Dom 5.2.17. Una luz encendida, sal que conserva y da gusto
Dom 5, ciclo A. Mt 5, 13-16. Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo… Así dijo Jesús a sus discípulos, a modo de afirmación (¡vosotros sois sois!) y de propuesta (¡habéis de ser!). Estas palabras son una promesa de gozo y responsabilidad, pero pueden convertirse en fuente de condena, si no las acogemos y cumplimos.
No se trata de decir que lo somos, sino de serlo. No se trata de imponer a los demás esta pretensión: ¡Nosotros somos la luz…! (como si fuéramos mejores que los otros), sino de ofrecer humildemente un resquicio de luz, como luciérnagas en noche tenebrosa (¡epertargi!), como un poco de sal en la sosa “comida” del mundo.
A veces hemos hecho todo lo contrario: Hemos querido imponer nuestra oscuridad como si fuera luz, apagando luces ajenas… Hemos arrojado sobre otros nuestras sales muertas… Por eso sigo diciendo: No se trata de apagar, sino de alumbrar; no se trata de amargar, sino de saborear y dar gusto. Y esto de un modo sencillo, como si fuera natural, gratuitamente, sin cobrar, sin exigir, sin pasar por encima de nadie.
Vosotros sois la luz, vosotros sois la sal… Ésta es una palabra que Jesús dirige a todos (a vosotros), a los cristianos individuales y a la Iglesia como grupo, para que seamos como la sal que mantiene la vida de la tierra y ofrece su sazón a los alimentos, como la luz que abre espacios de claridad y de sentido.
Ésta ha podido ser una palabra altisonante, como si pudiéramos ir por la calle diciendo “somos mejores que vosotros, tenemos gente más buena, dogmas más altos, iglesias más grandes, más bellas ceremonias, poderes religiosos, más santos….
Pero ésta puede y ha de ser una palabra consoladora… si empezamos a ser de un modo muy sencillo una presencia de luz, una sal para el mundo, nosotros, no unasestructuras exteriores…; nosotros mismos, hablando con nuestra vida, no con sermones hechos, con mentiras repetidas… Nosotros mismos, desnudos y transparentes, desde la luz y la sal del evangelio…, reflejando su gracia, repartiendo su sal.
‒ Ser como la sal… La tierra corre el riesgo de podrirse, porque no tiene sal o porque la tiene mala y excesiva (el Mar Muerto). La sal no vale para sí, sino para conservar y sazonar, para diluirse en el proceso de la vida de la tierra… No sois sal para vosotros, para un grupo pequeño, sino sal para la tierra entera.
‒ Ser luz… Tampoco la luz vale en sí, sino para alumbrar a otros… El peligro de cierta iglesia ha sido petrificar la luz o, mejor dicho, confundiendo su oscuridad con luz, y queriendo imponerla sobre los demás…
Y con esto dejo las consideraciones generales y paso al argumento del evangelio de este domingo, sorprendente y consolador, cercano y exigente. Buen domingo a todos
(tema de mi Diccionario de la Biblia).
Un tema de Mateo
Estos símbolos de la luz y de la sal habían sido utilizados por Marcos (cf. Mc 9, 50; 4, 21), y reutilizados por Lucas por separado, en su contexto antiguo (14, 34-35 y 11, 33). Pero sólo Mateo los ha vinculado y unificado desde la perspectiva de las bienaventuranzas, que habían aparecido como programa mesiánico/sapiencial abierto a todos los hombres y mujeres (Mt 5, 1-12)en tercera persona).
Antes de precisar la aplicación de la nueva “ley” de Jesús vienen estas palabras sobre la experiencia clave de la comunidad, entendida desde la tradición del judaísmo; ellas expresan ahora la identidad más honda de la Iglesia (¡vosotros sois!), en una línea que puede compararse a la de la semilla y la levadura de Mt 13, 31-33:
5 13 Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se desala ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada, sino para ser arrojada afuera y pisoteada por los hombres.14 Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada sobre un monte. 15 Ni encienden una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los de la casa. 16 Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielo.
