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“No hay justicia sin pan a los hambrientos, acogida a los extranjeros, cuidado a los encarcelados…”

Miércoles, 1 de febrero de 2017

imagesDel Blog de Xabier Pikaza:

Las seis tareas principales que han de cumplirse

“No pueden imponerse como ley, pero marcan el sentido de la Justicia”

(Xabier Pikaza Ibarrondo).- … Y sin bebida para los pobres, vestido para los desnudos y curación para los enfermos. Así lo proclama Mt 25,31-46. Este pasaje expone las seis tareas principales de la justicia, pues el evangelio no les llama “obras de misericordia”, como hará la tradición posterior, sino de justicia, en el sentido estricto de la palabra, como seguiré indicando:

Mt 25, 31-46 ofrece así la primera tabla de justicia social (universal), con los derechos y deberes de lo hombres, como indicaré de manera programática, exponiendo luego su sentido:

‒ No hay justicia si los hambrientos no comen… El derecho del hambriento a la comida es anterior a todas las leyes concretas. Un Estado que no se comprometa a alimentar a todos los que tienen hambre no es justo.

‒ No hay justicia si los sedientos no beben… Un Estado que (teniendo medios) no garantiza el agua a todos los ciudadanos no es un Estado de derecho, sino una asociación de delincuentes, al servicio del aprovechamiento social de algunos.

‒ No hay justicia si no se acoge y defiende a los extranjeros. Las formas concretas de hacerlo pueden variar… Pero si un estado no acoge y protege a los extranjeros deja de ser Estado de Derecho, para convertirse, a lo más, a una asociación de egoísmo compartido.

sobramos‒ No hay justicia si no se ofrece vestido (dignidad) a todos. También aquí pueden variar las formas de hacerlo, pero un Estado que no respeta y ofrece dignidad a desnudos (a los disidentes y distintos, a las minorías) termina convirtiéndose en una masa de delincuentes legalizados.

‒ No hay justicia si no se visita-cuida a los enfermos. Si el Estado no toma como prioridad el cuidado de los enfermos deja de ser Estado de Derecho y se convierte en una especie de nazismo más o menos barnizado de racionalidad, que se siente capaz de abandonar o expulsar a los menos fuertes.

‒ No hay justicia si no se visita, cuida y ayuda (re-educa) a los encarcelados. Frente a la ley del talión o la venganza que sigue imperando en muchos estados (y en la conciencia de muchos ciudadanos), un Estado que no es justo con los encarcelados, en línea de acogida y ayuda no es Estado de derecho.

Desde eso fondo he querido desarrollar aquí el argumento principal de mi conferencia en el CMU de Chaminade, Madrid, de la que hablé inicialmente ayer.

Éstas son obras de…

‒ Las “obras de Mt 25, 31-46 son obras de obras de justicia, como dice expresamente el texto, pues aquellos que las cumplen se llaman justos: “Entonces responderán los justos (dikaioi)”, es decir los de la derecha (25, 37), es decir, los que han dado de comer y beber a los necesitados. Al utilizar este lenguaje, el texto asume no sólo toda la tradición de la justicia del Antiguo Testamento (tsedaqa: ayuda a los necesitados), sino todo el mensaje de Jesús en el evangelio de Mateo, a quien podemos llamar el evangelio de la justicia (cf. Mt 5, 20 hasta 23, 23).

Por eso, en sentido estricto, las obras de Mt 25, 31-46 no son de “misericordia” separada, esto es, no tratan de algo que puede o no hacerse (de algo que queda a discreción de los hombres), sino expresión de la justicia de Dios, que se expresa en la vida de los hombres. Eso significa que esos dolores no remediados provienen de la injusticia de los hombres, de manera que el sufrimiento de los encarcelados, en el que culminan los seis males de la humanidad, puede y debe entenderse como signo de máxima injusticia.

justicia-y-pazMás aún, al interpretar esas obras como expresión de la “justicia mesiánica” (que, como hemos visto, está en el fondo de la vida y mensaje de Jesús), aquellos que no las cumplen corren el riesgo de destruirse a sí mismos (de caer en el fuego eterno). En ese contexto, para defender precisamente la misericordia, para darle toda su seriedad, ella debe situase en un contexto más alto de riesgo de juicio: Allí donde los hombres no “cumplen” esas obras, es decir, no se abren al continente de la misericordia, corren el riesgo de destruirse a sí mismo, de destruir la misma humanidad.

