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Éste es el Cordero de Dios.

Domingo, 15 de enero de 2017
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El Cordero

Oh Corderillo, ¿quién te ha hecho?
¿Aún no sabes quién te ha hecho?
Te ha dado vida y alimento
junto al arrollo y sobre el prado;
te ha dado ropas deliciosas,
suavísima lana brillante;
y te ha dado una voz tan tierna
que el valle todo se alboroza.
Oh Corderillo, ¿quién te ha hecho?
¿Aún no sabes quién te ha hecho?

Oh Cordero, yo he de decirlo,
Oh Cordero, yo he de decirlo:
se llama por tu mismo nombre,
pues que Cordero a sí se llama:
es apacible y bondadoso,
de un niño tuvo la apariencia:
a nosotros, niño y cordero,
por su nombre nos llaman todos.
Cordero que Dios te bendiga.
Cordero que Dios te bendiga.

*

William Blake
The Lamb

*
Agnus*

Hambre de ti

«Amor de Ti nos quema,
blanco Cuerpo».
Unamuno

Hambre de Ti nos quema, Muerto vivo,
Cordero degollado en pie de Pascua.

Sin alas y sin áloes testigos,
somos llamados a palpar tus llagas.

En todos los recodos del camino
nos sobrarán Tus pies para besarlas.

Tantos sepulcros por doquier, vacíos
de compasión, sellados de amenazas.
Callados, a su entrada, los amigos,
con miedo del poder o de la nada.

Pero nos quema aun tu hambre, Cristo,
y en Ti podremos encender el alba.

*

Pedro Casaldáliga
El Tiempo y la espera.
Editorial Sal Terrae, Santander 1986

***

En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó:

“Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es aquel de quien yo dije: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo.” Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel.”

Y Juan dio testimonio diciendo:

“He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo.” Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.”

*

Juan 1, 29-34

***

***

 

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“Con el fuego del Espíritu”. 2 Tiempo ordinario – A (Juan 1,29-34)

Domingo, 15 de enero de 2017
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09-02-to-a-600x873Las primeras comunidades cristianas se preocuparon de diferenciar bien el bautismo de Juan, que sumergía a las gentes en las aguas del Jordán, y el bautismo de Jesús, que comunicaba su Espíritu para limpiar, renovar y transformar el corazón de sus seguidores. Sin ese Espíritu de Jesús, la Iglesia se apaga y se extingue.

Solo el Espíritu de Jesús puede poner más verdad en el cristianismo actual. Solo su Espíritu nos puede conducir a recuperar nuestra verdadera identidad, abandonando caminos que nos desvían una y otra vez del Evangelio. Solo ese Espíritu nos puede dar luz y fuerza para emprender la renovación que necesita hoy la Iglesia.

El papa Francisco sabe muy bien que el mayor obstáculo para poner en marcha una nueva etapa evangelizadora es la mediocridad espiritual. Lo dice de manera rotunda. Desea alentar con todas sus fuerzas una etapa «más ardiente, alegre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin, y de vida contagiosa». Pero todo será insuficiente «si no arde en los corazones el fuego del Espíritu».

Por eso busca para la Iglesia de hoy «evangelizadores con Espíritu» que se abran sin miedo a su acción y encuentren en ese Espíritu Santo de Jesús «la fuerza para anunciar la verdad del Evangelio con audacia, en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente».

Según el papa, la renovación que quiere impulsar en el cristianismo actual no es posible «cuando la falta de una espiritualidad profunda se traduce en pesimismo, fatalismo y desconfianza», o cuando nos lleva a pensar que «nada puede cambiar» y, por tanto, que «es inútil esforzarse», o cuando bajamos los brazos definitivamente, «dominados por un descontento crónico o por una acedia que seca el alma».

Francisco nos advierte que «a veces perdemos el entusiasmo al olvidar que el Evangelio responde a las necesidades más profundas de las personas». Sin embargo no es así. El papa expresa con fuerza su convicción: «No es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con él que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra […] no es lo mismo tratar de construir el mundo con su Evangelio que hacerlo solo con la propia razón».

Todo esto hemos de descubrirlo por experiencia personal de Jesús. De lo contrario, dice el papa, a quien no lo descubre, «pronto le falta fuerza y pasión; y una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie». ¿No estará aquí uno de los principales obstáculos para impulsar la renovación querida por el papa Francisco?

José Antonio Pagola

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“Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Domingo 15 de enero de 2017 Domingo 2º del tiempo ordinario, ciclo A

Domingo, 15 de enero de 2017
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10-ordinarioa2Leído en Koinonia:

Isaías 49,3.5-6: Te hago luz de las naciones, para que seas mi salvación.
Salmo responsorial: 39: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
1Corintios 1,1-3: La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesús sean con vosotros.
Juan 1,29-34: Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.

Las lecturas de este domingo tienen como eje transversal la invitación de Dios a toda la humanidad a asumir como propio el proyecto del Reino, de retarle, en libertad y sinceridad, a una manera nueva ser hombre y mujer, de ser creación y sociedad. El texto que leemos en la primera lectura forma parte del segundo Cántico del Siervo (Is 49,1 – 50,7) en el que se identifica al pueblo de Israel como el servidor de Dios; este Israel mencionado aquí no representa la totalidad del pueblo de Dios, sino que, tal vez, se refiera a aquella pequeña comunidad creyente desterrada en Babilonia, a ese grupo reducido que mantiene viva la esperanza y la fe. Ese grupo que, a pesar de estar lejos de su tierra, mantiene su confianza en Yahvé es el que traerá la salvación a todo el pueblo de Israel y al mundo entero, pues Dios ha puesto sus ojos en él y le ha asignado la misión de expresar a toda la creación su deseo más profundo: salvar a todos sin excepción. El profeta que escribe este cántico marca una gran diferencia en cuanto a la comprensión de la salvación prometida por Yahvé; siendo el tiempo del exilio, el profeta anuncia una salvación para todas las naciones, no únicamente para el pueblo de Israel.

