“Fue, se lavó, y volvió con vista”. Domingo 26 de marzo de 2017. Domingo 4º de Cuaresma, ciclo A.
Leído en Koinonia:
1Sm 16,1b.6-7.10-13ª: David es ungido rey de Israel
Salmo responsorial 22: El señor es mi pastor, nada me falta
Ef 5,8-14: Levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz
Jn 9,1-41: Fue, se lavó, y volvió con vista
El pueblo de Dios se planteó desde antiguo un gran problema: ¿cómo saber quién es el enviado de Dios? Muchos aparecían haciendo alarde de sus habilidades físicas, de su astucia, de su sabiduría, incluso, de su profunda religiosidad, pero era muy difícil saber quien procedía de acuerdo con la voluntad del Señor y quien quería ser líder únicamente para obtener el poder.
En la época de Samuel la situación era realmente complicada. El profeta, movido por el Espíritu de Dios, buscó un líder que sacara al pueblo del difícil atolladero de la crisis interna de las instituciones tribales y de la amenaza de los filisteos. Surgió Saúl, un muchacho distinguido, de buena familia y de extraordinaria complexión física. Los hebreos más pudientes lo apoyaron de inmediato, esperando que el nuevo rey lograra controlar el avance de los filisteos. Sin embargo, el nuevo rey en poco tiempo se convirtió en un tirano insoportable que agravó el conflicto interno y que, por sus constantes cambios de comportamiento, comprometió seriamente la seguridad de las tierras cultivables. Samuel, entonces, pensó que la solución era ungir un nuevo rey, una persona que se pudiera hacer cargo de la situación. La unción profética se convirtió, en aquel momento, en el medio por el cual se legitimaba la acción de un nuevo líder ‘salvador’ del pueblo. Siglos más tarde, los profetas se dieron cuenta de que no bastaba cambiar el rey para cambiar la situación, sino que era necesario buscar un sistema social que respetara los ideales tribales, lo que luego se llamo ‘el derecho divino’. Sin embargo, subsistió la idea de que el ‘líder salvador’ tenía que ser designado por un profeta reconocido. De este modo, la unción de los caudillos de Israel pasó a ser un símbolo de esperanza en un futuro mejor, más acorde con los planes de Dios.
En la época del Nuevo Testamento, el pueblo de Dios que habitaba en Palestina enfrentó un gran reto: ¿cómo hacer reconocer a Jesús como ungido del Señor? Aunque Jesús había conocido a Juan Bautista y, luego, había retomado su predicación, se cernía aún sobre él la duda, debido a su origen humilde, a la manera tan diferente de interpretar la ley y a su poca vinculación con el templo y sus rituales. Muchos se oponían a reconocer que él era un profeta ungido por el Señor, movidos simplemente por prejuicios culturales y sociales. La comunidad cristiana tuvo que abrirse paso en medio de estos obstáculos y proclamar la legitimidad de la misión de Jesús. Solamente quien conociera la obra del Nazareno, su entrañable amor a la vida, su dedicación a los pobres, su predicación del reinado de Dios, podía reconocer que él era el “ungido”, el “Mesías” (como se dice en hebreo), o el “Cristo” (como se dice en griego).
Las ‘señales y prodigios’ que Jesús actuó en medio de la gente pobre causaron gran impacto y, por esto, fueron motivo de controversia. Los opositores del cristianismo veían en las sanaciones que Jesús obraba, simplemente la labor de un curandero. Sus discípulos, por el contrario, comprendían todo su valor liberador y salvífico. Pues, no se trataba sólo de poner remedio a las limitaciones humanas, sino de devolverle toda la dignidad al ser humano. La persona que recuperaba la visión podía descubrir que su problema no era un castigo de Dios por los pecados de sus antepasados, ni una terrible prueba del destino. Era una persona que pasana de la desesperación a la fe y descubría en Jesús al profeta, al ungido del Señor. Su problema, una limitación física, se le había convertido en una terrible marca social y religiosa. Pero, el problema no era su limitación visual, sino la terrible carga de desprecio que la cultura le había impuesto. Jesús lo libera del insufrible peso de la marginación social y lo conduce hacia una comunidad donde lo aceptan por lo que él es, sin importar las etiquetas que los prejuicios sociales le habían impuesto.