La sal es un signo ambivalente, es desolación y desierto (como en el Mar de la Sal, Mar Muerto, a poca distancia de Jerusalén), y de condimento alimenticio y componente de los sacrificios (cf. Lev 2, 13). Un texto enigmático de Marcos afirma que «todo será salado en (con) fuego. Buena es la sal. Pero si la sal se desala, ¿con que la sazonareis?» (Mc 9,50). Esta imagen ofrece una interpretación de conjunto de la realidad, partiendo del riesgo de condena que Jesús ha vinculado al rechazo (escándalo) de los pobres.
En ese contexto se sitúa la frase enigmática “todo se salará con fuego” Mc 9, 49), que debió ser comprensible para la comunidad de Marcos, pero que ha planteado pronto dificultades (cf. ComMc 9, 50). Pues bien, en contra de eso Mateo introduce el tema de la sal en un contexto de proclamación mesiánica, presentando a los creyentes (¡vosotros!) como sal de la tierra y luz del cosmos:
‒ Sal de la tierra (to halas tês gês: 5, 13). Esta palabra denota una fuerte autoconciencia de misión de la Iglesia, un compromiso de salvar la tierra, como buena sal, que da sabor y conserva los alimentos. Los cristianos son portadores de un sabor y salvación que han de ofrecer a los demás, no al servicio de sí mismos, pues la sal no vale en sí, sino en cuanto se disuelve y sazona (conserva) los alimentos. Una sal que se desale (5,13: que se vuelve loca, môranthê) se hace inútil. De esta forma dirige Mateo una advertencia a los cristianos, para que no pierdan su fuerza y sean signo de sentido (conservación) para la tierra entera.
‒ Luz del cosmos (to phôs tou kosmou). Mateo ha desarrollado más esta comparación, que proviene de Marcos (ComMc 4, 21; cf. Lc 8, 16), donde tenía una introducción sorprendente (¡no viene la luz…!) y Jn 8, 12 la desarrollará de una forma cristológica (¡yo soy la luz del mundo!), pero Mateo la convierte en una parábola eclesial, en segunda persona: ¡Vosotros sois la luz! La luz es quizá el más poderosos de los símbolos del cosmos, y así aparece en la Biblia como principio de la creación (cf. Gen 1, 2-5. 14-18).
Los israelitas saben que Dios es luz, como muestra desde antiguo el candelabro de los siete brazos, portador y símbolo de un Dios que alumbra a los hombres (Ex 25, 31-35), expresión de los siete días del tiempo (Gen 1) y de los siete espíritus de Dios que llenan todo el universo. Por eso, es normal que los creyentes hayan querido ver a Dios en su misma Luz: «En ti están las fuentes de la Vida y en tu luz veremos la Luz» (Sal 36, 10). De manera significativa, Vida y Luz se identifican: en la Vida de Dios vivimos, en su Luz nos conocemos, siendo de esa forma un resplandor de su presencia (cf. Jn 1, 4-10).
Los israelitas no han divinizado la luz y las tinieblas (como puede hacer un dualismo extremo), sino sólo la Luz, concibiendo las tinieblas como aquello que queda fuera, un contrapunto (una nada) que nos hace comprender mejor la luz, que es en el Todo de todo lo que existe. Ciertamente, en Israel ha existido también desde antiguo una tendencia a dualizar y escindir la realidad, a dividir todas las cosas, haciendo que ellas sean bien y mal, luz y tinieblas, vida y muerte (cf. Dt 30, 19). Pero en sentido radical todo viene del único Dios: La luz y las tinieblas (¡Yo mismo hago la luz y creo las tinieblas! cf. Is 45, 7), de manera que se ha podido afirmar que hay dos espíritus eternos, enfrentados, divididos, como sabe «la guerra de los hijos de la luz contra los hijos de las tinieblas» (cf. Qumrán, Milhama 1QM 1, 1).
((Para esa guerra educa el Instructor de Qumrán a sus esenios: «para amar a todos los hijos de la luz… y para odiar a todos los hijos de las tinieblas, a cada uno según su culpa, en la venganza de Dios» (Regla de la Comunidad 1QS 1, 9-11). Cf. J. Vázquez Allegue, El prólogo de la regla de la comunidad de Qumrán, Verbo Divino Estella 2000.