Pablo inicia su carta confirmando la universalidad del Reino de Dios; expresando que el mensaje de salvación es para todos los que en cualquier lugar -y tiempo- invocan el nombre de Jesucristo. Este saludo es dirigido a los cristianos de Corinto; sin embargo, por la manera solemne en que Pablo escribe (a la Iglesia de Dios de Corinto), se puede afirmar que el apóstol se está refiriendo a la única y universal Iglesia de Cristo, que se hace presente históricamente en los creyentes de Corinto. Es decir, que aunque Pablo escriba de manera particular a esta comunidad, su mensaje desborda los límites de espacio y tiempo, adquiriendo en todo momento actualidad y relevancia, pues es una Palabra dirigida a la humanidad entera. Hombres y mujeres hemos recibido la gracia de ser hijos de Dios, por medio de Jesús; hemos sido consagrados por Dios para realizar en nuestras vidas la “vocación santa”, que en nuestro lenguaje correspondería a la “misión” de hacer presente, aquí y ahora, el reino de Dios: hacer de este mundo un lugar más justo y solidario, menos violento y destructor, más libre y fraterno. Quien asume como modo normal de vida este horizonte liberador está invocando el nombre de Jesús.

El evangelio de Juan manifiesta la universalidad de la salvación de Dios por medio de la vida y misión de Jesús de Nazaret, visto éste como cordero de Dios, que se sacrifica, se entrega obedientemente a la voluntad del Padre para salvar de la muerte (del pecado) a toda la Humanidad… Jesús es el enviado del Padre, el ungido por el Espíritu de Dios, el servidor de Yahvé del profeta Isaías (49,3) que tiene como especial misión establecer en el mundo la justicia del reino; es quien verdaderamente trae la salvación de Dios a la humanidad. Juan el Bautista ya había comprendido su propia misión y la misión de Jesús; por tal razón el profeta del desierto dice que detrás de él viene alguien más importante que él, pues el que viene es el Mesías, una Palabra nueva de Dios para el mundo. El Bautista reconoce a Jesús como el Hijo de Dios, y por eso da testimonio de él. Y lo hace -lo recoge así el evangelio de Juan-, con las imágenes de aquel tiempo, unas imágenes que hace mucho tiempo se quedaron sin base y que han perdido incluso parte de su inteligibilidad.

En efecto, hablar de Cordero de Dios, sacrificado, que expía nuestros pecados, que quita «el pecado del mundo» con su sangre, que nos «redime»… es hablar en unas categorías que hoy sólo podemos conocerlas por estudio histórico-bíblico, por cultura especializada religiosa, pero que no se pueden captar en nuestra vida diaria por simple sentido común, por una evidencia que se respira en subconsciente colectivo social, como han de ser captadas las buenas imágenes, las imágenes que están vivas, no las que ya murieron aunque sigan siendo leídas o repetidas. Una tarea pendiente de la comunidad creyente hoy es testimoniar ese encuentro profundo con Jesús con unas metáforas nuevas, para que expresen y comuniquen ese encuentro, que sólo de esa manera se concretizará en una vida fundada entregada al amor, a la Justicia y a la comunión con Naturaleza.

(Recordemos que el lenguaje religioso es siempre metafórico, y que las metáforas no describen la realidad, sino que la aluden simbólicamente, con frecuencia de un modo inexpresable en conceptos. El lenguaje religioso no es de ideas «claras y distintas», como tantas veces ha confundido la teología dogmática, pensando que está describiendo una realidad religiosa ontológica que está ahí como un ob-jeto que puede ser descrito objetivamente… El lenguaje religioso es más bien como la poesía: nos habla con metáforas, imágenes, símbolos… que muchas veces evocan nuestro subconsciente, personal y colectivo. Jesús no puede ser el cordero de Dios, porque no es, en absoluto, un cordero… Sin embargo, para los cristianos de aquel tiempo, decir que lo era, resultaba una afirmación religiosa conmovedora, porque evocaba un gran conjunto de sentimientos, tradiciones, doctrinas, imágenes, etc. Traducir aquella expresión no es traducirla a nuestro idioma actual, sino encontrar genialmente una correspondencia válida con otra imagen o imágenes que pudieran expresar una vivencia religiosa semejante a la que suscitaba esa expresión en aquel tiempo. Pero esto no es fácil hacerlo –si es que es realmente posible–. Mientras, lo que podemos/debemos hacer es no «»idolatrar aquellas expresiones antiguas, no sentirnos atados, y ser suficientemente creativos para aportar nuestro granito de arena al desarrollo del lenguaje religioso, que también es nuestra responsabilidad). Leer más…

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Dom 15.1.17. Juan Bautista dijo “éste es el cordero de Dios”… y Jesús les dió a comer su pan

Domingo, 15 de enero de 2017
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15941244_718912258285969_8180124396911989245_nDel blog de Xabier Pikaza:

Domingo 2, tiempo ordinario. Ciclo A. Jn 1, 29-34. Comienza un nuevo ciclo litúrgico, el tiempo ordinario del año 2017, animado por el Evangelio de Mateo, pero que empieza con una imagen fuerte de Juan Bautista (recogida por Juan Evangelista), retomando el motivo del domingo anterior (Bautismo de Jesús), que hoy aparece con el signo de el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

— Juan Bautista dice, con una palabra del Antiguo Testamento, que Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo… como si él tuviera que morir sacrificado, ante el altar de la “ira” de Dios, para así reparar los pecados.

— Pero el evangelio de Juan sabe y dice que Jesús no es cordero sacrificado ante la ira de Dios, sino el mismo Dios hecho pan compartido… De esa forma pasa y nos hace pasar el Antiguo al Nuevo Testamento.