En el evangelio se nos relata una especie de drama entre los vecinos del lugar donde el ciego solía pedir limosna, los fariseos que eran un grupo de judíos piadosos y cumplidores de la ley y los “judíos” en general, una expresión genérica con la que el evangelista designa a las altas autoridades religiosas del pueblo judío de la época de Jesús. Hasta los padres del ciego son involucrados en el drama.
Se trata de un verdadero «drama teológico», simbólico, de una gran belleza literaria. De ninguna manera se trata de una narración cuasiperiodística de unos hechos históricos, o de un relato que nos describa ingenuamente cómo sucedieron las cosas. No olvidemos que es Juan quien escribe, y que su evangelio se mueve siempre en un alto nivel de sofisticación, de recurso al símbolo y a la insinuación indirecta. Si tenemos que dirigir la palabra en la homilía, conviene no «contar» las cosas como quien cuenta hechos históricos tal cual, como si estuviera entreteniendo a unos niños. Los oyentes son adultos y agradecen que se les trate como a tales, sin abusar de que se tiene la palabra en un ámbito litúrgico donde por respeto nadie va a levantar la mano ni menos a contradecir, y que por eso se puede decir cualquier cosa, que «todo cuela» en ese ambiente.
En el «drama teológico» que hoy leemos, de Juan, el ciego se convierte en el centro. Todos se preguntan cómo es posible que un ciego de nacimiento sea ahora capaz de ver. Sospechan que algo grande ha sucedido, preguntan por el que ha hecho ver al ciego, pero no llegan a creer que Jesús sea la causa de la luz de los ojos del ciego. Un simple hombre como Jesús no les parece capaz de obrar tales maravillas. Menos aún habiéndolas obrado en sábado, día sagrado de descanso que los fariseos se empeñaban en guardar de manera escrupulosa. Y menos aún siendo el ciego un pobretón que pedía limosna al pie de una de las puertas de la ciudad. Todos interrogan al pobre ciego que ahora ve: los vecinos, los fariseos, los jefes del templo. Jesús se hace encontradizo con él, solidariamente, al enterarse de que lo han expulsado de la sinagoga. Y en este nuevo encuentro con Jesús el ciego llega a «ver plenamente», a «ver» no sólo la luz, sino la «gloria» de Dios, reconociendo en él al enviado definitivo de Dios, el Hijo del hombre escatológico, el Señor digno de ser adorado… Es el mensaje que Juan nos quiere transmitir narrando un drama teológico -como es su estilo- más que afirmando proposiciones abstractas -como hubiera hecho si hubiera sido de formación filosófica griega-.
Al final del texto las palabras que Juan pone en labios de Jesús hacen explotar el mensaje teológico del drama: Jesús es un juicio, es el juicio del mundo, que viene a poner al mundo patas arriba: los que veían no ven, y los que no veían consiguen ver. ¿Y qué es lo que hay que ver? A Jesús. Él es la luz que ilumina.
No haría falta echarle metafísica y ontología griega a este drama… Es un lenguaje de «confesión de fe». La comunidad de Juan está «entusiasmada», llena de gozo y de amor, poseída realmente por el descubrimiento que ha hecho en Jesús. Sienten que Él les cambia el mundo, que ven las cosas al revés que antes, y que es en Él en quien Dios se les ha hecho patente. Y así lo confiesan. No hace falta más. La ontología de los siglos subsiguientes es cultural, occidental, griega. Para el caso, sobra.