‒ Son obras de servicio, es decir, de diakonía, como dice expresamente la pregunta de los “condenados”: ¿Cuándo te vimos hambriento, sediento… y no te servimos” (kai ou diêkonêsamen soi?; 25, 44). No se trata pues de unas obras de tipo más o menos discrecional, sino de servicio interhumano, en el sentido radical de la palabra, en el centro del mensaje de Jesús de la tarea de la Iglesia.

En un sentido extenso, el Nuevo Testamento distingue entre el doulos o esclavo, que sirve por necesidad, es decir, por condición social, el diakonos o siervo, que es un hombre libre, que sirve a otros por su propia voluntad., aunque a veces los matices se solapan. Sea como fuere, Jesús aparece en el Nuevo Testamento como el gran servidor o diakonos, aquel que ha venido a servir a los demás, regalándoles la vida (cf. Mt 20, 28).

Aquí se expresa la gran revelación de este pasaje: El hombre está hecho para “servir a Dios”, sirviendo a los necesitados (en esa lista que va del hambriento al encarcelado), es decir, a los hombres y mujeres de su entorno, en un sentido universal, abierto a toda la humanidad. Servir es dar o, mejor dicho, darse para que el otro viva. Este descubrimiento de la solidaridad universal y del servicio concreto a los demás, como expresión y presencia de Dios (plenitud del hombre) constituye el mensaje central del evangelio.

En esa línea sigue siendo necesaria la advertencia final de juicio, con el riesgo de la destrucción eterna. El hombre es el viviente cuya realidad se expresa en forma de amor activo a los demás, en línea de servicio, de manera que allí donde unos hombres no sirven a los otros (empezando por los padres que sirven a sus hijos…), la misma humanidad corre el riesgo de destruirse a sí mismo. Como he dicho ya, en contra del lema latino fiat lex, pereat mundus (cúmplase le ley, aunque deba hundirse el mundo), hay que elevar aquí el principio más alto: fiat misericordia, ne pereat mundus (hágase misericordia, para que el mundo no pereza)… Los que no hacen misericordia corren el riesgo de perderse a sí mismos.

‒ Son obras de solidaridad y comunión humana, que se realiza a través de una salida (ir donde los necesitados: los enfermos y los encarcelados) y de acogida (de recibir, synagogein, a los extranjeros…). En este contexto evoca la palabra clave de la tradición judeo-cristiana de su tiempo, que es la de recibir y crear espacios de diálogo y convivencia, tal como se realizan especialmente a través de las “sinagogas” (pero no de unas pequeñas sinagogas judías, sino de la gran sinagoga de la humanidad, donde caben todos, empezando por los más pequeños).

La tradición cristiana ha puesto más de relieve la palabra “iglesia”, entendida en sentido más confesional, como asamblea en la que se reúnen los “convocados” y celebran el misterio de Jesús (cf. Mt 16,18 y 18,17). Pero en Mateo (y en la iglesia primitiva) sigue siendo fundamental la experiencia de la “acogida” humana, tal como se expresa por la palabra synagogein, sinagoga.

No se trata, pues, de ayudar simplemente desde fuera (como podría suceder en el caso de dar de comer y de beber), sino de acoger en el propio grupo, formando así comunión humana, un espacio de diálogo integral, superando las divisiones que se van estableciendo entre grupos y grupos. Así lo ha destacado 25, 35. 38. 43, poniendo de relieve la importancia de la “acogida”, como creación de un espacio de convivencia humana. Pues bien, en ese contexto, los que no acogen a los demás corren el riesgo de destruirse a sí mismos.

