Dom 5.3.17. Tentaciones de Jesús ¿pecados de la Iglesia?
Dom 1 de Cuaresma, ciclo A. Mt 4, 1-11. Suelen llamarse tentaciones de Jesús, como si hubiera sido suyas, y no tuvieran nada que ver con la Iglesia o con nosotros. Pero el evangelio las presenta como riesgos de pecado de la Iglesia, esto es, de los seguidores de Jesús (es decir, de nosotros), aunque estén escenificadas en Jesús. Son tres como se sabe:
‒ La primera es la del pan, comerlo todo, asegurar la vida a base de dinero. En esta tentación ha caído bastante la Iglesia, que ha querido tener, conseguir mucho dinero. Y es evidente que a veces ha hecho bien con sus tesoross: catedrales, obras de arte, palacios… y sobre todo asistencia social, comida a los pobres, hospitales…
Pero en ese camino la iglesia ha corrido el riesgo de quedar entrampada en el dinero, destruyendo así el mensaje de Jesús, su propia identidad cristiana. Bueno será que lo recordemos y cambiemos, esa cuaresma.
‒ La segunda tentación es el poder espiritual, saberlo todo, tener todas las respuestas, dominando a los fieles con un tipo de “dictadura espiritual”. Ésta ha sido la tentación de los “milagros”, como si la Iglesia tuviera el monopolio de la sabiduría, en forma un poco máfica: “doctores tiene la Iglesia que os sabrán responder”.
Se trata de por andar por ahí sobrados de razones, dando respuestas de todo, a diestro y siniestro, diciendo a los demás lo que han de hacer… Jesús no quiso eso, ni hizo los milagros “del diablo”, ni intento saber más, ni imponer sus razones a los demás.
‒ La tercera tentación es el poder-poder, sin más: “Todo esto te daré”, los reinos del mundos, las riberas sagradas (como en la novela de Redondo, de ese título). La iglesia ha querido y quiere, en ciertos estamentos, dominar el mundo, como poder supremo, las tres tiaras (sacerdocio, profecía, reino…).
Ciertamente, ella quiere un poder para bien, es evidente, pero en el camino son (somos) muchos los dominados por el ansia de poder, que podemos utilizar la religión como forma de mando: Por el Imperio hacia Dios (por Dios hacia el Imperio). Más claro no se podía decir. Pero ese es el argumento del Diablo, como podrá ver quien siga leyendo.
Estas son las tres tentaciones de la Iglesia, que el evangelio ejemplifica en Jesús, ellas son la reflexión de la liturgia en este primer domingo de Cuaresma, y así las presento en las reflexiones que sigue (utilizando unas páginas de mi Diccionario de la Biblia (Verbo Divino, Estella 2016).
Las reflexiones que siguen no quieren ser una crítica a la iglesia sin más, sino la expresión más honda de su fe, fundada en Jesús, principio de una renovación esencial, que ha de comenzar ya, de un modo radical, si es que ella (¿nosotros?) cree/creemos en el evangelio. Buen fin de semana.
1ª tentación. Mesianismo y pan
¡Que las piedras se vuelvan alimento! (4, 2-4).
El primer problema es el hambre, la primera acción mesiánica será ofrecer comida (pan), seguridad económica. A ese nivel nos situaba Gen 2-3: Eva sintió “hambre” de un pan especial (del fruto del conocimiento pleno); también a Jesús le llega el hambre, necesita saciar su deseo. Ésta sigue siendo la principal tentación de nuestro tiempo: saciar para siempre a los hombres (como dice en otro contexto Jn 4, 15, refiriéndose al agua). Parece evidente que sólo es mesías verdadero quien ofrece pan, en programa integral de transformación económica, pero no en la línea del Diablo:
4 2 Y habiendo ayunado cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre. 3 Y acercándose el tentador, le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes. 2 Pero él respondió: «Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios».
Aún admitiendo que resulta necesario alimentar a los hambrientos, Jesús sabe que la solución del Diablo (que actúa como la Serpiente de Gen 3), resulta perversa: abandona a los hombres en manos de su lucha por el pan, les encierra en su necesidad económica, para que ellos vendan así su dignidad, esto es, su palabra, por alimento o dinero. El tentador intenta cerrar a los hombres en el círculo del poder material de la comida, en la línea de Gen 3 donde el mismo tentador dice a los primeros hombres que pueden convertir todo en comida. Se trata de que todo sea pan, todo dinero, al servicio del hambre de posesión ilimitada de los hombres.