Sea como fuere, este signo del cordero-pan (que es Dios) ha marcado y sigue marcando de forma poderosa la conciencia de los cristianos que, en general, seguimos estando en el Antiguo Testamento (con Juan Bautista) más que en el Nuevo Testamento de Jesús (y del evangelio de Juan). Por eso quiero destacar hoy tres motivos principales:

a. Éste es un signo teológico, que nos sitúa ante e el sentido del “sacrificio”: Cierta Iglesia cristiana ha seguido pensando muchas veces en claves de “expiación” (de reparación sangrienta), como si el cordero inocente tuviera que morir para que Dios quede satisfecho. No ha pasado del Antiguo Testamento.

b. Este signo tiene una inmensa importancia litúrgica: En todas las misas, tras el recuerdo de la Cena de Jesús (de la “consagración”), se repite: Cordero de Dios… Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo ¡dichosos los llamados a la Cena del Señor! También aquí corremos el riesgo de estar en el Antiguo de los sacrificios para aplacar a Dios más que en el Nuevo Testamento de la gracia. De todas formas, algo muy importante ha cambiado: ¡Decimos Cordero de Dios que quita el pecado del mundo… y tomamos una porción de y lo compartimos, en nombre de Jesús!

c. El tercero es un motivo de conciencia cristiana. ¿Se puede hoy creer en el valor del “sacrificio” (de la muerte del cordero para? para hablar de Dios? Hace cinco siglo, Lutero puso una interrogación sobre el sacrificio… hoy seguimos con el mismo tema.

15895094_718914604952401_1532088971065685503_nCiertamente, no puedo resolver esos y otros temas, pero quiero y debo plantearlos, con ocasión de este domingo, para situar mejor el tema del “sacrificio o no-sacrificio”, de la institución de la nueva alianza y de la expiación (si es que hay tal expiación…).

En esa línea me limito a evocar algunos rasgos del signo del Cordero en el conjunto de la Biblia y, sobre todo, en el Nuevo Testamento, partiendo de la entrada correspondiente de mi Gran Diccionario de la Biblia (Verbo Divino, Estella 2015).

Los mismos lectores del blog sabrán sacar las consecuencias y trazar las aplicaciones de este símbolo, uno de más ricos y problemáticos de la Biblia y de la historia cristiana.

Texto: Jn 1, 29-34

En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó:
Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es aquel de quien yo dije: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo.” Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel.”

Y Juan dio testimonio diciendo: “He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo.”

Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.

El signo del Cordero. Acepciones principales

El cordero es para el Antiguo Testamento el animal sagrado (sacrificial) por excelencia. El Nuevo Testamento le vincula con Jesús, «cordero de Dios que quita los pecados del mundo» (cf. Jn 1, 29. 36), viniendo a convertirse de esa forma en un símbolo unificador del conjunto de la Biblia. Estos son algunos de los textos y figuras con los que puede vincularse ese Jesús, cordero de Dios.

(1) Cordero de la Aquedah o ligadura de Isaac. Aparece vinculado al sacrificio de Isaac, al que sustituye (Gen 22, 7-8). Desde ese fondo aparece, con frecuencia, como signo de la vida humana, en esa línea se puede afirmar que Dios «perdonó» a Isaac, pero nos ha ofrecido la vida de su Hijo, como auténtico cordero salvador (cf. Rom 8, 32).

(2) Cordero pascual. Cuando salieron de Egipto, los hebreos sacrificaron el cordero y con su sangre pintaron el dintel y jambas de sus puertas, de manera que el ángel exterminador pasara de largo ante sus casas, sin matar sus primogénitos (Ex 11, 2-14). Por eso, ellos siguieron comiendo por los siglos el cordero de la pascua, en memoria del paso del Señor, en actitud de agradeci¬miento. Este es el cor¬dero que les permitía caminar hacia la libertad, manteniéndoles en vida en medio del de gran riesgo de la muerte; era señal de Dios sobre la tierra.

(3) Cordero profético: Siervo de Yahvé. Al lado del cordero pascual influye la experiencia del cordero manso, que no se opone, ni combate, no se enfrenta con sus carniceros. Desde ese fondo, perseguido por sus enemigos, Jeremías se ha mirado a sí mismo como un «manso cordero llevado al matade¬ro» (Jer 11, 19). En esa línea avanza Segundo Isaías, cuando presenta al Siervo de Yahvé como cordero:

«El Señor cargó sobre él nuestros crímenes. Maltratado, se humillaba y no abría la boca: como cordero llevado al matadero, ¬como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia se lo llevaron ¿Quién meditó en su destino? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirie¬ron» (Is 53, 6 8). Este pasaje misterioso ha servido de reflexión para generaciones de creyentes, judíos y cristianos.

(4) Cordero mesiánico. El texto más significativo está vinculado a un eunuco de la reina de Etiopía, que ha venido como prosélito judío al templo de Jerusalén, preguntando sobre el signo del cordero; pero en el templo no le han respon¬dido y así vuelve sobre el carro sin saber lo que el corde¬ro signifi¬ca. En¬tonces se le acerca Felipe evangelista y «partien¬do de este mismo pasaje» le presenta el evangelio (cf. Hech 8, 36 40). Comprender el sentido de ese cordero es comprender y aceptar el cristianismo. Sin más dilación, Felipe bautiza al eunuco, que no necesita más catecumenado.

(5) Cordero que quita los pecados del mundo. El evangelio de Juan ha reflexionado sobre el tema del cordero que quita los pecados. Ciertamente, está en el fondo la experiencia de los sacrificios de Israel, entre los cuales se encuentra también el del cordero, para expiación de los pecados (cf. Lev 4, 32; 5, 7; 9, 3; 14, 12.24-25, Num 6, 12 etc). Leer más…

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El testimonio de Juan Bautista Segundo domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo A

Domingo, 15 de enero de 2017
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sandalsDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El domingo pasado recordamos el Bautismo de Jesús. En la versión de Marcos y de Lucas, Juan Bautista no dice nada. En la de Mateo, entabla un breve diálogo con Jesús, porque no comprende que venga a bautizarse. El cuarto evangelio sigue un camino muy distinto: Jesús va al Jordán, pero no cuenta el bautismo; en cambio, introduce un breve discurso de Juan Bautista. Es el texto que se lee este domingo (Jn 1,29-34).