¿Qué significa hoy para nosotros? Lo mismo, sólo que a 20 siglos de distancia. Con más perspectiva, con más sentido crítico, con más conciencia de la relatividad (no digamos “relativismo”) de nuestras afirmaciones, sin fanatismos ni exclusivismos, sabiendo que la misma manifestación de Dios se ha dado en tantos otros lugares, en tantas otras religiones, a través de tantos otros mediadores. Pero con la misma alegría, el mismo amor y el mismo convencimiento.
El evangelio de hoy es dramatizado en el capítulo 79 de la serie «Un tal Jesús», de los hermanos LÓPEZ VIGIL, titulado «El ciego de nacimiento». El guión y su comentario pueden ser tomados de aquí: http://radialistas.net/article/78-un-samaritano-sin-fe/
Puede ser escuchado aquí: http://radioteca.net/media/uploads/audios/%Y_%m/078.mp3
La serie «Otro Dios es posible» tiene un capítulo que puede ser útil para comentar este evangelio, el 31 («¿Dios hace milagros?») [http://radialistas.net/article/31-dios-hace-milagros/].
Para escucharlo, aquí: http://radioteca.net/media/uploads/audios/%Y_%m/31.mp3
Para la revisión de vida
– Jesús dice que ha venido para “abrir un juicio”. Su vida y su testimonio nos emplazan con un desafío ante el que necesitamos pronunciarnos. Sugerencia: entrar en mí mismo, en oración profunda, encarándome con este ser-humano-que-es-juicio-de-Dios. Renovar y profundizar mi encuentro con Jesús. Sentirme desafiado por su vida y por su palabra. Aceptar gozoso el reto de vivir a la altura del desafío que nos hace.
Para la reunión de grupo
– La “selección” de David (primera lectura) para ser ungido es uno de los casos típicos en la Biblia –de los que hay muchos más- en el que “los caminos de Dios no son nuestros caminos”, ni sus criterios son los nuestros… Estudiemos y glosemos en grupo esas diferencias entre los criterios de Dios y los criterios de los humanos…
– Para los que creemos en Jesús, Él, con su vida plenamente realizada en el amor y la entrega, hace presente el amor de Dios a los humanos, y por eso “abre un juicio” a la humanidad. El juicio universal, en una cierta dimensión, ya ha acontecido: se ha dado en Jesús; y se sigue dando: en Él, en el testimonio que de él nos sigue llegando transmitido por sus seguidores (la comunidad de los creyentes).
– Nos preguntamos: ¿es un juicio “universal”, para todos los seres humanos? ¿También para aquellos a quienes no les llega el testimonio de Jesús? ¿También para los hombres y mujeres que vivieron antes que Él (muchísimos más, cualitativamente, que los que han vivido después de Él? Si no es “universal”
– Parece que Juan quisiera hacer énfasis en la ceguera especial que tienen las autoridades religiosas para admitir el milagro de Jesús. Quienes deberían ser los más lúcidos resultan los más ciegos. ¿Tiene este aspecto del evangelio de hoy alguna relevancia para nuestros días?
Para la oración de los fieles
– Para que la Iglesia abandone toda forma de autoritarismo y actúe llevando al mundo la luz que recibe del Evangelio. Oremos…
– Para que prevalezcan las personas y sus derechos sobre las leyes y las tradiciones. Oremos…
– Para que quienes dudan de la presencia de Dios entre nosotros, descubran su amor por el testimonio vivo y eficaz de la iglesia. Oremos…
– Para que caminemos como hijos de la luz, denunciando toda opresión, violencia e injusticia. Oremos…
– Para que el Señor. abra nuestros ojos y no vayamos nunca tras ningún “otro pastor”. Oremos…
– Para que nuestra comunidad, que comparte un mismo pan, comparta igualmente los demás bienes. Oremos…
Oración comunitaria
– Tú, Señor, que nos abres los ojos para que descubramos la hermosura de la creación y la grandeza de tu amor, ayúdanos a colaborar contigo para que todas las personas puedan alegrarse en su vida al ver tu luz. Nosotros te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro. Amén
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