El Diablo dice ahora: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes, Pero él responde: No sólo de vive el hombre, sino de toda palabra… Ser Hijo de Dios significaría imponerse por pan sobre los hombres, convertir todo en alimento, y hacer que todos coman, cumpliendo de inmediato sus deseos materiales y obteniendo así el control material sobre la vida. Ésta es la tentación (la de de Eva, en Gen 3) que ahora se repite en Jesús. El hombre se descubre como ser necesitado, limitado por el mandato (¡no comas!) y el deseo (¡Jesús sintió hambre!). Trascender ese límite, saciar de inmediato la necesidad: esa sería la señal mesiánica, la divinización del humano, que Jesús descubre como tentación diabólica:
‒ Pervivencia y triunfo del Diablo. La humanidad actual (año 2017) sabe producir, de forma que parece estar capacitada para realizar el deseo del Tentador: convertir las piedras en pan, saciar un tipo de hambre. En esa línea, en conjunto, con su desarrollo científico y técnico, el hombre puede resolver el tema de la producción, alimentando a todos los hambrientos de la tierra, y consiguiendo externamente aquello el Diablo que quería. Pues bien, conforme al camino de Jesús, en el fondo de ese deseo (¡convertir las piedras en pan o dinero!) se esconde la tentación de la Mamona (Mt 6, 24), es decir, del dinero/pan convertido en anti-dios, verdad única del hombre que adora algo que él mismo ha producido (¡capital financiero!), un pan que lleva en sí el germen de la división de unos contra otros (como formula en otro plano 25, 31-46, situando junto a la del pan otras necesidades humana, y como ratifica 26, 6-13, hablando de un tipo de pan más elevado).
‒ Verdad de Jesús, la palabra. Frente al pan del Diablo, que sería una especie de capital divinizado, que divide/destruye a los hombres, apela Jesús a un poder más alto: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (cf. Dt 8, 3 LXX), una palabra que se escucha y acoge, que se comunica y comparte en forma de comunicación interhumana. Ciertamente, el pan que sacia el hambre física se debe compartir (como irá mostrando el evangelio: multiplicaciones), pero, cerrado en sí, ese pan puede conducir a la idolatría del poder y a la acumulación y posesión que enfrenta a unos con los otros. En contra de eso, la Palabra de Dios ha de ser por siempre origen y sentido de comunicación humana, en la línea del mensaje de Jesús y de la Última Cena (Mt 26, 25-30). Más que la producción (convertir piedras en pan) y la posesión (amontonar un Capital divinizado), la palabra de Dios suscita y funda un tipo de comunicación universal.
Nuestra humanidad (siglo XXI) sabe producir, pero no ha querido aprender a compartir, no ha conseguido que sus miembros dialoguen de un modo fraterno, desplegando su vida a nivel de palabra, es decir, de búsqueda compartida de fraternidad, en apertura a Dios, en comunión de vida. Allí donde la economía es sólo economía (en manos del deseo impositivo de los potentados) y el poder acaba siendo medio de imposición y engaño (como en el Diablo), el humano corre el riesgo de perderse a sí mismo, cayendo en manos de su pura destrucción.
Jesús rechaza esta petición del Diablo, convertir piedras en pan, no porque desprecie la necesidad de los pobres, ni porque quiera condenarles al hambre, sino, al contrario, porque quiere que todos puedan comer de verdad, porque les ama de un modo más alto y porque desea situar su propuesta de evangelio al nivel de la comunicación de amor gratuito y personal, afirmando, con Dt 8, 3, que no sólo de pan vive el humano, sino de toda palabra que brota de la boca de Dios.
‒ El Diablo de Mt 4 utiliza el pan para dominar: Es capaz de producir bienes materiales, pero no sabe (no quiere) compartir ni dialogar, pues compartir es amar, dialogar es cultivar la libertad en plano de palabra, no dominar a los demás con el pan o el dinero. Sin duda, no toda producción es diabólica: la cultura de occidente, especializada en producir, no es por ello perversa, sino al contrario, ella podría convertirse en más humana, si comunica lo que tiene y puede. Pero una producción convertida en “capital” egoísta (cf. mamôna: Mt 6, 24) puede acabar sacralizando el satanismo.
‒ Jesús, por el contrario, es mesías de la palabra, es decir, de una producción que recibe su sentido (se hace mesiánica) allí donde se pone al servicio de la comunicación personal, en libertad y gratuidad. Sólo allí donde pasamos del puro pan (que se puede hacer mamôna) a la palabra del diálogo gratuito, en libertad fraterna y entrega de la vida, puede hablarse de Jesús como mesías, Hijo de Dios.