La oposición entre hijos de luz e hijos de tinieblas se encuentra en el fondo de varios textos del Nuevo Testamento, pero sin dualismo estricto: «Todos vosotros sois hijos de luz e hijos del día. No somos hijos de la noche ni de las tinieblas» (1 Tes 5, 5; cf. Jn 12, 36; Lc 16, 8). Aquí se sitúa la diferencia cristiana.
(a) Algunos dualistas estrictos, como los esenios de Qumrán estaban dispuestos a combatir, incluso en guerra militar, contra los hijos de las tinieblas, que ellos identificaban con los romanos o judíos renegados.
(b) Los cristianos, en cambio, se descubren hijos de luz, pero no para luchar sin más contra los hijos de las tinieblas, sino para alumbrar gratuita y generosamente en las tinieblas)).
En este fondo se sitúa nuestro pasaje que presenta a los creyentes como “luz del mundo”, “ciudad luminosa”, edificada sobre un monte, que no puede ocultarse: «No se enciende una lámpara (lykhnos) para ponerla debajo de un celemín, sino sobre un candelero (lykhnia), para que alumbre a todos los que están en la casa» (cf. Mt 5, 15).
En esa línea, Jesús concibe a sus discípulos como una luz encendida en la altura (¡vosotros sois la luz del mundo!), para que todos vean y puedan caminar con claridad, sin miedo a perderse (cf. Mt 5, 14). De esa manera retoma un motivo importante de la esperanza profética de Israel: «¡Levántate y brilla! Porque ha llegado tu luz, y la gloria de Yahvé ha resplandecido sobre ti. Porque las tinieblas cubrían la tierra; y la oscuridad, los pueblos. Pero sobre ti resplandecerá Yahvé y en ti se contemplará su gloria. Entonces caminarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu aurora» (Is 60, 1-3).
Para los judíos tradicionales, esa “luz que brilla” se identifica con Jerusalén, ciudad mesiánica. Pues bien, Mt 2, 1-12 ha dicho ya que la luz (estrella luminosa) del Rey de los Judíos se ha posado en Belén, sobre la casa de Jesús. Avanzando en esa línea, nuestro pasaje afirma que la luz de Dios se identifica con la comunidad: ¡Vosotros sois”.
Ésta ha sido la tarea de Jesús según Mateo: Él ha creado un pueblo de gente luminosa, una ciudad de personas trasformadas en luz, de manera que alumbran de forma generosa y gratuita, para que todos vean y vivan en concordia. En este contexto no hay lucha de luz contra tinieblas, sino alumbramiento de vida: Que todos puedan ver, porque a todos se regala, de modo generoso, la luz del Cristo.
Mateo volverá a exponer el tema en otros dos contextos muy significativos: (a) Afirmará que la “lámpara” o luz del cuerpo es el ojo, que puede iluminarlo todo, de manera que cuando pierde su luz, se pone (nos pone) al servicio de la mamona (6, 22-24). (b) El camino del Reino se compara con diez muchachas/vírgenes que llevan sus lámparas/luces encendidas esperando la llegada del esposo (Mt 25, 1-3). En ambos casos, la luz tiene un sentido positivo (¡vosotros sois la luz del mundo…!), pero en su fondo late una advertencia: ¡Nosotros podemos apagarla, de manera que nuestra existencia se vuelva inútil. Estas dos imágenes (sal, luz) destacan la misión universal de la Iglesia (cf. 28, 16-20).
Bibliografía:
J. Beutler, Ihr seid das Salz des Landes (Mt 5, 13), en C. Mayer (ed.), Nach den Anfängen fragen (FS Dautzenberg), Giessen 1994, 85-94;
O. Cullmann, Das Gleichnis vom Salz, en Id., Vorträge und Aufsätze 1952-1962, Mohr, Tübingen 1966, 192-201;
J. Jeremias, Die Lampe unter dem Scheffel, en Id., Abba, 99-102;
M. Krämer, Ihr seid das Salz der Erde… Ihr seid das Licht der Welt: MThZ 28 (1977) 133-157;
R. Schnackenburg, Ihr seid das Salz der Erde, das Licht der Welt, en Id., Schriften zum Neuen Testament, Kösel, München 1971, 177-200;
G. Schneider, Das Bildwort von der Lampe: ZNW 61 (1970) 183-209.
Comentarios recientes