el amor y este es un sentimiento que no discrimina”.

Sabe que detrás de esas ideas de rechazo se oculta una educación tradicional, conservadora y fundamentada en principios religiosos. Justo como la que Adriana recibió, pero que no logró influenciarla.

sergio-5“Yo formo parte de una familia católica, donde me obligaban a ir a misa. Recuerdo que a los 9 años, cuando iba a hacer la primera comunión, me dijeron que fuera a confesar mis pecados. Como yo ni siquiera entendía qué era un pecado, me inventé cualquier cosa”, recuerda Adriana.

En su casa, como en muchas otras, jamás se habló de sexo y mucho menos de homosexualidad. “Eran temas prohibidos. Y en el colegio la educación sexual se limitaba a explicar cuáles eran los órganos genitales masculinos, cuáles los femeninos, cómo se hace un bebé y cómo nace”. Aunque su mamá era una mujer que se fijaba en los apellidos de la gente para ubicar su clase social, Adriana nunca ha sido así. “Por el contrario, mi base es el amor en todos los aspectos de la vida”. Por tanto, nunca le aterró ni se sorprendió cuando sabía que alguien era gay. Siempre ha tenido muy claro que todas las personas son iguales, sin importar la clase social u orientación sexual. “Nunca me pregunto si una persona es o no homosexual”.

Adriana tampoco siguió la tradición católica que le enseñaron en su casa. No cree en los sacerdotes, no va a misa y no tiene una religión. De cada una toma lo que le gusta. “Soy más de filosofías de vida como el budismo y de servir a los demás”. Desde hace varios años, Adriana está dedicada a elaborar mandalas en técnica de vitral, así como móviles y pulseras inspiradas en rosarios budistas hechas con material reciclado (o recuperado, como prefiere llamarlo). “Los elaboro con la intención de tener paz interna y con esta misma intención los entrego”. Y paz interior tiene de sobra.

Fuente Sentiido

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