Jesús no quiere actuar como productor de un pan que pueda convertirse en capital dominador (como el pan del imperio romano, que sirve para oprimir a los pequeños), sino como sembrador de palabra creadora y dialogante (cf. Mt 13), como muestran las parábolas de la semilla, en el ancho campo de la tierra (Mt 13) y su acción como mesías de los panes compartidos (cf. Mt 14, 13-21 y 15, 29-39). No ofrece el “pan engañoso” (en abundancia egoísta de dinero o alimentos), como quiere el Diablo, sino el pan de la palabra dialogada, abierta a todos los humanos.
2ª tentación. Tírate del templo,
y los ángeles de Dios te sostendrán… (4, 5-7).
Esta tentación nos sitúa ante el Diablo del santuario, que quiere construir una teología de Ciudad Santa (Iglesia) y de los milagros desde/ante el alero/pináculo del templo. Pues bien, en contra de eso, Jesús quiere abrirnos a un espacio de fe, desde del centro de la misma vida:
4 5 Entonces el Diablo le llevó consigo a la Ciudad Santa, y le colocó sobre el pináculo del Templo, 6 y le dijo: Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: A sus ángeles te encomendará, y en sus manos te llevarán, para que no tropiece tu pie en una piedra. 7 Jesús le dijo: También está escrito: No tentarás al Señor tu Dios.
El Diablo le lleva a la cúspide del Templo y le dice: Si eres Hijo de Dios, tírate abajo… (ba,le seauto.n ka,tw). Jesús le responde no tentarás al Señor tu Dios (4, 5-7). Este Diablo que tienta a Jesús, desde la antigua o nueva Jerusalén (Templo), encaramándole al pináculo sagrado, a la vista de todos, para que se arroje al vacío en manos de Dios es un espíritu exegeta y religioso, experto en prodigios, que cita la Biblia y apela a la providencia: Como dice la Escritura, mandará a sus ángeles, para que te tomen en sus manos… En vez del pan, el Diablo ofrece seguridad milagrosa, una religión convertida en póliza de seguros y prodigios (Mt 4, 6; cf. Sal 91,11-12).
Éste es un Diablo que quiere convertirse en Dios Tapagujeros, que sirve para solucionar nuestros problemas, en línea de magia, sin verdadera “encarnación”, es decir, sin asumir el riesgo y tarea de la humanidad.
‒ Diablo religioso, magia. Un tipo de piedad ha funcionado desde antiguo como obediencia a un Dios de providencia externa o como magia (sus devotos le utilizan, poniéndole al servicio de sus intereses, pensando que las leyes de este mundo pueden superarse por otras más altas, divinas, que influyen así, de un modo material en la vida de los hombres). A ese nivel se ha colocado en este pasaje el Diablo: quiere que Jesús se arriesgue y se lance en el vacío, para forzar de esa manera una respuesta “milagrosa”, rompiendo así por religión las normas de racionalidad o prudencia humana, como si Dios pudiera suplir y superar en este mundo (a su capricho) unas formar de vida establecida.
Este es un Diablo que no quiere aceptar y no acepta la dura realidad de la vida en el mundo, pidiendo a sus devotos que se evadan de ella por milagro. No es un Diablo de obras “malas” en sentido moralista (tentaciones sexuales o torturas exteriores, miedos fantásticos o muertes violentas), sino un seductor piadoso, experto en ilusiones sacrales, un Dios que no acepta la vida concreta con sus normas y riesgos, y así busca otra forma existencia donde las cosas se arreglen y resuelven de un modo “maravilloso”.
‒ Jesús a-religioso, sin magia. Frente a la piedad del Diablo, que quiere aprovecharse de un Dios de milagros, para evitar los riesgos de este mundo, Jesús responde como un creyente realista, que acepta la transcendencia de Dios y que, precisamente por eso, no pide ni quiere los milagros que una tradición inmemorial vinculaba a Jerusalén, con la estructura sagrada de su templo y su culto. Es evidente que muchos seguidores de Jesús esperaron un tipo de “milagro” en la ciudad sagrada, conforme a las antiguas profecías: confiaban primero en que Jesús no moriría, pensaron después que resucitaría externamente, con gran fuerza, imponiendo de inmediato su dominio sobre el mundo.