En aquel tiempo; al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó:

            ‒ Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es aquel de quien yo dije: «Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo.» Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel.

Y Juan dio testimonio diciendo:

            ‒ He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: «Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo.»

Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.

Imaginando la escena

            La mejor forma de entender este texto es imaginar la escena, convertirse en uno o una más de los discípulos del Bautista. Personas que han hecho a veces un largo y molesto viaje para escucharlo y hacerse bautizar por él, que han renunciado a todo para convertirse en discípulos suyos. Para ellos, Juan es lo más grande. De repente, aparece Jesús, un desconocido, y lo que Juan dice los desconcierta por completo.

            Al desconocido lo presenta, en primer lugar, como el cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Fórmula extraña, que ninguno de los presentes entiende muy bien, pero que sugiere una estrecha relación con Dios y con el perdón de los pecados. Ellos han ido buscando un bautismo para el perdón de los pecados, y ahora encuentran a un personaje que los quita. Y no solo los pecados de Israel, como cabría esperar, sino los de todo el mundo.

            Sigue Juan diciendo que ese desconocido está por delante de mí, porque existía antes que yo. Y los presentes mirarían extrañados, intentando convencerse de que Jesús era más viejo, aunque Juan lo parecía mucho más, quizá por culpa de tantas penitencias y por alimentarse sólo de saltamontes y miel silvestre. Pero los presentes tienen la sensación de que Juan no se refiere sólo a la edad: está sugiriendo que ese desconocido es mucho más importante que él.

            Y esto queda claro cuando añade: He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Si entre los presentes hay algún conocedor de la teología judía, su asombro llegaría al máximo, porque muchos rabinos afirman que el Espíritu de Dios lleva siglos sin manifestarse. Muy grande tiene que ser ese desconocido, sobre todo teniendo en cuenta que no sólo recibe el Espíritu, sino que también lo transmite en un nuevo bautismo, distinto del de Juan.

            Finalmente, termina dando testimonio de que éste es el Hijo de Dios. Los oyentes de Juan no interpretarían la fórmula como nosotros. Para ellos, «el Hijo de Dios» no equivale a «la segunda persona de la santísima Trinidad». Es una forma de referirse al rey de Israel, al que Dios adopta como hijo. Lo dejan claro las palabras que pronunciará poco más tarde Natanael, dirigiéndose a Jesús: «Tú eres el hijo de Dios, tú eres el rey de Israel» (Jn 1,49).

            Los oyentes de Juan se quedarían asombrados, y se preguntarían: ¿quién es este que quita el pecado del mundo, que es más importante que Juan, sobre el que se ha posado el espíritu, que da el espíritu en un nuevo bautismo, que es el rey de Israel? Sin duda, debe tratarse del Mesías, aunque no lo parezca.

Leyendo el evangelio

            Contemplar la escena es un recurso magnífico para profundizar en el evangelio y entenderlo (san Ignacio de Loyola utiliza el método en sus Ejercicios espirituales), pero la lectura «científica» ayuda también a descubrir nuevos aspectos.

            El más importante es que Juan Bautista no pronunció este discurso: sus palabras son un recurso del evangelista para suscitar en nosotros, desde el primer momento, la curiosidad y el interés por el protagonista de su historia. Y no sólo esto, sino también una respuesta personal, idéntica a la que refleja el episodio inmediatamente posterior (Jn 1,35-37, que no se lee este domingo).

            Al día siguiente estaba Juan con dos de sus discípulos. Viendo pasar a Jesús, dijo: Ahí está el Cordero de Dios. Los discípulos, al oírlo hablar así siguieron a Jesús.

            Esta vez no pronuncia Juan un largo y complicado discurso. Basta una simple referencia, enigmática, al cordero de Dios. Lo importante es que la curiosidad y el interés dan paso al seguimiento.

            En otros aspectos, la lectura científica se estrella contra un cúmulo de misterios:

            ‒ La imagen del «cordero de Dios», que no coincide exactamente ni con la del cordero pascual, ni con la del chivo expiatorio del Yom Kippur, aunque recuerda bastante al personaje misterioso de Isaías 53 que se ofrece a morir por el pueblo y marcha a la muerte «como un cordero llevado al matadero», sin protestar ni abrir la boca. Teniendo en cuenta que en ámbito cananeo el símbolo de la divinidad era el toro, por su fuerza y bravura, elegir al cordero significa un cambio radical, una opción por lo débil y suave.

            ‒ «El pecado del mundo». Ya que esta fórmula sólo se encuentra aquí, resulta difícil saber en qué consiste el pecado del mundo. Una pista la ofrece la primera carta de Juan: «Cuanto hay en el mundo, la codicia sensual, la codicia de lo que se ve, el jactarse de la buena vida, no procede del Padre, sino del mundo» (1 Jn 2,16). Todo eso sería lo que elimina Jesús. Pero la cuestión es discutida.

La doble misión del Siervo de Dios y de Jesús (Is 49,3.5-6)

El Señor me dijo: «Tú eres mi siervo, de quien estoy orgulloso

Y ahora habla el Señor, que desde el vientre me formó siervo suyo, para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel -tanto me honró el Señor, y mi Dios fue mi fuerza-. «Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra

            El protagonista de esta lectura es un personaje misterioso que aparece al final del libro de Isaías. Uniendo diversos poemas de los capítulos 42, 49, 50 y 53 se esboza la figura de un “Siervo de Yahvé”, al que Dios encomienda la misión de convertir a los judíos desterrados en Babilonia (de la salvación política se encargará el rey persa Ciro). El Siervo, después de una etapa inicial de entusiasmo, atraviesa una profunda crisis, pensando que todo su esfuerzo ha sido inútil. Entonces, el Señor le renueva la misión con respecto a Israel e incluso se la amplía, extendiéndola a todo el mundo.

