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El Reinado de Dios depende de mí

Domingo, 22 de enero de 2017

cristoy-jovenMt 4, 12-23

Desde el punto de vista teológico, es muy importante para Mt dejar claro que Jesús comienza su actividad lejos de Judea, de Jerusalén, del templo, de las autoridades religiosas. Quiere desligar la actividad de Jesús de toda posible conexión con la institución. Quiere dejar claro que la predicación de Jesús es continuación de la de Juan. También queda reflejada otra obsesión de Mt. Estamos al comienzo del evangelio y ya ha repetido seis veces: “Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura”.

No hemos tenido suficientemente claro que Jesús nunca se predicó a sí mismo, sino que el centro de su mensaje fue siempre el “Reinado de Dios”. Es verdad que él se identificó totalmente con ese Reino, pero es muy conveniente tratar de ver la diferencia. La predicación de Jesús es fruto de una profunda experiencia humana. La importancia de Jesús estriba en que fue la más fiel manifestación del Reino que es Dios.

Mt habla de “el Reino de los Cielos”, los demás evangelis­tas y también alguna vez Mt, hablan de “el Reino de Dios”; con las dos fórmulas se quiere expresar la misma realidad. A los judíos les resultaba violento emplear la palabra Dios, por eso empleaban circunloquios para evitarla. Uno de ellos era esta expresión “los Cielos”. Sería el ámbito de lo divino, la divinidad. En los escritos más tardíos del NT se habla ya del Reino de Cristo. Expresión muy peligrosa porque nos induce pensar que Jesús es la meta.

Hoy podemos asegurar que el núcleo de la predicación de Jesús, fue “El Reinado de Dios”. Es curioso que Mt pone en boca de Jesús, al iniciar su predicación, exactamente la misma frase que había puesto en boca de Juan Bautista: “Arrepentíos, está cerca el Reino de los Cielos”. Esto no quiere decir que la predicación de Juan y de Jesús sea idéntica. Juan entiende la frase desde la perspectiva del AT. Jesús le da una significación nueva. Juan pone el énfasis en el arrepentimiento. Jesús acentúa la presencia liberadora de Dios. Lo contrario del Reino de Dios no es el reino de Herodes sino el “ego-ismo”.

Convertíos porque está cerca el reino de los cielos. La primera palabra es ya una dificultad. El primer significado de “metanoeo” es cambiar de opinión, y también rectificar y de ahí, cambiar de mentalidad, cambiar de rumbo. Al traducirlo por arrepentirse, damos por supuesto que la actitud anterior era pecaminosa. Pero también se puede cambiar de una opinión buena a otra mejor. Por no tener esto en cuenta, damos por supuesto que sólo se tiene que convertir el “pecador”.

Convertirse es rectificar la dirección que llevo, cuando me he dado cuenta de que la meta no está en la dirección que mantengo sino en otra. El esfuerzo debe orientarse a descubrir lo que me hace más humano, que es la meta. Debemos tener en cuenta que muchas veces no es posible descubrir que una senda es equivocada, hasta que no la hemos recorrido. Por eso el rectificar es de sabios como decían los antiguos.

Es muy difícil concretar lo que entendió Jesús por Reino de Dios. Nunca se explica su significado en los evangelios. Seguramente ese significado se irá desvelando a través de toda su vida. Es muy probable que partiera del significado que tenía para los judíos de su tiempo y que se fuera enriqueciendo con su experiencia. También es muy probable que pensara en una llegada inmediata de ese Reino. La palabra griega “basileya” se refiere en primer lugar, al poder ejercido por el soberano, no al territorio ni a los súbditos. Sería más acertado traducirlo por “Reinado de Dios”.

Es imposible entender esta expresión si no salimos de la idea de un dios soberano, todopoderoso que desde su trono del cielo gobierna el universo entero. Mientras no superemos ese dios arcaico, no habrá manera de entender el mensaje de Jesús. Dios es Espíritu. Cuando decimos: “reina la paz”, “reina la oscuridad” o “reina el amor”, no pensamos en entes que están dominando alguna parte de la realidad sino en un ambiente, en un medio inmaterial en el que se desarrolla la realidad.

Reinado de Dios, quiere decir que el ser humano debe desarrollarse por lo que tiene de espiritual, que el ámbito de lo divino está presente en lo humano y constituye su atmósfera y su fundamento propio. El Reino es una atmósfera en que las relaciones verdaderamente humanas conmigo mismo, con los demás, con las cosas son posibles. Juan Dijo: “Él bautizará con Espíritu Santo”. Siempre que el hombre se deja mover por el Espíritu y actúa desde él, está haciendo presente el Reino, lo divino.

No se trata de que Dios en un momento determinado de la historia haya decidido establecer una relación nueva con los hombres. Con la venida de Jesús no ha cambiado nada por parte de Dios. Él ha estado siempre inundándolo todo. Lo que ha cambiado es la toma de conciencia de esa realidad y la actitud de los hombres ante ella. Entrar en el Reino es tomar conciencia de esa realidad de Dios en mí e inmediatamente actuar en consecuencia. La dinámica del Reino se despliega de dentro a fuera.

En el evangelio de hoy está muy clara esta dinámica. Primero propone lo que Jesús decía, pero termina el relato diciendo que, eso que decía, lo practicaba. “Y recorría toda Galilea enseñando en la sinagogas y proclamando el Evangelio del Reino, curando todas las enfermedades y dolencias del pueblo”. Un cristianismo que no me empuje a darme a los demás, no tiene nada que ver con Jesús. El Reino se manifiesta en el que “cura”, no en el curado. Es Jesús el que hace presente a Dios, no el cojo o el ciego cuando dejan de serlo.

El Reinado de Dios, significa la radical fidelidad y entrega de Dios al hombre. Por lo tanto la realidad primera de ese Reino la constituye Dios que se derrama y se funde con cada ser humano. No es una realidad que hace referencia en primer lugar al hombre, sino a Dios. El hombre debe descubrirla y vivirla. Dios no hace un favor al hombre, sino que responde a su ser, que es amor. Esto es un evangelio, es decir, una “buena noticia”.

El hombre, para ser fiel a Dios no tiene que renunciar a sí mismo, al contrario, la única manera de ser él mismo, es descubrir lo que Dios es en él. Por eso no puede haber otra perspectiva para el ser humano. En cuanto pone su fin fuera de Dios (fuera de sí mismo), el hombre falla estrepitosamente a su verdadero ser. Ya no hay posibilidad de ser fiel ni a Dios ni a sí mismo, de una manera extrínseca, cumpliendo unas órdenes que vienen de fuera. Solamente si soy fiel a mí mismo puedo ser fiel a Dios.

Meditación

¿Arrepentirse o rectificar?
Es muy difícil entrar en la dinámica de conversión
sin caer en el sentimiento de culpabilidad.
El punto de partida es una toma de conciencia:
Soy un diamante, pero lleno de impurezas adheridas.
El valor absoluto ya está ahí, aunque camuflado.
Mi tarea es limpiar, tallar, pulir; pero nada que añadir.
Está ya todo ahí, porque está Dios.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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