Pero Jesús subió a Jerusalén para proclamar el Reino de Dios y, en vez de triunfar en lo externo, fue “derrotado” y murió en la ciudad de las grandes promesas, gritando Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado? (cf. 27, 26), sin que nadie respondiera en un nivel de poder, sin que le resucitara externamente, sin que pudiera volver como muchos esperaban entonces y esperan ahora. Otros muchos judíos, quizá de aquellos que formaban parte de las comunidades de Mateo, habían seguido esperando que Jerusalén no sería destruida en la guerra del 67-70, pues Dios no podía abandonar a su templo; pero Jerusalén cayó en manos de los enemigos, siendo destruida, sin que nadie acudiera en su ayuda, como si el gran alzamiento en defensa del templo hubiera sido una tentación contra Dios.
Desde este fondo de tentación diabólica y deseo de milagro, en la ciudad del templo, puede interpretarse mejor la segunda parte del evangelio (Mt 16, 21‒27, 66). Jesús invierte de manera poderosa aquello que le pide el Diablo: No se echa del pináculo del templo para que Dios le salve a través de sus ángeles, sino que se introduce en el camino de la muerte (se deja matar) junto a (por) el santuario de Jerusalén, pero no de forma espectacular (para que admiren su arrojo y Dios haga el milagro de salvarle), sino por fidelidad a su mensaje mesiánico. Jesús no va Templo para “honrar” al Dios de los sacerdotes, ni para confiar en el Dios de los milagros (del Diablo), sino para mostrar que el templo está manchado con dinero (de la tentación anterior), es cueva de bandidos (cf. 21, 12-17).
Lo que el Diablo pedía a Jesús (lanzarse del alero/pináculo del templo) era menos peligroso que lo que él realizó de hecho, pues algunos se salvan al lanzarse de una altura, pero nadie se libera de la autoridad sacral de los sacerdotes del templo y de los gobernadores del Cesar. Jesús no se lanzó al vacío desde el templo (o desde otro lugar semejante), pero arriesgó su vida de un modo más profundo en manos de los sacerdotes del templo, que aparecían como representantes de Dios.
– Los sacerdotes buscaban la seguridad del santuario, lugar de refugio para tiempos de crisis: Dios haría el milagro, no dejaría que su santo templo cayera y que sus adoradores murieran, en manos de invasores. Así pensaban muchos en tiempo de Jeremías, igual que los sublevados contra Roma (66-70 dC) tras la muerte de Jesús. Así siguen pensando hoy aquellos que interpretan la religión como una forma de salvación externa (que no caiga el avión, que no avance la enfermedad, que no se produzcan terremotos…), pero algunos aviones caen, muchas enfermedades matan y los terremotos se siguen produciendo, como si Dios no existiera (como si él no salvara a los que se arrojan de los pináculos del templo).
– Jeremías había acusado a los sacerdotes del VII-VI aC, diciendo que su forma de apoyarse en la sacralidad del santuario era no solamente mágica, sino perversa, pues la confianza en la inviolabilidad del templo les mantenía en la injusticia y de esa forma se aprovechaban de la “religión” como refugio y excusa para seguir oprimiendo a los pobres (cf. 7, 1-15; 25, 1-14; 26, 1-19). Conforme a la visión de Jeremías, el culto injusto es pecado contra Dios, de tal manera que el mismo templo podía convertirse en idolatría. No existe más milagro de Dios que el vinculado a la justicia y fidelidad humana; no hay más gracia que la existencia de Dios y que está presente en la vida cotidiana de los hombres.
– Jesús, siguiendo a Jeremías, quiere que el templo aparezca como expresión de fe y no como tentación anti-divina. Por eso ha rechazado aquí el “milagro sacral” que le pide el Diablo y realizará después un signo profético de amenaza y destrucción contra este templo de injusticia vinculada con la magia (cf. 21, 12-16). Jesús no ha defendido el templo por encima de la justicia humana, ni en contra de la fidelidad personal. En ese contexto se sitúa su palabra contra el Diablo religioso que le acecha con milagros: No tentarás al Señor, tu Dios (Mt 6, 7; cf. Dt 6, 16).
Tentar a Dios es utilizarle y emplear la religión como excusa para la injusticia. En contra de eso, Jesús no quiere tentar a Dios ni convertir la religión en feria de milagros: no exige que Dios (o su ángel) garantice la seguridad externa de su vida. Su mesianismo no puede interpretarse como maravilla exterior, sino como expresión de fidelidad radical, en fe profunda, pues sólo es mesías (verdadero Hijo de Hombre) aquel que sabe aceptar el camino de la vida, sin evadirse de ella, siendo capaz de morir por los demás (cf. 16, 61). El deseo de un mesianismo de prodigios exteriores” ha seguido influyendo en la primera comunidad cristiana, como indica el hecho de haber tenido que formular un relato como este, centrado en la palabra no tentarás al Señor (ouvk evkpeira,seij ku,rion) para oponerse así a la sed de milagros de algunos.
