“Se dijo a los antiguos, pero yo les digo”. Domingo 16 de febrero de 2017. 6º domingo de tiempo ordinario.
Leído en Koinonia:
Eclo 15,16-20: No mandó pecar al hombre
Salmo responsorial 118: Dichoso el que camina en la voluntad del Señor
1Cor 2,6-10: Dios predestinó la sabiduría antes de los siglos para nuestra gloria
Mt 5,17-37: Se dijo a los antiguos, pero yo les digo
Las lecturas de este domingo tienen como fin hacernos ver cómo Dios actúa en medio de la humanidad, nos permiten comprender la lógica de Dios, nos revelan la manera en que Dios salva al ser humano del pecado, entendiendo el pecado como esa tendencia presente en el interior de la persona que la lleva a encerrarse en sí misma, en sus propios límites humanos, sin poder abrirse a la experiencia infinita de salvación traída por el mismo Dios.
La primera lectura, del libro del Eclesiástico, desarrolla el tema de la libertad que posee el ser humano para elegir lo bueno o lo malo, la vida o la muerte. Somos libres, y «condenados a ser libres» de alguna manera. No podemos abdicar de nuestra responsabilidad. Ante nosotros tenemos las grandes opciones, las grandes Causas, esperando que nos decidamos. «Muerte y vida» están ante nosotros, al alcance de nuestra mano, por la vía de una opción ineludible.
Si en nuestra vida dominan el mal y la muerte, y con ellos el sinsentido y la desesperación, hemos sido advertidos: podemos hacer de nuestra vida una cosa u otra, gracias al poder de la libertad que se nos ha dado, la capacidad de elegir la muerte o la vida, y con ello, la capacidad de convertirnos en vida o en muerte. La capacidad de hacernos a nosotros mismos. Es uno de los misterios más grandes de nuestra existencia, el misterio de la libertad.
En el fragmento de la carta a los Corintios que hoy leemos, Pablo habla, de pasada, de «una sabiduría que no es de este mundo», que procede de otro mundo, que está en otro mundo, el mundo de Dios, que es un mundo «superior», situado literalmente encima del nuestro. Es el mundo superior que los filósofos y sabios del mundo cultural helenista han «imaginado» (no deja de ser una «imagen») para explicar la realidad, y que ha resultado ser una imagen genial, que parece expresar una explicación natural y obvia del mundo, que será acogida por casi todas las culturas subsiguientes (hasta la época moderna).
Y es un conocimiento escondido, inalcanzable, que nada tiene que ver con los saberes de este mundo, y que pertenece sólo a Dios y a quienes Él quiera revelarlo… Es la visión «gnóstica», de la «gnosis» o «conocimiento», un conocimiento divino que pasa a fungir como símbolo del principal bien salvífico: participar de ese conocimiento que salva es el objetivo de la vida humana, porque ese conocimiento es el que salva a la persona al hacerle tomar las decisiones adecuadas en su vida, las decisiones que le hacen caminar el camino de Dios. Es la misma tradición de «la Sabiduría», ya presente en el Primer Testamento, por influjo también helenista. Pablo se mueve en ese mismo ámbito de pensamiento y en esa misma cosmovisión griega de los dos mundos, o dos pisos, uno arriba (el de Dios y los suyos, o el de las Ideas, según Platón) y otro abajo (el de los humanos, o el de la materia corruptible según Platón).
Hoy continuamos leyendo el evangelio de Mateo, en secuencia consecutiva con los fragmentos proclamados en los domingos anteriores. Es el sermón de la Montaña, que comenzó con las Bienaventuranzas, y que continúa con la exposición de las exigencias de la Ley de Moisés (Torá), explicadas por Mateo, que está escribiendo para una comunidad de judíos que se han hecho cristianos, obviamente sin dejar de ser judíos, como ocurrió por lo demás con todos los cristianos. Tenemos pues que caer en la cuenta de que esta re-presentación de la Ley en el evangelio de Mateo está escrita para esa comunidad concreta, que difiere no poco de las nuestras. Obviamente, tiene también un valor universal, pero debe saberse la peculiaridad de esta comunidad, para no hacernos «judaizar» innecesariamente a todos los demás.