‒ Son finalmente obras de episcopado, en el sentido también radical de la palabra. Como estamos viendo, en un sentido radical, los representantes del sentido más profundo de la humanidad de Dios son los que sufren, los necesitados (de los hambrientos-sedientos a los enfermos-encarcelados). Pues bien, en sentido activo, los representantes del Dios salvador son los que hacen justicia, sirviendo a los otros y acogiéndoles. No se trata, pues, de dejar que las cosas sean, de dejar que el mundo siga siendo como era, sino de transformarlo desde la misericordia.

En ese contexto ha proclamado Jesús la palabra central del “episcopado”, es decir, del cuidado por los demás, tanto en referencia a los enfermos (me cuidasteis: 25, 35), como en referencia a los enfermos y encarcelados (25, 43), utilizando en ambos casos el verbo episkeptomai (tener cuidado de, ayudar), del que viene el sustantivo episcopos, obispo, que es una especie de “superintendente”, encargado del servicio mutuo en la comunidad. La iglesia posterior reservará el nombre y función de episcopos, obispo, a unos ministros especiales de la comunidad, que están al servicio de ella, en una línea que terminará siendo básicamente ritual y sagrada. Pero en este pasaje todos los seguidores de Jesús están llamados a ser obispos.

En ese sentido, la iglesia entera tiene un carácter “episcopal”, pues todos los cristianos responsables del cuidado de los demás (de los hambrientos, exilados, desnudos…), y en especial, de los enfermos y encarcelados. En esa línea, allí donde unos no cuidan a los otros se destruyen a sí mismos, quedando en manos del puro talión de ley, que se expresa en el infierno. Así culmina el sentido de estas obras que la iglesia posterior ha llamado de “misericordia”, obras que son mesiánicas y humanas (divinas) en el sentido radical de la palabra, pues expresan la presencia activa de Dios en el mundo.

No hay justicia si…

Ciertamente, la justicia legal de los estados y del sistema de “comercio” (mercado) del mundo no reconoce de hecho ni cumple estos seis principios (dar de comer, de beber, acoger a los extranjeros, vestir a los desnudos, cuidar a los enfermos y encarcelados…).

En esa línea podemos afirmar que no es justo el sistema económico mundial (no cumple esos seis principios), ni son justos los grandes estados como USA,China, Rusia a España… porque que presumen de leyes e instituciones judiciales. En principio esos estados, son representantes y defensores de la injusticia organizada.

En su forma actual, los estados de occidente dicen ser “estados de derecho”, que cumplen la justicia. Pero, conforme a la experiencia más honda de la Biblia (y en este caso de Mt 25, 31-46), podemos afirmar que ellos son en general injustos, porque ponen su economía, educación y bienestar al servicio de algunos, no de todos.

Ciertamente, las obras de Mt 25, 31-46 no puede imponerse como ley, por justicia coactiva, pero ellas están en el fondo de la mejor conciencia jurídica de occidente, de manera que quien no las cumple no puede llamarse sin más justo, en un plano personal y social.

Esas obras marcan el sentido de la justicia, tal como ha sido formulada por la Revolución Francesa (libertad, igualdad, fraternidad) y las revoluciones sociales posteriores, como indica la Declaración de los Derechos Humanos (derecho a la educación, al alimento, a la casa, al trabajo y la asistencia sanitaria etc.) de manera que podría decirse:

‒ No hay justicia si los hambrientos no comen… El derecho del hambriento a la comida es anterior a todas las leyes concretas y a todas las normas de justicia estatal o social, como reconocen la misma declaración de los derechos humanos. Esto era algo inconcebible dentro de una justicia entendida en clave en clave grecolatina.

En esa línea, hay que afirmar que un Estado que no se comprometa a alimentar a todos los hambrientos no es justo no es justo, aunque diga ser un Estado legal. El problema de fondo es saber si hoy (año 2017) existe un Estado Legal, en ese sentido, capaz de garantizar la comida a todos los hambrientos, o si el poder real está en manos de un orden económico que no tiene en cuenta a los hambrientos, en contra del principio de la justicia misericordiosa de Mt 25, 31-46.

