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Dichoso el que es humano y no deshumaniza a los demás

Domingo, 29 de enero de 2017

sermon-monteMt 5, 1-12

Para entender las bienaventuranzas, debemos recordar lo que dijimos el domingo pasado. Para todo el que no haya tenido esa experiencia interior, las bienaventuranzas son un sarcasmo. Es completamente absurdo decirle al pobre, al que pasa hambre, al que llora, al perseguido, ¡Enhorabuena! Intentar explicarlas racionalmente es una quimera, pues están más allá de la lógica. Es el mensaje más provocativo del evangelio.

Sobre las bienaventuranzas se ha dicho de todo. Para Gandhi eran la quintaesencia del cristianismo. Para Nietzsche son una maldición, ya que atentan contra la dignidad del hombre. ¿A qué se debe esta abismal diferencia? Muy sencillo. Uno habla desde la mística (no cristiana). El otro pretende comprenderlas desde la racionalidad: y desde la razón, aunque sea la más preclara de los últimos siglos, es imposible entenderlas.

Sería un verdadero milagro hablar de las bienaventuranzas y no caer, en demagogia barata para arremeter contra los ricos, o en un espiritualismo que las deja completamente descafeinadas. Se trata del texto que mejor expresa la radicalidad del evangelio. La formulación, un tanto arcaica, nos impide descubrir su importancia. En realidad lo que quiere decir Jesús es que seríamos todos mucho más felices si tratáramos de desarrollar lo humano en vez de obsesionarnos con las necesidades materiales.

Mt las coloca en el primer discurso programático de Jesús. No es verosímil que Jesús haya comenzado su predicación con un discurso tan solemne y radical. El escenario del sermón nos indica hasta qué punto lo considera importante. El “monte” está haciendo clara referencia al Sinaí. Jesús, el nuevo Moisés, que promulga la “nueva Ley”. Pero hay una gran diferencia. Las bienaventuranzas no son mandamientos o preceptos. Son simples proclamaciones que invitan a seguir un camino inusitado hacia la plenitud humana.

No tiene importancia que Lc proponga cuatro y Mt nueve. Se podrían proponer cientos, pero bastaría con una, para romper los esquemas de cualquier ser humano. Se trata del ser humano que sufre limitaciones materiales o espirituales por caprichos de la naturaleza o por causa de otro, y que unas veces se manifiestan por el hambre y otras por las lágrimas. La circunstancia concreta de cada uno no es lo esencial. Por eso no tiene mayor importancia explicar cada una de ellas por separado. Todas dicen exactamente lo mismo.

La inmensa mayoría de los exegetas están de acuerdo en que las tres primeras bienaventuranzas de Lc, recogidas también en Mt, son las originales e incluso se puede afirmar con cierta probabilidad que se remontan al mismo Jesús. Parece que Mt las espiritualiza, no sólo porque dice pobre de espíritu, y hambre y sed de justicia, sino porque añade: bienaventurados los pacíficos, los limpios de corazón etc.

La diferencia entre Mt y Lc desaparece si descubrimos qué significaba en la Biblia, “pobres” (anawim). Sin este trasfondo bíblico, no podemos entenderlos. Con su despiadada crítica a la sociedad injusta, los profetas Amos, Isaías, Miqueas, denuncian una situación que clama al cielo. Los poderosos se enriquecen a costa de los pobres. No es una crítica social, sino religiosa. Pertenecen todos al mismo pueblo cuyo único Señor es Dios; pero los ricos, al esclavizar a los demás, no reconocen su soberanía.

Después del destierro se habla del resto de Israel, un resto pobre y humilde. Los pobres bíblicos son aquellas personas que, por no tener nada ni nadie en quien confiar, su única escapatoria es confiar en Dios, pero confían. El “resto” bíblico es siempre el oprimido, el marginado, el excluido de la sociedad. Incluía a los que llamaríamos socialmente pobres: a pobres, enfermos, poseídos, impuros, marginados, etc.

La diferencia entre pobre sociológico y pobre teológico no tiene sentido, cuando nos referimos a los evangelios. En tiempo de Jesús no había separación posible entre lo religioso y lo social. Las bienaventuranzas no están hablando de la pobreza voluntaria aceptada por los religiosos a través de un voto. Está hablando de la pobreza impuesta por la injusticia de los poderosos. Los que quisieran salir de su pobreza y no pueden. Serán bienaventurados si descubren que nada les puede impedir ser plenamente humanos.

Otra trampa que debemos evitar al tratar este tema es la de proyectar la felicidad prometida para el más allá. Así se ha interpretado muchas veces en el pasado y aún hoy lo he visto en algunas homilías. No, Jesús está proponiendo una felicidad para el más acá. Aquí, puede todo ser humano encontrar la paz y la armonía interior que es el paso a una verdadera felicidad, que no puede consistir en el tener y consumir más que los demás.

Esta reflexión nos abre una perspectiva nueva. Ni el pobre ni el rico se puede considerar aisladamente. La riqueza y la pobreza son dos términos correlativos, no existiría una sin la otra. Es más, la pobreza es mayor cuanto mayor es la riqueza, y viceversa. Si desaparece la pobreza, desaparecerá la riqueza. Tal vez la irracionalidad de los ricos es que queremos que desaparezca la pobreza manteniendo nosotros nuestra riqueza. Es imposible. La predicación de hoy está abocada al fracaso.

Las bienaventuranzas quieren decir: es preferible ser pobre, que ser rico opresor; es preferible llorar a hacer llorar al otro. Es preferible pasar hambre a ser la causa de que otros pasen hambre. Dichosos no por ser pobres, sino por no empobrecer a otro. Dichosos, no por ser oprimidos, sino por no ser opresores. El valor supremo no está en lo externo sino dentro. Hay que elegir entre la confianza en el placer o la confianza en Dios.

Ahora bien, si el ser pobre es motivo de dicha, por qué ese empeño en sacar al pobre de la pobreza. Y si la pobreza es una desgracia, por qué la disfrazamos de bienaventuranza. Ahí tenemos la contradicción más radical al intentar explicar racionalmente las bienaventuranzas. Pero por paradójico que pueda parecer, la exaltación de la pobreza que hace Jesús, tiene como objetivo el que deje de haber pobres. El enemigo del Reino de Dios es la ambición, el afán de poder. Recordad: “no podéis servir a Dios y al dinero”.

Las bienaventuranzas nos están diciendo que otro mundo es posible. Un mundo que no esté basado en el egoísmo sino en el amor. ¿Puede ser justo que yo esté pensando en vivir cada vez mejor (entiéndase consumir más), mientras millones de personas están muriendo, por no tener un puñado de arroz que llevarse a la boca? Si no quieres ser cómplice de la injusticia, escoge la pobreza, entendida como gastar lo imprescindible. Piensa cada día lo que puedes hacer por los que te necesitan aunque te cueste algo.

Meditación

Dichosos los que se conforman con poco, porque en ellos reina Dios.
Si en vez de acaparar, reparto, entro en el ámbito de lo divino.
Si pongo mi felicidad en el consumir, olvido mi verdadero ser.
Acaparar lo que otros necesitan para vivir, es negarles la vida.
Pero es también impedir la verdadera Vida.
Compartir lo que tengo con el que lo necesita, me hace más humano.
Pero es también dar al otro la posibilidad de hacerse más humano.
Solo hay un camino hacia la plenitud: el servicio.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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