Pero, además de esa peculiaridad del evangelio de Mateo, todo el evangelio tiene otra peculiaridad significativa en este campo de lo moral, de la Ley, y es semejante a la que hacíamos notar respecto a la lectura anterior, la de Pablo sobre el conocimiento salvífico o gnosis. La moral vendría a ser también una especie de conocimiento gnóstico: es una voluntad, divina, superior, venida de fuera, desde arriba, desde «el segundo piso», que tenemos que tratar de escuchar en esa dirección. Es una moral «heteró-noma», una norma ajena, venida de fuera, y de arriba, a la que nos tenemos que someter. Someterse a esa ley es el sentido de la vida humana.
La moral, los preceptos, los mandamientos… con su constricción sobre la vida humana, y la consiguiente amenaza de pecado y de condenación, han sido uno de los frentes clásicos de fricción de la religión con el mundo moderno. Durante todo el mundo antiguo, configurado con los patrones del autoritarismo, los imperios, el feudalismo, las monarquías absolutas… el ser humano aceptaba «como lo más natural del mundo» que el «mundo de arriba» era estructuralmente como el de aquí abajo, es decir, un mundo donde está Dios sentado en su trono (como el emperador o el rey o el señor feudal aquí abajo), con su séquito de cortesanos y servidores de la «Corte celestial» (como en la Corte de cualquier rey humano), vigilando el mundo para que se cumplan las órdenes que desde allí se dictan.
San Ignacio de Loyola, como hombre todavía del medievo en su cosmovisión, lo refleja ejemplarmente en su explicación global del sentido de la vida humana, en su meditación central, la del Principio y fundamento (con su castellano medieval): «el hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar dellas, quanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse dellas, quanto para ello le impiden. Por lo qual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados» (Ejercicios espirituales, 23).
No inventó nada nuevo ahí san Ignacio. Expresaba -antológicamente, eso sí- la visión medieval y premoderna de una cosmovisión salvífica estructurada en dos pisos, uno superior (no sólo porque está encima, sino porque es absolutamente superior en su naturaleza), y otro inferior (temporal, pasajero, corruptible, peligroso…). Del piso de arriba viene todo: el Ser, el Amor, la Verdad, la Belleza… y la moral. Una moral pues absolutamente heterónoma, indiscutible, abrumadoramente inapelable, y en ese sentido fácilmente perceptible como constringente y ciegamente obligatoria, ajena a toda explicación justificativa, y en ese sentido opresiva.
El mundo moderno cambió radicalmente. El Ancien Regime del autoritarismo, imperialismo, de la obediencia ciega, del sometimiento omnímodo y a-racional se acabó. Los imperios, reinos y monarquías se acabaron, y aparecieron las repúblicas y las democracias, y los derechos de los ciudadanos (que ya no súbditos). Una moral exterior, pre-establecida, superior, sin justificación, inapelable… es sentida ahora como sofocadoramente opresora.
Con el advenimiento de la modernidad, en todos los campos, el mundo de arriba -el segundo piso que genialmente configuraron los helenistas, con Platón a la cabeza- desaparece, como que se evapora. No hace falta que sea negado, sino que la ciencia, con sus avances, cada día lo desplaza hacia atrás, replegándose en favor del descubrimiento de que todo funciona «etsi Deus non daretur», como si Dios no existiese. El cristiano moderno -el que no sigue viviendo con su cabeza en el mundo premoderno medieval- no puede aceptar aquella visión escindida en dos mundos, por muy espiritual que se presente, sino que pasa a vivir en un mundo nuevo, un mundo único, en la única realidad, sin dos pisos superpuestos.