‒ No hay justicia si los sedientos no beben… Un Estado que (teniendo medios) no garantiza el agua a todos no es un Estado de derecho, sino una asociación política, al servicio del aprovechamiento social de algunos.

Pero también aquí el problema está en saber si el Estado (todos los estados) tienen medios para garantizar el agua para todos los necesitados, o si el Estado ha hecho dejación de autoridad, pues el tema real del agua, como el de la comida, no depende ya de un estado concreto, sino de la economía mundial. Sea como fuere, allí donde una serie de hombres y mujeres no tienen acceso al agua no puede hablarse de justicia real sobre el conjunto de la tierra.

‒ No hay justicia si no se acoge y defiende a los extranjeros. Las formas concretas de hacerlo pueden variar, pero si una determinada formación política no acoge y protege a los extranjeros deja de ser Estado de Derecho, para convertirse, a lo más, a un grupo de justicia particular. Conforme a Mt 25, 31-46, el que dice “tuve hambre…, fui extranjero” no es el miembro concreto de un Estado, sino un hombre o mujer sin más, por encima de los estados concretos.

En esa línea, conforme a Mt 25, 31-46 una justicia estatal que no reconoce el derecho de los extranjeros ni les ofrece unos espacios de acogida no es justo, de manera que los individuos concretos (los grupos humanos) pueden elevarse en contra de ese Estado, pues los derechos y deberes de cada persona están por encima del mismo Estado.

‒ No hay justicia si no se garantiza vestido (dignidad) a todos los hombres. Las formas de hacerlo serán también distintas, en cada circunstancia, pero la dignidad (vestido, educación) de los desnudos o desprotegidos ha de ser principio, fuente de inspiración, de toda justicia, de manera que está por encima de las leyes particulares de un Estado o del mismo orden económico mundial.

En ese sentido, las obras de misericordia/justicia que se deben a cada ser humano en cuanto necesitado tienen prioridad sobre todas las leyes particulares de la economía mundo o de los estados. En esa línea podemos afirmar que no existe Estado de derecho (es decir, un Estado justo) si no se compromete a cumplir esos principio (ofrecer alimento, acogida, dignidad, servicio sanitario y espacio de reeducación) a los necesitados (hambrientos, extranjeros, enfermos, encarcelados). El Estado ha de estar al servicio de eta justicia superior, y no a la inversa.

‒ No hay justicia si no se visita-cuida a los enfermos. Si el Estado, que asume la autoridad legal sobre un territorio y/o grupo de personas no toma como prioridad el cuidado de los enfermos deja de ser Estado de Derecho y se convierte en una institución para el servicio particular de algunos privilegiados o del sistema económico.

Ciertamente, no todos los estados del mundo reconocen este principio “supra-legal”, de manera que algunos (como USA) tienden a dejar el servicio sanitario en manos del dinero de los particulares (condenando a los pobres a la enfermedad y a la muerte). Pero ese principio ha sido fijado de una vez y para siempre en Mt 25, 31-46, como fuente y base de toda ley particular, de manera que allí donde no se cumple los hombres corren el riesgo de destruirse a sí mismo.

‒ No hay justicia si no se visita, cuida y ayuda (re-educa) a los encarcelados. Frente a la ley del talión o la venganza que sigue imperando en muchos lugares, un Estado que no ponga de relieve la exigencia de visitar (de acompañar, cuidar…) los encarcelados, en línea de acogida y ayuda, no es Estado de derecho, termina siendo injusto.

En esa línea, unas acciones y gestos que en otro tiempo se concebían como pura misericordia han de concebirse hoy como obras de justicia, como había presentido Mt 25, 31-46 al llamarlas obras de justicia. Según eso, unos gestos que en otro tiempo aparecían como “religiosos” han venido a convertirse en expresiones de justicia racional, dentro de un Estado concebido como defensor de los derechos de todos los ciudadanos.

Fuente Religión Digital

Cristianismo (Iglesias), Espiritualidad , ,

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