3ª tentación. Todo esto te daré… (4, 8-10).
Del pan (economía) y la ciudad sagrada (religión) pasamos a la montaña cósmica, a la altura desde donde pueden contemplarse y dominarse los reinos de la tierra. En las tentaciones anteriores el Diablo no se había manifestado aún de una manera abierta, sino que situaba a Jesús ante el misterio de su filiación (¡si eres Hijo de Dios!: 4, 3. 6), pidiéndole que dedujera sus propias consecuencias. Ahora se muestra como dueño de los reinos de la tierra (como verdadero Dios) y le promete ya de un modo directo su premio, dándole el poder universal, si es que le adora.
4 8 De nuevo le llevó consigo el Diablo a un monte muy alto y le mostró todos los reinos del mundo y su gloria, 9 y le dice: Todo esto te daré si postrándote me adoras. 10 Entonces le dijo Jesús: Apártate, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto. 11 Entonces el Diablo le dejó, y he aquí que los ángeles vinieron y le servían
Así le lleva del templo al monte excelso desde donde se contempla el mundo entero, ofreciéndole sus reinos, con tal de que reconozca su poder: Todo esto te daré (tau/ta, soi pa,nta dw,sw) si postrándote me adoras… Todo, no sólo comida y milagros (pan y circo, panem et circenses), sino el poder supremo. En otro contexto, más cercano a la primera tentación, Mt 6, 24 insistirá en la oposición entre Dios y Mamona (capital divinizado). Pues bien, en nuestro caso, lo contrario a Dios no es el dinero, sino un poder diabólico, que exige adoración suprema.
‒ Mesías del Poder, un servidor del Diablo. En la montaña elevada sobre el cosmos emerge el Diablo y ofrece a Jesús el dominio sobre sus reinos (pa,saj ta.j basilei,aj). En esa línea, al presentarle como enviado del Diablo, los fariseos de Mt 12, 22-32 tomarán a Jesús como agente satánico, pues realiza sus exorcismos con el poder de Belcebú (cf. 9, 34; 10, 25; 12, 24). Jesús sería por tanto un mesías político, en el mal sentido de la palabra, dueño de los reinos del mundo, con todos los poderes de la tierra, pero no en línea de gracia (autoridad salvadora), como en 28, 16-20 (¡se me ha dado toda autoridad…!), sino de adoración opresora. Su padre, el Diablo, le habría dado poder sobre los hombres en línea de imposición (adoración), pasando del templo sacral de Jerusalén al ancho mundo de la vida de los pueblos, donde la falsa religión se expresa en forma de imposición política, social, humana.
‒ Evangelio de gracia, Hijo de Dios. Al oponerse a la adoración diabólica, expresada como poder (=imposición), Jesús aparece como verdadero Hijo que adora y sirve a Dios en libertad, no por sumisión, sino en amor y comunión de Vida, al entregarse gratuitamente a los demás (no para someterles bajo su dominio). Culmina así la victoria de Jesús sobre las tentaciones anteriores: Él no intenta dominar el mundo con dineros o milagros, no pretende ser mesías para dominar sobre los hombres (aunque pudiera presentarse en lo exterior como bondadoso), sino para servirles, en gesto de liberación gratuita. Por eso se opone abiertamente al Diablo, y le expulsa de su lado, diciéndole ¡apártate Satanás! utilizando las palabras que más tarde empleará cuando rechace a Pedro en 16, 23, pero con una diferencia. A Pedro no le dira sin mas qu se vaya, sino que se vaya y se ponga detrás de él.
Desde este fondo ha de entenderse el final del evangelio. El Diablo de Mt 4, 8 promete a Jesús todos los reinos del. abriendo ante su vista un camino de triunfo sobre el mundo. Pero Jesús lo rechaza, para regalar su vida, cumpliendo así la voluntad de Dios, y lo hace de tal forma que al final puede presentarse ante sus seguidores, en la montaña pascual, como aquel a quien Dios (y no el Diablo) ha concedido todo poder (pa/sa evxousi,a) en cielo y tierra (28, 18), en palabra que recuerda la de Gen 1, 1: creó Dios el cielo y tierra.
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