            Este poema de Isaías ayuda a entender la misión de Jesús de “quitar los pecados del mundo”. Una misión que implica dos aspectos. El primero, relativo al pueblo de Israel, consiste en convertirlo al Señor; de hecho, su mensaje inicial será “convertíos y creed en la buena noticia”. El segundo se refiere al mundo entero: iluminar a todas las naciones para que la salvación de Dios alcance hasta el fin del mundo; sus rápidas visitas a Fenicia y la Decápolis, su buena relación con los despreciados samaritanos, simbolizan y anticipan la misión universal de la Iglesia, sin fronteras ni muros.

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Domingo II del Tiempo Ordinario. 15 enero, 2017

Domingo, 15 de enero de 2017
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“-Este es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo.”

(Jn 1, 29-34)

¿Estaríamos dispuestas a desaparecer?

Dice San Agustín:

“Juan era la voz, pero el Señor es la Palabra que en el principio ya existía. Juan era una voz provisional; Cristo, desde el principio, es la Palabra eterna.

Quita la palabra, ¿y qué es la voz? Si no hay concepto, no ha más que un ruido vacío. La voz sin la palabra llega al oído, pero no edifica el corazón.

Pero veamos cómo suceden las cosas en la misma edificación de nuestro corazón. Cuando pienso lo que voy a decir, ya está la palabra presente en mi corazón; pero, si quiero hablarte, busco el modo de hacer llegar a tu corazón lo que está ya en el mío.

Al intentar que llegue hasta ti y se aposente en tu interior la palabra que hay ya en el mío, echo mano de la voz y, mediante ella, te hablo: el sonido de la voz hace llegar hasta ti el entendimiento de la palabra; y una vez que el sonido de la voz ha llevado hasta ti el concepto, el sonido desaparece, pero la palabra que el sonido condujo hasta ti está ya dentro de tu corazón, sin haber abandonado el mío.

Cuando la palabra ha pasado a ti, ¿no te parece que es el mismo sonido el que está diciendo: Ella tiene que crecer y yo tengo que menguar? El sonido de la voz se dejó sentir para cumplir su tarea y desapareció…” (Sermón 293)

Juan Bautista se presenta en el cuarto evangelio como modelo de seguimiento de Jesús. toda persona cristiana estamos llamadas a ser la voz de la Palabra con mayúsculas. Nuestra misión es que la palabra se oiga y luego desaparecer. Somos el cartel que anuncia e indica el destino pero que se deja atrás.

Oración

No dejes, Trinidad Santa, que nos acabemos creyendo las protagonistas. Danos la humildad necesaria para saber desaparecer.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Jesús nos salvó eliminando de sí toda opresión

Domingo, 15 de enero de 2017
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bajorelieve-cordero-de-dios-portada-monasterio-sta-maria-ripollJn 1, 29-34

Este texto nos da una teología muy elaborada sobre el tema. Esta teología es lo que nos interesa a nosotros. Jn pone en labios del Bautista la cristología de su comunidad a finales del s. I, como base y fundamento de la comprensión de Jesús que va a desplegar en su evangelio. Esto no quiere decir que el Bautista tuviera una idea clara sobre quién era Jesús. Ni siquiera sus discípulos más íntimos supieron quién era, después de vivir con él tres años; menos podía saberlo el Bautista, antes de comenzar su predicación.

Jn quiere aclarar que no hay rivalidad entre Jesús y el Bautista. Para ello nos presenta un Bautista totalmente integrado en el plan de salvación de Dios. Su tarea es la de precursor, es decir, preparar el camino al verdadero Mesías. Fijaros que Jn no narra el bautismo en sí; va directamente al grano y nos habla del Espíritu, que es lo importante en todos los relatos del bautismo de Jesús. Naturalmente esto es un montaje de las segundas o terceras comunidades para resaltar la figura de Jesús que había adquirido categoría divina.

El Bautista propone a Jesús como cordero de Dios, preexistente, portador del Espíritu e Hijo de Dios.  No se puede decir más. Está claro que se está reflejando aquí setenta años de evolución cristológica en la comunidad de Juan. Es una pena que después, hayamos interpretado tan mal esa experiencia. Lo que eran títulos que trataban de ponderar la personalidad de Jesús, se convirtieron en absolutos atributos divinos. Lo que tenía de proceso dinámico y humano, se convirtió en sobrenaturalismo preexistente.

El cordero de Dios“. Es muy difícil precisar lo que este título significaba para aquella comunidad. Podían entenderlo en sentido apocalíptico: un cordero victorioso que aniquilará definitivamente el mal (la bestia). Este concepto encajaría con las ideas del Bautista; pero no con las de Jesús. Podían entenderlo como el Siervo doliente. No hay pruebas de que se hubiera identificado al Mesías con el siervo doliente de Isaías, antes del cristianis­mo. Jn sí interpretó la figura del Siervo, aplicada al Jesús, pero nunca con el sentido expiatorio de pagar un rescate por nosotros. Probablemente haría referencia al cordero pascual, que era para el judaísmo el signo de la liberación de Egipto. No tiene connotación sacrificial. Jn quiere decir que por Cristo somos liberados de la esclavitud.

Que quita el pecado del mundo”. Es una frase que manifiesta una cristología muy elaborada. En ningún caso la pudo pronunciar Juan bautista. Para nosotros es una frase muy interesante, que nos puede llevar a un descubrimiento de lo que aquellos primeros cristianos pensaban de Jesús como salvador. Esta teología no tiene nada que ver con la idea de rescate en la que después se deformó. El concepto de pecado en el AT debe ser el punto de partida para entender su significado en el NT. Los profetas arremeten contra el pecado de los dirigentes, que olvidándose de la Alianza, se erigen en señores que oprimen impunemente al pueblo y le obligan a servirlos a ellos en vez de servir a Dios.