Esta transformación ya es una realidad en la cultura moderna -por más que muchos cristianos y no pocas religiones sigan viviendo escindidamente entre la vida real de la calle y la vida espiritual dualista de sus representaciones religiosas-. Por eso, muchos cristianos se sienten retrotraídos al mundo de sus abuelos cuando escuchan este tipo de discursos morales «heterónomos», como si continuaran existiendo unos preceptos caídos de lo alto, revelados, y por eso mismo indiscutibles, incuestionables, a los que sólo cabría someterse acríticamente como súbditos del Rey del cielo (de un segundo piso).
El tema es muy profundo, y decisivo para dirimir la diferencia entre un cristianismo de hoy y otro del pasado; aquí sólo podemos evocarlo e invitar a estudiarlo en profundidad. Sugeriremos para ello un libro práctico y pedagógico: Roger LENAERS, Otro cristianismo es posible, Abya Yala, Quito 2008, disponible en la red (http://2006.atrio.org/?page_id=1616).
Para la revisión de vida
¿Cuáles fueron los motivos de moralidad que me transmitieron cuando me educaron? ¿Temor al castigo eterno? ¿Deseo del cielo? ¿Obediencia ciega a mandatos dictados por Dios soberano?
Dice la Iª Carta de Juan: en la plenitud del amor ya no cabe el temor… ¿Cuáles deben ser los nuevos motivos fundamentales de mi buen obrar moral?
Para la reunión de grupo
– ¿Qué es la moral? ¿Y la ética? ¿Cuál es su fundamento?
– ¿Qué es la autonomía y/o la heteronomía de la moral? ¿Qué se quiere decir con ello?
– Si la moral no viene de fuera, ni de arriba… qué quiere decir que no es heterónoma?
– ¿Qué moral es la opuesto a una heterónoma?
– Elaborar las diferencias entre una moral heterónoma y una autónoma.
– ¿Y dónde queda Dios-theos en la moral autónoma?
– Algunos llaman «teónoma» a la moral autónoma. Y lo explican diciendo que el «teo» al que se refieren no es el clásico «dios ahí fuera, ahí arriba», sino la «Divinidad de la Realidad, desde abajo, desde dentro»…
Para la oración de los fieles
– Por nuestra sociedad mundial, en trance de pasar de una moral externa justificada por la revelación y por el temor hacia una moral interna y gratuita, sin amenazas ni avales externos, para que realice suavemente esta transformación…
– Para que también los cristianos nos dejemos influenciar por todo lo bueno que encontramos en la vida de tantos hombres y mujeres, de tantos pueblos y religiones, como algo con lo que Dios nos interpela y nos ayuda a crecer en santidad y en comunión…
– Para que la sociedad humana vaya convergiendo en sus convicciones sobre la dignidad humana, sobre ética básica imprescindible, y en toda sociedad se afiancen sus valores básicos…
– Para que todos los humanos nos sintamos libres, gratuita y gozosamente atados al Bien, a la Verdad, al Amor y la Justicia, como pilares esenciales de nuestra propia naturaleza…
– Para que de la ley natural pasemos a la ley espiritual, de la ley de la naturaleza pasemos a la de la historia, de la ley del pasado pasemos a la ley anticipada del futuro…
Oración comunitaria
* Dios nuestro, que en nuestra tradición judeocristiana nos diste antiguamente una ley revelada, escrita en tablas de piedra y refrendada con la amenaza del castigo tras la muerte. Ayúdanos a pasar a descubrir un nuevo sentido moral, no basado en el temor del castigo ni en la promesa de los premios, sino en el valor mismo de la Verdad y del Bien. Nosotros te lo pedimos inspirados en Jesús, tu Palabra para nosotros.
* Oh Misterio del Ser y de la Vida, que desde los inicios del cosmos has acompañado e impulsado internamente su evolución maravillosa, y que ahora, en el ser humano despliegas su poder co-creativo para reinventar una adecuación nueva de la vida con el corazón del cosmos, por la gratuidad de la Conciencia, la seducción de la Belleza, el Enamoramiento de la Vida… Ayúdanos a estar atentos a esta transformación, y a acomodarnos a ella, dejando caer los miedos y los intereses en la moralización de nuestra vida.
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