Ni en el AT ni en el NT se había desarrollado el concepto de pecado individual que manejamos nosotros. Hoy estamos en el otro extremo del péndulo; no tenemos conciencia de pecado colectivo, al mantener una injusticia que clama al cielo. En la frase que estamos comentando, “pecado”, tanto en griego como en latín, está en singular. No se refiere a los “pecados” individuales, tal como los entendemos hoy. En el evangelio de Jn, “pecado del mundo” tiene un significado muy preciso. Se trata de la opresión que las fuerzas del mal causan al ser humano. Es lo único que impide al hombre desarrollarse como persona. Todos los demás pecados se reducen a éste: hacer daño al hombre de cualquier forma.

El modo de “quitar” este pecado, no es una muerte expiatoria. Esta idea nos ha despistado durante siglos y nos ha impedido entrar en la verdadera dinámica de la salvación que Jesús ofrece. Esta manera de entender la salvación de Jesús es consecuencia de una idea arcaica de Dios. En ella hemos recuperado el mito ancestral del dios ofendido que exige la muerte del Hijo para satisfacer sus ansias de justicia. Estamos ante la idea de un dios externo, soberano y justiciero que se porta como un tirano. Nada que ver con la experiencia del Abba que Jesús vivió. El “pecado del mundo” no tiene que ser expiado, sino eliminado.

Jesús quitó el pecado del mundo escogiendo el camino del servicio, de la humildad, de la pobreza, de la entrega hasta la muerte. Esa actitud anula toda forma de dominio, por eso consigue la salvación total. Es el único camino para llegar a ser hombre auténtico. Jesús salvó al ser humano, suprimiendo de su propia vida toda opresión que impida el proyecto de creación definitiva del hombre. Jesús nos abrió el camino de la salvación, ayudando a todos los oprimidos a salir de su opresión, cogiéndoles por la solapa y diciéndoles: Eres libre, sé tú mismo, no dejes que nadie te destroce como ser humano; en tu verdadero ser, nadie podrá someterte si tú no te dejas. En aquel tiempo, esta opresión deshumanizadora era ejercida no solo por Roma sino por la casta sacerdotal y los letrados.

Jesús vivió esta libertad durante su vida. Fue siempre libre. No se dejó avasallar ni por su familia, ni por las autoridades religiosas, ni por las autoridades civiles, ni por los guardianes de las Escrituras (letrados), ni por los guardianes de la Ley (fariseos). Tampoco se dejó manipular por sus amigos, que tenían objetivos muy distintos a los suyos (los Zebedeo, Pedro). Esta perspectiva no nos interesa porque nos obliga a estar en el mundo con la misma actitud que él estuvo; a vivir con la misma tensión que él vivió.

No tenemos que oprimir a nadie de ningún modo. No tengo que dejarme oprimir. Tengo que ayudar a todos a salir de cualquier clase de opresión. Jesús quitó el pecado del mundo. Si de verdad quiero seguir a Jesús, tengo que seguir suprimiendo el pecado del mundo. Hoy Jesús no puede quitar la injusticia, somos nosotros los que tenemos que eliminarla. La religiosidad intimista, la perfección individualista, que se nos han propuesto como meta del camino espiritual, es una tergiversación del evangelio. Si no hacemos todo lo posible para que nadie sea oprimido, es que no me he enterado del mensaje de Jesús.

El presentarse como cordero no vende en nuestros días. En el mundo en que vivimos, si no explotas te explotan; si no estás por encima de los demás, los demás ten pisotearán. Este sentimiento es instintivo y mueve a la mayoría de las personas a defenderse con violencia, incluso antes de que el atraco se cometa. Pero hay que tener en cuenta que esta postura obedece al puro instinto de conservación y no te lleva a la plenitud humana.

Esa actitud es un sentimiento que está al servicio del ego. Tenemos que superar ese egoísmo si queremos entrar en la dinámica del amor, es decir, de la verdadera realización humana. Es el oprimir al otro, no que me opriman, lo que me destroza como ser humano. Jesús prefirió que le mataran antes de imponerse a los demás. Esta es la clave que no queremos descubrir, porque nos obligaría a cambiar nuestra conducta.

Meditación

El cordero que eliminó del mundo la opresión.
Ese es el mejor resumen de toda la vida de Jesús.
Solo actuando como cordero, se puede conseguir ese objetivo.
Arremetiendo contra los demás, se aumenta la violencia.
Ser cristiano significa repetir la manera de actuar de Jesús.
Por más que nos empeñemos, no existe otro camino.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Luz de las Naciones

Domingo, 15 de enero de 2017
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1“Sólo amanece el día para el que estamos despiertos”. (Thoreau)

15 de enero. II domingo del TO

Jn 1, 29-34

Detrás de mi viene un varón que es más importante que yo, porque existía antes que yo.

En 49, 6 dijo Dios a Isaías: “Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra”. Y en el Salmo 39 dice el salmista al Señor que allí está él para anunciar su verdad y salvación, y para cumplir su voluntad. Anunciaron con ello lo que Jesús predicó e hizo en el Evangelio.

Cada ser humano que viene a la existencia pertenece al departamento de personal de esta gigantesca Corporación que llamamos Universo. Nuestra misión fundamental es preocuparnos por la Calidad de Vida de cuantos integramos su plantilla, sin olvidarnos de los restantes elementos básicos que la forman. Unas buenas políticas de Calidad empresarial velan por la calidad del producto y del servicio, por sus estrategias, estilo de liderazgo, recursos, proceso y procedimientos. A nivel de planteamiento general, esto parece lo más correcto, pero también es posiblemente más importante dar respuesta a esta trascendental pregunta: ¿cuál es mi trabajo en este mundo?

Y si nos sentimos incapaces de hacerlo, seamos entonces capaces de recurrir a quien sí lo supo hacer y está siempre dispuesto ayudarnos. En su drama fantasía Blancanieves (2012) el director de cine Pablo Berger, pone en boca de su protagonista Carmen este lamento refiriéndose a su padre, el torero Antonio Villalta: “Te busco y no te encuentro, te llamo y no contestas, pues no sé dónde estarás. Mándame una señal, por la Virgen del Calvario, que más no puedo esperar”. Al final de la cinta uno de los toreros enanos le dice cuando ella ha saltado al ruedo con capa y espada: “Déjale, te vas a jugar la vida”. A lo que ella le responde: “Tengo que terminar la faena de mi padre”.

Jesús, que también saltó al ruedo de la existencia sin temor a jugarse el tipo por nosotros, nos dice en Jn 18, 37: “Para eso he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad”; y en 6, 38: “Ésta es la voluntad del que me envió, que no pierda a ninguno de los que me confió”En el Evangelio se consigna el Plan de Acción de todos los cristianos y se muestra cómo llevarlo a cabo. El Gran Timonel de nuestra Nave y su sucesor el Papa nos marcan con sus actos la manera de hacerlo. Jesús cambió la muleta y el estoque por la toalla y una palangana (Jn 13, 5), y Francisco celebró su 80 cumpleaños el 17 del pasado diciembre invitando a desayunar a ocho mendigos  a su residencia, la Casa Santa Marta, ofreciéndoles dulces argentinos haciendo honor a su patria.

Para poder hacer todas estas cosas hay que estar en alerta porque, como dice Henri David Thoreau en Walden“Sólo amanece el día para el que estamos despiertos”.

Y sólo quienes lo están podrán ver cómo de un olmo centenario y seco, en versos de A. Machado, resurgirá la vida gracias a esa primavera que todos llevamos dentro.

A UN OLMO SECO

Al olmo viejo, herido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes han salido.

¡Al olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.

No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado por pardos ruiseñores.

Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus lenguas grises las arañas.

Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Palabras de Juan, el bautizador del Jordán

Domingo, 15 de enero de 2017
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maria_de_nazaret-jesus-cristo-crucifixion-resurreccion-maria_magdalena-judas-pedro_mdsvid20130330_0015_3No recuerdo cuando comencé a vivir en el desierto, más bien lo que no consigo saber es cómo pude vivir fuera de él. Supe que era mi lugar desde que escuché de niño las palabras de Isaías: “Una voz grita: En el desiertopreparad un camino al Señor, allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios” (Is 40,3) Acepté la misión que se me confiaba y me fui a conocer de cerca aquel sequedal en el que tenía que intentar trazar caminos. Al principio sólo la soledad y el silencio fueron mis compañeros y, junto con ellos, la convicción oscura de estar esperando a alguien que estaba a punto de llegar: “Mirad, yo envío un mensajero a prepararme el camino. ¿Quién resistirá cuando llegue?” (Ml 3,1-2)Lo había dicho un profeta y yo sentía arder en mi voz su misma urgencia por preparar el encuentro. ¡Llega el Ungido de Dios!” comencé un día a gritar . “Él quebrantará al opresor y salvará la vida de los pobres…” (Sal 72,8.4).

Se corrió la noticia de mis palabras y comenzó a acudir gente, movida por una búsqueda incierta en la que yo reconocía la misma tensión que me mantenía en vigilia. Algo estaba a punto de acontecer, y me sentí empujado a trasladarme más cerca del Jordán, como si presintiera que iban a ser sus aguas el origen del nuevo nacimiento que aguardábamos con impaciencia. Muchos me pedían que los bautizara y, al sumergirse en el agua terrosa del río y resurgir de ella, sentían que su antigua vida quedaba sepultaba para siempre. Les exigía ayunos y penitencia y les anunciaba que otro los bautizaría con Espíritu. Yo sólo podía hacerlo con agua: anunciaba unas bodas que no eran las mías, y yo no era digno ni de desatar la correa de las sandalias del Novio.

Antes de comenzar la temporada de lluvias, en un mediodía nubes apelmazadas y calor agobiante, se presentó un grupo de galileos y me pidieron que los bautizase. Fueron descendiendo al río, hasta que quedó en la ribera solamente uno, al que oí que llamaban Jesús. Al principio no vi en él nada que llamara particularmente mi atención y le señalé el lugar por el que podía descender más fácilmente al agua. Estábamos solos él y yo, los demás se habían marchado a recoger sus ropas junto a los álamos de la orilla. Lo miré sumergirse muy adentro del agua y, al salir, vi que se quedaba quieto, orando con un recogimiento profundo. Tenía la expresión indefinible de estar escuchando algo que le colmaba de júbilo y todo en él irradiaba una serenidad que nunca había visto en nadie.

Se había levantado un viento fuerte que arrastraba los nubarrones que cubrían el cielo y comenzaban a caer gruesas gotas de lluvia. Un relámpago iluminó el cielo anunciando una tormenta que levantaba ya remolinos de polvo. Desde la ribera seguí contemplando al hombre que seguía orando inmóvil, como si nada de lo que ocurriese a su alrededor le afectara. Por fin, después de un largo rato y cuando ya diluviaba, lo vi salir lentamente del río, ponerse su túnica y alejarse en dirección al desierto.

Pasé la noche entera sin conseguir conciliar el sueño. Sin saber por qué, me vino a la memoria un texto profético que nunca había comprendido bien:

“Mirad, el Señor Dios llega con poder. Como un pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne, toma en brazos a los corderos y hace recostar a las madres (Is 40,10-11).Nunca había entendido por qué el Señor necesitaba desplegar su poder para realizar las tareas cotidianas de un pastor, ni por qué su venida, anunciada con rasgos tan severos por los profetas, consistiría finalmente en sanar, cuidar y llevar a hombros a su pueblo, sin reclamarle a cambio purificación y penitencia.

Y, sin embargo, aquella noche, las palabras de Isaías invadían mi memoria de manera apremiante, junto con una extraña sensación de estar cobijado y a salvo. Y textos a los que nunca había prestado atención, se agolparon en mi corazón. Era como si hasta este momento sólo hubiera hablado de Dios como de oídas, mientras que ahora Él comenzaba a mostrarme su rostro. Recordé el del galileo al que había visto orando en el río, la expresión de honda paz que irradiaba, y me pregunté si a él se le habría revelado el Dios que no es, como yo pensaba, sólo poder y exigencia, sino también ternura entrañable, amor sin condiciones como el de los padres.

Estaba amaneciendo y en los árboles de la orilla se oía el revuelo de los pájaros y el zurear de las palomas. Recordé las palabras del Cantar describiendo al novio:

“Mi amado…Sus ojos, dos palomas a la vera del agua que se bañan en leche y se posan al borde de la alberca…”(Cant 5, 10-11)

Me di cuenta sorprendido de que, al hablar del Mesías, siempre lo había hecho con imágenes poderosas como la del águila, o de fuerza avasalladora como la del león, mientras que ahora lo que me hacía pensar en él era el vuelo sosegado de las palomas.

Cuando me sobrevino el sueño, la luz se abría ya paso entre los perfiles azulados de los montes de Judea.

Dolores Aleixandre

Fuente Fe Adulta

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Que seas feliz

Domingo, 15 de enero de 2017
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felicidadLeído en el blog de José Arregi:

Cuando era joven –me sorprendo de hablar así, de sentirme tan mayor, tendré que mirármelo–, cada comunidad franciscana se hacía con grandes fajos de tarjetas de Navidad, y a mediados de diciembre dedicábamos días enteros a escribir felicitaciones: a comunidades religiosas, sacerdotes, familiares, amigos, “bienhechores”… Cada tarjeta en un sobre, con dirección y sello. Un año, de joven estudiante de teología en Arantzazu, me tocó escribirle a Don Jacinto Argaya, obispo de San Sebastián. Entre ingenuo y familiar, y algo rebelde, empecé la carta con este saludo: “Kaixo, Jaxinto”, y en ese tono debí de continuarla. La cosa es que a nuestro maestro le pareció irreverente y tuve que repetir la felicitación.

¡Qué tiempos aquellos, sin embargo tan recientes!

Las felicitaciones han decaído sensiblemente, sobre todo entre los jóvenes (¿qué saben ellos de la Navidad? Y nosotros mismos, en realidad, ¿qué sabemos?). Hoy nos fastidian un poco las fórmulas hechas, rutinarias, sobre todo cuando la publicidad se las ha apropiado hasta tal punto. “Feliz Navidad”, “Feliz Año Nuevo”, entre celofanes y villancicos y luces de color. Todo resulta bastante vacío, frío. Y casi nos alivia que estos días hayan pasado ya, aunque la cuesta de enero sigue siendo bien ardua para no pocos, demasiados.

No quisiera, sin embargo, minusvalorar en exceso nuestras felicitaciones, por rutinarias que nos parezcan. ¿No expresan un deseo profundo, nuestro deseo más profundo, quizá más profundo que nosotros mismos? Creo que sí. Que seas feliz. ¿Qué mejor que eso podemos desear a alguien, quien fuere? Pero podemos hacer algo todavía mejor: procurar un granito de felicidad a quien se la deseamos. No podemos hacer felices a todos, pero ¿quién no puede hacer un poquito más feliz a alguien y tratar de no hacer más infeliz a nadie? ¿Cómo podremos ser felices de otra forma?

Ser felices. Muchas veces sabemos cómo ser felices, y no podemos. Otras muchas veces creemos saber cómo, pero nos engañamos.

Y ¿en qué consiste ser felices? No es fácil decirlo, pues puede ser muchas cosas, incluso contradictorias aparentemente. No es rebosar de alegría, no es carecer de problemas, no es estar libre de dolores, incluso de angustias. No consiste en que se realicen todos los deseos, a no ser que hayamos aprendido a no desear nada o a desear sin apego. Ser feliz es vivir en paz, vivir en armonía, sentirse bien consigo y con todos los demás, con todo. En paz con todo, a pesar de todo.

Para ser feliz, no necesitas poseer una felicidad plena. Ni un ánimo perfecto, ni una pareja perfecta, ni una familia perfecta, ni una salud perfecta. Somos seres inacabados, y es inacabada nuestra felicidad aun en el mejor de los casos. Además, ¿quién podría ser feliz del todo mientras no lo sean todos? ¿Quién debiera poder ser enteramente feliz mientas gente en el paro, mujeres maltratadas, países hambrientos, fronteras cerradas, refugiados repudiados, guerras atroces, salarios de miseria, ganancias abusivas? ¿Quién podrá ser feliz si se cierra ante la infelicidad ajena?

Gozar de salud y de unas condiciones económicas mínimas pueden ayudar a ser feliz, o incluso ser indispensable para la inmensa mayoría. Pero no pienses que cuanta mejor salud o más éxito tengas o más rico seas más feliz serás. A menudo sucede más bien lo contrario: cuanto más tenemos más deseamos. Y cuanto más deseamos más infelices somos. Inevitablemente. No es feliz quien lo tiene todo sino quien se conforma con lo que tiene y es.

Y si no tienes nada, si te duele todo, si has perdido el trabajo o no lo has encontrado, si estás hundida/o en el negro abismo de una depresión, si solo quisieras morir… No sé qué decirte. Pero cuídate, déjate cuidar. No desesperes, por favor. Respira, respira. En tu fondo habitan la luz y la Presencia. Callo y me siento a tu lado.

Y tú, cualquiera que seas, déjame que desde del fondo del corazón te desee y te diga: Que seas feliz, que vivas en paz contigo y con todos, en paz con todo, que bendigas tu vida cada día por la mañana y por la noche a pesar de todo. ¿A pesar de todo? Sí, a pesar de todo.

Espiritualidad

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